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VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

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95-Tres colores. Por Gretel

A nuestras dos Emilias

 

Tuvo una idea extraña: se le antojó que habían pinchado el sol y que su jugo cárdeno había incendiado los edificios. Fascinada por la imagen de Madrid aullando en llamas rojas y amarillas, no se dio cuenta de que se había quedado sola en la azotea. Una monja se le acercó y le tocó el brazo.

            —¡Emilia, vamos! Hay que prepararse ya.

            Vio las lenguas de fuego reflejadas en los ojos temblorosos de la hermana y, de pronto, sintió un miedo lejano que le subía desde el vientre, la misma inquietud que la desazonaba cuando a la hora de comer escuchaba lecturas de castigos bíblicos. Era el del granizo ardiendo sobre Egipto el que ahora rebotaba en su mente—Yahvé de voz tronante, fuego sobre la piedra— mientras bajaba las escaleras de caracol y pasaba junto a la puerta del dormitorio.

            —¿Hay que prepararse? —repitió la niña.

            —Ay, mi niña, siempre en las nubes. Vienen a por nosotras. ¿No lo ves?

            Cambiar otra vez de lugar, ahora que estaba en este que le gustaba, aunque solo fuera porque podía dormir sin que el hambre le devorara las tripas.

            —¿Y adónde vamos?

            —Dios dirá, hija.

            De la mano de la hermana Luisa, llegó al rellano en el momento en que se desvanecía el olor áspero a ladrillo quemado. Aún tuvo tiempo para guardarlo en su álbum de olores. A cada uno le daba un nombre. “Nieve de fresa” era su favorito. Lo había catalogado la mañana en que salió de su pueblecito de la montaña. “Ve con estos señores, Emilia”, le había dicho su madre con la sonrisa en la boca y la congoja en los ojos. “Son amigos de tu padre”, amigos de aquel cuerpo grande y verde, del que sólo recordaba la enorme capa y el gorro de charol: capa de noche y sombrero de cuchillos. Cuando salió a la “nieve de fresa”, supo, desde el fondo de sus seis años, que su madre se había despedido de ella con la contención de un último adiós. Tal vez lo había intuido porque su mamá había evitado los abrazos, lo besos y las caricias; o tal vez porque, al despertarla, había encerrado en su mano un trocito tela, una suave cinta de colores. Emilia entendió que debía guardarla como el mayor de los tesoros, como un secreto que sólo a ella le había sido confiado. Ya en la calle, tuvo ganas de llorar, pero el rostro de bronce de aquellos hombres la obligó a sorber lágrimas y mocos. Se sintió entonces una heroína, como en los cuentos que su madre le susurraba bajo las mantas, cuando las palabras se hacían caramelo y podía dejarlas en la boca hasta que se deshicieran —“recuerda, Emilia: cuando tengas miedo, cierra los ojos y cuenta hasta tres”—. 

            Se alegraba ahora de ir de la mano de la hermana Luisa. Ella, la más dulce de cuantas allí las cuidaban, era un cojín de plumas. A veces se le ocurría que Luisa y la madre Dolores eran la misma persona del revés, como si le das la vuelta a un calcetín y entonces pica y se te clavan las costuras. Si la hermana Luisa tenía cara de bollo de nata, la superiora era un sello viejo.

            —Venga, corre, ponte con las demás —la apremiaba Luisa.

            Se unió a las demás niñas, a su silencio de miradas aturdidas. Precipitada y pálida, la madre Dolores se ajustaba una y otra vez su rebeca gris sobre el pecho, como si nunca consiguiera que la arropara enteramente. A Emilia le recordó a un flan que se despereza al caer de su molde y sonrió.

            —A ver, niñas —empezó a hablar la superiora—, os lo diré sin rodeos: tenemos que salir de aquí. Nada de lágrimas; orden, disciplina y valor —decía con su boca sin labios—. El Señor está con nosotros y nos cuida.

            Llagaron al portón de la entrada. Una monja pegó la oreja a la madera. El silencio se extendió de nuevo con sus dedos de ortiga. Tres golpes sonaron al otro lado. La hermana que auscultaba el vientre de la puerta dio un salto y ahogó un quejido con las manos. Chistaron varias religiosas para sofocar las voces de las niñas.

