premio especial 2010

 

Abr 27

Al doblar la esquina apareció ante mis ojos la en otros tiempos magnífica construcción, orgullo de la Universidad Complutense. Ahora semejaba un león agonizante varado en un zoológico de edificaciones despintadas, en un barrio en decadencia, semidesierto y arruinado, con la fachada neoclásica mucho más grisácea de como la recordaba, completamente salpicada de desconchados y excrementos de ave. El espectáculo, de puro triste, me hizo vacilar. Pero me palpé por encima de la chaqueta, a la altura del corazón, y el contacto con la frágil solidez de la cartulina me empujó a cruzar resuelto la calle.

Una vez en el pórtico pulsé el timbre. Al poco, un bedel jovencísimo me recibió bajo una sonrisa afable. Me presenté como antiguo alumno de la facultad, matemático recién jubilado, y añadí que, al enterarme de la próxima demolición del edificio, de repente me habían entrado la morriña y las ganas de dedicarle una visita antes de que desapareciera. Y el chico que no faltaba más, amigo, que entendía mis sentimientos y que desde luego no era el primero que había pensado lo mismo, sino más bien de los últimos. Me adelantó que, tras semanas transportando todo lo que pudiera resultar útil no quedaba prácticamente nada interesante, y que la mayor parte había ido a parar a los contenedores. Y terminó pidiéndome que, puesto que se acercaba su hora de marcharse y no quedaba ningún trabajador dentro, que le hiciera el favor de, al salir, cerrar dando simplemente un portazo.

La desolación embargaba cada metro del claustro de la antigua facultad de Ciencias Exactas. Semejaba una playa batida por los restos de un naufragio. El aspecto que ofrecía y el silencio de oquedad que se palpaba, apenas avancé por él, redujo todos mis sentidos a una cárcel de sombras. En una atmósfera fangosa bailaban infinitas moléculas de polvillo en suspensión. La mayoría de las ventanas sin cristales, el suelo lleno de cascotes y desperdicios, gatos merodeando entre restos de bocadillos, paredes enmohecidas por humedades, abandono y brozas por todas partes. Ascendí apoyándome en balaustradas de piedra descarnada y escaleras con peldaños rotos.

En el piso superior finalmente desemboqué en la biblioteca, en cuya sala principal y entre largas hileras de estanterías con textos y cartapacios pulcramente ordenados, cuatro décadas atrás Virginia y yo coincidimos en tardes enteras de aplicado estudio. La recorrí con devoción: completamente desposeída de sillas y mesas, vitrinas y anaqueles vacíos que seguramente acabarían hechos añicos; tuve que caminar sorteando libros desmochados, papeles rotos y utensilios en desuso, como reglas de cálculo, pizarras y escalas logarítmicas. En un rincón algunas cajas con las restantes pilas de carpetas y objetos a vaciar. Tan solo me reconfortó un poco el aroma añejo a madera noble.

Por una puerta lateral pasé al archivo que en tiempos se utilizó como almacén de la biblioteca y de la secretaría. Miré al fondo y no pude evitar un suspiro de alivio. Había llegado a tiempo. Por fortuna el armario era demasiado viejo para reutilizarse y demasiado grande para ser transportado. Me dio por pensar que en eso nos parecíamos: ambos éramos considerados ya por la sociedad entes obsoletos e inservibles. Con una barra de hierro que encontré hice palanca para separarlo de la pared. Luego me arrodillé y, con la mejilla a ras del muro y alargando el cuello, extendí un brazo que apenas cabía tras el tablero trasero del mueble. Palpando con las yemas de los dedos rastreé la superficie de la madera hasta tropezar con la concavidad, un recoveco entre estantes que en su momento el carpintero tuvo que dejar para acoplar dos de diferente profundidad. Allí seguía. Lo así por la punta y estiré, despacio, no fuera que con el tiempo la tela se hubiera ajado y acabara rasgándose. El pañuelo de seda de Virginia. La única prenda de todas las que vestía que no le quité.

