Ese día había recorrido más de doscientos kilómetros para volver a la ciudad de sus lamentos. Lo atosigaba pensar que el lunes siguiente le esperarían agotadoras reuniones de trabajo. Por ello, quiso aprovechar hasta el último momento que le quedaba de sus cortas vacaciones, permaneciendo en algún lugar en medio de esas montañas.
Aún recordaba la última noche que pasó bajo los cielos cargados de millones de luceros, luciérnagas fantásticas congeladas en la eternidad del Universo. En una completa neutralidad entre lo que era y lo que podía ser, había meditado sobre el futuro y la soledad. Pensó que, el sentido equivocado de vivir para el trabajo y las maneras de encarar su timidez, eran importantes escollos para encontrar al ser amado y la felicidad. Al final, le vinieron a la mente sólo ideas fantasiosas, como creer ilusoriamente en la magia de hacer realidad lo que se quiere intensamente, con la sola voluntad de la mente. Sonrió sobre su ingenuidad.
Entonces, una estrella fugaz cruzó el cinturón de Orión y su corazón se estremeció. Inconcientemente pidió un deseo. Un solo pensamiento le cruzaba constantemente la cabeza aquella misteriosa noche. Encontrar al amor de su vida. Fue casi una invocación desesperada. Luego se durmió.
Aquel atardecer iba demasiado rápido por una ruta poco fácil para un hombre de ciudad como él, y el apuro le hizo equivocar el camino. Estaba algo desorientado, a lo que se le agregó la preocupación de que lo alcanzara la noche en ese inhóspito lugar. Cruzó un bosque que le indujo una extraña sensación de bienestar, hasta que en una curva creyó escuchar la voz de una dama que lo llamaba. Era suave, inédita y sensual.
Se distrajo lo suficiente como para no percatarse que a unos cientos de metros, iba un viejo pastor trashumante con sus ovejas. Frenó impulsivamente bloqueando las ruedas del automóvil, giró el volante, derrapó y sintió un fuerte golpe en toda su humanidad. Una vez quieto, la polvareda invadió toda la cabina. Inmerso en su propia oscuridad, con un terrible dolor en la cabeza, sólo podía sentir un lejano balido de ovejas.
Una figura humana apareció en medio de esa nube de tierra en suspensión. ¿Era un hombre o un ángel? Intentaba liberarlo de la opresión que sentía en todo su cuerpo. Quiso hablarle, pero sus fuerzas lo abandonaron. Fue lo último que recordó hasta que creyó despertar en medio de aquel bosque. Había perdido la noción del tiempo. Con esfuerzo resistió el entumecimiento y se puso de pie. Sin señales del automóvil, ni del pastor y las ovejas, inició una larga marcha sin rumbo, aturdido y lejos de comprender su situación. Estaba perdido en aquella extraña foresta. Caminó y caminó hasta escuchar que alguien tarareaba una dulce canción. Su sobresalto fue agradable cuando se topó con aquella dama misteriosa. Despreocupada, con la vista perdida en el piso, él se preguntó qué haría allí, sola.
Finalmente lo vio y todo siguió maravillosamente igual, como en un universo placentero e inamovible. Muchas preguntas juntas brotaron de su boca, pero el silencio fue la única respuesta. Quiso ahondar sobre lo sucedido, la invitó a volar sobre su historia reciente, quería saber si su voz era la que había escuchado. Ella sólo sonrió con sutileza. Se sintió extraño, pero feliz, dudando y buscando un rumbo que no conocía. Sus manos se acercaron y notó que su cuerpo no parecía pisar el suelo. Cada piedra le pertenecía armónicamente a sus pies. Envuelta entre el viento y sus ropas, parecía danzar. Él se entregó a su suave e imperturbable ritmo natural.
Misterioso ambiente. Sintió el sonido de aguas que golpeaban el lecho pedregoso de algún tímido arroyo. Extraños perfumes inundaron el paraje. ¿A dónde lo llevaba esta dama? Finalmente, al pasar por un claro del bosque, los últimos rayos de aquél atardecer, todos juntos, se concentraron en un rostro terso. Sus ojos color almendra resplandecieron como dos flores de oro. Percibía el pulso acelerado que recorría sus venas. Estaban allí, solos, frente a frente, impactando directamente en todos sus sentidos. Jamás había percibido ese fuego interior como cuando sus rostros se rozaron. No esperó a que reaccionara, buscó su boca y besó lentamente esos labios húmedos y tiernos. Ella pudo haberlo rechazado abruptamente, pero no. Se sintió enternecido y por su cuerpo recorrió una sensación de placer tan delicado, que tuvo el sentimiento de temer destruir la perfección. Quería eternizar ese momento, a pesar de sus deseos instintivos por querer poseerla. Todo estaba allí. Presente, pasado y futuro. Todo en un instante. Su cuerpo irradiaba una luz especial. No era fuego, pero algo parecido sintió que brotaba de él, y buscaba su espalda. Por un instante creyó que le crecían alas como a los ángeles y que podría salir volando de allí.