            —¡Ya están aquí! Salid por el patio. ¡Ya! —susurró la madre Dolores—.Yo me quedó.

            Nadie se movió. Las miradas de las treinta pequeñas iban de la superiora a las demás religiosas. Emilia metió las manos en los bolsillos de su falda gris y supo que algo le faltaba.

            —¡Abran la puerta! —se oyó una voz de acero varonil.

            —¡Vamos, vamos! —insistió Dolores.

            —¡Abajo la puerta!

            Se oyó al otro lado un repique creciente de voces y golpes de hierro. Las mujeres no hacían sino mirar la puerta, como si con sus ojos pudieran contener el tambor de furia sobre la madera.

            —¡Abajo el clero!

            Y esa voz fue el primer trueno de una tormenta de gritos y puños. El portón adelgazó hasta ser hoja seca: se tambaleaba, vibraba, temblaba, crujían los herrajes de los goznes. Como si de un eco se tratara, las voces de las niñas rompieron en un estallido de cristales rotos. Emilia recorría el suelo con los ojos rebuscando entre los zapatos negros.

Un disparo resquebrajó la madera.

            —¡Vamos, niñas, vamos! —reaccionó al fin la hermana Luisa.

Aún pudo ver Emilia, antes de abandonar el vestíbulo, a la madre Dolores frente al portón: parecía un palo de lana rasa.

            Con el hábito atropellado entre los pies y el suelo, las monjas guiaron a las pequeñas por los pasillos de techos altos. Las baldosas negras y blancas se sucedían bajo los pies de Emilia, lo que le recordó las tardes de sábado en que se entretenía en contar cuántas había de cada color. Le gustaba imaginar que tenía un cuentagotas mágico, capaz de trastocar los colores. Así, pintaba el suelo de aquel pasillo de verde, rojo, amarillo, rosa y azul, hasta convertirlo en lo que ella llamaba el “prado de los colores”. Ahora pensaba que sus pisadas, las de todas ellas, asolaban su pradera como lluvia de sal.

Tras de ellas, oyeron el crujido de la rabia haciendo brecha en la madera.

            Abriéndose paso entre las demás niñas, Emilia alcanzó a la hermana Luisa al tiempo en que pasaban por la puerta de la cocina. Tiró de su hábito hasta que la moja bajó la vista.

            —¿Qué quieres, Emilia?

            —Hermana, que se me ha olvidado una cosa muy importante.

Encararon otro pasillo. Al fondo se veía la puerta de hierro que daba al patio.

            —¿Qué?

            —Eso, que tengo que volver a subir dormitorio.

La hermana Luisa buscaba la llave en un manojo tintineante.

            —¿Cómo, Emilia? No, ya no. Venga, vamos.

            El metal tanteando la cerradura roía la quietud de la espera.

            —Pero, hermana Luisa, es que yo…

            —¡Basta! He dicho que no.

            Los labios de la monja se apretaban como si fueran una réplica de la cerradura, hasta que una leve sonrisa asomó a ellos al ceder el pestillo.

            Salió primero Luisa y tras ella fueron pasando las niñas bajo la vigilancia de las demás monjas, pero Emilia se quedó quieta y, como rechazada por el viento que las impulsaba a todas, sus pasitos la llevaron a arrinconarse detrás de la puerta abierta.

            —Ya están todas.

