premio especial 2010

 

May 18

La Música tiene ingentes maneras de manifestarse en el mundo, en una casa, en un teatro, en el campo, en un barco, en una calle, en un avión, en una playa, en un caballo, en el aire, en un corazón, en una habitación.

La música que a mi me gustaba era la que salía de aquella habitación, una música con ritmo acompasado, ilustre, potente, lleno de nobleza.

Se trataba de una habitación, en la ciudad italiana de Cremona, de un albergue cualquiera en donde yo también vivía arreglándomelas de mala manera con una pequeña pensión, desde que me quedé paralítica y sola.

Su habitación parecía ordenada pero no lo estaba, estanterías llenas de libros, una mesa llena de plumas estilográficas, libretos de música y hojas y hojas llenas de Notas, llenas de música, de corcheas, de pentagramas, fusas y semifusas. Una alfombra apolillada, una silla con el asiento de mimbre, un armario de madera oscura y un precioso violín encima de una pequeña cama. Aparentemente era un cuarto limpio, cuidado, pero, tiempo después, descubrí un desorden escondido en los agujeros de las paredes, manchas amarillentas, sombras de cuadros descolgados. Fue la habitación de un músico, el mejor músico de mi mundo. Su música me tranquilizaba, me serenaba, me transmutaba. Aquella música que se introducía en mi oído, en mi mente, en mi alma me hacía olvidar todo lo triste, todo lo malo de mi vida, calmando esa inquietud que me reconcomía por dentro.

Esas notas acompasadas que salían de aquel precioso cuerpo ovalado de madera noble con oníricas cuerdas me trasladaban al cielo, a la luna y me hacían mover mis inmovilizadas piernas y si cerraba los ojos y solo escuchaba, soñaba que bailaba con las estrellas. Desde el primer momento en que lo escuché, el violinista se convirtió en el dueño absoluto de mi vida. Conocí primero las notas armónicas y sublimes provenientes de su querido violín que lo tocaba, como si se tratase de la mujer más bella y dulce del mundo, de rasgos delicados a la que acariciaba con amor y ternura, como si fuese la joya más preciosa y frágil de la tierra.

Quise ver cómo posaba aquellas manos largas, blancas y delgadas en aquel instrumento. Llamé a su puerta, él me abrió y yo le saludé con unos “Buenos días me llamo Giovanna, yo también vivo aquí, en el cuarto de al lado”. Era alto y bien hecho, bajo el denso cabello oscuro y rizado los ojos negros brillantes me miraban y me sonreían de tal modo que me transformé en la timidez en persona y bajé la mirada.

Yo le pedí vergonzosa y admiradora que me dejase estar allí mientras tocaba. El asintió con la cabeza a la vez que sonreía pero sin decir ni una sola palabra. Después del accidente y de quedarme paralítica fue su música la que se introdujo en mi corazón y la que me hizo sentir viva de nuevo. Esa música que llegaba hasta mis entrañas, que llegaba hasta el infinito de mi ser.

Quise explorar su reino y descubrí el contraste entre su música melodiosa y su desordenado cuarto. Quise disfrutar de su expresión feliz y angelical cuando tocaba. Los sonidos que salían de aquella preciosa caja de madera eran agradables, muy agradables. Eran una perfecta combinación de armonía, melodía y ritmo.

Hacía dos años que él vivía allí, y hacía dos años que yo volví a la vida. Hacía también dos años que mi violinista solamente salía de aquella habitación para comer y cenar en el bar que estaba enfrente del edificio en el que vivíamos. Nunca hablaba, únicamente componía y tocaba y cuando tocaba sonreía.

Los días transcurrían llenos de colores hasta que un día llamaron a la puerta dos policías. Se lo llevaron esposado. Aquel fatídico día los periódicos anunciaron que finalmente habían encontrado al ladrón de dos de los mejores violines del mundo, uno de ellos nada más y nada menos que un stradivarius del siglo XVII construido por Stradivari. El artículo decía que lo habían descubierto gracias a los comentarios de una mujer paralítica que había contado en el Ambulatorio que se sentía muy feliz porque, desde hacía un tiempo, tenía la suerte de levantarse cada mañana con el sonido de una música celestial y de dormirse serena como un bebé mecida por esos sonidos melodiosos que salían de un violín que parecía estar encantado. Fue en aquella consulta, en la que coincidí, sin saberlo, con uno de los policías que estaban investigando el robo de dos violines del museo de la ciudad. Aquel pobre hombre no hacía daño a nadie, sólo tocaba el violín.

