Fue hacer, después de muchos años, mi voluntad, realmente mi voluntad. Aunque ya es difícil saber quién soy, lo que pienso, lo que digo por lengua propia. Tal vez por eso mi decisión, por eso el arma, por eso todo esto…
Son muchos los que escriben lo que tengo que hacer, tantos que ni me acuerdo. Está Jacob, y Person, y un montón de apellidos que me indican cuando debo correr, o recibir una tunda, o morir con la camisa empolvada y un hilo de sangre casi seca en la comisura, y los imperturbables ojos vacíos hacia el sol artificial de los focos.
Al venir debí sospechar algo de todo esto; me lo había dicho el negro Santana, cubano para más datos: “Vuélvete a las pampas, chico” Las pampas… el muy chambón cree que en Buenos Aires nos criamos a caballo. Pero me lo dijo, claro que me lo dijo: “Como latino en Hollywood te espera vivir de papeluchos sucios en westerns.” Le creí y casi le hago caso, pero todavía no existía Katherine, o existía pero no era nadie, no se había metido en la industria con su nombre en letras doradas, no se había colado en mi pecho como esas gotitas de agua que pueden más que el burlete de la ventana sellada.
En “Ladrones sin rumbo” fue la primera vez que la vi. Antes de eso yo tenía el bolso preparado y un manojo arrugado de billetes para tomarme el primer avión barato y volver a casa con la excusa de y qué querés, extrañaba el fútbol y el dulce de leche, o cualquier otro verso con el que maquillar esa maravillosa carrera trunca en la que, con suerte, había logrado personificar a un empleado telegráfico de Nevada que no decía ni “goog morning”.
Pero en esa película pasé a ser el loquito de la banda, ése que los propios cómplices tienen que parar para que no mate a cualquiera y arruine todo. Quizá por la cara, o por mi inglés estrafalario, el papel nunca me abandonó, fue haciendo un descerebrado por el estilo, en “Sin piedad”, cuando la tuve cerca a ella, y me tocó acallarla con el caño de un revolver en el cuello. Desde aquel perfume cercano, desde aquella hebra amarillenta de pelo como una paloma jugueteando en mi boca, supe que jamás me iría de aquí. Es cierto que en ese momento tuve el primer indicio de lo que soy, de lo que iba a hacer, de lo que el negro Santana, si supiera, si estuviera aquí conmigo tomando whisky barato y ojeando la ventana para ver si estos tipos llegan, describiría como una locura. Porque fue justamente en “Sin piedad” que, además de la Katherine omnipresente y clavada en mis párpados cada noche de insomnio, conocí a Mc Nillie. Era obvio que el carilindo ése la salvaría de mis manos y se la llevaría cabalgando a la grupa hasta que el cartelito de “The End” y los titulos se mezclaran con las luces de la sala, los fue linda ¿no?, ¿vamos a comer algo?, ponete el abrigo que refrescó. Hollywood es obvia, carajo; la vida a veces también es obvia, me diría Santana intentando convencerme para que huya, insistiéndome en que las cosas no se cambian así, de esa forma, como yo quise cambiarlas…
Fue en “Sin testigos”, y después de la abultada taquilla de “Sin piedad”, que los productores redundaron con el esquema, la trama y los actores. Es cierto que yo ahora hacía de un chicano y Katherine de la hija de un terrateniente. Al Mc Nillie éste siempre le tocaba de huevón sonriente (camisa planchada y pelo lacio con raya al costado que no se le desarmaba ni en una trompadera con cuatro borrachos). Dije huevón y hasta yo me río por como hablo ahora, hasta yo me aguanto las ganas de llorar por haber perdido el ¿qué hacés, boludo?, y mi cafecito en la Calle Corrientes, y el Perón sí Perón no que allá te acompaña hasta que te morís.
“Sin testigos”, sí; en ese bodrio que hice por dos mangos me gané un nombre y la posibilidad de unos dólares futuros. La escena se iba a repetir como en diez películas más. El fulano rubio, Mc Nillie, sí, el que nombré recién, me iba asesinar en un duelo a solas, en una calle empolvada de un pueblo abandonado, ajustando cuentas, convirtiéndome en el muerto más famoso del cine actual, el que siempre caía de la misma manera, entre dos casitas de cartón y unas montañas pintadas a lo lejos, para que ése se llevara a Katherine, mi Katherine, que a veces se llamaba Grace, o Louise, o Mary, y para que yo me comprara una mansión envidiable y mis amigos en Buenos Aries me mandaran cartas diciendo te vi morir en “Valle de Sangre” o en “Enemigos eternos” o en no sé qué mierda con el mismo libreto, mismos actores y mismo director… Sí, Hollywood es obvia, y la vida es obvia y blablabla blablablá; pero Katherine…, estaba Katherine y por ella cómo no iba a intentar cambiar la vida, el mundo, y hasta las recetas infalibles de la Paramount.