            Oyó que decía una de las religiosas; después, el portazo metálico; luego, la espesura del silencio. Se quedó quieta, sintiendo el fuelle de su respiración. Cerró los ojos, tomó aire y echó a correr. Acosada por el eco de sus propios pasos, llegó a la escalera de caracol. Se detuvo en el primer escalón y se llevó la mano al pecho, como si intentara retener el corazón dentro de su cajita de huesos. Se lanzó escaleras arriba. Cuando abrió la puerta del dormitorio, le llegó el olor  áspero a ladrillo quemado. Pensó fugazmente que aún no le había dado un nombre para su álbum de los olores. Al otro lado de las ventanas, el humo llamaba a los cristales con su mano negra. Hacía calor, el aire se consumía a sí mismo. Emilia llegó hasta su cama. Levantó la almohada. Ahí estaba su pequeño lienzo. Se sentó en el colchón y se quedó mirándolo; no había perdido su brillo ni su tacto suave. Lo agarró fuertemente, como si pudiera cosérselo a la palma de la mano. Notó la camiseta pegada a la espalda, respiraba su propio sudor. De nuevo cerró los ojos, se puso en pie y echó a correr. Giraba por las escaleras de caracol envuelta en un torbellino. Aún tenía tiempo para llegar al patio, salir a la calle y alcanzar a las demás. Bajó los tres últimos escalones de un salto.

            —¿Y ésta?

            Frente a ella, cinco hombres de bronce la miraban con ojos de piedra. Dos de ellos sujetaban a la madre Dolores por los brazos. Parecía entre ellos un viejo muñeco de trapo. El humo de las antorchas manoseaba el techo blanco.

            —Es una niña, solo es una niña —dijo la superiora con la voz quebrada.

            —Una hija de fascistas.

            La pequeña agarró con más fuerza el pedazo de tela. Ahora era el momento de mostrar su valentía, de defender el legado de su madre.

            —Pero, señora —dijo otra voz—, ¿no decía usted que aquí no quedaba nadie?, ¿que esto no era ni convento ni colegio?

            —Solo es una niña, una niña.

            —Ya sabe: los niños son el futuro, señora. Se viene con nosotros… o se queda aquí.

            Una mano agarró a Emilia del brazo. En seguida le vino a la memoria el día en que se la llevaron del pueblo y quiso recuperar el olor de nieve de fresa, pero sólo le llegaba el áspero del ladrillo quemado.

            De pronto, la madre Dolores estalló en un arrebato de furia. Comenzó a gritar, a dar patadas al aire.

            —¡Canallas! —gritaba— ¡Dios os castigará! ¡La niña no! ¡La niña no!

            Emilia empezó igualmente a gritar, a patalear, a berrear como una animal herido.

            —¡Que se callen las dos!

            Alguien le tapó la boca a la niña, pero ella mordió la carne hasta que la sangre tibia le llegó a los labios. Oyó un quejido, se notó libre y echó a correr con todas sus fuerzas. Oía tras de sí la voz de la madre Dolores.

            —¡A la niña no! ¡A ella no!

            Antes de doblar la esquina, creció a su espalda un alboroto de voces y golpes. Al encarar el pasillo del prado de los colores, oyó un disparo.

No paró de correr con su mano bien cerrada. Las baldosas mezclaban el blanco y el negro. Una esquina más y al fin allí, al fondo, estaba la salida al patio. En ese momento, le llegó un eco de botas en el suelo. Alcanzó la puerta y zarandeó el picaporte; estaba cerrada. No miraba atrás, pero oía los pasos acercándose; botas que se agigantaban con cada pisada. Entonces, se quedó quieta. Contuvo las lágrimas que se le mezclaban con el sudor en una pasta salada. A su espalda, un gigante de barba roja estiraba el brazo hacia ella. Posó la mano sin fuerza sobre el picaporte; cerró los ojos. Olía el sudor pegajoso del jayán desdentado, su aliento de huevo podrido, sus manos peludas. Con los ojos cerrados, contó hasta tres; un gruñido le rasgaba la nuca;  movió hacia abajo la mano. El pestillo cedió y la puerta se abrió.

            —¡Emilia, hija!

            La sonrisa de nata de la hermana Luisa la recibió al otro lado.

            Ya en la calle, Emilia abrió la mano y contempló una vez más su pedazo de tela brillante y suave. La imagen que ahora miraba, la del convento ardiendo al atardecer, repetía los mismos colores de su banderita: el morado del crepúsculo, el rojo del fuego y el amarillo de las llamas. Y así se le ocurrió el nombre para el nuevo olor de su álbum: tres colores.

            En Madrid, el cielo era un lento suspiro cárdeno.

