premio especial 2010

 

May 22

Estoy empeñado en ser mecánico y “gigoló” y ningún profesor engreído será capaz de quitarme la idea. Sólo tengo trece años, pero soy rubio y dicen mis amigas que bastante guapo. Es cierto que no mido demasiado, de hecho, algún gracioso de los que me encuentro en las discotecas ha llegado a llamarme “piojo molesto”, a la vez que me apartaba de su camino con una insolencia de la que algún día me vengaré. Estoy seguro de que aún me quedan dos palmos por crecer, los necesarios para comenzar mi carrera de explotador femenino.

            Acabo de empezar el curso y ya me están taladrando con sermones inaguantables. La psicóloga me enciende, me pone de los nervios. ¿Cómo se puede ser tan vieja y tan necia? Cada vez que viene a recriminarme algún acto de los muchos que a ellos les molestan, yo pongo cara de mosquita muerta, agacho la cabeza y si es necesario me echo a llorar tímidamente. De inmediato, muestro mi arrepentimiento (a veces ni siquiera sé de qué me estoy arrepintiendo). Cuando salgo de su despacho, no puedo contener la risa. Alguna vez el Jefe de Estudios me ha descubierto el gesto, pero es todavía más inocente que la psicóloga. Bueno, éste es todavía mejor: tiene menos genio que el peluche de mi hermana pequeña. Al verme salir con esa sonrisa maliciosa, se me ha acercado alguna vez para decirme lo bien que me sentaban las charlas con la psicóloga, que se me veía más alegre. El nuevo tutor ya ha empezado con los sermones de siempre: primero me los lanza en clase, luego me saca al pasillo y me fatiga la oreja con las mismas palabras que llevo oyendo desde 5º de Primaria. Y lo mejor es la soberbia de todos ellos, ¿quiénes se creerán que son? A veces los oigo hablar en el patio, por los pasillos, en la biblioteca donde me aíslan para que no contamine a mis compañeros, y es curioso comprobar cómo ninguno de ellos escucha al otro. A todos les gusta oírse tanto a sí mismos, están tan hinchados de viento podrido, que no prestan ninguna atención a lo que ha dicho su contertulio. Justo lo que nos recriminan una y otra vez en clase (que no atendemos a los tostones que nos endilgan), lo hacen ellos de manera sistemática en sus conversaciones. ¡Vaya personajes insoportables! Pues bien, como os decía, este nuevo tutor, encima, se intenta hacer el gracioso y resulta patético. Es de ésos que nos abordan como si ellos hubieran sido alguna vez como nosotros, de ésos que te comprenden perfectamente, que también han tenido trece años, que también cometían fechorías de las que luego se han arrepentido…,¡ vaya pelmazos sin sustancia! Casi prefería al borde de don Cosme, jubilado o medio muerto, no sé. De vez en cuando se le escapaba algún cachete. Eso sí, siempre cuando estábamos a solas. Pero, por lo menos, no tenía que aguantar las blandas memeces y las mentiras piadosas del nuevo. En uno de esos sermones interminables, el otro día se me escapó y le dije a mi tutor que se dejara de preocupar por mi futuro, que yo ya lo tenía claro: “quiero ser mecánico y gigoló”. Se le escapó una sonrisa al muy necio, y me dijo que tenía la cabeza llena de pájaros. ¿Y él?, ¿qué lleva en esa caldera que aguantan sus hombros? Buitres, porque está ya medio podrido.

            Hoy no pienso ir a clase, además, son las doce de la mañana y me acabo de levantar. Mi madre se ha olvidado de llamarme o quizá duerme todavía la mona que cogió anoche. En el estanque se respira mucho mejor que en esos cuartos hediondos donde reptan mis idiotizados compañeros entre las perneras de los profesores. ¡Qué pena de muchachos! No me explico cómo pueden aguantar amarrados a las sillas de tortura durante seis horas mientras esos tipos que no se escuchan entre ellos vienen a levantarnos la tapa de los sesos con sus monsergas. Es una delicia tumbarse aquí, sobre la hierba. Oír el agua de la cascada caer sobre el rumor de los patos que el Ayuntamiento compró la semana pasada para darle más vida a este rincón. En el fondo soy un tipo tranquilo, sólo me altero cuando no me dejan en paz, cuando pretenden que haga cosas que no deseo, cuando me obligan a pasar por el aro. En esos momentos me pasa como a estos patos que tengo a la vista cuando se pelean por una corteza de pan: me levanto contra todos y espero mi ocasión para vengarme.

 De vuelta a casa, antes de comer, aprovecho para revisar mi taller de bicicletas. Lo tengo instalado en plena calle, no dispongo todavía de un lugar adecuado para montar y desmontar las piezas que voy recogiendo de los desguaces. Me contento con tener en la puerta de casa un montón de chatarra que me sirve para ir practicando lo que será mi profesión diurna: mecánico especializado. Seguro que esos torpes profesores que tanto hablan y hablan, perdidos en una palabrería imposible, no saben  ni siquiera lo que es una dinamo, ni serían capaces de arreglarse por sí mismos un pinchazo. Eso sí, son especialistas en lo inútil y peritos de la tontería.

No podía creer lo que estaba viendo: en la puerta de casa no había nada. La zona del arcén de la carretera nacional que ocupaban las piezas de mi improvisado taller había sido limpiada por completo. No quedaba ni rastro de todos aquellos miembros metálicos que con tanta dedicación había ido recolectando por los alrededores. Me habían dinamitado mi verdadera escuela.