Rodando “Cita al crepúsculo”, se me ocurrió hacerlo. La escena –la ya insoportable escena con el rubio- iba a repetirse otra vez y, de tan simple, se filmaría en dos patadas, y lo mejor de todo es que Katherine no estaría delante, porque para ella sería difícil el asunto… Ella me ama. A pesar de que Santana dice que no me da bolilla, ella me ama. Lo disimula, claro, no es cuestión de que una estrella ventile su vida así porque sí. Por eso, en las no sé cuántas películas que compartimos, apenas nos hablamos fuera del set, y se hace la seca, la distante cada vez que me le acerco a charlarle en el trailer, y no me quiere confirmar lo que yo sé: que odia a Mc Nillie, que detesta irse en sus brazos en todos los finales.
Ya dije que se me ocurrió hacerlo en “Cita al crepúsculo”, por eso aproveché todo ese rodaje para controlar a los técnicos, la utilería, medir movimientos, no levantar sospechas. Si el público respondía habría otra oportunidad; y la hubo…
Paradójicamente, para “Cara a cara” los productores decidieron invertir más plata que antes. Hay más despliegue, más extras. También se corrigió fue la famosa escena… Bah, la cambié yo. La hicimos hace un rato. Fue fácil. Para las modificaciones me serví de lo aprendido en “Cita…” El resto, una tontera: llevar un arma que no fuera de utilería, y desenfundar antes que Mc Nillie…
No sé qué reacciones habrá habido. Yo me vine a casa mientras los técnicos no salían del estupor viendo el cadáver rubiecito que no se iba a levantar por más que gritaran ¡Corte!
Sí, me vine a casa porque me van a tener que mandar un libreto nuevo, con el cambio que hice no se puede seguir como estaba estipulado.
Pero, a pesar de lo que me diría el negro Santana, yo sé que es fácil. Es variar el final y listo. Es cuestión de esperar que vengan las hojas corregidas por Jacobs, por Person, por los otros que ni me acuerdo cómo se llaman, y terminar la película con Katherine montada a mi espalda. Todo cambia, claro, ya lo dije. A fuerza de sangre Hollywood deberá aprender que la chica linda también se puede ir con el malo de la película.
4- Rumbo al protagónico. Por Rayuela,Enviar a un amigo Imprimir
Estimados administradores:
La última frase del cuento ha sido publicada incompleta
Nobleza obliga: la organización del certamen no cometió ningún error; fui yo quien envió el cuento de manera defectuosa.
Lo importate es que y esté solucionado y que el relato pueda leerse completo.
saludos
¡¡Gracias!!
Me gusta tu relato y tu forma de contar. Una historia entretejida con un hilo de humor casi negro que la hace más ligera, y tiene muy buen ritmo. El título, soberbio.
Suerte.
Mi relato es el 41.
Muchas gracias Ágata.
Defecto sintácticos (fue EL hacer…, por señalar el primero) y una aceptable historieta tecleada sin haberse preocupado por investigar el mundo del cine de los sesenta…
Sr Antístenenes: en líneas generales no contesto agresiones como la suya. Pero como soy un profesional y amo el idioma no puedo dejar pasar su error. El comienzo de mi cuento está perfectamente bien escrito. Se dice «fue hacer mi voluntad» porque está escrito en lenguaje coloquial. Revise por favor los escritos de la RAE al respecto.
Usted es un ignotarnte y un maleducado y, por supuesto, un envidioso al que le encantaría escribir como yo.
Fe de erratas: quise decir «ignorante» y «estudios de la RAE al respecto.»
PD: me gustaría saber a qué se refiere cuando dice «sin haberse preocupado por investigar el mundo del cine de los sesenta», si lo que yo escribí es una ficción y no un ensayo. Pero prefiero terminar aquí, ya que vamos a derivar en una vana discusión, Y como decía Juan Carlos Onetti: las únicas palabras que merecen existir son las que son mejores que el silencio,
Gracias por nombrar al gran Juan Carlos Onetti, soy Uruguayo por cierto. Un abrazo
Me ganaste ya sólo con nickearte Rayuela. Me gusta el estilo, me gusta el ritmo, me gusta como te expresas, quizá le falta un poco de enjundia a la historia. Por lo demás perfecto.
Suerte.
Garrik, al pasar a leer por aquí los relatos me encuentro con su comentario. Le recomiendo que busque el relato Aquellas rosas de Guanajuato y, si tiene suerte y lo encuentra, lo lea…
Mi más cordial saludo en todo caso.
¿A quién no le gustaría escribir el guión de su propia existencia?
Mucha suerte
Buen relato. Garrick, famoso actor de Inglaterra, así comenzaba su poema «reir llorando» el poeta mexicano Juan de Dios Peza. efectivamente, como dice Hóskar, a todos nos gustaría escibir el guión de nuestra propia vida. suerte
Me resulta algo embarullado. Suerte.
Rápido, enérgico, interesante y un buen relato con buen final. Algunos términos me han recordado a amigos argentinos. Me ha gustado bastante y no todo me gusta
Un poco psicótico nos salió el vaquero, obsesionado con la tal Katherine. No es de lectura fácil, hay que pararse (y hay tantos relatos para leer), pero está bastante logrado.
Es original, me gusta la idea principal y es certero, no se enreda y consigue transmitir. Muy bien.
Yo lo he leído con facilidad y disfrutándolo. Si es que hay gustos para todo…