En aquella lejana jornada de estudio nos demoramos más de la cuenta, y el otro bedel, recuerdo que con bigote y cara de policía, también tuvo necesidad de marcharse, pero para acudir a una cita con el médico. La facultad casi desierta y Virginia y yo los dos sufridos resistentes de la biblioteca. Faltaba muy poco para los exámenes de junio, los últimos de la carrera, y exprimíamos hora tras hora para memorizar docenas de páginas de apuntes. El buen hombre también nos pidió que al salir apagáramos luces y cerráramos con un portazo. Había confianza. Nos conocía de sobra después de cinco largos cursos.

Se dan episodios que surgen una vez en la vida y enseguida se tiene la áspera certeza de que no se repetirán. Hace muchos años que me resigné a no volver a poseer en ningún rincón de un oscuro archivo a una Virginia enredada en mis brazos y apoyada en un armario, ni a absorber entre gemidos el sabor agridulce de su pelo enmarañado, ni a morder sus labios y besar con los míos cada recoveco de su torso húmedo y jadeante. Cuando ocurrió, deseé que el instante fuera eterno. Pronto supe que fue tan efímero como irrepetible, y que luego se perdió para siempre, como el agua de un cubo arrojada en el mar.

Aquella caliginosa tarde los dos fuimos uno por primera y última vez, y lo fuimos con toda la pasión furibunda de los veinte años, sin apenas palabras, sin miedos ni vergüenzas. Y, al acabar, Virginia desanudó el pañuelo de su cuello, lo impregnó con el sudor de nuestros cuerpos y los restos de los flujos de ambos, y, blandiendo la sonrisa más fascinante y pecadora que mis ojos han disfrutado jamás, lo escondió en un hueco tras un armario archivador que los operarios habían ensamblado por la mañana, todavía sin atornillar a la pared.

La guarida perfecta para el amuleto de un éxtasis.

Me senté en una caja y extraje del bolsillo interior de la chaqueta el sobre con la postal. La desplegué: un tríptico con la foto de un bellísimo distrito residencial de Alejandría y un par más con monumentos locales. Junto al matasellos de Egipto, unas líneas escritas con cuidada letra redondilla.

Mi querido Enrique:

Espero que mi postal te llegue; no dispongo más que de tus antiguas señas, las mismas que nos intercambiamos tras la fiesta de despedida de la promoción. Hay que ver, ¡tiemblo al considerar que de eso hace más de cuarenta años! Aunque, si bien lo pienso, a estas alturas me parece que de todos los brillos de mi vida hace ya cuarenta años.

Nuestra compañera Sonia me comunica que trasladan la vieja facultad de Exactas a la Universidad Politécnica y que van a demoler el edificio y construir oficinas o algo parecido. Quizá ya lo sepas. No me importa que lo derriben, pero hay un objeto que quiero que rescates antes de que la piqueta lo sepulte. Te lo pide de todo corazón una vieja amiga como un entrañable favor personal. ¿Te acuerdas del pañuelo que oculté en la biblioteca? ¡No te perdonaría que lo hubieras olvidado! Quiero que lo recuperes y lo guardes donde no tengas que darle explicaciones a nadie. Pero no lo tires, por lo que más quieras. Me reconfortará saber que lo conservas tú. Y sólo tú, porque me temo que nunca  podrás devolvérmelo. Pero así está bien.

Tras mucho deambular resido en Alejandría, donde vivo razonablemente feliz, con la cercanía de mis hijos y nietos, y junto a Karim, mi marido. ¿Recuerdas?, mi novio de entonces.  Al final consiguió regresar a su país con una española en la maleta…

La memoria no me funciona como antaño: aumenta la distorsión de unos recuerdos en los que se entremezclan personas y fechas deformadas por la realidad actual, como los países cuya ubicación confundo constantemente. A pesar de ello, en mi mente han quedado prendidas para siempre algunas imágenes nítidas que, te juro, nunca se perderán, y que al cabo de una montaña de años a menudo reaparecen como una placentera reliquia gráfica, sobre todo si mi ánimo decae en momentos de pesimismo, nostalgia o soledad. En este caso, en tu caso, ¿fue culpable el más divertido, tierno, guapo, y un poco temerario, de todos los chicos de la promoción 1964-1969 de la facultad de Ciencias Exactas?

