premio especial 2010

 

Abr 20

Fuera de sí, barritaba, bufaba y sacudía la cabeza con violencia hacia todos los lados. Sus patas, gruesas como moles, se movían sin control por toda aquella estancia y temblaban como columnas presas de un terremoto. Todos los rincones y lugares aledaños a la gran carpa retumbaban prorrumpiendo un sonido parecido a los redobles lejanos de un tambor gigante. Su trompa, larga como una soga, se extendía y se plegaba y se volvía a extender, como si fuera un acordeón sometido al frenesí de unas manos vehementes y descontroladas.

Mientras, el público, mayoritariamente menudo, se volvía impaciente y pateaba el suelo arrojando a la pista todo tipo de objetos para demostrar su enfado. Querían ver al legendario elefante y a su equilibrista. Por desgracia, sobre todo para el dueño de aquel circo, durante el último mes se repetía en todas las representaciones la misma secuencia de acontecimientos.

En una de las violentas sacudidas de su trompa, arrojó al suelo todas las cosas de la mesita cercana al improvisado tocador; entre ellas, se precipitó con gran estruendo, junto con un grueso cepillo para el pelo, un espejo de mano, una copa y una botella de vino “Grand Chouvet”, un hermoso cenicero blanco que brillaba como una perla en el mar. Un cenicero que ante los desorbitados ojos de su dueña, de manera sorprendente y milagrosa aún no se había roto. Caía al suelo rebotando y expulsando todas las colillas como fuego por la boca de un dragón. Daba unos cuantos tumbos y ya está. Marla, la equilibrista del circo, se agachó y comenzó a recoger todo lo que su compañero Tatú, un elefante de ochenta y tres años y siete toneladas de peso, se encargó de ir barriendo con una trompa desbocada y agresiva. Marla sabía —lo conocía hace muchos años—, que Tatú quería expresar su desacuerdo hacia algo, pero en concreto… ¿hacia qué?  ¿Por qué se enfadaba tanto Tatú minutos antes de salir a la pista para realizar su número circense?

El Sr. Pika Josso, dueño y director del circo, había acudido al camerino de Marla alertado otra vez por los ruidos, el retumbar y el desorden imperante. Se percibía, sutil, su desesperación; aunque su carácter inglés le otorgaba una flema por la que le resultaba muy difícil enfadarse sin tapujos.

 

─¡Oh, my God! , ¡oh, my God! —exclamaba al tiempo que se llevaba ambas manos a la cabeza—. What’s happening con Tatú, Marla? ¿Aún sigues smoking tu cigarrillo?

─¡No, señor Pika, hoy ni siquiera lo he llegado a encender! Tal y como habíamos quedado usted y yo, pensando que es el humo de mi cigarro lo que enfada  así  a Tatú, hoy  no  me  he  fumado  el  de  antes  de  salir  a la pista —contestó Marla confusa y contrariada por no saber dar una solución todavía al comportamiento de su elefante.

—¡Pero no podemos seguir así, my lady!, ¡el público se está enojando, piden su dinero al final de la función, no les basta con verla haciendo algunos equilibrismos con Sammy, el caballo, y sólo por la mitad de su tiempo!, ¡Quieren verla con Tatú, pagan por verles a ustedes dos juntos, my lady! —dijo el Sr. Pika Josso con el semblante encendido y sin dejar de realizar aspavientos con las dos manos—. ¡Quiero que controle usted a su elefante, señorita Marla, y quiero que lo solucione hoy! De lo contrario, me veré obligado a prescindir de sus servicios y de su elefante, muy a mi pesar,
créame… —expresó con toda la contundencia de la que fue capaz el iracundo dueño del circo, al tiempo que se mesaba sus negros y retorcidos bigotes como en un rictus de impaciencia.

—Voy a  intentar solucionar esto hoy mismo, señor Pika, se lo prometo… Por favor, ¿podría dejarme sola un momento con Tatú? —preguntó Marla al tiempo que agarraba con delicadeza al Sr. Pika por un hombro y con un suave mohín le invitaba a salir de la estancia. Éste se fue con el rostro aún del color de las cerezas y farfullando entre dientes, con toda seguridad, algún reniego inglés.