56 Comentarios a “95-Tres colores. Por Gretel”

  1. Jara Maga dice:

    Precioso y conmovedor.
    Suerte

  2. Gretel dice:

    ¡Qué amable, Jara Maga! Muchas gracias.

  3. Barba Negra dice:

    Precioso relato.

  4. Lola Dawn dice:

    Un buen relato. Enhorabuena.

  5. H.K. dice:

    Precioso. Un poco cargado de poesía; no es que eso esté mal, lo que pasa es que, para mi gusto, creo que se te fueron dos cucharadas de azúcar de más. Pero, sin duda, es un muy buen trabajo y se ubica entre los más destacados, que he leído, hasta el momento.
    Felicitaciones anticipadas.

  6. Estrella dice:

    Estupendo relato y muy bonita la forma, como antes han dicho llena de poesía. Me ha gustado mucho.

  7. Luna Celentano dice:

    Me recuerdas mucho a alguien, no se, tal vez seas ese alguien.

    En todo caso, me ha encantado tu relato.

    Suerte!

  8. Sally Pimienta dice:

    Estoy de acuerdo con H.K. en que, quizá, con algo menos de comparación y metáfora el relato sería, incluso, mejor. Pero la verdad, me ha gustado mucho. Enhorabuena.

  9. Gretel dice:

    Muchas gracias por los elogios y por las críticas. Lo cierto es que a mí me parecía que me había quedado algo «seco» (dicho de otra manera, poco lírico). Me haré mirar mi lado «azucarado» (je, je, muy gracioso el comentario, H.K.).
    ¡Qué intriga, Luna Celentano!

  10. Rafael dice:

    Si puede sonar a dulzón es por la abundancia de comparaciones de tinte infantil, con algún fraseo casi de parvulario. Pero sólo es el envoltorio. El eje de la trama no puede ser más adulta y dramática.
    Felicidades.

  11. MOREDA dice:

    ME GUSTÓ MUCHO, ME ATRAPÓ, EN NINGÚN MOMENTO ME SONÓ AZUCARADO, AL CONTRARIO ES UN RELATO FUERTE, LLENO DE DRAMATISMO. HERMOSO, FELICIDADES.

  12. Amaragua dice:

    Me ha gustado muchísimo tu relato. Tiene una mezcla de ternura y dureza muy bien dosificada ¡Enhorabuena!

  13. serabat dice:

    Hola, soy tu vecino del 94.Me ha encantado tu cuento, Y no lo encuentro nada sensiblero

    Suerte!

  14. Gretel dice:

    Muchas gracias, compañeros.
    PD: ¿tienes un poco de azúcar, vecino? (je, je).

  15. Anisakis dice:

    Precioso, me ha gustado mucho, me gusta la abundancia de metáforas y comparaciones, porque le dan la mirada infantil de Emilia. Mucha suerte

  16. Gretel dice:

    Muchas gracias, Anisakis. En realidad, ésa era la intención.

  17. Malanda dice:

    Sí, estoy de acuerdo con mis compañeros. Es un placer leer el relato y comprobar que es cierto, que, algunas veces, las palabras se convierten en caramelo y podemos saborearlas con calma y dejarlas en la boca hasta que se deshacen. Gracias. Hay imágenes preciosas.

  18. Gretel dice:

    Gracias, Malanda. Es el tuyo un comentario muy bonito. En realidad, es, por sí solo, un trocito de literatura.

  19. Gerardo N. Gandara dice:

    Excelente relato. Enhorabuena.

  20. Gretel dice:

    Muchas gracias, Gerardo.

  21. Chuss dice:

    Entrañable relato. He disfrutado con su lectura. Suerte.

  22. CARIARI dice:

    UN RELATO QUE SE SABOREA CON EL ALMA Y LA MENTE. FELICIDADES.

  23. Gretel dice:

    Gracias, Cariari. Me apunto tu comentario, que es de los que gusta recordar.
    Gracias a ti también, Chuss. Suerte.