Mira la foto de la postal, mi barrio en Alejandría. Y mi casa es la grande de color blanco, a la derecha del minarete. La tuya la tendrás siempre dentro de mí.

Virginia

23- Postal desde Alejandría. Por Luc, 4.9 out of 10 based on 45 ratings

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45 Responses to “23- Postal desde Alejandría. Por Luc”

  1. Ágata dice:

    Felicidades por tu relato, es un relato diez se mire por donde se mire. Lenguaje, tono, ritmo, estilo, historia, plasticidad, alguna memorable sinestesia… He disfrutado leyéndote.

    Enhorabuena, es redondo. Te felicito.

    Suerte, estoy segura de que la tendrás.
    Mi relato es el 41

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  2. Max Estrella dice:

    Muy buena la descripción dl edificio abandonado, ruinoso, he visitado uno en esas condiciones, donde también hice vida, y me has hecho verlo de nuevo. Y la historia…tan nostálgica. Enhorabuena

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  3. PDAC25 dice:

    Me ha encantado, siga escribiendo por favor.

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  4. Ulmo dice:

    Demasiado barroco para mi gusto y para una historia tan sencilla. No consigo distinguir la voz del narrador de Enrique de la de Virginia en la carta.

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  5. Buenavista dice:

    Un relato redondo, de principio a fin. Es fácil identificarse con los personajes. Es tan visual que te mete desde el comienzo en la historia haciéndote parte de ella.
    Enhorabuena Rafael, nunca dejes de escribir.
    Suerte, se lo merece.

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  6. Adafina dice:

    Muy buen relato Luc. Me ha gustado mucho, visual, sencillo y lleno de sentimientos.
    Que tengas suerte

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  7. De Acuario dice:

    Tu relato es perfecto. Lo que más me gustó fue la forma de describir el ambiente, el climax de la historia.

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  8. Roberta B. dice:

    Minuciosas descripciones, admiro esa capacidad, consigues que las palabras valgan más que las imágenes.
    Suerte.

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  9. Ojos Oscuros dice:

    Excelente descripción, realmente tus palabras llevan a los lugares que has querido transmitirnos. Enhorabuena y ¡suerte!

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  10. Marquez dice:

    No consigo distinguir la voz del narrador de Enrique de la de Virginia en la carta.

    De acuerdo. Es el único error (para mi) visible del relato.

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  11. Abeja dice:

    Me ha dejado un regusto de tristeza y soledades.
    Existiendo también una complicidad que logra salvarse del despedazar del tiempo.
    Buen relato.
    Suerte!!

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  12. HÓSKAR WILD dice:

    Ya lo han dicho todo, o casi todo. Espléndido.
    Mucha suerte

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  13. Juan dice:

    Sinceramente me soprenden tantas alabanzas…
    Digo, está lindo escrito, pero fuera de eso… No pasa nada en la historia. Si le quitamos las descripciones, qué queda?
    La carta de Virginia, que debería ser EL punto fuerte del cuento, es totalmente incípida e intrascendente.
    La linealidad y lo cursi de la historia se combinan en un efecto Valium.
    Un buen cuento para tener en la mesita de noche.

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  14. Radiquero dice:

    Hola Luc. me ha agradado leer este relato número 23. Coincido con lo positivo que destacan otros comentaristas. Permíteme que te indique dos defectillos:
    1) demasiado extenso lo de Virginia, si se trata de una postal, aunque indiques que es un tríptico.
    2) quizás ganaría dejando que fuera Enrique el que cerrara el relato. Ese final de la carta parece pedir una conclusión, un par de líneas a modo de reflexión/culminación, que deberían ser a cargo de Enrique.
    Por lo demás, enhorabuena. Es una satisfacción leer relatos que transmiten sensibilidad, no simples malabarismos con las palabras. Muchos saludos

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  15. Luc dice:

    También yo quiero entrar en este rincón para agradeceros la paciencia a todos y cada uno de los que habéis llegado hasta el final de mi relato y perdido unos minutos en escribir una opinión. Sea cual sea ésta.
    Seguiremos en la academia que nos marcan los que supieron o saben escribir: leer con atención buena literatura.
    Muchísimas gracias.

