premio especial 2010

 

Abr 27

El engrudo

Ya la habían parado varias veces por la calle para decirle lo mucho que se parecía a aquel cantante (y que tal y que cual).

-Él es un hombre, por el amor de Dios.

Era lo que contestaba ella entonces sin sensatez, aunque nunca era la misma persona la que la interrumpía para regocijarse en voz alta sobre su fascinante parecido. Lo curioso y quizá más aliviante es que nunca llegó nadie a cruzar el límite de confundirla con el cantante que, dicho sea de paso, había arrasado con sus primeros discos antaño y hoy conservaba, si acaso, una dorada y chata coronita que ningún veinteañero se atrevía a deslizarle.

Un día, antes de entrar al establecimiento de ultramarinos, justo mientras acometía un fortalecido déjà vu que ya había tratado de saltar a la superficie hacía unas horas, alguien le tocó el hombro y la campanita de la puerta tintineó distinto a como era habitual. El tendero se giró sorprendido, roto el acostumbrado anuncio de entrada al tiempo que el déjà vu, mezclado con una inexplicable imagen del desagüe de la ducha colmado de pelillos como serpientes retorcidas, se presentaba con el impacto de una gota derramada sobre una película de jabón.

La puerta termina por cerrarse, el aire frío de otoño no penetra junto con la clienta porque ésta se queda fuera y el tendero aprecia una nueva persona en el exterior, a través de los resquicios de cristal sin cubrir por las finas cortinas amarillas de encaje.

El desagüe se engulló a sí mismo en torbellinescos giros mientras ella también giraba en torno a sí para encontrarse cara a cara con el propietario de aquel brazo al que estaba unida.

Un desconocido que se limitara a pasar de largo habría pensado que se trataba de dos amigos que acababan de reconocerse por la calle y que todavía se hallaban en el momento de la sorpresa.

Los ojos que encontró al darse la vuelta la contemplaban desde algo más cerca de lo que habría representado una distancia prudencial y brillaban en éxtasis. Antes de que se decepcionaran ante el equívoco (ella no era el cantante anhelado), su imagen aterrizó sobre la planicie que el desagüe del déjà vu había liberado.

Se preparó para el tartamudeo avergonzado con tintes de desilusión disimulada del extraño y a la vez reculó, dando a entender con un lenguaje corporal huraño que prefería entrar en la tienda de ultramarinos y seguir su rumbo.

-Perdón, oh, lo siento, por favor. No quería…

El hombre se dio cuenta de la incomodidad que acaba de causar a la joven. Se sintió desgraciado, como si hubiese roto un objeto de valor y aún le quedaran pedazos de ese tesoro mutilado entre los dedos.

La joven, que era mal encarada y llevaba un abrigo que podría pesar lo mismo que todos sus huesos acumulados en un montón, se separó de él e hizo ademán de posar la mano sobre la puerta de cristal.

-Escuche, yo tan sólo tengo una pregunta que hacerle.

A ninguno de los dos, curiosamente, le sorprendió aquel trato de usted. El frío había dejado las mejillas de ella más rojas de lo habitual. Las de él, en cambio, se mostraban grisáceas, quizá por la edad Y daba la impresión de que se hubiesen quedado pétreas, preservadas tras una pátina fina, casi inapreciable.

Como al ademán le siguió la más clara de las intenciones por entrar al establecimiento, el hombre se vio obligado a agarrarse por segunda vez al brazo de la joven. Sintió que los añicos punzantes de eso que había roto se clavaban en la piel a través del fieltro y luego cómo esa presión disolvía el tesón por alejarse de él.

-Qué quiere que le explique. – dijo irritada. Efectivamente, retomó su inicial postura, enfrentada al señor y enseñó un poco los dientes al hablar, como una fierecilla, exagerando el gesto. Era probable que hubiera intentado así abrir una brecha en el parecido con el cantante que llegaba a resultarle tan fastidioso.

-Siento interrumpirla de esta manera, pero es que… ¿qué haces aquí sola, cielo?

La expresión semi-atormentada del rostro del hombre mutó de golpe en otra que sólo podía asociarse a la de un auténtico maníaco. Pero duró sólo unos instantes. Retomó enseguida su fruncido original y, la muchacha, que con aquella metamorfosis primero creyó haber oído mal y luego perdió el tono, lo volvió a recuperar, extrañada, casi dudando de sí misma.

