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VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

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49- Un cuento comentado. Por Titus Groan

Escribí mi primer cuento con seis años; nada más aprender a escribir quise escribir. A esa tierna edad tuve mi primer arrebato literario, primer síntoma de un trastorno que a lo largo de mi vida padecería más veces y al que he acabado finalmente sucumbiendo. No sé porqué, mientras mis hermanos pululaban por la calle, yo me dedicaba a escribir en un cuaderno de anillas con las tapas grises las historias que me hubiera gustado que me contaran y que nadie me contaba; y así tuve que asumir la ingrata pero perentoria tarea de contarlas yo. Pasé tardes enteras emborronando páginas en vez de andar pateando un balón como ahora paso las noches en vez de buscarme una novia.

Uno de esos cuentos que apenas ocuparía dos carillas es, más o menos, una obra maestra. No lo conservo, se debió perder hace mucho tiempo junto al cuaderno de anillas con las tapas grises, pero todavía lo recuerdo: se titulaba El hombre que vendía globos y era un cuento policíaco. El sugestivo título es el primer indicio de la calidad del cuento.

Recuerdo palabra por palabra la primera frase del cuento: En una esquina de mi barrio había un gitano que vendía globos. La historia era ficticia pero los personajes reales: en una esquina de mi barrio un gitano vendía globos, se instalaba a la salida del mercado con su racimo de globos de colores atado a una pesada botella de helio con forma de torpedo para hincharlos. Era gitano, no lo puedo evitar, no sabía yo en esos días de correcciones políticas, y era un gitano alto, malcarado, con un bigotito canalla y algunos dientes de oro. Vestía siempre con una raída chaqueta marrón y cubría su engomada cabeza con un sombrero de fieltro del mismo sucio color. Su aspecto me resultaba tan amenazador, tanto miedo me daba, que algunos sábados no me atrevía a comprarle el globito colorado con el duro que me daba mi padre si la calle no estaba llena de gente que me hiciera sentir a salvo, y por más que me armaba de valor no lograba acercarme a menos de diez pasos de él y tenía que volver a casa sin mi globito derrotado por mis temores.

Resulta que en el barrio un día desapareció un niño, en el barrio de mi cuento no en el barrio real (que al fin y al cabo son el mismo), salió una tarde de su casa y no volvió. Lo buscaron por todas partes, preguntaron a  los vecinos y llamaron a la policía, pero no lo encontraron. Todo el barrio se inquietó.

A la semana siguiente desapareció otro niño y otro más la siguiente y después otro más. Todos en el barrio andaban como sin sombra y se preguntaban dónde estaban los niños perdidos, pero no estaban perdidos estaban MUERTOS. El hombre que vendía globos les había aplicado el método. El método no era sangriento, no dejaba rastro y resultaba fácil: los niños iban a la esquina a comprarle un globo al hombre que vendía globos, uno de esos inflados con helio que flotan en el aire y que los tienes que llevar atados de un cordel para que no se escapen, y si el hombre que vendía globos veía que la calle estaba desierta y no había testigos entonces ataba un cordel en la muñeca del niño con todo el racimo de globos y el niño se elevaba del suelo por el poder ascensional del helio y subía por encima de los árboles, por encima de los edificios, por encima de las nubes hasta que sólo era un puntito en el cielo, se alejaba de la Tierra hasta que la Tierra era sólo un puntito en el cielo y vagaba en el oscuro y frío espacio, solo y desamparado, hasta que moría de sed y de hambre y su carne se descomponía y sólo quedaba el esqueleto flotando sin rumbo en el espacio.

Nadie conocía el método, nadie sospechaba del gitano que vendía globos; nadie, salvo yo. Por un proceso inductivo muy sencillo había descubierto al asesino y su metodología. El proceso inductivo partía de una verdad incuestionable: el gitano era muy malo, ergo el gitano era el asesino; un argumento irreprochable, irrefutable, elemental. El método era únicamente una consecuencia natural y atroz de su profesión, si hubiera sido carnicero, y no vendedor de globos, el método hubiera sido distinto.    

 Sé que no tengo que decirlo pero lo voy a decir: yo sólo era un niño de seis años y no sabía nada de la Ley de la gravedad ni del oxígeno ni de las capas de la atmósfera… ni de nada de esos asuntos que podían desbaratar la trama de mi cuento. Para mí el método era tan posible como amenazador, esa muerte era horrible porque era real; mi infantil imaginación no podía imaginar una forma de morir más atroz. Cuando era pequeño un angustiante sueño me perseguía, al principio no tenía nada de extraordinario, soñaba con una escena cotidiana, podía estar en el parque o dando un paseo, pero en seguida presentía que algo iba a ocurrir; y ocurría: sutilmente una fuerza me atraía, una fuerza invisible e irresistible tiraba de mi hacía arriba, levantando mis pies del suelo; trataba de agarrarme a algo anclado en el suelo, un árbol o un banco, pero la fuerza anti-gravedad tiraba de mí de forma invencible y me soltaba del ancla a mi amado suelo y me empujaba hacía arriba y me hacía subir y subir cada vez más y yo dejaba de ver mi casa y dejaba de ver mi barrio y me llevaba muy lejos y cuando estaba a punto de perderme en el espacio me despertaba y sentía en el estómago la misma sensación que cuando bajaba por el tobogán. Ese sueño se me repetía a menudo, quizá un psicoanalista o un taumaturgo lo hubiera interpretado de alguna manera, pero para mí solo era una pesadilla, aunque una muy angustiosa y terrible. Cuando me despertaba me daba por imaginar lo que sucedería si hubiera seguido subiendo y llegara hasta el espacio y no encontrara allí a nadie, y me quedara solo y desamparado,  lejos de mis padres y de mis hermanos, sin agua, sin comida y sin camino de vuelta, y volvía a sentir tanto pánico y tanta angustia que me hacía estremecer debajo de las sábanas.

