SÓLO ME INTERESA salir de la isla y de ningún modo radicarme en ella. Tengo mis ideas propias. No quiero decir originales. Tampoco podría definirlas, puesto que no se trata de un decálogo. Me explico. Estoy en contra de cualquier tráfico que atente contra la dignidad física y moral de las personas, especialmente en contra del tráfico del amor por dinero. Allá quien lo elija por su propia voluntad.
Lo de mi hermana ha sido un puro engaño, una trampa miserable. No voy a entrar en detalles. En su momento la prensa –sobre todo la sensacionalista, señaló hasta el detalle esta vergüenza social. Después las tintas volvieron a su nivel y todo se lo tragó el mar del olvido.
A cualquiera puede pasarle. Me refiero a lo que le ha pasado a mi hermana (si es que en realidad se trata de ella), y como consecuencia lo que me pasa a mí.
Bien que mal mi padre (Q.E.D.) supo orientarnos hasta donde le fue posible en vida. Y como era técnico en comunicaciones radiales, siempre nos decía que todos llevamos un radar por dentro, con el cual podemos detectar los peligros en este páramo de espejismos que es la vida.
Pienso que mi hermana no tuvo tiempo de utilizarlo. Porque ese radar, por sí mismo, nada puede contra los grilletes de la necesidad y el implacable chantaje de los malvados.
En lo que a mí respecta, lo único que me hace resistir a la tentación de un empleo que no quiero ejercer es el préstamo que me hará un amigo a quien ahora espero. Otras circunstancias menores, si se toma en cuenta que tengo pasaje de regreso y mis papeles más o menos en regla, han aportado parte del agua que me llega al cuello.
Como se puede ver en el mapa, la isla es pequeña, y no pocas veces me han confundido con un mexicano, con un moro y hasta con un chino, tal como pensó adivinar, hoy en la Plaza de España, una chiquilla que estaba con su madre. En una situación distinta a la que ahora atravieso, le hubiera explicado no sólo los ramajes de mi origen. Incluso me hubiera tomado el tiempo para explicarle las razones por las que salí de mi país y por las que vivo en una ciudad tan fría como Göteborg. Creo que hasta habría bromeado un poco diciéndole que como me encontraba tan lejos de casa todas las mañanas a la hora del café apoyaba mi tristeza sobre los puños de mis manos y que por eso los ojos se me habían rasgado como a un chino. Por supuesto que me habría guardado el hecho de que mi tristeza de chino había aumentado en estos días por lo de mi hermana y mi situación económica, y para rebasar el vaso, por el trajín de noticias y leyes sobre los extranjeros. Pero con ella no habría tenido porqué hablar de esas cosas.
Otra cosa sería si vinieran agentes de migración a pedirme papeles. Si no quedasen contentos quizás me vería en la necesidad de decirles que vine a la isla tan sólo por una semana, después de dos largos años de ahorro y porque un amigo español me recomendó la calma que se respira en el oeste de la isla justo allí donde se encuentra un antiguo y derruido monasterio de los trapenses, además de que andando por los callejones de esta ciudad me topé con un paisano radicado aquí.
Él fue el que me contó lo de mi hermana y lo del grupo de jóvenes que fueron traídas bajo engaño de sus países y puestas al servicio de un rufián en la isla vecina. Dijo que él estaba seguro que una de ellas era mi hermana. No le creí, ni le creo ahora, aunque el garfio de la duda se me ha clavado como un ancla y me ha llevado a permanecer en la isla más tiempo del previsto.
Aún no me ha aportado pruebas y yo no puedo continuar con panecillos de queso y agua mineral. Dijo que viajaría a la isla vecina y le pediría a mi hermana una carta para mí. Hasta ahora no lo ha hecho. Según parece su mujer sospecha de sus escapadas. Por esto ella ha esgrimido pretextos para no volver a la Península, tal como lo exige su trabajo en el turismo. Por mi parte espero al menos que él cumpla con el dinero que ha quedado en prestarme.
Si me fallara mi situación se volvería intolerable. Me vería prácticamente obligado a aceptar un empleo que mis principios rechazan. Porque no puedo estar de acuerdo con unos pobres animales cuyo único delito es la belleza y suavidad de sus pieles. Y tan sólo para que unas señoras luzcan la arrogante vanidad de su dinero. Hablo muy bien el inglés aparte del sueco. Lo necesario para poner de relieve las virtudes de un visón o una marta cibelina. El sueldo es bueno y las modelos guapas. Con una media docena de abrigos que lograra colocar, no sólo evitaría las molestias que le causo al paisano. Tendría suficiente para ir y permanecer unos días en la isla vecina. Por suerte y gracias a mi costumbre de viajar sin límites de tiempo, me he comprado un billete de viaje con fecha de regreso abierta. Incluso podría volver al monasterio y respirar nuevamente su aire de paz y tranquilidad.
Ya he pasado la prueba de aptitudes y debo dar mi respuesta a más tardar hoy a las cinco de la tarde. Pero, entonces, ¿dónde quedaría mi propia paz? No la de dos o tres días que pudiera gozar mi espíritu junto a las ruinas del monasterio, sus olivos y sus terrazas árabes, sino la de más adentro, la que verdaderamente importa. Además no logro verme en el papel de conferencier en un Fashion Show. Y realmente, si logré pasar la prueba fue porque la necesidad nos hace descubrir facultades ocultas.
No lo podría soportar, encontrarme de pronto con damas relucientes y muy bien abrigadas, sabiendo que en cada abrigo palpita la sombra de un animalito que jamás le hizo daño a un ser humano, y aunque así fuese, el límite de su naturaleza lo eximiría de juicio alguno. Y sobre todo que haya sido yo, así sea de manera provisoria, el eslabón de tamaña desmesura. Me niego a ese trabajo.
Ya vendrá el paisano y me sacará de apuros. Iré a la isla vecina y buscaré a mi hermana. Según cuentan, en esos sitios las mujeres tienen deudas elevadas. ¿A cuánto ascenderá la de mi hermana? Si es que se trata de ella y este amigo no está confundido. Y espero que lo esté.
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Todos estamos aislados, sin excepción, por más que no cese de pasar gente a nuestro lado.
Mucha suerte.
curioso relato con tintes ecologistas. suerte
Nada del otro mundo… Políticamente correcto…
Suerte.
Me parece muy bien que el protagonista no quiera abdicar de sus principios morales aceptando el trabajo en la peletería y no tenga empecho en aceptar el dinero de un amigo, ganado de un modo que no sabemos, aquí, el Alto Sanedrín. 😛
Bromas aparte, lo que más me llega es la peregrinación del chico para encontrar a su hermana; uno se imagina la angustia de las familias de esas víctima del tráfico de mujeres.
uy, «empacho».
Creo que se pretende (y se consigue) cruzar dos historias en una. Y, por encima de ello, adentrarse en las diferencias entre bien y mal, entre lo correcto y lo perverso.
La necesidad de informar empuja a utilizar varias exposiciones forzadas que, felizmente, quedan bien disueltas en el texto y ni se notan ni traspasan.
Muy buen relato.