La caja me hablaba. Y en el silencio del cuarto, su voz escondida, susurraba mi destino. No se si puedo explicarme de otro modo pero lo intentaré. Debo contar esta increíble historia para dar noticia de ese incierto futuro que me espera y del cual ya he sido testigo. Fue así como recuerdo que todo comenzó: era una tarde calurosa de verano en la que, fastidiado y sudoroso, al llegar a mi departamento, sonó el timbre del portero eléctrico: «CARTERO. TRAIGO UNA ENTREGA A NOMBRE DEL SEÑOR SAPINI«. No tuve mejor consuelo que bajar por algo cuya presencia me desconcertaba, dado que no esperaba recibir nada. En el portal me esperaba el mensajero con una caja, marrón ordinario, y de cincuenta por cincuenta con tapa. En una pequeña etiqueta escolar con renglones azules figuraba mi nombre, pero nada decía del destinatario. Sólo una pequeña inscripción, bajo uno de los vértices, impresa en el cartón, me recordaba vagamente al slogan de un producto de venta directa promocionado en la televisión: «Destiny box. Dream pack 3000». El recuerdo difuso, quizás un deja vú, no logró esclarecerse en mi mente y la necesidad de cambiarme de ropa y refrescarme me indujo a dejar la caja sobre la mesa del living.
Acabadas las tareas cotidianas, busqué el descanso en mi sofá y, con la parsimonia del fumador, me quedé en silencio disfrutando del humo, ensimismado en mis divagaciones. Fue entonces cuando la oí. Una voz apagada, como proveniente de un lugar lejano, pronunciaba mi nombre.
-Señor Sapini, Domingo Sapini, buenas tardes.
En el silencio de la tarde donde las sombras nacen, la voz me nombraba.
-Shhh, señor Sapini, aquí.
Sobresaltado, giré la cabeza buscando el origen de aquellas palabras en la habitación contigua.
-No en la habitación señor Sapini, estoy aquí, en el living, precisamente en la caja. Pero escúcheme con atención- decía la voz, tornándose enérgica, en tanto yo me acercaba a ella. Y en el preciso momento en que me disponía a levantar su tapa, la voz se impuso:
-Quieto ahí. Antes de comenzar, le ordeno por su bien señor Sapini, no intente nunca, bajo ninguna circunstancia, abrir esta caja.
-Esto es de locos- contesté. Y en mi segundo intento por develar aquel hecho inaudito, la voz de la caja habló:
-Julia Ambrosini…
Inmediatamente, la comprensión de aquel nombre me doblegó, transportándome a la visión de la que había sido en mi niñez mi primer amor. El poder disuasorio de la voz, logró revivir en mí, el primer beso de amor que tanto deseé con Julia. Todo el amor que no tuve me estaba siendo revelado sin la nostalgia de no haber sido con la indescriptible sensación de estar ocurriendo. Al finalizar el relato, la voz calló y nos quedamos en silencio.
-¿Por qué está aquí? ¿Qué quiere?- Pregunté dudando de mi tono conciliatorio y presa de la incomprensible situación. Entonces una tercera pregunta me asaltó desde el miedo: -Dígame que su voz no soy yo, que lo que oigo no es producto de mi imaginación. ¡Contésteme!
-Si lo que le importa es su cordura señor Sapini, usted no está loco. Imposible sería que su mente provocara esta voz, mi esencia- dijo, convenciéndome.
-Entonces déjeme olvidar todo esto y dígame cómo quiere que hagamos para que cada cual siga su camino- Contesté, y encendí un cigarrillo con la intención de relajarme entre aquella ridícula situación.
-Muy bien Sapini, le diré lo que haremos. Pero antes me gustaría que me invitase un cigarrillo. Es un placer al cual no puedo resistirme, usted lo sabe.
Sapini desconcertado siguió aquel extraño juego en el que acercándose a la tapa ofreció un cigarrillo a su interlocutor. La tapa se levantó unos centímetros, impidiendo ver otra cosa que oscuridad en su interior.
