premio especial 2010

 

May 08

El paisaje se extendía como una enorme fotografía en blanco y negro que yo hubiese tomado en alguno de mis momentos  de penumbras, que eran muchos y habituales. Tenía muchas dudas y me inquietaba la resignación con la que parecía tomarme lo que pudiera suceder.  Me decía a mi misma retomando viejas lecturas de Virgilio; lo que tenga que ser ocurrirá, y nadie podrá evitarlo. Porque si de algo estaba segura  es,  que todos tenemos un destino y contra eso no se puede luchar, las decisiones que puedas tomar ya están previstas de antemano. Yo cerraba los ojos, tenía la brisa dándome en la cara,  el coche proseguía su veloz marcha cruzando la llanura desierta, sin apenas circulación, y yo  casi dormida, o mejor dicho escondida, plegada sobre mis pensamientos, escudriñaba con mi nariz el aire buscando los olores y encontraba los lejanos cipreses que parecían  figuras extrañas, solitarias sobre el horizonte, olía la hierba seca condenada en enormes bolos de plástico brillante a los lados de la carretera, aspiraba  el olor de mi pelo limpio indomable que se empeñaba en cubrirme con sus caricias de vuelos fallidos y me dejaba mecer por toda aquella combinación de sensaciones. Porque yo soy así,  y nunca he sabido ser sólo lo que los demás ven de mí, lo que no se ve está ahí, bajo la piel. 

“Me encuentro bien cuando regreso. Quizá este sea el mejor lugar del mundo para mi”. 

La casa está como la dejé, hace ya siete meses. Hay polvo sobre los muebles, alguna telaraña colgada de los techos y esquinas, nada que no tenga arreglo en una mañana soleada de este verano que se anuncia cálido y un tanto indiferente para mí, ahora que él ya no está. Busco mi cartera en el bolso lleno de papeles, notas escritas con complicada caligrafía que me recuerdan las cosas que debo hacer, y pago al taxista que me sonríe un tanto aburrido de su agradable pasajera que apenas ha hablado durante la hora y media que ha durado el viaje y que ha desoído su consejo de poner el aire condicionado y ha preferido abrir la ventanilla. Le veo alejarse y me siento en uno de los peldaños de la escalera de piedra. Seguramente me observará curioso a través de su espejo retrovisor, verá como yo también empiezo a alejarme, a menguar, a reducirme, a desvanecerme hasta ser un punto indefinido sobre un fondo de colores vivos y luminosos en el lienzo inacabado  de un mes de agosto, que para él no tiene más significado que el de los horarios de trabajo. Lo cierto es que no me apetece hacer nada, salvo quedarme allí y encender un cigarrillo, pero  de repente recuerdo que he dejado de fumar hace años, cuando los dos decidimos que lo haríamos juntos, y sí así lo hicimos, no fumamos más y poco a poco dejamos de hablarnos también.

La tarde es perfecta para pasear, si tuviera fuerzas bajaría hasta el pueblo y compraría algo para cenar, pero no, no las tengo, aún no. Me pongo en píe lentamente y doy media vuelta para ver mi casa, ella me saluda con su estructura sobria, sencilla y bella, con sus requerimientos de atención, con la esperanza de que la habite y la cuide. Quiero a esta casa, la casa de los abuelos, la casa de mis padres y desde siempre la mía. Aquí estoy de nuevo, esta vez me quedaré más tiempo (se lo prometo con una mirada de aprobación), podré pensar tranquila sin las rutinas del trabajo, de la monotonía urbana, lejos de la vida que un día compartí  y podré dormir, quiero dormir. 

–         Sabía que eras tú, cuando vi el taxi ahí detenido- reconozco la voz. Es Inés amiga de la infancia, siempre alegre, siempre reconfortante.

–         Hola Inés- me acerco a ella y la abrazo, ella hace lo mismo conmigo y ese abrazo es de verdad.

–         Me gustaría saber por qué no me has avisado que venías hoy, habría abierto la casa para que se airease y te habría hecho la compra y preparado la cena y….

–         Inés- coloco mi dedo sobre la boca, en señal de silencio-. Calla- le digo suavemente.

–         Está bien, pero debes saber que no me parece la forma de hacer las cosas. 