Como en los viajes hacia la perfección del espíritu, en donde las almas se encuentran en un largo peregrinar, todo estaba preparado y en armonía con esa naturaleza que latía eternamente. Una gran fiesta estaba por iniciarse en el cielo. Se cuestionó si eso era realidad o si era un sueño. Quizás el mundo de donde venía era un sueño en el cual había perdido la posibilidad de despertarse. Y en ese momento, esa era su nueva realidad, su nuevo destino. Un destino que ya creía dibujado para él junto a ella, en el silencio que gritaba su despertar en un nuevo día. La envolvió con sus brazos, tal vez, protegiéndola de los pasos mundanos. Descubrió que ya no vivía como antes lo había experimentado. Estaba en un nuevo mundo, inscribiendo la historia del amor para el hombre gris que una vez fue. Había encontrado el destino de las palabras antes invocadas, el de las realidades antes soñadas. Lo sabía, sus cuerpos alcanzaron el éxtasis imperturbable, que sacude la naturaleza y la deja actuar sin límites. Acaso compartiendo un sueño, el amor expresado en sus propios sentimientos, sin la acción externa de lo cotidiano.
¿Cómo explicar aquella sensación? Su entrega era completa, como la de aquella mujer. Creyó que era su amor elegido antes de la creación. Desataron tempestades en los cielos, sus cuerpos comenzaron a buscar integrarse desde sus más recónditos parajes. Investigando sus manos, casi sin percibirlo, se hallaron dentro de las ropas, en la piel trémula de dos seres que por siempre sellarían en sus cuerpos, el ciclo eterno de la posesión mutua. La vida misma se abría al sortilegio de un destino ya trazado por aquellas estrellas, luceros de dos almas que encontraron el placer y la pasión en un sólo instante. No parecía una ilusión, ¿sería el amor imperturbable e incontenible que se abría camino?
Repentinamente, percibió estar a punto de traspasar la barrera mortal que lo condicionaba como humano. Vivir y volver a lo anterior o, hacerla suya negando su propia existencia profanando los límites de la muerte. Lo segundo era entregarse completamente a una fusión donde ya no volvería a ser el mismo. Fue como una revelación a tiempo y los miedos intentaron prevenirlo. ¿Y si de eso se trataba su finitud? Pudo más la luna, que majestuosamente iluminaba su fuego, su deseo, besos ardientes envueltos en el sortilegio de sus pulsos. Las manos de aquella dama se deslizaron como modelando cada músculo de su varonil rostro. Sutilmente, iban descubriendo sus formas. No pudo resistir más, y un brote de su tronco la transformó en peregrina trajinante de su cuerpo.
¡Cuánta pasión sentía en aquel momento, en que se detuvo la naturaleza toda, contemplándolos atónita en ese escenario entre la vida y la muerte! ¡Cuánto placer incontenible! Él estalló en mil pedazos dentro de ella, en el mismo instante en que su boca comenzaba a dibujar el gemido del éxtasis final. Los besos embriagados todavía, intentaban convencerlo de que tenían que dejarse llevar por ese amor incomprendido. La búsqueda parecía haber llegado a su fin y sin embargo, recién comenzaba la construcción de un camino que prometía llevarlo muy lejos. Si seguía, ya no volvería de aquel sueño. Ese amor era el alimento que alguna vez buscó su alma, confusión perfecta de quien sobrevive de los mundos sutiles de la destrucción. Naturaleza y espíritu infinito, conjugados en el mar de los sueños realizados. Esa noche, el placer y el encanto se fundieron con el cansancio, en un rincón bajo las estrellas. Y mientras las observaba inmerso en el éxtasis, temió que lo perfecto se desvanecería apenas la vida se hiciese a un lado. El miedo crecía en su corazón a medida que dejaba percibir sus más recientes descubrimientos. ¿Es que acaso ese amor podría durar tan poco? Comenzó una cuenta regresiva que pretendía cobrar una víctima, apenas su alma se despejaba del destino de su creación. Toda la belleza entre aquellos mundos profundos, todo ese espectáculo, donde el tiempo armonizaba completamente con cada latido del infinito, se desdibujaba en el angosto camino que había elegido.
