premio especial 2010

 

Abr 22

Bajo el pórtico de la catedral de Canterbury, John I de Inglaterra* tembló de frío mientras contemplaba, indiferente, los techos brillantes de las casas que se apretaban frente a la plaza, recibiendo el aguacero. Se arrebujó hasta las orejas en la capa forrada de pieles, y luego dirigió la mirada a los abedules desnudos que escoltaban el cementerio, a su izquierda. Una de las gárgolas en forma de monstruoso simio vomitaba lluvia sucia por la boca y le salpicaba con alguna gota, la anécdota se le antojó una burla grotesca a su persona.

No escuchaba, o hizo ver que no oía, los alaridos de la chusma ni la salmodia del arzobispo, soltando latinajos incomprensibles para aquella gente que se agolpaba, indignada y furiosa, ante ellos, sin importarles mojarse hasta el tuétano. Una nube de incienso, suministrada por los canónicos, borraba las siluetas y le hacía cosquillas en la nariz.

Él pensaba en otros asuntos. Estaba en otra parte:

“La jaqueca por culpa del insumiso Robin*, sólo acabará cuando muera y cuando arda el maldito bosque de Sherwood. Ojala que eso ocurra mañana, y les doy un día más de vida, a él y a los árboles.»

Se mordió la uña del meñique con insistencia.

—Sire…— La voz aterciopelada del arzobispo le susurraba al oído.

Su imagen describía un símbolo siniestro e impresionante: cargado de pedrerías, vestido de seda púrpura, enguantado, capa forrada de armiño, mitra en la cabeza, y agarrando el báculo con un gesto obstinado.

—Sire… —reiteró el prelado— el Todopoderoso se ha pronunciado. Son culpables__ al titularle de Sire, tal como se citaban a los reyes en Francia, el clérigo aludía irónicamente al origen Anjou de la dinastía Plantagenet, pero a John no le molestaba lo más mínimo, al contrario, le confería un toque refinado.

—Desde luego —dijo John, pero  pensó: «Qué cinismo el tuyo, arzobispo»

Miró al viejo que mostraba el brazo derecho en carne viva, le sujetaban entre dos soldados y perdía el sentido.

El caldero hirviendo, instrumento mediante el cual se decidía el veredicto en la ordalías, humeaba diseminando burbujas en la superficie del agua mientras otras flotaban cual pompas de jabón.

Cubriéndose con la capa y a la vez de resignación interna,  John se levantó para pronunciar sentencia.  Reinó un raro silencio y únicamente se escuchaba el canto líquido de las gárgolas sobre el empedrado:

—Estos siervos no tienen derecho alguno al plantear su demanda. Mienten. Dios Todopoderoso se digna a comunicarnos su voluntad inapelable, que se manifiesta quemando la carne del litigante con el agua de la verdad. Si la razón estuviera de su lado, no se hubiera abrasado. Amén, loado sea el Creador, que Él se apiade de las almas de estos pecadores – dejó una  pausa estudiada en el aire y juntando las manos en un ademán piadoso, agregó: —Obispo Stephen Langton, en esta ordalía Dios os otorga la razón. Así lo declaro ante todos, yo, John Primero Plantagenet, rey de Inglaterra, Señor de Irlanda. Proceded.

El monarca bostezó, volviéndose luego a sentar. Pensaba: “Hablar yo en nombre de Dios, no está mal, da categoría ante la plebe, que falta me hace

Los subían al cadalso empleando la fuerza viva. La gente gritaba. Convenía abreviar:

—Con suma rapidez —ordenó el rey al oficial.

El coro de monaguillos subió el tono de los rezos en latín, a la vez dispensaban nubes grises y densas, propulsando los incensarios con ímpetus juveniles.

No obstante, estas argucias no sirvieron de nada.

Todos vieron como el más joven, un muchacho de apenas quince años, tuvo su última erección colgando de la soga. A nadie se le escapó que a la mujer se le veían las nalgas, balanceándose en la cuerda. La vieja parecía reírse imitando a un trapo sucio que alguien se ha olvidado en la cuerda, y se le seccionó la cabeza porque tenía el cuello muy fino. Los otros tres varones tardaron en morir, dado que sus gargantas eran de campesino recio. La niña no pudo ni chillar; murió en el acto.

John recapacitó que los antiguos romanos, acatando la prohibición legal de ejecutar vírgenes, tenían la delicadeza de desflorarlas antes de proceder. Hoy, esta niña moría sin probar varón. ¡Qué tiempos!

—Mueren como animales, raza de gusanos —sentenció sin levantar la voz, arrugando el entrecejo.

—Sire, no es una cuestión de razas. Se trata, más que de dinero, de hacer respetar el orden establecido. —El arzobispo lo dijo mostrando sus blancos dientes entre los labios.