  24. NOSKI dice:

    Me quedo con la lírica que contiene, que, a mi juicio, es mucha. Del relato en sí, pues que te voy a decir que no te hayan dicho ya. Me ha encantado y, a mi juicio, no le sobra ninguna metáfora ni ninguna figura literaria. Es un relato muy trabajado e imagino que te habrá costado un esfuerzo considerable. Me gusta la astucia de cortar las frases en los momentos de intensidad, los símiles o comparaciones que utilizas en abundancia…, en fin, lo he leído un par de veces y lo guardaré.

    Un comentario final. Empieza con los colores de los edificios incendiados: “Madrid aullando en dos colores el rojo y amarillo”, y acaba con los colores de su banderita: “el morado del crepúsculo, el rojo del fuego y el amarillo de las llamas”. No sé si…. Y por delante: A nuestras dos Emilias. ¿Me he perdido algo por estar demasiado atento a la lírica y a las metáforas?

    Mucha suerte Gretel.

  25. Gretel dice:

    Muchísimas gracias, Noski, sobre todo por el esfuerzo de leer (¡dos veces!) el relato. Es todo un regalo para mí que lo quieras conservar.
    En cuanto al juego de los colores, sí: es lo que te imaginas. De hecho, al principio se mencionan el «jugo cárdeno» del sol y las llamas rojas y amarillas del fuego; es decir, los tres colores del final, los mismos de la banderita que a Emilia le dio su madre y por la que la niña se juega la vida; la misma que, supuestamente, defienden quienes van a quemar el convento.
    En cuanto a «las dos Emilias», es de esas cosas que no sabe nadie más que el que las escribe (en realidad, esto es como en esas entrevistas en que el entrevistado dice aquello de «me alegra que me hagas esta pregunta»). Mi abuela y la de mi pareja se llaman Emilia (las dos; por cierto, aún viven). Las dos vivieron la guerra y una de ellas me contó una historia muy parecida a ésta. De ahí el relato y la dedicatoria.
    En fin, veo que me he alargaaaaaaaaaaaaaaaaado mucho.
    Gracias por el interés.

    • NOSKI dice:

      Gracias Gretel, siento haberte hecho desvelar el misterio de «las dos Emilias». Lo otro efectivamente lo suponía. Es más. Al principio me dio miedo leerlo, dos bandos, una guerra civil…a veces es difícil controlar lo que sentimos cada uno, en que lado les tocó estar a nuestros progenitores (aunque yo soy bastante más viejo que tú, seguro). Sin embargo creo que ese es uno de los logros de tu relato (realmente difícil en este tipo de cuestiones). Centrarte en la narrativa, dejar que suenen la lírica, la poesía, las metáforas…en lugar de hacer crecer otros sentimientos. En fin, casi mejor dejarlo como está.

      Repito las gracias y mucha suerte en el concurso.

  26. Ambrose Bierce dice:

    Para Gretel:

    Aunque parezca ya un tema muy manido, esta parte tan reciente de nuestra historia no deja de inspirar historias conmovedoras, como la de tu relato. Si además está tan bien escrito, con la dosis justa de imágenes metafóricas y almíbar a partes iguales, pues sale algo tan redondo como lo que tú has conseguido. Creo que estarás entre los finalistas del jurado. Al premio del público no le des la mayor importancia, porque, sin querer desmerecer el esfuerzo de los que realmente se están leyendo todos los relatos (mi enhorabuena a todos ellos), depende más de la cantidad de amigos que uno tenga que de la calidad del relato.

    Tú Hansel, que no te olvida

  27. Gretel dice:

    Para Noski:

    Pues sí. Muchas gracias de nuevo, Noski. Mi generación (rozo los cuarenta) ya somos los nietos de quienes hicieron la guerra y, aun así, resuenan los ecos de las bombas. En todo caso, el relato está contado desde la perspectiva de Emilia, que no tiene por qué coincidir con la del autor.

    Para Ambrose Bierce:

    Muchas, muchas gracias. La verdad es que tus palabras hinchan mi ego peligrosamente, más que el chocolate de la casita oculta en medio del bosque. Me temo, eso sí, que no eres objetivo, mi querido Hansel.

