Berenice de la fuente habita apagada como una luciérnaga otoñal, sin ningún remedio sumida se encuentra en un mundo vacío, obscuro laberinto y silencioso abismo.
Para ella sólo existen báratras tinieblas, sórdidos espacios tenebristicos, espectrales sombras transfiguradas, aletargada habita en la mismísima nulanada.
En su sombría morada jamás resplandece el alba, la caliginosa noche se extiende como un manto eterno, peor que una espiral salvaje de insondables crepúsculos.
No puede separar los parpados, le resulta imposible mover las pestañas, no consigue hacerlas vibrar de manera leve siquiera, batir como una efímera mariposa magenta.
La pobre no tiene los ojos vendados, mucho menos resulta siendo ciega, no es una arcana pitonisa oracular, tampoco la bella durmiente.
Insondable abismo interior, inescrutable fosa espiritual, laberíntico letargo.
Una maquina infernal la mantiene muerta viva siempre muerta en vida.
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Sin saber muy bien el porqué, estoy convencido de que si alguien susurrara palabras a Berenice, sería capaz de escucharlas y de entenderlas. Aunque sus ojos no se abriera; aunque sus labios mo se movieran.
Mucha suerte.
breve y triste relato, bien escrito. felicidades Cardenal
Se nota que ha adquirido recientemente un diccionario. Pues nada, a practicar, que siempre viene bien…
Me ha parecido un poco barroco. Quizás puliéndolo algo más, y cuidando esos signos de puntuación.
Suerte
Desgraciadamente estoy segura que existen muchas Berenices que en su «sombría morada jamás resplandece el alba».
Lo que siempre se gratificante en estos casos es que tenga cerca una mano amiga para acariciarle las mejillas.
Un saludo