-Introdúzcalo. ¡Ah!, también las cerillas. Muchas gracias. Ahora sepa disculparme un momento- Dijo la voz cerrando la tapa. La caja se agitó y, segundos después de un chasquido, la tapa volvía a abrirse para expulsar las cerillas y el humo acumulado en su interior. -Le explicaré lo que necesita saber. Vea, estimado Sapini, lo que usted tiene ante sí es una Caja de Conciencia y lo que existe dentro de ella esta indicado por su nombre. Una Caja de Conciencia como la que usted ahora posee, pertenece al grado más avanzado de la ciencia y de la psicotecnología. Su función consiste en desarrollar estados de conciencia en los cuales el individuo puede desarrollar sus capacidades psíquicas y equilibrarlas en relación a sus capacidades físicas. En palabras de Juvenal, mens sana in corpore sano, este precepto que la realidad confirma y simplifica es apenas el primer peldaño de la inconmensurable escalera de la evolución humana. Y la Caja de Conciencia, la herramienta por la cual el hombre asciende la escalera de su destino.
La voz hizo una pausa mientras la caja expiraba el blanco humo y durante un momento, maravillado por la situación, fantaseé con la posibilidad de conservarla bajo secreto, para un estricto uso personal. Pero, por suerte, la interrupción duró el tiempo suficiente para que volviera a mis cabales. Y antes de que la voz pudiera continuar, le espeté con un dejo de insidia:
-Todo lo que ha dicho me resulta extraño y comprensible a la vez. Lo inexplicable e inverosímil es este truco en el que usted fuma.
-El que fuma no soy yo. El que fuma es usted, señor Sapini. Me contestó con un dejo de ironía en el tono. Efectivamente, y sin conciencia de un acto tan natural en mí, me encontraba fumando. De la caja, no salía humo.
-Déjeme explicarle.- continuó la voz- Le he persuadido de que fumara para generar un vínculo de empatía. Además, dada la situación, necesitamos bajar su nivel de estrés; motivo por el cual no se ha librado de fumar desde que comenzamos esta conversación.
-¡Mente sana en cuerpo sano, eh! Y usted me induce a fumar. ¿Qué clase de broma de mal gusto es esta? ¿Acaso esto es una cámara oculta para algún programa de televisión? No quiero perder la paciencia. Le pido que acabemos de una vez por todas con esta farsa. Vaya al grano.
-No se tense Sapini. Y no intente ninguna estupidez.
Pero el aviso llegaba tarde: me encontraba cogiendo la caja con las dos manos, con la intención de estrellarla contra el suelo y acabar con la imbécil pesadilla que me tenía preso. Pero, por segunda vez, no pude escapar a su encanto. La voz me transportó al dulce canto materno; a la calidez y seguridad de los brazos que mecieron mi infancia. Siendo el gozo tan grande, me fue imposible salir del extraño influjo y no puedo afirmar cuánto duró. Lo cierto es que, al finalizar aquella canción de cuna, me encontraba meciendo la caja. Al recobrar la conciencia de mis actos, avergonzado, volví a depositarla en la mesa.
Maldita caja horrorosa, pensaba. Tengo que deshacerme de ella o acabaré obedeciendo su voluntad. Conviene esperar el momento oportuno. Mientras, debía averiguar qué pretendía de mí.
-Entonces,- continuó la voz-, superadas las interrupciones, le diré qué haremos. En primer lugar debería disculparme por esta intromisión en su vida. Aunque no lo haré, dado que, con su falta de cortesía, me ha dado más de un motivo para no hacerlo. Demás está decir que yo no le caigo bien, Sapini, lo cual es comprensible. Es usted un ser contrariado e inestable; y lo ocurrido hoy da prueba de ello. En segundo lugar, todo ha sido un craso error. No es con usted con quien debería estar hablando en este preciso momento.
-¿Ah si? Pues muy bien, me alegro de escucharlo. Pero si no es con el destinatario de la caja, o sea yo, ¿con quién debería estar hablando usted? ¿Qué es lo que ocurre?
-Dígame que año es y se lo confirmaré.
-Estamos en el año 2010.
-Efectivamente señor Sapini, debería estar conversando con usted, pero no ahora, si no, dentro de veinte años. Ha sido producto de un error en la temporalidad del envío. No es la primera vez que ocurre. Si lo que quiere es librarse de mí sólo debe llamar a la mensajería y devolverme sin contemplaciones. Le borraré de su memoria este lamentable episodio y aquí no habrá pasado nada. Dentro de veinte años, usted me recibirá como si nada hubiese sucedido y yo lo ayudaré a convertirse en el ser humano que usted desea. Ahora, hágame el favor de llamar; de lo contrario, ya sabe…
La Caja de Conciencia no me daba opción, pero no recordaba el nombre ni el número de la mensajería.