Yo la miro cariñosamente, con ganas de llorar sobre su hombro, pero consigo hablar y decirle que me invite a cenar. 

 “Las horas que me llevan”. 

Dejo todas las contraventanas abiertas, la luz de la noche clara ilumina las habitaciones y las  viejas farolas  me parecen señales que parpadean, pero no lo hacen, soy yo que mezclo los recuerdos y ahora me asomo a la ventana del quinto piso, donde he vivido veinte años, allí en la ciudad con las horas más largas del planeta, horas carentes de risas  infantiles, horas que se convirtieron en soledad. Yo se lo dije, una mañana que el intento convencerme de nuevo de lo mucho que significaba para él, lo malo es que yo ya no le creía. 

–         No te pido explicaciones, pero creo que es mejor dejar lo nuestro, ya está bien de perder el tiempo, nada cambiara, y obcecarse en lo que no puede ser es estúpido. ¿No crees? Siento que cada día me alejo más de ti y creo que tú te sientes lejos de mí. Sé que me entiendes.

–         Te entiendo, y yo también sé cuánto cuesta decir lo que has dicho…

–         No, te equivocas, no me cuesta nada decirlo, es como calmar el dolor por fin. 

Y él bajo la mirada, quizá se sentía mal o quizá sorprendido de mi claridad, de la fuerza de mis palabras. “He pecado de dejadez”, me dijo. ¿Dejadez? Cuando no amas, no hay dejadez, lo que no hay es amor. Qué simple era  para mí. Qué complicado era para él.

Aquel silencio entre ambos caía sobre nosotros como un gran peso carente de materia física, compuesto sólo de los desperdicios de los sentimientos más íntimos que habían ido secándose sin remedio, cuando no se riegan cada día con ternura y besos, que habían descompuesto las imágenes felices de los primeros años y habían dado paso a la indiferencia, a la perdida de la pasión, a la caricias mutiladas. Así sin darnos cuenta no vimos que se acercaba y cuando comprendimos no pudimos o no quisimos salvar nada. Y el golpe nos obligó  a hablar y a decir las cosas desde otra perspectiva, en cierta manera nos liberó del amargo ser en el que  nos estábamos convirtiendo, esperpento de dos cabezas que no se miran.

Aquella mañana yo fui una mujer inmensa, cuando dije que era yo quién me iba y cerré la puerta tras de mi, con la maleta azul agarrada fuertemente, no sentí nada. 

Sinceramente he deseado mil veces que le vaya bien, no puede ser de otra manera, porque he empezado a encontrarme a gusto conmigo misma, he empezado a vivir para mi. No guardo ningún tipo de rencor, he decidido quedarme con las cosas que un día me hicieron reír y despreciar lo demás y sí es verdad, me cuesta todavía pero pasará, como lo hace el tiempo sin remedio. Desde esa mañana, final de una vida en común, hemos hablado varias veces.  Los dos hemos sido respetuosos, razonables y hemos evitado los reproches que a fin de cuentas de poco o nada servirían. No se trata ni de juzgar ni de culpabilizar a nadie, lo afirmé desde la tranquilidad que da el no tener nada que perder y sí  mucho que ganar, a familiares, y amistades por las que aún guardamos lazos de unión especial, porque necesitamos  vivir y eso es lo más importante. 

“Bajo mi piel y la suya” 

Ahora estoy aquí hablándome y escuchándome, mejor anímicamente de lo que podría pensar, con ganas de seguir. A lo lejos el murmullo del río, en mis recuerdos los decorados que siendo niña formaron mi mundo. El robledal verde y majestuoso donde jugar al escondite, la  pequeña plaza junto a la iglesia de Santa María con su artesonado mudéjar, los caminos hacia las cabañas. Casi me parece reconocer el griterío del vendedor ambulante que se acerca. Mi abuela en la cocina amasando, el abuelo pegado a la radio atento, mi madre en el banco del patio con un libro entre sus manos, mi padre mirando al cielo intentando descifrar las señales de la naturaleza que nos condicionen las acciones.