Una sutil sombra avanzaba hacia él. Pensaba que las realidades, muchas veces, no deben preocupar. Dentro de la propia naturaleza, se pueden dar batallas destructoras, demoledoras. La muerte siempre nos viene a anunciar que hemos vivido. Si la aceptaba, equivocaría lo eterno mezclándolo con los propios límites y perdería la oportunidad de, al menos, haber intentado tener ese amor en vida.
— ¡Gigantes parecemos, pero no lo somos! —dijo desencantado.
Sus dudas eran las merecedoras de tal desaliento. Ellas sí que sabían dónde y cuándo instalarse. Incentivaban sus angustias y lo hacían pensar más de lo debido. Pero cuando terminaron de dar cuenta de él, huyeron y desaparecieron entre la maraña impenetrable de su bosque mental. Sus manos se tomaban el rostro, percibió su presencia observándolo con esos grandes ojos dorados. Ella no estaba para echar culpas, pero estaba frente a él, como espejo del azote de su impotencia. Sintió esa mirada penetrante, sabía que lo seguiría como el destino. Esperaba una decisión.
— Temo confundir esta pasión con un amor verdadero —se excusó.
Tenía que optar por dos universos, el que había habitado con sus sueños o, el comprendido por el espectáculo más hermoso que acababa de experimentar. Como alumbraban las estrellas esa noche, así alumbrarían sus amores idolatrados. Hasta que supo por un instante, que el eco de los muertos era sagrado, pero era sólo un eco que inducía a esa experiencia interna atemporal. Su raciocinio le decía que esa pasión era un mensaje efímero, y que en lugar de ello, tendría que ser él mismo, pero desde un verdadero mensaje de transformación, camino que debía conducir al interior trascendente al idear proyectos de vida. Comprendió que el amor no es sólo pasión, es querer también compartir buenos y malos momentos con el ser amado, es cumplir etapas y experimentarlas en compañía, es comprender y ser comprendido, contenido y continente. Danzar ambos la vida, como las hojas que bailan con el espíritu del viento, lejos de tocar el piso de la muerte. Decidió que prefería seguir buscándola hasta identificarla con su destino, sin la intención de pretender unir lo humano y lo divino.
Un viento frío sopló sobre su frente, el dolor de cabeza era insoportable, abrió los ojos y se encontró rodeado de un bosque de cables y tubos de plástico. El ruido de un respirador artificial acompasaba los sonidos de un corazón eléctrico que no parecía ser el suyo. A su costado, a su costado estaba aquella dama enfundada en un uniforme blanco que no era el de un ángel, aunque lo pareciera. Ella sonrió amablemente después de ajustarle el suero. Al verlo ya completamente despierto, su rostro denotó el alivio de los que ven volver a un desaparecido. Después de todo ese tiempo, el cariño que le había tomado la indujo a acariciarle la pálida mejilla con ternura. Sus ojos se iluminaron cuando él expresó su infinita felicidad, balbuceando esforzadamente un:
—Gracias por traerme de vuelta.
Ese día, la vida abrió un nuevo camino. Fue en un bosque distante, pero distinto.
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Me ha parecido una historia genial, muy bien narrada, impresionante.
Encantada de haberte leído.
Muchas gracias Paulena por tu comentario.
Hay que tener duidado con los que se desea. A veces, se cumplen.
Mucha suerte.
A ver el vocabulario… ¿Alguien es tan cursi para expresar que «vuelve a la ciudad de sus LAMENTOS, como si fuese una lloradora hondureña?
Que conste que he seguido leyendo su relato algo más, pero ya tengo demasiada edad para perder mi tiempo…
Suerte, la va a necesitar, si no me equivoco.
No quiero ser tan ácida como Antístenes, pero, aunque la prosa es muy poética, hay frases que no encajan como: la dama que se encuentra en el bosque, «tiene la vista perdida en el piso» o también, «es una dama inédita» ahí se desvanece la poesía. El final del relato es previsible. Suerte.
relato entre lo poético y lo fantástico pero que en realidad falla. una revisión por parte del autor o la autora no le vendría mal. suerte