Mi madre no sabía quién había asolado mi taller pero tampoco le importó mucho. Precisamente ayer, en la biblioteca del instituto, oí hablar a varios profesores sobre lo buenos estudiantes que eran ellos, el respeto que mostraban hacia sus maestros y cómo aprendían mucho más que ahora. Esta conversación no es la primera vez que la oigo y es posible que tengan razón, no hay más que ver el producto de tan esmerada educación: mi madre, sus vecinas, los viejos del bar y ellos mismos. Si todos ellos son el producto de esa fantástica escuela que nada tiene que ver con la actual, prefiero no ir a ninguna.

Me acababan de quitar lo único que me importaba: mi futuro, y no iba a parar hasta enterarme de quién había sido el causante. Una vecina de mi escalera me informó maliciosamente de que el camión del ayuntamiento había cargado toda la chatarra que había en la puerta porque estaba invadiendo una vía pública y porque la del segundo se había quejado de que aquello pareciera una planta cutre de la Volvo. El Ayuntamiento, el puto ayuntamiento. No podían ser otros. Si no tenía bastante con el martirio diario de la escuela, ahora la otra institución pública terminaba de hundirme en la miseria.

Esa noche dormí en la ribera del estanque. Me despertó el fresco de la mañana y el fragor mañanero de los patos. Los observé durante un buen rato, se deslizaban plácidamente y miraban con estupidez a uno y otro lado. La furia había dado paso a una sensación agria de desapego. Curiosamente, una frase que habíamos leído en clase una semana antes vino a mi cabeza (con seguridad, es la primera vez que recuerdo algo de ese lugar infecto): “tuércele el cuello al cisne”. Arrojé unas cortezas de pan que llevaba en los bolsillos cerca de la orilla. De inmediato, los tres patos colocados allí por el ayuntamiento, llegaron hasta mí. Agarré a uno de ellos por el estilizado cuello, con fuerza. Fue fácil: se lo retorcí con rapidez y fiereza. Crujió como una caña seca. El gañido del pato se silenció de inmediato. Repetí la acción con los otros dos. Una sorda satisfacción iba adueñándose de mí, pero todavía no había llenado el hueco de mi venganza. Arranqué del suelo tres estacas afiladas de una empalizada que circundaba el estanque y empalé a los tres patos para disponerlos en fila bajo el cartel turístico del ayuntamiento.

Quiero ser mecánico y “gigoló”. No paro de repetírselo a los miembros del concejo que me han acorralado en su despacho de lujo. Mecánico y “gigoló”, sólo me faltan las bicicletas que me robasteis y dos palmos más de altura. Ellos vociferan y amenazan, pero los oigo lejos y una frase viene a mi cabeza: “tuércele el cuello al cisne”.

167- Miika y Rubén Darío. Por La Sini, 6.5 out of 10 based on 22 ratings

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6 Responses to “167- Miika y Rubén Darío. Por La Sini”

  1. Luc dice:

    El relato es un monólogo que pierde imprevistamente su narración en tiempo presente, el más apropiado en estas historias intimistas, para mantenerse en pasado desde aproximadamente la mitad, y en el último párrafo volver al presente. Queda raro. Desorienta.
    El conflicto (la desaparición de su querido taller o, también podría ser, el cruel holocausto de unos pobres patos) aparece a la mitad del texto en el primer caso y al final en el segundo. Hasta entonces no veo más que un posicionamiento del narrador y su entorno, muy bien contado, por supuesto, pero demasiado largo (el segundo párrafo es interminable).
    Creo que siempre es mejor empezar por el conflicto e incorporar poco a poco la información previa e ilustrativa de los porqués de la acción.
    Aunque, con un protagonista al que se le puede sacar tanta punta, tal vez has decidido que ya es por sí mismo un puro conflicto y te centras en él desde el primer renglón. En ese caso, perfecto.
    El arranque, un hallazgo.

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  2. HÓSKAR WILD dice:

    Estos chicos del ayuntamiento no dan una a derechas. Así les va.
    Mucha suerte.

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  3. Antístenes dice:

    Una historia, con un aceptable comienzo, desperdiciada. Un par de sugerencias: cuando se desarrolla una historia en dos tiempos, que se van entremezclando, lo normal es utilizar tipos de letras distintas (suele utilizarse la cursiva para determinar uno); la segunda es que la revise de nuevo, la «limpie» y, sobre todo, haga por aprender algo sobre el uso de los signos ortográficos en el ritmo narrativo.
    Suerte.

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  4. la ciudad dice:

    Más que una historia es una reflexión, entretenida y bien escrita (salvo algunas partes). suerte

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  5. La Sini dice:

    Gracias por los comentarios, aunque críticos, son aceptables para reflexionar sobre lo que uno ha escrito. El único que no he terminado de entender y me ha conturbado por mi condición de profesor de Literatura es el relativo al empleo de los signos ortográficos en el ritmo narrativo. No sé a qué se refiere Antístenes, ni si ha tomado como referencia a Todorov, a Prop, a Zavala o a Domínguez Caparrós en esa alusión a la ortografía narrativa, o si se refiere a una estrategia estructural, conjetural o normativa. Por favor, me gustaría que me lo aclarara. En cuanto al uso de otro tipo de letra para señalar un cambio temporal, me parece totalmente innecesario dada la claridad con que se ha entendido y, además, porque tiene que ver más con una reflexión introspectiva para redondear la personalidad del personaje que con la anécdota propiamente dicha. Saludos.

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  6. F. Beyle dice:

    Hola Sini,
    la historia me gusta, pero me lía también el uso de los tiempos.
    Otro punto es que la voz narrativa no me parece la de un niño de trece años, no me resulta verosímil. Quizás hubiera sido más sencillo abandonar la primera persona.
    Bueno, ahí quedan estos comentarios para tu reflexión.
    Suerte y un saludo.

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