  28. ti noel dice:

    Simple y bello, a pesar de la crudeza que subyace adentro de tu cuento. Tienes una poética particular que, si bien en un principio me pareció que no le iba bien al texto, terminé por dejarme llevar por las imágenes, y tu manera de decirlas: …como si intentara retener el corazón dentro de su cajita de huesos;…sintiendo el fuelle de su respiración… La imagen que ahora miraba, la del convento ardiendo al atardecer, repetía los mismos colores de su banderita…
    Por ahí, no obstante, encontré un detalle: Con el hábito atropellado entre los pies y el suelo, las monjas… Creo que lo correcto es decir Con los hábitos atropellados entre los pies, las monjas…
    Felicitaciones, Gretel, ganes o no.

  29. lupe dice:

    Suerte

  30. Gretel dice:

    Para Ti noel:
    Muchas gracias por leer el relato, por tu valoración de él y por la corrección.

    Para Lupe:
    Gracias, Lupe. Suerte a ti también.

  31. Catch-22 dice:

    …de pequeña también imaginaba que tenía ese mismo cuentagotas mágico…
    Las lágrimas se me saltaban leyendo tu relato, desde el principio me ha emocionado. Estoy totalmente de acuerdo con el comentario de Cariari, no sabría decirlo mejor.
    Ni se te ocurra cambiar tu estilo!, no había azucar de más, está en su punto.

    Suerte!

  32. Kellroy dice:

    Un cuento estupendo. Quizá un poco…No sé…
    «Olía el sudor pegajoso del jayán desdentado.Su aliento de huevos podridos. Sus manos peludas». Pobre hombre, lo tenía todo. No me extraña que quisiera arrasar lo que se le pusiera por delante.
    Los sentimientos, no siempre se corresponden con la imagen.

    De todas formas, es uno de los mejores relatos que he leído. De verdad, suerte.

  33. Scorpio dice:

    Un relato arrollador, emocionante y muy bien escrito. Un abrazo y muchos éxitos (seguramente los tendrás) en el certamen.

  34. Malanda dice:

    Acabo de leer los cinco relatos seleccionados por el público y, desde luego, me gusta bastante más el tuyo. Coincido con Ambrose Bierce en sus comentarios, y en que es difícil escribir sobre esa época sin tocar fibra sensible, pero tú lo has hecho realmente bien, desde un punto de vista muy original, porque mezclas la neutralidad del narrador y la mirada de Emilia, con su extremada sensibilidad.
    A mí, en la primera lectura, me sucedió como a Kellroy, que me parecía que habías “cargado las tintas” describiendo al asaltante republicano… Luego, al leerlo de nuevo, entendí que era la visión filtrada por el miedo y la subjetividad de la niña. Es lo que pasa por su cabeza en esos tres segundos en los que conjura el terror que siente con los ojos cerrados, como le había dicho su madre.
    Bueno Gretel, espero que tengas más suerte en la otra parte del certamen. Tu relato se lo merece.

  35. Kellroy dice:

    Efectivamente Gretel, después de leer el comentario de Malanda, comprendo que la niña vería al hombre como tú lo describes. De todas formas mi comentario anterior era como un gorrión en la nieve. Rompe su blancura, pero no la mancha.
    Te iba a desear suerte una vez más, pero creo que la suerte la hemos tenido nosotros al leer tu relato.
    Un saludo. ¡Ah! y suerte una vez más, que por mucho pan nunca es mal año.

  36. Gretel dice:

    Muchas gracias Catch-22, Kellroy, Scorpio y Malanda; por vuestras palabras y por tomaros la molestia de volver a pasar por aquí.

  37. Salomé dice:

    Un relato espectacular. Impresionada por la historia, por esa prosa aparentemente fácil, rica, precisa llena de imágenes, creíble, adecuada y elegante. En fin Gretel, mi enhorabuena por tu trabajo.

    Como he dicho en otro comentario, esas historias reales que nos llegan de vuestra memoria, son una delicia, pero además si están contadas como esta tuya, son un auténtico lujo.
    No te deseo suerte porque no la necesitas.:)

  38. coco dice:

    Tierno, bello, dinámico, delicadamente escrito y una prosa muy cuidada y trabajada.
    Enhorabuena!