Entré en su cuarto aparentemente ordenado con las paredes amarillentas, llenas de agujeros y de sombras de espejos o cuadros descolgados, hojas y hojas escritas, compuestas por él encima de la mesa. Recogí como pude aquellas Notas plasmadas en los pentagramas dibujados a mano y  me lo llevé a mi cuarto. Empecé a pensar en mi violinista, y en cómo podría sacarlo de la cárcel. No sabía si podría salir bajo fianza y yo no tenía dinero, pero yo tenía que ayudarle de alguna manera. El, al compás de su música había hecho que yo amase de nuevo la vida y no podía dejarle solo, tenía que hacer algo. No sabía como se llamaba, tenía que saber cuál era su nombre. Empecé a hojear sus paginas musicadas y vi que en la parte derecha inferior había una firma : Jaime de la Peña del Río. Un nombre español… Quizás era por eso por lo que no hablaba. Hice averiguaciones y me fui a la Comisaría a decirles que el señor al que habían arrestado era un afamado violinista español. Los Carabinieri me dijeron que ya lo sabían y que se trataba de un músico muy importante que había desaparecido de su domicilio hacía dos años y que lo estaban buscando. Que un doctor le había estado examinando y que padecía amnesia. La mujer del músico se había puesto ya en camino hacia Italia, para recobrar a su querido esposo.

Yo sentía curiosidad  por saber qué había pasado con el otro violín, un violín del siglo XVI construido por Niccoló Amati. Jaime de la Peña tenía amnesia pero no había perdido su inteligencia y sabía que le podían dar mucho dinero por aquel instrumento. Se las arregló no se sabe cómo para vendérselo a un coleccionista y con ese dinero poder campear.

Una vez aclarados los hechos, la policía detuvo al coleccionista y soltó a mi querido vecino, el hombre de aquella habitación aparentemente ordenada de la que salían esos sonidos mágicos producidos por las caricias a su violín, aquellos sonidos que me habían hecho tantas veces vibrar.

Me quise pasar a su habitación y observar todos los detalles que había observado día tras día durante dos años, mientras lo escuchaba tocar. Han pasado otros dos años y yo continúo escuchando su música  que se quedó en aquellas cuatro paredes que me despiertan al alba serena y me duermen meciéndome como un bebé.

137- Una habitación con música. Por Golondrina, 5.6 out of 10 based on 12 ratings

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6 Responses to “137- Una habitación con música. Por Golondrina”

  1. Espaciodjs dice:

    Fenomenal articulo.
    Saludos

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  2. HÓSKAR WILD dice:

    ‘… Music was my first love and it will be my last……’.
    Mucha suerte

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  3. Antístenes dice:

    Menos mal que se puede disculpar que una paralítica no tenga puñetera idea de música… Por cierto, ¿la señora se movía en carrito?…
    Disculpe si le parezco ofensivo, pero creo que es mejor indicarle con dos cuchilladas venecianas lo que, a mi modo de ver, claro, puede ayudarle. Sinceramente, es mejor que vuelva a repasar su relato…
    Y no lo tome como una ofensa personal. Sólo es mi opinión sobre su trabajo, mi estimada becaria…

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  4. Pirata dice:

    Casi me asfixio… Creo que te has pegado un atracón de comas, de «comas que te has comido».
    «Mover mis inmovilizadas piernas»; «los ojos negros brillantes me miraban… y bajé la mirada»; «descubrí el contraste entre su música melodiosa… Los sonidos… Eran una perfecta combinación de armonía, melodía y ritmo»…
    Y las tildes… ¡Ay! ¡Cuánto las he echado de menos!

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  5. minerva dice:

    Creo que aquí todos y todas somos aficionados/as y de lo que se trata es de aprender con comentarios constructivos, no destructivos.
    A mi me parece un relato bonito con su toque de suspense y como argumento, por supuesto, la música: ¿A quién no le sugiere muchísimas cosas? ¿Quién no siente en su alma las dulces melodías? y, ¿A quién no le ha proporcionado momentos de felicidad y evasión? Pues entonces, ¿Qué pasa? Mucha suerte.

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  6. la ciudad dice:

    Es de los pocos (sino el único) cuentos con el tema de la música y eso ya es un mérito. Suerte golondrina

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