premio especial 2010

 

May 18

 En el pequeño transistor se escucha el avance meteorológico: “Para el día de hoy se prevé que el mercurio no sobrepase los cuatro grados sobre cero”. Damián comienza a vendarse pacientemente las piernas y después continúa con  los brazos. Acto seguido se coloca unos leotardos de lana y una camiseta de felpa de manga larga. Termina de vestirse poniéndose unos vaqueros y un  grueso jersey. Coge una gran bolsa que tiene preparada y pasa al dormitorio a despedirse de su mujer. La besa con ternura mientras le recomienda que no olvide tomarse las pastillas. Ella le pide que no se quede mucho tiempo allí y vuelva pronto a casa.

Sobre las nueve de la mañana Damián coge el metro y se traslada desde Vallecas hasta Sol. Camina hasta la Plaza Mayor, busca una ubicación y deja la bolsa en el suelo.

Hace poco más de dos años era uno de los  mejores soldadores de su empresa.  Quizás el más experto y valorado. Su pequeña estatura le facultaba para realizar las soldaduras en los lugares más recónditos y también para colgarse de las más altas vigas. La templanza de sus nervios junto a su enorme responsabilidad contribuían a hacer de sus trabajos verdaderas obras de arte. Entonces el trabajo abundaba y estaba bien pagado y por ello con el acuerdo de su mujer, Matilde, ambos decidieron comprarse aquél ático tan bien situado donde vivieron quince años llegando a ser casi felices. Tan sólo les faltaba esa alegría que traen los hijos; éstos no llegaron a pesar de todas las pruebas y fecundaciones a las que se sometió Matilde.

Pero la muy anunciada crisis llegó. A pesar de que nadie se había preparado para recibirla. Las obras se paralizaron por todo el País y, como siguiendo un mandato divino el dinero desapareció de la faz de la piel de toro. Damián perdió, al igual que sus compañeros, su trabajo y al acogerse a la ayuda por desempleo sus ingresos menguaron de manera alarmante. Únicamente les llegaba para comer y pagar los gastos de la casa. Tuvieron que dejar de pagar la hipoteca y al cabo de dieciocho meses, tras sucesivos apremios y ultimátum, el banco efectuó el embargo del ático. El matrimonio rondaba la cincuentena y se vieron obligados a buscar un pequeño piso  de alquiler en el lugar más barato que encontraron.

De la bolsa extrae un mono pintado con purpurina dorada mezclada con una pequeña parte de pintura negra, se lo pone, se calza unos zapatos pintados igual y acto seguido coge un frasco donde guarda parte de la mezcla e introduce los dedos y se embadurna la cara y manos y por último el pelo. Coloca una peana que lleva con idéntica pintura y también un pequeño cajón que coloca delante. Se sube a la peana y adopta una postura parecida a la de un esquiador de fondo.

La gente que  pasa se detiene ante él; les resulta curioso su disfraz  y piensan en lo que quiere simbolizar. Unos dicen: “Es un Madelman”. Otros sugieren: “Es un hombrecillo de bronce”. En lo que todos están de acuerdo es en su baja estatura: “!Qué pequeño y qué delgado es!” Comentan al mirarlo.

Lo cierto es que ni él mismo sabe porqué decidió aquél atuendo; cuando fue a la tienda de bricolaje pensando en pintar el mono azul del trabajo lo más brillante que vio fue aquel frasco de purpurina y lo compró sin pensar nada más. La verdad es que nunca tuvo mucha imaginación y Matilde le ayudó un poco en su acabado.

Damián se mantiene inmóvil mientras los músculos de sus extremidades se entumecen y únicamente lo delata un leve pestañeo.  Una joven advierte a otra: “!Mira no es una estatua! ¿lo has visto pestañear?”  Una pareja se hace una foto junto a él; y un niño comienza a darle pataditas en las espinillas para cerciorarse de su autenticidad, con esa especie de crueldad infantil que los caracteriza, hasta que la madre se percata del acto y corta por lo sano llevándoselo de allí  agarrado del brazo.

Algunos, los menos, dejan caer una moneda por la ranura del cajoncillo; éste consiste en una caja de madera rectangular y cuya parte frontal tiene forma de rampa donde al terminar ésta se abre la ranura que deja caer las monedas para que sólo con la llave del candado que tiene detrás y Damián guarda en su casa, puedan sacarse. Él había inventado este sistema después de que en dos ocasiones unos gamberros le robasen el cestillo con toda la recaudación.

Soporta los dolores musculares hasta que llega su límite que es cuando comienzan a saltársele las lágrimas; entonces lentamente su cerebro ordena el movimiento a los músculos y éstos como si perteneciesen a un anfibio y volvieran de un letargo invernal inician  el lento movimiento, que dura unos minutos, para de nuevo volver a la posición anterior.