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  16. paulena dice:

    Me ha parecido enternecedor, después de tantos años que vuelvan a tener contacto aunque solo sea a través de una postal, me ha quedado la curiosidad de sí Enrique se casó o se quedó viviendo del recuerdo de Virginia, eso sería lo más romántico.
    Un placer haberte leído.

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  17. Granizo dice:

    Coincido con la mayoría de los comentarios. El tuyo es un texto elegante (que no barroco), muy bien narrado, con descripciones precisas, que se disfruta leyéndolo… Pues eso, buena literatura.
    Gracias a ti, Luc, y suerte.

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  18. la ciudad dice:

    Querido Luc: y cómo no habría de gustarme el comentario que hiciste de mi relato si el tuyo es hermoso. Entre contigo al recinto y viví cada momento que describes del lugar. Un cuento hermoso, buscarle defectos o buscarle errores es ocioso, hay que disfrutar de él y punto.
    Te deseo mucha suerte.
    tu vecina

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  19. Constance dice:

    Realmente, he podido visitar la vieja facultad gracias a tí. Suerte!!!

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  20. Ana M. dice:

    El relato de Luc es de una corrección impecable, así que en ese aspecto sobran los comentarios.

    En cuanto al contenido. Bellísimo. Sobre todo porque ofrece una enseñanza que no todo el mundo se atreve a comunicar. La enseñanza es que la verdad de la existencia está atrapada en esos momentos, impulsos irracionales que no pertenecen al campo de moral ni de lo ético ni de lo conveniente. Pertenecen al sentimiento. Esos momentos efímeros que se quedan enquistados como un sueño, incompatibles con lo que suponemos que es la realidad. Y, al final de la vida, resulta que eso es lo que recordamos, eso fue lo que nos hizo existir, la única verdad frente a lo funcional. El sentimiento, que por un instante paladea la libertad. Ahí queda, guardadito en secreto.

    Un relato bien hecho. Una intención limpia y, sobre todo, sin moralejas (detesto las moralejas).

    Lo que no te perdono, Luc, es que leyendo tu relato se me han saltado las lágrimas y eso me da mucha rabia.
    Es broma, corazón, gracias por tu relato.

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  21. Antístenes dice:

    Me sorprende que quedaran «restos de bocadillos» o que un bedel deje pasar a alguien a un edificio en ruinas. Asimismo hay que «controlar» las descripciones, y adjetivar lo necesario y entendiendo el significado de la palabra… Aunque sea un verbo, no llego a entender cómo «los restos de un naufragio pueden llegar a «batir» una playa…» En fin, no detallo más, puesto que abundan. Supongo que me falta imaginación… Este trabajo es sólo un intento de conseguir un mal relato con pretensiones…

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  22. Ana M. dice:

    El lector de ficción sabe que para penetrar un relato debe dejarse llevar. Es lo se llama suspensión temporal de la credibilidad, o algo así. Si no fuera por ese acuerdo mudo entre autor y lector obras maestras como, por ejemplo, Moby Dick no podrían admitirse ya desde la primera página.

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  23. GAEL dice:

    Sobre todo siento en tu prosa, Luc, un narrador con oficio. Sin embargo, es una narración que, desde mi punto de vista (y discúlpame por ser tan subjetivo) adquiere su mayor fortaleza en la postal de Virginia. Un recuerdo muy bello por la carga de nostalgia que emana. Lo anterior, a pesar de estar bien descrito, me parece un fluir un poco lento, aunque… es compatible con el tema. Sí. El texto es lento pero camina como el elefante… lento pero seguro.

