premio especial 2010

 

May 27

Mi esposa jadeaba y gemía pero no era por culpa mía. Al principio era distante, como si buscara algún tipo de represalia al abandono de nuestro matrimonio. Yo había sentido lo mismo al principio y también había buscado asilo en los brazos ajenos de alguna extraña.

            El cinco de agosto, me acuerdo, fue la tercera vez que la llamé para saber dónde estaba y me decía que estaba en casa. Ella no estaba en casa. Las primeras veces llegaba con rosas u orquídeas, en busca de algún tipo de reconciliación egoísta que nos uniera y sellara ese amor costumbrista y extraño que nos conectaba. Ese cinco de agosto, me acuerdo, fue la primera vez que la había llamado desde la esquina de la calle Urrutia, mientras ella caminaba, con teléfono en mano, buscando reparo en el umbral recóndito de la casa azul de dicha calle. Con el teléfono adquiría una belleza distinta, un gustito prohibido que convertía su historia en algo mucho más interesante que la mía. Me decía que la encontraba en el jardín y por eso el viento, y que quizás iría a visitar alguna amiga no mucho después de entonces, porque se había divorciado de su marido. Mi mujer se mostraba displicente, entonces la saludé con apatía y le dejé saber que llegaría un poco más tarde a casa.

            Al terminar la llamada, puso el móvil en el bolso y entró a la casa azul. Yo entré minutos después que ella intentado mantener mi anonimato. El conserje me preguntó qué número de habitación iba a alquilar el día de hoy y le respondí que tenía una cita con una mujer y otro hombre, pero no habíamos acordado el número. Le describí a mi mujer y me señaló la habitación 101. Le pedí discreción y asintió. Subí al primer piso y posé el oído en la puerta. Del otro lado se escuchaban gemidos desgarrantes, apasionados. Husmeé por la cerradura y efectivamente era mi mujer. Estaba arriba de un tipo buen mozo, cubriéndole las piernas con la misma falda anaranjada que flameaba unos diez minutos antes a causa del viento. Se meneaba sudorosa. El tipo la miraba, la movía con ímpetu de la cintura y exhalaba fuerte. Mi mujer callaba.

            Me fui al baño y comencé a llorar. Pensé en patear la puerta y asesinarlos a los dos, pero no tenía arma. Entonces fui a casa, intentando que el conserje no me viese así no sospechaba nada. En casa esperé. Esperé a que llegara para ver el nivel de cinismo que tenía. Llegó dos horas después. Yo no me podía sacar la imagen de mi mujer desnuda de torso, de esas escaleras taciturnas de la casa azul, del hombre fornido y célibe que la cogía con furia mientras yo espiaba por la cerradura.

            Le pregunté cómo se encontraba su amiga y me respondió que no se sentía muy bien y que intentaría mantener el contacto porque había estado hablando de cometer alguna locura. Yo intentaba, con fuerza voraz, no sonar sarcástico o irónico para no despertar ningún tipo de dudas. Tampoco procuré indagar más de lo debido para no sonar más interesado de lo que normalmente era de sus asuntos. Sin embargo, a la noche intenté intimar con mi mujer e imitar la pasión con que había congeniado con ese extraño. Penetrarla por última vez, transgredirla con venganza, asesinarlos a ambos y desaparecer. Ella no quiso hacer el amor conmigo. Hacer el amor con extraños le proporcionaba dolor de cabeza por la noche concluí. Me hice el desentendido, aunque le ofrecí una aspirina y ella me respondió durmiéndose.

            A la semana, ya había conseguido un arma y había sacado todo el dinero del banco. Llamé a mi mujer desde el teléfono del trabajo y le dije que me esperara en casa porque necesitaba que me firmara unos papeles del abogado con respecto a una propiedad que habíamos vendido y que íbamos a cobrar ese mismo día. Me esperó con el almuerzo, firmó, me dejó saber que llegaría tarde porque pasaría por la casa de su amiga y volví al trabajo.  A los del trabajo les dije que me sentía mal y me fui rápidamente al banco a cobrar la hipoteca del inmueble. Después me apresuré a ir a casa y esperé a que mi esposa saliera. Hice tiempo en el coche, en la esquina opuesta del camino que tomaría ella para ir a la casa azul de la calle Urrutia.

            Vi que salía y encendí el automóvil apresurado para llegar antes que ella a la casa azul. Llegué rápidamente. Saqué el revolver del compartimento, me fijé que no estuviese cargado y me puse dos balas en el bolsillo. Entré y le dije al conserje que me abriera la habitación de siempre, pero que no les dijera a los otros que estaba allí porque quería que fuera una sorpresa de cumpleaños, y una vez más le pedí discreción. Él asintió. Me abrió la habitación y se largó. Me escondí en el armario y dejé la puerta corrediza brevemente abierta para poder ver a mi mujer y al otro, tomar coraje y dispararles a ambos.

