A mí me gustaba el Mirto. No sé si aquello sería amor, aunque yo con doce años y convertida en mujer de golpe tras la muerte de mis padres, ya estaba más en cosas de mayores que de críos. Por aquel entonces, el Mirto era un mozo guapo y dicharachero, tocaba la armónica y me hacía reír con sus juegos de cartas. Luego, cuando yo pegué el cambio y pudimos haber llegado a algo serio, apareció Antonia que vino de criada a casa del médico y el Mirto enloqueció por ella. Yo, incapaz de competir contra aquella hembra de ojos de fuego, me quedé a un lado, como sendero que no se recorre y con una espina del Mirto en los labios.
Cinco años después, con el Mirto ya en busca y captura, ocurrió lo de aquella noche de guadaña. El Mirto y otros hombres vinieron a la casilla, tal como hacían un par de veces al mes. Todos tenían rostro de humo y hablaban poco, como si sus propias voces les asustaran. Aquella noche mi hermano dijo al Mirto que no fuera al pueblo. Que no fuera, que lo pillarían. Y si pillaban a uno, caían todos. Si vas esto se acaba, Mirto. Se acaba porque tarde o temprano nos engancharán a todos.
Antonia se había puesto de parto aquella tarde. Tal vez hubiera parido ya. Pero mi hermano le dijo al Mirto que no se le ocurriera acercarse por el pueblo, que seguro que había vigilancia por todas partes, que ya habría ocasión más adelante para conocer a la criatura. Eso le dijo mi hermano al Mirto y se lo dijo muy serio, como si pronunciara piedras en vez de palabras. Mejor pasar por muerto que estarlo de veras. Un hombre con un balazo en el pecho ni es padre, ni marido, ni nada más que un pobre muerto. Y si te cogen y no hay balazo, Mirto, malo para todos, sobre todo para ti, que te arrancarán el alma antes de matarte.
Y mientras mi hermano soltaba esa sentencia, aquellos hombres callados de barba inclemente y manos de brea metían los paquetes en sus sacos, túneles profundos de hambre y miedo. Y enseguida los más rápidos marchaban por la vía con pasos de condena para diluirse en la niebla. Y mi hermano, ya a la puerta de la casilla, antes de apagar el carburo insistió al Mirto que no fuera, que se tragara las ganas, que los compañeros no tenían la culpa de que su mujer tuviera que dar a luz así, con el marido hecho monte y con la guardia civil en el reverso de cualquier sombra. Nada de valentías inútiles, Mirto, que en cosa de partos los hombres no pintamos nada.
La luna, inmensa como un pozo para lobos, estaba de color blanco oscuro. La luna llevaba ya muchos lutos para ser luna blanca. No vayas Mirto, quítate esa idea de la cabeza. El Mirto, envejecido en aquellos meses de vivir como una alimaña, le miró con retinas de colmillo. Mi hermano le sostuvo la mirada y cuando se iban los últimos, agarró por el macuto al Sote, el jefe de aquellos desgraciados y lo apartó del resto. Sote, cuida con el Mirto, que nos la jugamos todos.
Las pisadas del Mirto y los demás mordían ya el balastro. Yo me fui a mi alcoba y corrí la cortina que la separaba del comedor, asegurándome de que llegaba bien de pared a pared, como si deseara poner una frontera con aquello. Debajo de mi camastro, cerrado con una trampilla, latía el sótano de muchas clandestinidades.
Aquella noche permanecí en un duermevela prólogo de lo inevitable, apretando los ojos como si mis párpados fueran trincheras para resguardarme de la tragedia. En los momentos de menos consciencia, un tren se estrellaba contra la casilla. Cuando volvía plenamente al terreno del insomnio, las sábanas eran gelatina de escarcha, como los abrazos que nunca recibí del Mirto.
Los ladridos de la Tosca, ciega de pulgas y carbonilla, que al amanecer salió de su caseta al rastro de la muerte, me confirmaron que el Mirto había desobedecido. Mi hermano, que había estado fuera toda la noche, volvía entonces con la faca herida y la ropa manchada de sangre. Cogió el pico y la pala y se marchó de nuevo. Al rato regresó pálido y sudoroso, echó un trago, encendió un cigarro y se puso a llorar piel adentro, con lágrimas secas, como lloran los hombres privados de clemencia.