—Verdad incuestionable. Los reyes coronados nunca os llegaremos a superar, Ilustrísima. Lleváis siglos de práctica y, además, os apoya Aquel… —Señaló al cielo con el mentón— que a nosotros, aunque reyes, nos sanciona y critica. Excelencia, jugáis con ventaja. Y en cuanto a derramar sangre, no tenéis rivales. Me basta con citar cuatro cruzadas y algunos procesos sobre determinadas herejías que lleváis acabo, personalmente, con un celo que titularía de encomiable y extremadamente rotundo.

El arzobispo cerró los ojos sin querer replicarle al soberano.

—Entre tú y yo, dime Langton__ el monarca se inclinó levemente hacia el clérigo__ ¿Nos sale a cuenta montar este espectáculo lamentable que puede costarnos caro, para confiscar un patrimonio de cinco cerdos, un campo de nabos, dos vacas y una choza? Se han negado a pagar el diezmo de tres años aduciendo malas cosechas. Con darles una tregua, ¿qué perdíamos? Nada, y ganábamos fama de misericordiosos. Siempre resulta. Te advierto que seré yo el encargado de sofocar la revuelta de esta chusma apoyada por Robin y los suyos, porque, Excelencia, tus canónicos declinan el varonil honor de empuñar una espada—Langton desplazando ligeramente sus pesados y crujientes ropajes le respondió:

—John Plantagenet, monarca de los ingleses, te conozco y me conoces. Tuvimos nuestras diferencias, pero hablaré con franqueza. Tu hermano lo supo y otros antes que él. Desde los Césares de Roma la cuestión pecuniaria no importa tanto, lo vital es mantener la disciplina; y si falla, dar ejemplo. Ahora esta gente sabe lo que acarrea negarse a satisfacer el diezmo, el tributo, la leva o cualquier cosa que les mandemos. Ahí tienen la muestra, penoso, y nos disponemos a rezar por sus almas; pero es imprescindible. Sire, si nos vieran débiles, indecisos, blandos, se juntarían todos contra nosotros. Imagínatelo; son mayoría absoluta.

—Amén. Siempre tenéis razón. Por algo fuisteis doctor teólogo en la prestigiosa Universidad de París. Allí se aprende algo más que latín y derecho canónico, en los anaqueles ocultos guardáis el secreto de la sapiencia, aquella antigua, vedada, pero al alcance de vuestras mentes discretas y templadas.

Asqueado de dar coba, aunque fuera la justa y protocolaria, a ese gusano engreído con mitra, John se levantó para ponerse a cubierto. La lluvia arreciaba y en el nártex que precedía a la entrada del templo, se ahorraba mojarse sin perder de vista los acontecimientos en la plaza. Apoyado en una de las finas columnillas, como de pasada, le advirtió al arzobispo:

—Arzobispo, jamás olvides que llevas el báculo que yo te permití empuñar aceptando los términos del Papa Inocencio. Costó grandes y mundanales esfuerzos, sangre auténtica y mil libras anuales que os pagamos religiosamente, nunca mejor dicho, en nombre de Inglaterra e Irlanda.

—Jamás lo olvido, sire. Al final la voluntad del que ocupa el trono de Pedro se impuso, ocurrió en Dover hace medio año y ante el legado papal y los caballeros del Temple. Gracias a la Bula Áurea volviste al redil de la Iglesia como uno de sus hijos predilectos, y así la excomunión de tu persona real quedó abolida. Inglaterra se encuentra de nuevo acogida bajo la tutela de la verdadera fe y los testarudos barones tendrán que rendirte armas o verse arrojados a las tinieblas. Rey John, la Santa Sede es una aliada misericordiosa.

El arzobispo sonrió sin enseñar los dientes, frunciendo sus finos labios en algo similar a una mueca.

John le abofetearía, citar la misericordia ante el espectáculo de aquellos ajusticiados por voluntad de la Iglesia, le parecía el colmo de la impudicia. Sin embargo, ante los conflictos bélicos que se avecinaban con los barones, contar con el apoyo “divino” le iría de primera. Lleno de rabia se dijo: “Algún día el rey de Inglaterra será la cabeza de la Iglesia en este país y los obispos, sus vasallos.

— ¡Sacad los despojos de mi vista, imbéciles! —ordenó al capitán de la guardia.

Aquello podía degenerar en un altercado. John suspiró resignado. Tenía que estar en todas porque le rodeaba un atajo de inútiles.

De reojo vio que los cuerpos de los ajusticiados eran llevados hasta un carro para quemarlos discretamente en un lugar igualmente discreto. El vocerío del populacho subía de intensidad y su jaqueca también. Dando por terminada la dichosa ordalía, penetró en la catedral.