El maléfico gitano, como todas las personas malas de verdad, odiaba a los niños y su plan era exterminarnos. Yo- el del cuento, que era yo pero más valiente- no podía dejar que los niños siguieran muriendo y tomé una decisión temeraria: resolví enfrentarme a él con sus propias armas. Compré una cerbatana de plástico en la panadería de mi barrio y me llené los bolsillos de proyectiles, y una tarde que amenazaba tormenta y el cielo estaba oscuro de tantas nubes y las calles desiertas pues todos se habían metido en sus casas para refugiarse de la lluvia, fui a la esquina donde el gitano vendía globos y le pedí un globito rojo. Él miró a un lado y a otro de la calle, ató un cordel con tres nudos a mi muñeca y sentí como un montón de globos me impulsaban hacia arriba, pero antes de subir muy alto agarré al gitano del cuello de la chaqueta y lo arrastré conmigo por el aire. El gitano se debatía, pero lo tenía bien agarrado. Cuando flotábamos por encima de los edificios de siete pisos lo solté y cayó como una piedra hasta el suelo. Luego yo fui explotando los globos uno a uno escupiendo los proyectiles con mi cerbatana y aterricé suavemente en un descampado cerca de mi casa. Empezaba a llover y me apresuré para llegar a casa. Fin.

El cuento tenía que terminar bien, los niños dejaron de desaparecer y la tranquilidad y la alegría volvieron al barrio. En una vieja vía abandonada encontraron el cadáver del gitano con el cráneo partido. Una muerte extraña, pero todos pensaron que había sido un accidente.

Yo, por mi parte, dejé de tener esa pesadilla que me perseguía y también dejé de escribir cuentos por una temporada.

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17 Comentarios a “49- Un cuento comentado. Por Titus Groan”

  1. JB Fletcher dice:

    Al fin alguien me ha dado una buena idea para acabar con el tipo peligroso de mi barrio. Me ha gustado: original perspectiva infantil de concebir el mundo y sus problemas y la solución fantástica. Enhorabuena y suerte

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  2. Charlotte Corday dice:

    Un relato muy interesante y muy bien escrito. Ahora, si yo fuese el escritor, continuaría narrando la vida del gitano (antes de su original vuelo final), como un feed-back, mientras cae, cae, cae….

    Un saludo con mis mejores deseos para el certamen.

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  3. Jerry Cornelius dice:

    Toda una declaración literaria. Metaliteratura y teoría. Quizá una última revisión le hubiera venido bien, pero es indudable su originalidad. De lo mejor.

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  4. MOREDA dice:

    ORIGINAL CUENTO QUE ENTRA EN LO FANTÁSTIQUE. MUY BUENO, FELICIDADES

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  5. Rafael dice:

    Me ha gustado muchísimo. A eso le llamo yo escribir buena ficción.
    Felicidades.

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  6. Estrella dice:

    Estupendo.

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  7. H. K. dice:

    Me uno a los elogios. Plasmas muy bien la imaginación infantil, el relato es fresco y divertido. Toca hacer una pequeña edición y ya está.

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  8. Barba Negra dice:

    Buen relato fantástico.
    Un saludo

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  9. Enoch Soames dice:

    No me gusta la metaliteratura, me parece que denota escasez de imaginación en el escritor, aunque en este caso es indudable su originalidad y no le falta narración. Yo le hubiera titulado «Un cuento revisitado».

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  10. Lola Dawn dice:

    Me ha gustado por su originalidad. Suerte en el certamen.

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  11. Lucile Angellier dice:

    Es original, sin duda, no es el tipo de relato que más me cautiva, pero me ha fascinado la idea de niños arrastrados por globos, sería un magnífico cuento infantil. Suerte.

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  12. Infinito dice:

    Me parece estupendo. Yo no añadiría ni quitaría nada. Es redondo, como debe ser un buen cuento. Enhorabuena de verdad.

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  13. Titus Groan dice:

    Muchas gracias a todos por su atención y los comentarios.

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  14. LUPE dice:

    Suerte

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  15. Scorpio dice:

    Original y atrayente, evoca con estilo la imaginación infantil,envuelta en un empaque adulto. Un abrazo y mis mejores deseos para el certamen. Me gustó bastante.

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  16. Ambrose Bierce dice:

    Qué curioso: el gitano acaba igual que la protagonista de mi relato. Una historia muy original y una escritura muy correcta. Tendrás suerte en el concurso, seguro.

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  17. Salomé dice:

    Delicioso cuento y muy bien contado.Coincido con los elogios. Suerte.:)

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