Recuerdo algún verano cálido como este, pero rebosante de susurros y escapadas furtivas a la buhardilla donde nos prometíamos  deliciosos momentos nocturnos cuando todos estuvieran dormidos. Recuerdo largas noches de charla con los amigos, invitados de fin de semana. Recuerdo las lágrimas ante las fotos de los que se fueron y nos dejaron con la palabra en la boca.

Toda una vida, sí, pero aún queda más. Quizá él también en este momento recuerde y sin quererlo vuelva a las mismas imágenes que ahora me desbordan, quizá bajo su piel sienta el cosquilleo de la felicidad que tuvimos y encuentre algo con lo que quedarse, quizá dude y quiera encender un cigarrillo.  

 “¡Cómo te pareces al agua, alma del hombre! ¡Cómo te pareces al viento, destino del hombre!”

Goethe 

Las señales han detenido su parpadeo, se acercan despacio, tengo en la cabeza unos versos que  quieren salir, que quieren ser pronunciados mil veces y me martillean las sienes. Creo que los memoricé siendo una niña que dibujaba hojas de otoño de todos los tamaños en bellos tonos ocres, después de hacer sus deberes. Los leí en algún libro, el título lo olvidé, como lo hacen los niños de imaginación desbordante cuando no consiguen diferenciar entre sus sueños y la realidad. Me los quedé para regalarlos, pero nunca lo hice. ¿Cómo empezaban? Sí, ya sé, decían… 

Y seremos el instante recuperado,
el momento invisible que se hace eterno
como tu mirada cuando se pierde
buscando la mía que duerme
entre los futuros sueños…

Siento la fresca brisa en mi cara, el olor sin filtros que lo inunda todo de la vida que me observa, que me ve adormilada viajando hacia mi destino.  Abro despacio los ojos,   deslumbrados por la intensidad del día. Un paisaje extremado de tonalidades me recibe, sorprendida instantáneamente pienso en  el frágil Alonso Quijano recobrando la razón en su lecho de muerte. Sólo puedo ver el enorme camión que se aproxima, y  entonces como  un cruel latigazo sobre mi cuello, el inquietante estallido de la frenada y la endemoniada danza de gritos, palabras sin sentido del conductor que fuera de si se agita y vocifera, creyendo quizá, que con  ello nos salvará ante el desenlace inevitable que nos espera, en el último segundo de un último pensamiento.

73- Bajo la piel (Quizá). Por Las trece rosas, 6.5 out of 10 based on 23 ratings

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19 Responses to “73- Bajo la piel (Quizá). Por Las trece rosas”

  1. las trece rosas dice:

    Este relato está incompleto, por favor arreglen el error.

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  2. admin dice:

    Un error desafortunado.Arreglado.
    Compruebelo no obstante.
    Saludos

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  3. las trece rosas dice:

    Muchas gracias. Perfecto.

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  4. Luc dice:

    Muy buen relato, escrito con esmero y exquisito manejo del lenguaje y los tiempos narrativos. Lo he leído sin tregua de principio a fin. Solo me sorprende la elección de verbos en tiempo pasado en el primer tramo, cuando, excepto en los recuerdos, el resto está enteramente escrito en presente y primera persona, que es la mejor manera de imprimirle veracidad e intimismo. Pero es un detalle irrelevante; el cuento me ha gustado de verdad. Mucha suerte.

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  5. Triana dice:

    Bonitas descripciones, imágenes que se dibujan ante mi nítidamente; es como si estuviera viajando yo. Me encanta por ejemplo,» la hierba seca condenada en enormes bolos de plástico…» y tantas otras. Sin embargo me «rechina » un poco Alonso Quijano al final; no consigo «meterle» en el relato.
    Me ha encantado. Suerte, Las trece rosas.

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  6. Marquez dice:

    Sin embargo me “rechina ” un poco Alonso Quijano al final; no consigo “meterle” en el relato.

    De acuerdo.