Al entrar en la nave escuchó el retumbar de los cánticos gregorianos entonando el Dies irae de la Misa de Difuntos para salvar las almas de los pecadores que acababan de ejecutar.

El ambiente era pesado, turbio, apestando a cera. Las cabezas de los nobles y sus esposas se volvieron, inclinándose ceremoniosamente ante el rey de Inglaterra, las sedas restallaron, tintinearon las cadenas de oro, uno tosió llevándose el puño a los labios.

Stephen Langton ocupaba el trono reliquia del San Agustín y John se contentó con otro a su derecha, situado en el transepto, dos peldaños por debajo. Evadiéndose de esa molesta y pública humillación, el rey meditaba:

«Thomas Becket. Cuando mi padre Enrique te hizo asesinar en el atrio de esta catedral se perdió la decencia, sin embargo aquello supuso una lección para el clero. Si yo hubiera nacido con el valor de mi padre, a Langton le aplicaría el mismo tratamiento

John estornudó. El frió reinaba entre los pesados capiteles esquemáticamente corintios y la humedad, convertida en serpiente sinuosa, chocaba contra los arcos de medio punto, las pilastras, el pavimento de piedra y envolvía los espíritus de los soldados y santos aquí enterrados en posturas yacientes.

En su sepulcro de mármol, tendido como durmiendo, Thomas Becket era la única alma pura bajo los techos de la catedral. Francamente, eso admitía el rey John.

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John I, rey de Inglaterra, Señor de Irlanda (1116-1216) llamado Juan sin tierra. Hijo de Enrique II Plantagenet y Leonor de Aquitania, hermano y sucesor de Richard, Corazón de León. *Robin- Referente a la leyenda de Robin Hood y su banda en el bosque de Sherwood, enfrentándose a los abusos del poder feudal.

15- Ordalía…el Juicio de Dios. Por Medusa, 6.4 out of 10 based on 27 ratings

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19 Responses to “15- Ordalía…el Juicio de Dios. Por Medusa”

  1. Ágata dice:

    Me parece, más bien, el capítulo de una novela. Por tanto, echo en falta el principio y el final. Como relato corto, me parecen muchos personajes y datos, y sobran palabras…
    Me gustan mucho algunas imágenes, así como algunas descripciones utilizadas.

    Suerte.
    Mi relato es el 41

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  2. Antístenes dice:

    Los «apartes» explicativos cuando un personaje se expresa «rechinan». Y no coincido con el anterior comentario. Desde los noventa se estila que un «relato» debe ser contado en primera persona, dado que los «nuevos patriarcas» de la literatura así lo decidieron. Pero no está nada mal, a mi modo de entender es bueno… Y no suelo decirlo…

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  3. Roberta B. dice:

    Me gusta como la crueldad de los actos que se relatan se trata de una forma distante, en una conversación casi intrascendente para los que la mantienen. Por otra parte, se refleja muy bien hasta donde llegaba el poder de la iglesia. Enhorabuena, te deseo suerte en el certamen.
    (Estoy en el número 27 por si te apetece leer mi relato)

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  4. Rosa azul dice:

    ¡Me ha encantado!

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  5. MaxEstrella dice:

    Es bueno, me has hecho sentir pena y asco. Bien. Suerte

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  6. callie dice:

    Me ha gustado. Suerte en el concurso.

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  7. la ciudad dice:

    me ha gustado. creo que no es facil escribir un relato en donde intervienen personajes históricos, pero creo que tu te has documentado muy bien. te deseo mucha suerte, yo estoy en el 22 por si quieres leer mi relato

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  8. HÓSKAR WILD dice:

    Excelente la frialdad con la que se narran las ejecuciones. Buena redacción.
    Mucha suerte.

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  9. Caimán azul dice:

    Hola
    1. La historia es muy interesante.
    2. Manejas un excelente léxico, debes aprovecharlo. Te felicito.
    3. En «El arzobispo lo dijo mostrando sus blancos dientes entre los labios», creo que sobra «entre los labios».
    4.Falta más asonancia en los diálogos. La manera de decir las cosas de un personaje puede confundirse perfectamente con la de otro personaje. Es como si uno solo hablara a lo largo del relato.
    5. En «Su imagen describía un símbolo siniestro e impresionante: cargado de pedrerías, vestido de seda púrpura, enguantado, capa forrada de armiño, mitra en la cabeza, y agarrando el báculo con un gesto obstinado», creo que «impresionante» sobra, lo impresionante deberías escribirlo con otras, es decir, darlo a entender con la descripción y no decirlo. Es comodecirle a alguien: «mira, mi cuento es bueno», en vez de demostrarlo. De otra parte, fíjate en que «…y agarrando el báculo» hace que el párrafo esté mal redactado. Debería ser algo como «…estaba cargado de…y agarraba el báculo…». Falta una conexión entre esas últimas palabras y el resto del párrafo.