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  24. neopatafísico dice:

    Aunque creo que nos alejamos mucho en edad y gustos literarios, te tengo que alabar tu trabajo comentando todos los relatos, y tomándote tu tiempo para conseguir leerlos todos, que no es una tarea fácil. El año que viene quizás debieramos postularte como miembro del jurado, porque creo sinceramente que te lo mereces. Por último, decirte que en el reverso de la postal en vez de encontrarse con Alejandría, también pudiera encontrarse el cuadro de la joven mirando por la ventana de Dalí, que creo que es una bonita comparación.

    mucha suerte Luc.

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  25. Luc dice:

    Gracias a los veintidós que habéis tenido el detalle de colgar un comentario previa lectura del cuento. Sinceramente, me ha resultado muy grato leeros a todos.
    Y también, por si se diera el caso, agradecido de antemano a futuros comentaristas, puesto que me marcho un par de semanas de vacaciones y no podré leerles de inmediato.
    Hasta entonces, salud, fuerza y tranquilidad.

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  26. LUCIO ANNEO dice:

    Nostalgia, dolor por la pérdida… ¡Qué sensación tan conocida esa de echar la vista atrás y arrepentirnos de lo hecho y también de lo que hemos dejado de hacer! Felicidades, es un estupendo relato. Mucha suerte.

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  27. RUIZ DE LA MUELA dice:

    En primer lugar felicitarte por el esmero y la vocación de leer cuantos relatos has leido. En segundo lugar como has dulcificado tus críticas para no herir susceptibilidades. En tercer lugar darte la enhorabuena por tu relato, has sabido exponer excepcionalmente la ternura y deseo de un recuerdo

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  28. Esperanza004 dice:

    Un relato muy bueno Luc. Tu forma de narrar a mi me recuerda a Carlos Ruiz Zafón. Un saludo y suerte.

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  29. Rosa azul dice:

    Bueno, ya había leído tu relato, Luc, pero no dejé comentario alguno. Buen relato y mejor todavía los comentarios que has ido dejando a todos los compañeros de este arte. Muchos te echaremos de menos estos días. Seguro que, de una manera u otra, te leeremos en la final…

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  30. Hank dice:

    Uno de los errores más comunes en escritores noveles —y supongo al decirlo que usted lo es— consiste en la creencia absurda de que rizar el rizo es escribir con estilo, en la suposición de que los lectores somos ignorantes que nos dejamos anonadar por la retórica facilona y los cultismos más o menos elaborados.
    Y siento disentir de la mayoría de sus aduladores, pero no entiendo cómo expresiones del tipo de “…la en otros tiempos magnífica construcción…” o “La desolación embargaba cada metro del claustro de la antigua facultad…” pueden considerarse otra cosa que no sea retórica gratuita (abunda en todo el texto, pero no quiero cansarle a usted ni a los demás lectores).
    Las formas deben ayudar al contenido de los relatos, no a diluirlos en una especie de feria de las palabras. Trate de aportar más naturalidad a sus textos y comprobará que ganan en interés. Lo demás es un brindis al “miramamáquébienlohago”.
    Suerte, aunque creo que ya cuenta usted con una buena corte de lectores sumisos.

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  31. Ana M. dice:

    «Al comienzo de todo, teníamos un día radiante, perfecto.»
    «Podía sentir cómo los rayos del sol me succionaban los brazos desnudos.»
    «Seguro que mi señal de interrogación aún sigue allí, sumergida en el fondo del estanque lanzando brillantes destellos como un fragmento de bruñido metal..»

    Bueno, esto es solo una muestra que he elegido al azar del libro que casualmente tenía más cerca de la mano .»Sauce ciego, mujer dormida» (qué gracia el título viene a cuento….) de H. Murakami, el relato es «La tía pobre» (también parece que tenga sentido…)

    En conclusión, justamente las frases: «la en otros tiempos magnífica construcción…” o “La desolación embargaba cada metro del claustro de la antigua facultad…” del relato que comentamos, están en consonancia y forman correlato con el contenido de la historia.

    Me fastidia defender el relato de alguien que, a fin de cuentas, ni me va ni me viene, pero me fastidian mucho más los listos de gomina y el peligro de que confundan.