Le dije que no fuera. Mirto, no vayas… Se lo dije, mira que se lo dije… Pero no me ha hecho caso y no me ha quedado otro remedio que defenderme, que él me ha sacado la navaja… Y el Sote es un mierda, un inútil, que bien podía haber evitado esta desgracia si lo hubiera retenido, aunque fuera emborrachándolo, o poniendo a los otros a vigilarlo a punta de fusil…
Afuera comenzaba a caer aguanieve de hollín. Arriba en el pueblo, una recién parida preguntaba en voz baja por su marido. La respuesta estaba en la manta negra que yo extendí ante la puerta de la casilla. La partera, tras darle el crío, preparó caldo de gallina y se ofreció para teñir la ropa a la joven madre. Antonia, vale de llorar, que esto ya se sabía que iba a terminar así, como ha pasado y seguirá pasando a todos los del monte… Pero no llores más mujer, que no te subirá la leche.
Con las manos tan ásperas como aquella estameña fúnebre donde iba escrita la muerte del Mirto, me palpé el vientre yermo. Me sentí viuda en un funeral equivocado
115- El Mirto. Por Radiquero,Enviar a un amigo Imprimir
Un auténtico mirlo blanco de relato. Muy, muy bien.
Muchas gracias, Luc. Escribir como yo, de un modo casi totalmente autodidacta, requiere de vez en cuando de una opinión ajena a la que brindan los más allegados, que casi siempre son más amables que realmente críticos. Por eso, por favor, tú y cuantos lean este comentario, sabed que será muy bien recibida cualquier apreciación hacia mi relato. Si participas con algún trabajo, indícamelo y lo leeré con especial atención. Cordiales saludos
Mi opinión vale lo que la de otro autodidacta como tú. Mi formación profesional es científica, pero, en esto de la literatura, a fuerza de leer durante años termina creciéndote una especie de resorte interior que te indica cuándo una pepita parece que es de oro (aunque esté por abrillantar y admitiendo la subjetividad que toda opinión comporta) o de hojalata. Nos ocurre a todos los lectores, no es ningún don especial.
Leo los textos del certamen por el simple placer de hacerlo. Y de la mayoría he aprendido algo.
De todas formas, sí, yo también tengo uno presentado, pero como fui tempranero está por ahí lejos, hundido en el fondo de la lista. Es el 23.
De los que he leído hasta el momento, el que más me ha gustado. Me gustaría sacarle un pero, incapaz soy de ello.
Por cierto Luc, deberían darte un premio porque lees y comentas todos los relatos. Eso es muy meritorio.
Suerte
Bellísimas expresiones y ritmo perfecto. Relato de gran nivel.
Mucha suerte
No, Seres Entrópicos (¡que vaya nick, amigo!), sinceridad ante todo: comienzo a leerlos según los cuelgan y cuando puedo; una parte de ellos ni los termino, casi siempre porque soy incapaz de entenderlos o porque me pierdo; y, del resto, si se me ocurre algo que merezca la pena redacto el comentario; y si no, no.
Más o menos debo haber opinado sobre la mitad.
Tú tampoco te quedas callado. Y eso es bueno, porque, vamos a ver… ¿a quién no le gusta que otros lean y comenten lo que ha escrito con toda la ilusión del mundo? Además, si no fuera así, ¿para qué los cuelgan aquí?
Me gustó el vocabulario empleado.Hace ágil la lectura.
Suerte.
Seco, duro, corto, exacto. Notable.
A Pratt le hubiera gustado dibujarlo; no conozco elogio mayor.
Algunas frases verdaderamente bellas, pero el ritmo no lo consigue. A mi modo de ver es un relato para volverlo a repasar…
Estupendo relato, con carácter y mucho estilo. Me parece una maravilla. Frases muy bien logradas. En fin me ha gustado mucho, mucho
Quien sabe por qué, pero curiosamente casi siempre opino detrás de Antistenes.
Bueno Radiquero, tu relato me pareció lleno de emoción, me pareció también un aguafuerte, te felicito y te deso suerte. si te das una vuelta para leer el relato de Luc, encontrarás el mío, que es el 22
Por si no lees la contestación a tu comentario a mi relato, te digo en esta tu página que agradezco sinceramente tus observaciones, ya había reflexionado en lo que haces mención.
te mando un abrazo
Enhorabuena por ser finalista y mucha suerte en la final.
Estimad@ Radiquero:
Muchas felicidades por estar entre los finalistas del jurado. Tu relato, repleto de frases bellas, no podía ni debía pasar inadvertido. Toda la suerte del mundo para tí.
Enhorabuena, Radiquero. La verdad es que todavía no he leído tu relato, en breve lo haré. Para mí, el que lo hayan elegido entre los diez finalistas me adelanta que seguro es bueno. Suerte en esta final.
Me reitero en lo que te dije. Me parece muy justo que estés en la final.
Es un relato ganador o al menos así lo veo. La competencia es dura, pero tu cuento es muy sólido y bonito. Suerte.
Aún no había leído tu relato, es sobrecogedor, bien escrito, con unas imágenes muy bellas. Enhorabuena, no creo que haga falta desearte suerte en la final. Saludos.