Se había agarrado a la mímica como la última tabla de salvación después de terminar con la prestación del desempleo, después de despedirlo de su trabajo como camarero, después de que ni una mala chapuza le saliera con la que pudiese sacarse unos euros. Y como las desgracias no vienen solas, Matilde tuvo que operarse de cáncer de vejiga y tardaba en recuperarse; la quimioterapia la mantenía entre la cama y el baño la mayor parte del día. En el pequeño piso de planta baja faltaba higiene, se respiraba una atmósfera insuflada de medicamentos.

Mientras escucha el murmullo de la gente que transita y los comentarios de las personas que se detienen a observarlo, Damián, con los ojos cerrados, se concentra efectuando con la mente una de las miles de  soldaduras que antes realizaba y ve pasar el cordón de acero con lentitud mientras saltan chispas brillantes y jubilosas alrededor.

Pero esta vez tiene que soldar una recta que no se acaba, no tiene fin, es una recta que sigue y sigue, como si fuera un camino que no lleva a ninguna parte; sólo oscuridad lo rodea; no se ve ninguna bifurcación, nada que pueda parecerse a una salida, y la recta parece estrecharse cada vez más; la soldadura es ya como un fino hilo de coser… Un seco golpeteo lo hace volver a la realidad, es un perro vagabundo que la ha tomado con su cajoncillo. Está anocheciendo y la plaza se ha quedado casi desierta; el frío ha hecho retirarse a la gente antes de lo habitual. Con las piernas acorchadas y poseídas por calambres como rayos que las cruzan de forma aleatoria,  Damián empieza a quitarse el mono y se pone su ropa que había guardado en la bolsa. Saca un frasco con alcohol e impregna  un pañuelo de papel y se limpia la cara y manos;  después con éstas, se frota el pelo.

Sentado en el metro va pensando que no ha sido un buen día, la baja temperatura ha disminuido la afluencia de público a la plaza y con ello también las monedas que contiene su cajoncillo. Quizás con esos pocos euros no tendrá suficiente para comprarle a  Matilde  la cena y pagar la aportación del medicamento que tiene que llevarle. Él no siente hambre; antes de salir por la mañana desayunó con leche mojando en ella trozos de pan y durante todo el día en ningún momento  había pensado en su estómago;  nunca fue de mucho comer…

144-El hombrecillo de bronce. Por Minerva, 5.6 out of 10 based on 28 ratings

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23 Responses to “144-El hombrecillo de bronce. Por Minerva”

  1. Luc dice:

    Bien contado. La idea es muy original; de hecho, es la primera historia que leo sobre unos personajes tan comunes en las grandes ciudades. El desarrollo del texto está a caballo entre un reportaje de la amarga cotidianeidad y un relato al uso.
    Quizá tendría más pegada con algún suceso inquietante, un personaje o un incidente que revolviese aún más los estómagos ante la miseria y la desesperación.
    Sea como sea, y más allá de cualquier consideración subjetiva sobre el argumento, es de una lectura gratísima.

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  2. Eeva dice:

    Muy duro, y bonito. Una de estas historias humanas que no te das cuenta de que están ocurriendo hasta que te encuentras de bruces con ella. Nada como la gran ciudad para encontrar mil inspiraciones.

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  3. HÓSKAR WILD dice:

    Siempre me han gustado las historias sobre los olvidados. Si, además, está bien contada, miel sobre hojuelas.
    Mucha suerte.

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  4. minerva dice:

    Gracias por vuestros comentarios. La inspiración suele llegar de la vida real (al menos en mi caso).

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  5. LUCIO ANNEO dice:

    Desgarrador y auténtico…

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  6. Marianna dice:

    Sencillo, realista, me ha gustado. Te deseo suerte!

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  7. Cánquel dice:

    Me rindo, es muy bueno. Me encanta que todo es realidad y no hay poesía. Sólo cuando descibes las chispas. Creo que es un chute de realidad muy interesante. No hay maquillajes. Sota, caballo y rey, pero de escalera del poquer. Estupendo. Suerte.

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  8. Ágata dice:

    La dignidad y el estoicismo que tu personaje demuestra ante la adversidad, solo es comparable con la calidad de tu relato.
    Estupendo ritmo y narración impecable.

    Mucha suerte.

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  9. Esperanza004 dice:

    A mi no me parece ni sencillo ni realista; opino que es una manipulación barata de los sentimientos, como si se tratase de una película de Isabel Coixet. Demasiado drama para dar pena y gustar. Exagerado: el cáncer, la pérdida de trabajo, la falta de higiene, lo poco que puede comer… A mi me parece todo muy forzado: más desgracia, más desgracia y más, y más, y todo con el único fin de emocionar al lector.

    De todas formas, también opino que el relato es bueno. See lee cómodamente, despierta interés y está muy bien narrado. A pesar de lo que te he expuesto en el primer parágrafo, en general, debo felicitarte.