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  32. Croqui dice:

    La an´ecdota en este caso funciona principalmente como veh´iculo para lucir una prosa florida.

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  33. Hank dice:

    Si pretende usted , Ana M., comparar el trabajo de Murakami con el de cualquiera de los presentes, empieza mal. Él es un genio y el contexto del que ha extraído esa frases nada tiene que ver con el de este relato.

    Si además se cree en la obligación de romper lanzas en defensa de lo mal escrito, le está haciendo un favor muy pobre a nuestro compañero Luc.
    Estos foros deberían utilizarse para mejorar nuestra técnica y estilo narrativos, no para enfrentarse sin argumentos ni alabar sin motivo. Sea usted un poco más objetiva y opine en consecuencia. Todos saldremos ganando.

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  34. Hank dice:

    Lo de los listos de gomina, estimada Ana, termina de definir su categoría humana y crítica. Siga por ahí, que no va mal.

    Suerte.

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  35. Ana M. dice:

    Siento haberme dejado llevar de la pasión. Pido disculpas. Pero no se debe hablar sin saber lo que se dice. Un estilo de autor puede gustarnos más que otro, a mí también me ocurre. Sin embargo, eso no significa que se descatalogue un texto porque no encaje en lo que nos gusta leer, y menos aún sin haberlo comprendido.
    No he pretendido comparar el trabajo de Murakami con el de nadie, solo he demostrado que lo que consideramos «retórica gratuita» puede no serlo. Insisto, en el relato que comentamos las frases que ha criticado el contertulio formaban correlato objetivo con el sentido de la historia. Si alguien se niega a verlo, qué se yo a qué puede ser debido. Escritor, desde luego, no me parece que sea quien así ha opinado.
    Lo siento, me joroba ofender, pero tampoco me gusta que se trate el trabajo de una persona a la ligera. Y, en definitiva, con estas pequeñitas discusiones aprendemos todos.

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  36. Buenavista dice:

    Hay una expresión muy popular, por eso suena a tópica, de que «para gustos, los colores». Pues eso. En este mundo maravilloso de la literatura, como en cualquier otra manifestación artística, cada cual tenemos unas preferencias. Por eso me parecen algo infantiles las polémicas entre «los entendidos» sobre los estilos, las retoricas y todo lo demás. Para mi es mucho mas sencillo, toda aquella manifestación artística, ya sea literaria, pictórica, arquitectónica, o musical, me gustan cuando me emocionan, cuando despiertan mi imaginación, cuando al contemplarlas, oírlas o leerlas me recorre por el cuerpo un estremecimiento, una emoción. Este relato me lo produce.
    No quiero poner ejemplos de grandes autores que usan a veces ese estilo retorico, me eternizaría. También los hay tan parcos, tan secos y distantes que no mueven ni una sola de mis terminaciones nerviosas. Cuestión de gustos, como los colores. Soy muy básica, nada versada en criticas estériles. En fin, una lectora que admira el trabajo de todos y cada uno de los escritores aficionados que son capaces de presentar relatos tan buenos como los que aquí se leen. Me muevo por un instinto muy básico, puede ser, pero es ese que nunca falla, el de la emoción y la sensibilidad. Sera este el famoso sexto sentido?.
    Perdón por la extensión de mi comentario.
    Toda buena obra se caracteriza por tener grandes defensores y grandes detractores. Este relato, a pequeña escala, parece que malo del todo no es si es capaz de despertar semejantes pasiones.
    Me repelen los seres que se consideran dueños de la verdad absoluta.

