Esa voz que todos oímos dentro de nosotros, esa voz oscura, escondida en el último rincón de nuestro interior, esa voz que a veces no queremos oír, esa voz le decía que algo estaba ocurriendo, que ella no era la misma de siempre. Se conocía muy bién, se engañara o no y ésa era la causa de su miedo, se temía y no era para menos. Era inevitable prestar oído a las voces, era algo machacón que no cesaba. Si las escuchaba, si les hacía caso, podrían llevarle a un caos en su incompleta, pero relajada vida y si no las oía, podría perderse algo de lo que la vida ofrecía, aunque no sabía muy bién el qué.
Había pasado la infancia, la adolescencia, la juventud y estaba casi acabando la madurez. No quería entrar en eso que llaman la tercera edad con la sensación de haberse perdido algo muy importante. Así pués, casi sin tomar la decisión, se dejó llevar, arrastrada día a día por una corriente agradable, que le subía la autoestima duramente castigada, preguntándose hacia donde, hasta donde….
Achaquémoslo a algo funcional, hormonal, a la edad. Justificaciones varias y variadas que no evitaban que el problema estuviera ahí. ¿Qué problema era mayor, el que ella tenía o la solución que parecía que le ponía ? Sin querer que ésta ocupara más parte de su mente y de su día que lo justo para disfrutarla, no pudo evitar encontrarse enganchada, colgada. Cuando existe cualquier carencia, una solución, por mala que sea, nos parece un salvavidas en altamar.
Había pasado muchos años dedicada a los demás y ahora entendía que había llegado su momento. ¿Era así?¿ Había llegado o era una decisión de ella? ¿ pero,… vamos a ver, quién más tenía que opinar al respecto?¿ Acaso no había cumplido y con creces con todas sus responsabilidades? A nadie le apetecía darse cuenta de que pedía libertad a gritos, el fin de tantas ataduras, cariño, atención, comprensión, y “sexo”.
Si , no nos engañemos podía disfrazar sus necesidades, enumerarlas hinchando la lista para que pasara desapercibida, pero aún así, no evitaba que se viera en fosforescente la palabra sexo. Hacia siglos que no era virgen, pero se encontraba con que jamás había disfrutado del sexo, al menos del bueno. Porque el sexo bueno debía existir, a la gente le gustaba practicarlo, todos no podían mentir…..
¡Qué mala opinión tenia de sí misma cuando llegaba a esta conclusión!. No, nada de eso, no era el sexo lo que movía su vida, aunque admitía que ahora lo veía de una forma distinta, sentía cierta curiosidad que nunca tuvo. Así pués, se dispuso a jugar. Al poco, era tal su compensación que ni reparaba en los riesgos que corría y en todo caso, no le importaban. Estaba como poseída por el morbo, por la sensación tan agradable que estaba experimentando, se sentía otra, por fin estaba mirando por ella, por delante de los demás. Estaba aprendiendo, estaba disfrutando.
Cuando él apareció en sus noches, ella supo que tenía que quedarse allí, que tenía que hacer lo imposible por retenerlo a su lado, su conversación, su inteligencia, su curiosidad, su cariño, su sensibilidad casi femenina, la tenían cautivada. Más de 300 noches al año, mas de 3 horas cada noche, dan para mucho. Conforme se iban conociendo, cada uno con sus secretos aún solapados, se iban aceptando y queriendo. No cabe duda de que para él también ella había sido una solución. Cuántas almas solitarias, mentes extrañas, seres incompletos se dan cita en la red. Como cualquier forma de progreso, internet tiene su lado bueno y su parte mala, depende de cada uno elegirla. Ella pensaba que no hacía daño a nadie, todo aquello que no viera la luz, aquello que nadie supiera, aquello de lo que nadie hablara, simplemente no existía.
Aprovecharon la primera oportunidad que se les presentó, no lo dudaron, aunque afloraron los nervios de al menos uno de ellos, iban a conocerse en persona. Lo que hasta entonces había sido solo un juego iba a cruzar una frontera peligrosa. Con seguridad que se hacían muchas preguntas, pero ni éstas ni sus respuestas les hicieron desistir del proyecto. Habían hablado de cómo sería su primer encuentro, ahora iba a ser una realidad, lo planeaban con ilusión, con mucho morbo y algo de intriga, porque habían pactado que se darían dos besos, sin embargo el no era muy dado a planear las cosas, ella en cambio quería tenerlo todo atado, todo hablado y no encontrarse con sorpresas después. Aún así, él le dijo que la besaría en los labios en el momento le pareciera adecuado. Sabía de sobra como aumentar el interés de ella, como hacer que sintiera cosquillas en su interior… ¿ cuál sería ese momento?
Pese a todo, hasta entonces, habían sido bastante comedidos en hablar de intimidades, sabían que les apetecía conocerse, pero no tenían ni idea de si aparecería la química entre ellos cuando se encontraran.
Por fin había llegado el día, las horas parecían eternas, el tiempo no pasaba. Ella pensaba que también él estaría nervioso intentando acelerar las horas que faltaban para encontrarse, pero no, él era, al menos extérnamente mucho mas calmado que ella. Decía que la paciencia es un árbol de amargas raices, pero de frutos muy dulces. Aún tenía mucho que aprender y él estaba dispuesto a enseñarle. Ella llego muy pronto a la cita, el se hizo esperar casi demasiado, ésto después se convirtió en algo muy habitual, parecía como si disfrutara de correr el riesgo de perderla, de desesperarla o quizá así aumentaba la necesidad de él al tope. Siempre tenía una justificación para todo. Muchas veces ella había dudado de sus palabras, ¿ y si no acudía? ¿ y si era un sádico, una mala persona? No, eso no. Ella le conocía bién, él jamás le haría daño, al menos consciéntemente. Pero él no sabía, ni ella quería que se enterara, de cúanto daño le hacía a veces, porque su relación solo tenia sentido si era para darles felicidad, no dolor.