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  7. las trece rosas dice:

    Es más sencillo de lo que puede parecer.
    Como habrán percibido la protagonista de mi relato es una buena lectora.
    Mientras duerme y habla consigo misma va haciendo a pequeños retazos repaso de una vida que ahora quiere cambiar. El final de relato surgió de la búsqueda de una similitud, de un analogismo anacrónico eso sí entre dos sueños. Alonso Quijano recupera la razón antes de morir, pero antes su locura-sueño le hizo ser un hombre feliz. Mi protagonista tiene la necesidad de vivir y mientras sueña, piensa, se habla, consigue atisbar un rayo de felicidad. Ahí está la relación entre ambos. La muerte les devuelve a la realidad.
    Como madre de este relato, tengo que querer a mi hijo, quizá el final se pudo mejorar con una nueva lectura, aunque ya llevaba muchas y realmente me gusta así. Es una propuesta, más o menos acertada, como siempre pasa con las creaciones todo es muy subjetivo. Agradecer los comentarios de todos los lectores.
    Muchas gracias por ellos.
    Un saludo.

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  8. Antístenes dice:

    Ya me he leído demasiados relatos a estas alturas como para seguir reiterándome. En todo caso, para intentar pasar al segundo párrafo, he leído por encima. Al leer «¡Cómo te pareces al agua, alma de hombre», he tiritado, y no precisamente por el frío… ¡Ufff…!

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  9. las trece rosas dice:

    Gracias por su comentario, aunque no le haya gustado ni mi relato ni la frase de Goethe. Por mi no se repita más.

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  10. Enrique dice:

    La tres rosas, si este relato le gusta así, pues así debe quedarse. Me ha gustado la defensa de su obra sin tener que hablar mal de nadie mas. A mi me ha parecido un buen relato que se lee fácilmente con buenas imágenes y que cuenta una historia, que es de lo que se trata.
    Suerte en el certamen.:)

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  11. Adafina dice:

    A mí me ha parecido un relato estupendo, lleno de sensibilidad y con un final que no me esperaba.
    Suerte

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  12. las trece rosas dice:

    Enrique, Adafina, me alegra que les haya gustado. Gracias

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  13. la ciudad dice:

    Un bello relato, escrito con sensibilidad, lo único que encuentro innecesario es la referencia a Goethe. te felicito trece rosas

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  14. HOSKAR WILD dice:

    Lo que tenga que ser, será. Y nadie podrá evitarlo (quizá).
    Mucha suerte.

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  15. Hara Kei dice:

    Hola Trece.

    El tuyo es otro de los muy buenos relatos que casi no tienen comentarios ni votación. Desde mi humilde punto de vista, debería ser todo lo contrario. Pero bueno, estoy seguro de que vas a estar entre los finalistas del jurado.

    Felicitaciones por tan buen trabajo.

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  16. las trece rosas dice:

    Ciudad, Hoskar, Hara Kei…
    Gracias por haberme visitado y haber dejado su opinión.
    Es agradable saber que lo que se hace gusta.

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  17. ALBA LONGA dice:

    He pasado a leer tu relato (ya sé que debería haberlo hecho antes, pero son muchos y el tiempo escaso) y he quedado gratamente sorprendida.
    Es cierto que hay varias cosas a corregir, especialmente en la puntuación y algún detalle ortográfico, pero eso son cuestiones facilmente subsanables. Por otro lado, sobre cuestiones de estilo no voy a entrar porque sería un atrevimiento por mi parte.
    En cuanto al contenido, intimista y denso, haces un detallado recorrido por las distintas emociones y reflexiones que acompañan dos finales diferentes: Una experiencia vital acabada, un amor extinguido (con todo lo que implica de novedad y retorno a lo más auténtico y primigenio: La infancia feliz), para terminar, a modo de metáfora equivalente, con la expresión de una muerte real muy bien medida en los términos del relato. Una excelente solución que no deja de sorprender y, por lo tanto, de agradar. Todo ello conforma un conjunto muy interesante (y muy atractivo para expresarlo en un poema, a mi modo de ver).

    Te dejo mi voto y te deseo suerte en el concurso.

    Un saludo.

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  18. las trece rosas dice:

    Muchas gracias

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  19. VIOLETA dice:

    Sólo el nombre elegido como pseudónimo indica una sensibilidad especial que se deja ver en cada línea del relato. Me uno al deseo expresado de los versos de Goethe de ser ‘el instante recuperado’ y ‘el momento invisible que se hace eterno’. Encantador.
    Toda la suerte del mundo para las trece rosas.

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