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  37. Ana M. dice:

    Es cierto que, por encima de todo, el valor de una obra está en la emoción que es capaz de comunicar. Pero si no intentáramos analizar la forma en que esa obra ha sido construida, y desvelar con la razón su coherencia interna, nuestro pensamiento no existiría, seríamos tan solo un pálpito irracional.
    Muchas veces se critica lo que se no se puede comprender. Por eso el trabajo de análisis yo creo que es fundamental. No creo tampoco que se deba despreciar a los eruditos, sin ellos no conseguiríamos aprender nada.
    Y, claro que sí, creerse en posesión de la verdad absoluta es una muestra de infantilismo. Pero vamos, existen pequeñas verdades en esto de la literatura que para quien tiene práctica de leer son como una calderilla básica a partir de la cual se construye.
    Y hay otra cosa cierta: a fin de cuentas el relato de Luc nos ha llevado a hablar de todo esto, cosa que por sí sola ya es un mérito.
    Saludos cariñosos para todos.

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  38. Atena de fuego dice:

    ¡¡Estupendo!!
    Mucha suerte

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  39. LIRIA dice:

    Considero, Luc, que es un magnífico cuento. Tengo conocimiento de muchas nociones literarias y he sido jurado muchas veces. Para juzgar hay que poner en la balanza todos los elementos y luego redondear según nuestro saber, ningún relato podría dejar de ser mejorado. Por eso hay que saber sobrepesar, ver lo que más vale. Para esto no valen las reglas. La palabra «embargar» me chocó por lo común en los escritos chatamente retóricos y sería mejor que la sustituyeras. No el principio del relato, que le da la connotación de algo escrito por un jubilado que quiere empezar por algo convencionall, serio, una crónica y que desemboca en la creación de un ambiente nostálgico y real y en otro de verdadero erotismo. El cuento contrasta dos construcciones de bibliotecas que se han perdido, la de Alejandría y la Complutense, pero el amor ha quedado en la reliquia encontrada y en la carta. Las bibliotecas se relacionan con la felicidad de haber reunido lectura y amor, aunque fuera por una vez. Inmensa suerte, Luc, estoy segura de que es uno de los mejores relatos,si no el mejor.

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  40. Saraiba dice:

    Precioso relato, con cuidado lenguaje, y hermosas metáforas. Logra transmitir la sensación de nostalgia sin caer en ñoñerías.
    Para mi gusto le añadiría un párrafo final a modo de epílogo tras la carta.
    Suerte.

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  41. VIOLETA dice:

    Estimado Luc.
    Muchísimas gracias por tu voto. Sabes que tienes uno de los mejores relatos del Certamen y que estarás entre los finalistas. Me pregunto si eres el mismo Luc del pasado año con una historia sobre una maleta que me encantó…
    Mucha suerte en todo lo que te propongas.

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  42. Luc dice:

    El mismo, sí, Violeta, el mismo de la maleta misteriosa.
    No tienes que darme las gracias por el voto. Es pura justicia. Salga lo que salga al final, para mi gusto el tuyo es un auténtico primor de cuento del que puedes sentirte orgullosa.
    Y, de paso, enhorabuena por esa memoria. Tus neuronas son de primerísima calidad, te lo garantizo.

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  43. las trece rosas dice:

    Deberías haber estado entre los finalistas al igual que el año pasado, yo también disfruté con «La valija», ¿ese era el titulo?. Gracias por leerme y comentarme.
    Te deseo lo mejor.
    Te dejo mi blog por si te apetece leer alguna cosa más mía.
    Poesía más que nada
    http://poesamsquenada.blogspot.com/

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  44. Luc dice:

    LTR: La mayoría de las cosas de valor nos vienen poco a poco, al cabo de una larga travesía y de un esfuerzo constante y aplicado, adoptando en su inicio un aire de imposibilidad. «La valija» fue mi relato del año pasado, «Postal desde…» el de este año. Creo que nunca llegaré a conseguir un titular de portada, un puntazo, vaya, en esto de la literatura (lo intuyo más bien); pero, por encima de ello, me seduce hasta el blando del hueso (y casi siempre, además, me divierte) el ejercicico de empeño y paciencia que significa perseguir ese objetivo. Y eso ya es muchísimo.
    Gracias, pasaré por tu blog poético.

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  45. las trece rosas dice:

    Estoy de acuerdo contigo, a veces pensando en la meta nos perdemos el recorrido, al fin de cuentas eso es lo importante, disfrutar con lo que se hace, lo vivido.

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