  39. MOREDA dice:

    TU RELATO FUE UNO DE LOS QUE MAS ME GUSTARON Y ASI TE LO HICE SABER. ME ALEGRA MUCHO EL QUE HAYA QUEDADO ENTRE LOS FINALISTAS. SUERTE

  40. lupe dice:

    Felicidades y más suerte

  41. Gretel dice:

    Muchas gracias Lupe; muchas gracias, Moreda:

    Lo cierto es que este concurso es especial gracias a gente como vosotras (o vosotros).

  42. Jara Maga dice:

    Sin duda, estás merecidamente entre los finalistas

    ENHORABUENA!!!

  43. NOSKI dice:

    Te lo dije Gretel, por algo lo releí dos veces y lo guardé. Entre el olor a nieve de fresa y el de ladrillo quemado. Lleno de lírica (te recuerdo que la lírica canaliza sentimientos y emociones)…, y a pesar de todo neutral. Cosa harto difícil en estos tiempos de hábiles ventajistas.

    Felicidades. Ya sólo te queda la última empalizada.

  44. H.K. dice:

    Hola Gretel
    Ya te había dejado con mucha anticipación mis felicitaciones; pero nunca está de más una cogratulación.
    ¡ENHORABUENA!, Gretel, has recibido la medida del talento que has compartido con nosotros.

  45. Júpiter en Sagitario dice:

    Bueno, Gretel, acabo de leer tu relato. Por supuesto, primero te quiero felicitar por estar en esta final, seguro que la estás disfrutando mucho. Y respecto a tu relato te diré que ojalá algún día yo sea capaz de jugar con las palabras como tú lo haces. Besos.

  46. Lola Dawn dice:

    Enhorabuena por estar entre los finalistas y mucha suerte.

  47. Gretel dice:

    ¡Muchas gracias Jara Maga, Noski, H.K, Júpiter en Sagitario y Lola Dawn!

    Como adivina Júpiter en Sagitario, lo estoy disfrutando mucho, sí, más aún con comentarios como los que me habéis dejado.

    Efectivamente, Noski, ya me lo dijiste, al igual que H. K. Te agradezco mucho, Noski, tu comentario sobre la neutralidad del cuento, pues creo que es de las mejores alabanzas que puede recibir dado el tema que trata.

  48. el ratón de chloe dice:

    Como sabrás, los concursos no son más que un juego, pero me alegro de que en esta ocasión el azar haya señalado a quien lo merece. Muchos juicios has recibido ya sobre tu cuento, así que uno más, el mío, supongo que poco te aportaría. Maravilloso, en cualquier caso. No hace falta que te diga más.

    Disfruta de tu momento. Algún día encontraré un libro tuyo por ahí, estoy segura.

    Muchas gracias, muchos besos, mucha suerte.

  49. Gretel dice:

    ¡Hola!

    ¡El ratón de Chlóe! ¡Qué ilusión! Me alegro muchísimo de que el tu afinado olfato de ratoncillo sagaz te haya traído hasta aquí. Te equivocas en una cosa, ratón de Chlóe, tu opinión es más valiosa para Gretel, como lo era para Beatus ille.
    Espero que las flores con las que decías que rodearías tu cama hayan servido para llenar tu vida de la luz y el aroma que te mereces.

    Muchas gracias, mucha suerte y un beso.

  50. Gretel dice:

    «la más valiosa», perdón

  51. whistler-142 dice:

    Hola,

    pues, mira tú por donde, al final fuiste tú uno de los que se llevó el gato al agua. Muchas gracias por tu comentario y muchas felicidades. Supongo que los premios sirven sobre todo para seguir escribiendo, así te deseo que aproveches esta oportunidad para arrancar quizá un nuevo relato.

    Felicidades!

    Whistler

  52. lupe dice:

    ¡ENHRABUENÍSIMA! (Perdón por la última licencia de esta edición)

  53. lupe dice:

    Debe poner:

    ¡ENHORABUENÍSIMA!

  54. Gretel dice:

    Gracias, Lupe; tan amabale como siempre.

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