premio especial 2010

 

May 07

Recuerdo que hacía frío, aunque el viento apenas me despeinaba, y sin embargo sentía el calor que había debajo de aquellos tejados, el calor que desprendían las vidas de las personas que habitaban las cientos de casas que podía otear. Todos aquellos tejados, que quedaban muy por debajo de donde yo estaba, llamaron mi curiosidad; ¿qué haría la gente que vivía dentro de aquellas casas? Mi curiosidad solicitó a mi imaginación y esta actuó con presteza. Imaginé a una madre dando de mamar a un niño, a un padre colgando un cuadro, a un joven estudiando, a una pareja de recién casados haciendo la comida… ¡tantas cosas imaginé!

            De una de las casas salía humo por la chimenea, era blanco. Me trasladé a un tiempo pretérito en el cual alguien dijo “Habemus Papam”. Sin embargo, aquello quedaba muy lejos, tan lejos como quedaba el campanario, en el que me encontraba, del pavimento adoquinado de la calle serpenteante.

            Todas las semanas subo aquí, ciento noventa escalones, ni uno más y ni uno menos. Soy el encargado de mantener la torre del campanario en óptimas condiciones, sobre todo la campana de bronce, aunque para ser sincero el trabajo sólo me sirve de excusa para hacer lo que realmente me gusta… ¡mirar los tejados, imaginar vidas!

            Cuando termino mi trabajo suelo sentarme en el suelo, al lado de la campana. Antes escojo al azar un tejado, por el color y moho de las tejas imagino cuánto tiempo lleva construida la casa que guarece, y luego simplemente comienzo a escribir una historia. Es bonito crear vidas y personas de la nada. Puede ser que cuando termine todas las historias, tantas como tejados puedo llegar a vislumbrar, deje de trabajar aquí y busque ocupación en otro campanario.

            No sé cuántas historias tengo escritas ya, quizás mil. Lo que me entristece es no ser capaz de contar la historia de mi propia vida, no sé cómo empezar. ¡Hay tantas cosas que ya no recuerdo! Ojala mis padres estuvieran aquí para poder refrescarme la memoria, o para contarme algo de cuando era pequeño. Y mi vida es para contarla, para relatarla largo y tendido, no es como una de esas historias que se pueden contar en mil o dos mil palabras. Mi vida es más que interesante… pero no la recuerdo.

            La historia que siempre tengo en mente es la de un chico de unos quince años, no muchos más, que camina por los tejados. Siempre he pensado que algún día se matará, no entiendo qué fotografía con esa vieja Polaroid. Quizás intente capturar diferentes nubes con sus fotos, los fotógrafos son así de raros, son capaces de permanecer toda una noche despiertos para fotografiar un amanecer.

            En alguna ocasión he intentado imaginar cómo sería su vida pero no lo consigo, no consigo hacerme la menor idea de la vida de alguien que camina por los tejados fotografiando el cielo. Quizás esté loco, a él me refiero. 

– – –           

Muchas veces lo había hecho. Subir al tejado, cámara de fotos en mano, e ir de aquí para allá en busca de aquello… hacía mucho tiempo, quizás unos tres años, desde que se dio cuenta de la presencia de alguien en el campanario. Las primeras veces parecía una sombra, luego, según se fue fijando más se percató de que era como un borrón en la realidad, más tarde no tuvo duda de que era un fantasma.

            El chico no tenía suficiente valor para subir a lo alto del campanario, le daba pánico e incluso dudaba de lo que veía. De ahí que intentara fotografiar todas las semanas al espectro, para conseguir así una prueba fehaciente. Por desgracia nunca daba resultado, sólo aparecían nubes tras un campanario vacío.

            A veces, por las noches, se preguntaba porqué había un fantasma en el campanario. Quizás fuera como en las películas, quizás tenía algo que decir, o pudiera ser que tuviera algo pendiente que hacer y por eso el espíritu no se resignaba a marcharse de este mundo.

            Pero hubo un día que sí consiguió fotografiar al fantasma. Aquél día no fue el mejor de su vida. Su interior le clamaba para que rompiera la foto. Había pasado tanto tiempo desde que comenzara todo aquello que un vínculo especial se había creado entre ellos, el chico sentía que hacer pública aquella aparición no tenía ningún sentido; lo que allí ocurría era cosa suya y del fantasma. Cuando llegó la noche dio millones de vueltas en la cama hasta que llegó a una conclusión: “el fantasma y él eran amigos y los amigos no se traicionan”.

            A la mañana siguiente subió al campanario. Fatigado llegó al último escalón, ciento noventa escalones que contó mientras ascendía hacia el cielo. Desde lo alto miró los tejados, nunca se hubiera imaginado aquella visión. Se olvidó del fantasma, el fantasma se olvidó de él.

            No fue hasta otro día que volvió a subir al campanario. De nuevo se sorprendió por las vistas. ¡Tanto tejado, tanta vida debajo de ellos! Pero esta vez ambos se acordaron del otro. Miró a un lado y al ver al fantasma no se sobresaltó, al contrario, parecía que siempre habían estado esperando ese encuentro, el fantasma no quería asustarlo.

            Miró al chico y se vio reflejado; el chico miró al fantasma y también se vio reflejado. ¿Pudiera ser qué ambos eran el mismo, lo mismo?

-Tengo que acabar de inventar todas las historias que pueden ser imaginadas, ¡hay tantos tejados!… –era la voz del fantasma que el chico oía en el interior de su cabeza.

-Quizás yo sea la última historia que tenías que contar.

-Quizás. 

            Cuando ambos se miraron el alma ninguno sintió temor. El fantasma pareció sonreír y señaló hacia la pared antes de desvanecerse. El chico quedó estupefacto, pasados unos minutos se dirigió hacia la pared señalada, tanteó las piedras y encontró una que se movía. Con gran esfuerzo la sacó y en el hueco que dejó la piedra encontró un manojo de hojas manuscritas.

            Ya en su casa leyó todo el legajo. Eran historias inventadas, contaban historias sobre gente que podrían habitar las casas que se veían desde el campanario.

            A la mañana siguiente subió al campanario, eligió un tejado y comenzó a contar una historia. Era la historia de un chico que, con una Polaroid en mano, subía a los tejados para fotografiar a un fantasma. 

– – – 

            Cuenta la historia que muchos años atrás el guarda del campanario se precipitó desde allí arriba. Intentaba avisar a un chico de que era peligroso caminar por los tejados fotografiando el cielo con una Polaroid.

63- Desde lo alto.Por Noche oscura, 5.4 out of 10 based on 12 ratings

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4 Responses to “63- Desde lo alto.Por Noche oscura”

  1. Luc dice:

    Imaginación fértil. Me lo he pasado bien leyéndolo; se cuenta más de lo que está escrito. Enhorabuena.

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  2. Antístenes dice:

    Qué diablos tendrá que ver el frío con un viento «despeinador»… Si se empieza desde la primera frase mal…
    Suerte.

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  3. la ciudad dice:

    Otro relato que se inserta dentro de lo «fantasique». muy bueno, me gustó. suerte noche oscura

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  4. HOSKAR WILD dice:

    Pasear por los tejados, fotografiar el cielo, imaginar vidas ajenas, hablar con fantasmas. Me gusta.
    Mucha suerte.

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