            Parecieron ser dos eternidades hasta que al fin llegaron. Entraron rápido y jocosos. Se tiraron en la cama y empezaron a sacarse la ropa. Mi mujer estaba hermosa, ahora tenía bucles, pero la falda era la misma que la última vez. Intenté tomar valor, abrir la puerta y dispararles, pero no pude. Empecé a excitarme y comencé a masturbarme. No entendía cómo era que mi cobardía y ver a mi mujer hacer el amor con ese otro tipo me producía placer. No quería interrumpirlos, quería ver todo lo que hacían. El tipo le besaba los pezones y eso me excitaba más. Por fin me vine y tuve que esperar unos minutos para que el extraño hiciera lo suyo. Se abrazaron por un momento y mi mujer le dijo que se tenía que ir rápidamente porque tenía que visitar a una amiga en problemas. Se vistieron y salieron.

            Salí del cuarto consternado. Bajé las escaleras taciturnas, saludé al conserje con un guiño y conseguí dar con la calle. El cielo y mi cabeza estaban nublados. Encendí un cigarro para poder recapitular lo que acaba de acontecer. Tomé el coche, guardé el arma en su funda dentro de la gaveta y me fui a caminar por ahí. Dejé que me pegara la lluvia tan fuerte como cayera y me quedé parado un rato mirando al cielo.

            Volví al coche y conduje a casa. Ella me esperaba con una cena especial, pero le extrañaba que estuviera todo mojado. Le dije que había mucha cola en el banco y que me había tenido que mojar. Me preguntó si había cobrado el dinero y afirmé. No sentía odio por ella. Nos sentamos y comimos. Se veía hermosa. Los bucles caían dispersos sobre su torso. Terminamos de comer y nos acostamos. Me bajó los pantalones y empezó a tragarme. Me la imaginaba sobre el hombre extraño y me calentaba mucho más. Después me montó y comenzó a balancearse en un vaivén suave. Besé sus pechos como lo había hecho ese tipo, y de repente me imaginé verme en el closet.

            Cerré los ojos por un momento y me vi en la casa azul de la calle Urrutia. De repente me vine y mi mujer conmigo. El hombre extraño salió del closet con un arma. Un disparo me ensordeció, pero me sentí vivo justo después y me di cuenta que no había sido yo la víctima. Abrí los ojos. Vi al hombre apuntándome y cerré los ojos. El hombre me besó en la frente y se largó.

            Me desesperé y pensé haberme vuelto loco. Pestañeé rápidamente y mi mujer me llamaba por el nombre. La dí vuelta, la penetré contra su voluntad y me puse muy violento. Empecé a violarla y a golpearla. Se asustó mucho, pero la culpa la enmudecía. Entonces acabé una vez más, le dije que la amaba y me largué de su vida.

202- El espía. Por Fabella Abruptum, 6.2 out of 10 based on 23 ratings

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10 Responses to “202- El espía. Por Fabella Abruptum”

  1. HÓSKAR WILD dice:

    ¿A quién se le ocurre preguntar a su mujer dónde va? Luego pasa lo que pasa.
    Mucha suerte.

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  2. LuchoX dice:

    Me gustó mucho tu relato, muy perturbador y este tipo de historia realmente me encantan porque la infidelidad como eje de una historia, se puede disparar para cualquier rumbo, como en este caso…»El hombre me besó la frente y se largó» algo muy curioso. Te agrego a mi lista de ocho relatos que hasta ahora me fascinaron, un abrazo y suerte en el certamen

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  3. Fabella Abruptum dice:

    Gracias por los comentarios, me parece un relato interesante que toma vida por sí. Ahora ya no me pertenece, se va con todos sus lectores. Espero que Fabella siga dando de qué hablar.

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  4. la ciudad dice:

    Interesante tu relato, bien llevado y con un final sorpresivo. felicidades

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  5. Antístenes dice:

    Cuide el significado de las palabras, no las «coloque» porque simplemente le «suenen».
    Suerte…

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  6. Yucatán dice:

    Me parece, LuchoX, que sus ocho favoritos se reproducen como las amebas… 😛

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  7. Lunita dice:

    Waaaaa me quedé atónita con el relato! Me gustó y sobre todo me sorprendió!
    Muy Bueno

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  8. Susodicho dice:

    ¡Me gustó! Me parece que Antístenes tendría que olvidarse de su escuela cínica y aportar algo un poco más concreto.

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  9. Luc dice:

    Los dos últimos párrafos, sustanciales para la comprensión del final, contienen frases como empedradas, gatillazos bruscos dentro de la narración (o quizá sea sólo que hay resortes descriptivos que me superan).
    En cambio yo hubiera eliminado el primer párrafo, trenzándolo después invisiblemente entre las demás líneas del relato, como deducción del ambiente de naufragio de esa pareja (con ese párrafo revelas ya que hay un conejo en la chistera y que es blanco y hembra: demasiada información para abrir boca).
    La escritura está bastante cuidada, dentro de esa linealidad explicativa que le sienta tan bien a las historias pasionales.

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  10. Sebas dice:

    Me parece que el principio es atemporal y se ajusta a la distancia entre sí y el inesperado final. Igual, creo que Luc que muy constructivo.

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