-Debe llamar a la mensajería «El puente», diga su nombre y que desea realizar una devolución.
Busqué el número en la guía telefónica y llamé. Esperamos tres largas horas en silencio. Al menos, es lo que recuerdo luego de haber preguntado a la voz sobre mi futuro y esta, me confesara algo que estimé muy importante y que, como es de suponerse no puedo recodar; sin embargo, creo que fue gracias a esa respuesta por la cual obtuve la determinación de ejecutar el plan que cambió el rumbo de mi vida. Al menos, creo, ese fue el motivo que justificó no devolverla. He aquí el desenlace de los hechos tal y como los recuerdo: finalmente, sonó el timbre del portero eléctrico. Tomé la caja y, al intentar salir, comprendí que debía apoyarla en el suelo, tanto como para abrir la puerta de mi departamento como la del ascensor y la del hall de la calle. De este modo, al llegar con el ascensor a la planta baja, cerré la puerta detrás de mí y abandoné a la caja, no sin antes, pulsar el botón del subsuelo, lugar de las cocheras. Mientras tanto, el cartero me esperaba. No noté nada raro en él, y cuando me preguntó por la devolución, le contesté con disimulo que me había equivocado: me quedaría con el envío. El mensajero, un hombre gordo y rubio, de unos treinta años, realizó un mal gesto por la pérdida de tiempo. A modo de disculpa, le entregué una considerable por la molestia ocasionada. Solucionado este asunto, aún me quedaba la caja. Así que subí por las escaleras a mi departamento y, una vez allí, llamé al encargado del edificio:
-Buenas tardes. Soy Sapini. Es para decirle que alguien olvidó una caja en el ascensor.
-Quizás sea parte de alguna mudanza. En lo que va del mes hemos tenido tres. No se preocupe, revisaré el ascensor. Hasta pronto-. Contestó el desganado portero. Luego, me desplomé en el sofá.
Al despertar, ya era otro día. Intenté, durante esa mañana, averiguar que había de sido de aquella pesadillezca Caja de Conciencia y supe, por el encargado del edificio, que no la había encontrado. Según su relato, luego de mi aviso llamó de inmediato al ascensor y al abrirse sus puertas nada encontró en su interior. De este hecho como prueba, he pensado largamente si acaso todo lo sucedido no fue más que obra de mi imaginación. De todos modos, en el caso de que el extraño incidente haya realmente sucedido, sé que tomé la decisión correcta y espero no volver a ver, al menos en los próximos veinte años, esa maldita caja.
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Muy buen relato, me hace ir corriendo a leer algo de Felisberto Hernández (un gran autor, pero poco conocido) y encontrar tanto en común, escribo pocos mensaje pero leo bastante los relatos que concursan, hasta ahora tengo unos seis cuentos que realmente me gustaron («Sopas de vino», «El vecino del quinto», «Un hombre que contaba cuentos», «Seis balas» y » La mano invisible que mece la tumba») me alegro de incluir el tuyo.
Todos tememos, algún día, encontrarnos con nuestra conciencia.
Mucha suerte.
Muy interesante. Sería genial poder disponer de una caja en la que mandar de cuando en cuando a la conciencia a darse paseos en ascensor.
Me voy a leer las recomendaciones de LuchoX, no puedo evitar la curiosidad.
Suerte
Un relato que me recuerda insistentemente a una película que, si no recuerdo mal, se titula «The box». El final es anodino…
Suerte.
No te conozco, Antístenes…
..es decir, no te «reconozco».
Estoy con usted, señor Salvo; todo ha sido un mal sueño, una pesadilla sin sentido que al final ha terminado plasmándose en palabras y concurriendo a este concurso.
Pero no se preocupe, no faltará quien opine que es una obra maestra. Es la ventaja de este foro abierto y libre.
Suerte.
Un relato extraño, muy bien escrito, como deben de escribirse los relatos, por muy extraños que sean. felicidades juan.
Me lo he pasado bien leyéndolo, sobre todo por el tono silencioso, regular y apacible.
Yo hubiera intentado un final con algo más de mordida.
Suerte.
Un relato subrealista e imaginativo.
Personalmente estoy segura que yo hubiese abierto la caja antes de abandonarla…jajaja
Un saludo