Cuando Marla se quedó sola se acercó a Tatú; aunque ya no estaba fuera de sí, todavía seguía dando pisotones con sus enormes patazas, extendía y plegaba la trompa y bufaba con un poco menos de estruendo. Le acarició su enorme y arrugada frente y se abrazó por unos instantes a su gran cabezota, a la que propinó un sutil y entrañable beso. Aprovechando que Tatú parecía ahora mucho más tranquilo, fue al otro extremo de la estancia y se prendió un cigarrillo; aspiró el humo de su primera calada con vehemencia y fruición. Todavía nerviosa por el eco de las últimas palabras del señor Pika, y las suyas, prometiéndole una solución que aún ignoraba. Miró a Tatú, que a pesar del humo permanecía tranquilo. Observó la majestuosidad y la prestancia de su porte y se fijó en sus colmillos, esas curiosas protuberancias que se abrían paso a cada lado de su trompa-nariz de un bello y resplandeciente marfil,  y que hoy brillaban de una manera especial. De repente, y cuando se disponía a sacudir la ceniza, el refulgir de su inmaculado cenicero iluminó su perspicacia y sus recuerdos le trajeron los ecos de una posible y repentina solución. Cogió el cenicero y se dirigió hacia su elefante con él entre sus manos como si de un trofeo se tratase. En ese momento, Tatú volvió a mover sus patas con violencia; cuando comenzaba a barritar de nuevo, sin ningún control, Marla apagó rápidamente su cigarrillo, dejó el cenicero de marfil encima de la mesita cercana al tocador, se acercó a él y comenzó a acariciar su frente con gran ternura al tiempo que siseaba y entonaba una especie de improvisada nana.

Con un Tatú ahora más calmado, Marla se arrimó al lavabo para poner el cenicero debajo del grifo y limpiar los restos de tabaco acumulados. Con cuidado lo fue secando mientras recordaba el rostro emocionado y feliz de su madre el día que le relató su romántica y cálida luna de miel en Kenia, su visita a aquella enorme manufactura de marfil donde realizaban  todo tipo de objetos decorativos que uno pudiera imaginar y cómo su padre le regaló a su madre aquel cenicero de marfil.

Una vez que el cenicero estuvo seco e impoluto, Marla hizo un gesto a su elefante para que la siguiera y juntos salieron fuera de la estancia. Tatú con su caminar ceremonioso y elegante, y Marla con los ojos humedecidos y el ánimo anegado por la nostalgia de hechos pretéritos que creía olvidados, pero que ahora acababa de rememorar. Cogió una bonita rosa roja del enorme rosal que crecía muy cerca de la valla que delimitaba el circo. Y allí mismo cavó un pequeño y profundo hoyo, depositó el cenicero en su interior, volvió a echar toda la tierra dentro y lo allanó antes de poner la rosa y de rezar una pequeña oración.

Ese día, Tatú hizo la mejor actuación de su vida.

12- La memoria de TATU. Por Hilaria, 5.8 out of 10 based on 13 ratings

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4 Responses to “12- La memoria de TATU. Por Hilaria”

  1. Ágata dice:

    Me parece un buen relato y me gusta mucho el título. En general, creo que te sobran palabras.

    Suerte.
    Mi relato es el 41.

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  2. HÓSKAR WILD dice:

    Fumar perjudica gravemente la salud. Lo sabe hasta un elefante.
    Mucha suerte.

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  3. Saraiba dice:

    Tengo un pero, si el cenicero lo tenía de siempre ¿cuándo se dio cuenta el elefante? Me parece un poco traído por los pelos este relato, a pesar de la fama de memoriosos de los elefantes.
    Suerte en el certamen.

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  4. Hank dice:

    ─¡Oh, my God! , ¡oh, my God! —exclamaba al tiempo que se llevaba ambas manos a la cabeza—. What’s happening con Tatú, Marla? ¿Aún sigues smoking tu cigarrillo?

    Creo que por primera vez en este concurso voy a rebajarme a la misma tontería de otro «participante»,

    «Fumar perjudica gravemente la salud. Lo sabe hasta un elefante».

    Poco más, la verdad, es que no hay por dónde agarrarlo.

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