-No, no, escucha, tengo una pregunta, no es más que una cosita…

El desagüe lleno de pelos regresó a los conductos que filtraban las imágenes del presente y a intervalos pudo notar cómo los orificios que aún quedaban libres bajo la maraña de vello arremolinado comenzaban a achicarse. Ese desvarío la debilitó sin que lo notara y, en parte, fue motivo para no zafarse inmediatamente del brazo de aquel extraño. De súbito, sin poder evitarlo, se encontraba inmersa en un proceso raro en el que imágenes alternas llenaban un tiempo que parecía ir a alcanzar un punto que haría coincidir la culminación de la pregunta maldita del extraño y el completo atascamiento del desagüe.

La mano sobre el brazo, esa presión… un escalofrío la apartó de la estupefacción por unos segundos, durante los que se preguntó si no sería esta vez diferente: Quizá nada tuviera que ver con el dichoso cantante.

A los pelos como serpientes de río diminutas se les sumó una sustancia que bien podría ser una clase de cartón resistente sometido a continuas lluvias. Blando, arrastrado a pedazos por la corriente de agua que hacía girar el remolino de pelos, se iba mezclando torpemente con éstos, los empujaba, se colaba entre las ranuras del agujero…

Al tiempo, el hombre frente a la entrada del puesto de ultramarinos no cesaba de referirse a ella con “Señorita, señorita, tengo una pregunta para usted” y, así, el desagüe comenzó a obstruirse y no sólo eso, lejos de ofrecer una depresión en la curvatura lisa y brillante de la bañera, se transformó en un cúmulo de materia casi imposible de identificar, oscura, pegajosa, remojada, empujada con tosquedad de tanto en cuando por un golpe de agua más vigoroso.

El tendero, aburrido dentro de su tienda, volvió a echar un vistazo afuera y los dos bultos humanos continuaban exactamente en la misma posición que antes. No imaginó nada, nada bueno, nada malo y paseó con cansancio abatido la mirada sobre sus productos, como si volara por encima de ellos en una avioneta y en la distancia se tornaran campos con gráficos y colores variados, explosivos.

Fuera, el hombre continuaba queriendo saber preguntar, y el rostro del cantante, por todos conocido, se iba alejando progresivamente de la constelación de ella. Habría quien dijese que incluso cabizbajo, ofendido.

-Sólo será un momento.

El engrudo alcanzó un tamaño considerable para poder ser comparado a un gato pequeño que se ha colado en la ducha, y en ese momento el extraño señor formuló su pregunta.

-¿No es usted hermana de ese…

De pronto, toda aquella masa informe, fría y húmeda, llenó las manos de ella, también los dedos se abrieron ante la llegada de aquel material y se miró aturdida.

-…cantante tan conocido que…?

Fue tal su ira ante aquel final absurdo que levantó ambas manos y arremetió con el engrudo contra el preguntón. La pátina que contaba el cuento de proteger las mejillas cenicientas del señor brilló por su ausencia y la pasta oscura le cubrió la cara en un visto y no visto. Mientras, la muchacha ya corría como una flecha acera abajo. Irónicamente, un coche apareció desde la otra calle a toda velocidad y en dirección opuesta, y con un ojo oculto tras el frescor de aquel repugnante compuesto y el otro pinchado en la joven corredora, reconoció la canción que salía a alaridos por una de las ventanillas abiertas. No podría haber sido de otro modo.

25- El engrudo. Por Josef Vinos, 8.8 out of 10 based on 83 ratings

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6 Responses to “25- El engrudo. Por Josef Vinos”

  1. Ágata dice:

    En cuanto al contenido, creo que no entendí bien tu relato. En cuanto a la forma, me parece que utilizas oraciones demasido largas, lo que dificulta el ritmo y el relato pierde fluidez.

    En cualquier caso, te deseo suerte.
    Mi relato es el 41

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  2. Antístenes dice:

    Sólo por escribir «tobernillescos giros» no se puede seguir leyendo…

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  3. la ciudad dice:

    yo si terminé de leer el relato, a pesar de los torbellinescos giros, pero no lo entendí. suerte

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  4. HÓSKAR WILD dice:

    Creo que me he perdido en alguna parte del engrudo.
    Mucha suerte

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  5. Saraiba dice:

    Me ha gustado el título. Muy apropiado.
    Suerte.

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  6. ALBA LONGA dice:

    Lo cierto es que vas dibujando la tensión del suceso con maestría, y el simil del engrudo es un acierto (un acierto repugnante, por qué no decirlo) pero que representa como una fiel alegoría el estado de ánimo de la muchacha. Tal vez, el final, inesperado por obvio, sea lo que menos me ha gustado. Pero está bastante bien en conjunto.

    Te deseo suerte en el concurso y te dejo mi voto. También te invito a leer mi relato, el 181, a ver si te gusta.

    Un saludo.

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