    Un saludo y suerte

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  10. Antístenes dice:

    ¡Menudo «dramón»…! Podría mejorar la historia si no la reflejase como un reportaje de dominical y llevase sus personajes a las lindes de la tragedia, tal vez embarazando a «Matilde»… Sobre todo ahora que han quitado los dos mil quinientos euros por maternidad…
    Suerte.

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  11. la ciudad dice:

    Buen relato y además ha desatado controversia. te felicito Minerva

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  12. Francis Drake dice:

    Lacrimógena historia… Quizá con un enfoque excesivamente penoso, no deja opción al lector para imaginar por qué el mimo ha llegado a buscarse la vida de esa forma, se nos sirve su desgracia desmenuzada y, casi de forma manipulada, se nos obliga a tener que sentir pena por sus desdichas.
    Me recuerda a esos reportajes en los que se nos muestran miserias humanas de anónimos protagonistas, montados expresamente con la intención de revolver conciencias…
    Quizá lo más difícil es escribir un relato en el que el lector sienta pena, en lugar de escribir directamente «míralo, ¿lo ves?, su vida es penosa».

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  13. Croqui dice:

    Yo creo que enste caso sí está justificado el llevar al límite el dramatismo. En la pantomima se tiende a agrandandar los movimientos, exagerar cada gesto, y buscar el máximo impacto, así que un relato sobre un mimo no tiene por qué narrarse igual que si lo protagoniza un auxiliar administrativo, por ejemplo. Como pequeña pega, alguna frase hecha.
    Enhorabuena.

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  14. minerva dice:

    A Esperanza004 y a Francis Drake les digo: que con este relato sólo he tratado de reflejar y dar relevancia a las vidas de estas personas que muchas veces hemos visto con los ojos pero nunca hemos sentido con el corazón. Y, aunque esté novelado, como vosotros bien sabeis, la realidad siempre supera a la ficción. Gracias por dedicarme unos minutos.

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  15. Ojos Oscuros dice:

    Me sobra algún espacio y alguna mayúscula, pero quitando esos pequeños detalles está muy bien escrito y lleva muy buen ritmo. Real como la vida misma pero muy triste (y eso que yo nunca he sido de mucho comer). ¡Mucha suerte Minerva!

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  16. Koko dice:

    Me ha parecido una idea interesante que alguien le dedique un pequeño texto a esos anónimos mimos. Quizá hubiera preferido que nos asomásemos a su vida de una forma algo más sutil, no sé, como en forma de flashbacks mientras el protagonista mantiene o cambia la postura, o mientras escucha y ve lo que sucede a su alrededor… pero, en cualquier caso, me ha gustado. Enhorabuena.

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  17. Diógenes dice:

    Buen relato. El final que tantísimo me ha decepcionado en un primer instante, se antoja necesario, pues es lo que mejor refleja la cotidianidad de la historia con un buen ZAS al lector. Colocar un final «grandioso» o sorprendente a esta historia sería traicionarla. Suerte minerva.

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  18. emily dice:

    Minerva: buen relato. Si me permitís una opinión, un cambio interesante podría ser que cuentes esta historia desde adentro, desde el personaje. SI la pasás a primera persona, donde el narrador sea el personaje, ganarías en profundidad.
    De cualquier modo es una opinión, nada más.
    Te deseo suerte

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  19. Gárgola dice:

    Un relato que transmite sensaciones aunque excesivamente recargado de tópicos a mi modesto entender. Tanta desgracia junta me ha recordado a esas películas de postguerra que protagonizaba Pablito Calvo.
    El final además me resultó poco brillante, creo que no se cierra bien la historia.
    Quizá las explicaciones del principio (cómo se queda en paro, etc.) se podrían haber suprimido; creo que tampoco se explica demasiado la razón que llevó a este individuo a convertirse precisamente en hombre estatua -que no en mimo-.
    En todo caso disfruté con su lectura y te deseo suerte en el concurso.

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  20. TANGO dice:

    Minerva, te quiero devolver la gentileza de haber leido y comentado mi relato. Realmente me agrado mucho la idea de mirar dentro de una de las tantas estatuas vivientes que vemos a menudo. Suerte.

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  21. Fernán Caballero dice:

    Hola, Minerva.
    Uno de las mayores alegrías que me está dando este concurso, es la de percatarme de que, en este mundo cargado de prisas y egoísmos, todavía somos capaces de pensar con ternura.
    Un relato bien escrito. Enhorabuena y mucha suerte.

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  22. Palentino dice:

    Hola Minerva, sorprendente y realista relato, con una historia de supervivencia muy actual y desgarradora. Te animamos a continuar tu andadura en la senda literaria.

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  23. VIOLETA dice:

    Estimada Minerva.
    Además de tener un nick precioso, escribes de maravilla. Haces que leer sea fácil, ayudas a identificarte con el personaje, uno de esos olvidados en los que no solemos reparar. Hay tantos.
    Quería agradecerte el voto y desearte mucha suerte para la selección del jurado. Te la mereces.

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