    Te invito a leer mi cuento El hombre del mar, es el #40.

    Éxitos.

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  10. Catamarán dice:

    Me gustó la primera vez que lo leí, pero anoté dos errores ortográficos que deberías corregir. Como nadie lo ha hecho, allá voy: en el segundo párrafo, «suministrada por los canónicos», debería decir «canónigos», sustantivo. Lo de canónico es un adjetivo, que se ajusta a un canon. Y luego, por la segunda mitad, un «atajo» (camino más corto) es un «hatajo» (hato pequeño, tropa de gente o animales).
    La actitud displicente de clérigo y monarca están muy conseguidas, así como el «decorado», muy gráfico. Suerte.

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  11. LUCIO ANNEO dice:

    Me apasionan los relatos históricos, coincido con Ágata en el aspecto de que podrías plantearte una novela. El pequeño fragmento con el que nos has obsequiado es estupendo. Te felicito y te deseo mucha suerte.

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  12. Saraiba dice:

    Una lección de historia, con datos más que interesantes, y mucho cuidado en los detalles pequeños que producen la sensación de «visibilidad» de la historia.
    De los que he leído hasta ahora, uno de los pocos que eleva el nivel.
    Suerte en el certamen.

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  13. Susurros de tinta dice:

    Tu facilidad de narrar es impresionante, he leído por ahí que esto daría para una novela y es que ese es tu género sin duda alguna, tus descripcciones minuciosas, nos traslada a la época que reflejan tus escritos siempre, bien documentados, he sentido la humedad, el olor del barro mezcaldo con el del incienso y el de la piel cocida, he oído el crujir de las vértebras y he sentido correr por mis venas el odio y la indignación del pueblo ante tan grotesco espectáculo, miles de besossssssssss.

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  14. arracada dice:

    Me ha gustado mucho. Bien trabajado, lexico muy bueno… y sobre cómo debe ser un relato ¿quién lo certifica?

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  15. Medusa dice:

    Gracias a todos y todas, admito de corazón que siempre aprendemos y que los gustos, maneras y estilos de escribir…componen la diversidad.
    Es muy estimulante que te lean y acepto todas las opiniones, incluso las correcciones, y los elogios, pues resultan el motor que me empuja a seguir. Saludos y suerte.

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  16. Galata dice:

    En general no corrijo nada porque ya veo que muchos se han adelantado. Me ha gustado sobre todo por su originalidad. Me explico, normalmente un relato corto ahorra en personajes, descripciones, en referencias… Sin embargo, tú te has saltado las reglas y con cierta elegancia porque has conseguido mantenerme atrapado para saber qué ocurre, y también por lo bien redactado que está el texto. El final, desenlace es muy fino. Está también excelentemente documentado.

    Mucha suerte en el certamen,

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  17. Mimí dice:

    Como un reguero de luces los adjetivos iluminan los nombres de tu relato para construir un sendero, y desembocar en el sumum del regodeo.Disfruté cada una de sus parpadeantes lucecitas, me han iluminado como velas en una noche de verano y sus voces tenebrosas, sus gritos lapidadores, los olores acres, … el espejo de sus muecas han venido a representarse frente a mi.

    Desde las sombras saltaron chinescas las siluetas del presente que convierten en más actual si cabe tu relato, cambia los nombres, y verás la crisis galopando, sustituye nobleza y curia por bancos, y nada habrá cambiado.

    Me parece una estupidez (seguro el que lo escribió ya se ha arrepentido) eso de «desde los noventa se narra en primera persona…» . ¡Ay las normas del mercado!, ese acto de rebeldía del primer narrador en primera persona ahora lo transformamos en obligación, en tradicción, y al final con tanta norma se pudrirá en su propio encasillamiento.
    ¿Cuál es la funcion de la literatura? Transmitir, comunicar, conmover y para ello que utilice los medios que encuentre más acertados.

    Por concluir … lo he disfrutado muchísimo ¿Qué más puedo pedir?

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  18. César dice:

    Me dieron esta dirección y aquí me vine. No he perdido el tiempo, me ha gustado tu relato. Algunos, entre otros leidos al azar, también me han parecido interesantes. Sobre todos ellos veo que se ciernen avidos críticos de uña y pico afilado. Las nuevas generaciones de críticos estan aseguradas.

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  19. Hara Kei dice:

    Buen desarrollo de personajes, de diálogos. Muy destaca-ble el lenguaje, la elección de las palabras y el desarrollo de las imágenes para bosquejar la época en la imaginación del lector.

    No te puedo dar naranjazos porque ya te los había puesto (antes de leer el relato jejeje) pero bien merecidos te los tienes. Felicitaciones.

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