Al fin apareció, dos besos y unas cuantas palabras aceleradas mientras ambos se estudiaban, a veces en voz alta, a veces solo con la mente y en silencio. Ella pronto concluyó… si, era agradable, pero no como para hacerle perder la cabeza, mejor así, la mitad de sus miedos habían desaparecido. En cambio él confirmó lo que siempre le había dicho, que el físico no le importaba nada. El estaba a disposición de lo que ella quisiera pedirle, no la forzaría en absoluto. Pronto desapareció la tensión entre ellos y de repente eran los mismos que cada noche se buscaban y se encontraban en la red. En un momento determinado, él le acaricio un brazo en un gesto cariñoso, como con necesidad de tocar piel con piel… y una especie de descarga eléctrica le recorrió a ella todo el cuerpo. ¿ Qué era ésto? No le importaba la respuesta, solo sabía que quería mas, quería que volviera a suceder. El lo sabía, era muy listo y experimentado, estaba haciendo que crecieran sus ganas, que aumentara su deseo, siempre hasta rozar el límite. Ella no era capaz de esperar, todavía no había aprendido a tener la paciencia que después desarrollaría, de modo que se abalanzó sobre él y le besó, le besó con una pasión retenida de años, con un placer que ni recordaba, con la intención de que se detuviera el tiempo. “Calma, calma” de nuevo su paciencia, que ella traducía por frialdad, sin embargo él se entregaba, le daba exactamente lo que ella quería, lo que ella necesitaba, lo que ella le pedía. Un gran maestro y ella una aventajada alumna. En esos momentos, se oscurecía todo lo que les rodeaba, solo existían ellos dos,¡ cúantas sensaciones nuevas para ella y agradables para él !. Cada momento, cada postura, cada roce… todo era sensual, el placer era inmenso y asombrosamente creciente.
No es de extrañar que esta nueva situación hiciera de la vida cotidiana de ella algo diferente, su autoestima estaba por las nubes, se sentía querida, deseada, placentera y capaz de enfrentarse a cualquier cosa que pretendiese romper su felicidad. Que no la pusieran a prueba, que no la provocaran, que tenía una fuerza tremenda, que era capaz de todo….
Por supuesto que los encuentros se sucedieron, con tanta frecuencia como la discreción permitía. Conforme aumentaba la cuenta de sus citas, mejor se amaban, con mayor intensidad, mayor placer, más relajación y más complicidad. Había llegado el momento en que hasta podían permanecer en publico sin que nadie sospechara lo que había entre ellos. De este modo se conocieron tal y como eran en un día cualquiera, descubrieron cómo actuaban en diferentes situaciones y en diferentes compañías. Les quedaba algo más por vivir juntos? La respuesta era si, mucho.
Su relación era perfecta, no les unía más lazo que el querer formar parte el uno de la vida del otro, año tras año disfrutaban de estar juntos, conforme más se conocían, más se admiraban y seguían aprendiendo el uno del otro. El le aporto seguridad en sí misma, cariño y placer, mucho placer y ella, a la que cariñosamente llamaba “pepito grillo” le hizo mejorar como persona, quererse y admitir que merecía ser querido y que si dejaba que le conocieran, sería muy feliz. Cuando ella le encontró, él salía de una situación que le había dejado muy dolorido y se defendía con una coraza infranqueable. Ella intentaba reblandecerla, encontrarle una grieta, quería llegar a su interior real, no quedarse en la persona que él decía ser. Muchas veces sobreentendía que lo que él le contaba era una verdad a medias, que se acercaba más a lo que él quería que fuera su vida que a lo que en realidad era. Una sola vez creyó entrever su alma.
Así fueron pasando los años, unas veces las circunstancias les alejaba, otras les unía tanto que entre ellos no cabía un alfiler. Con una sola mirada se entendían, sobraban las palabras. Había momentos buenos y otros menos buenos, pero seguían juntos.
Era una bonita historia, pero ambos sabían que un día acabaría, lo único deseable, era que al terminar no hubiera hecho daño a nadie, ni se llevara por delante valores fundamentales en la vida de nadie. La habían hecho durar, la habían resucitado varias veces, se agarraban a ella. ¿Y por qué tenia que acabar ¿ ¿por qué tenían que renunciar a ese regalo? El siempre le dijo que cuando encontrara a una mujer y se enamorara, no habría sitio para ella en su vida, y así ocurrió. Pero ella no creía que hubiera llegado el momento, no lo aceptaba, quizá egoístamente, quizá vio que la elegida no era la mujer que él merecía, o quizá quería creerlo, no quería renunciar a él, aún no. Vio como él se alejaba, como dudaba, como sufría y se culpaba de abandonarla y a la vez no quería perderla del todo a ella. Así que se dispuso a esperar, con la paciencia que había aprendido a tener, de vez en cuando se hacía notar para evitar que la olvidara, ¿qué otra cosa podía hacer?, finálmente ganó la batalla. Había conseguido, al menos, tiempo; se trataba de ir sumando días.
Lo que les separó, fue el mismo amor que los había unido. Uno de los dos había fallado, se había enamorado del otro, rompieron la primera de las condiciones impuestas cuando empezaron la relación, No debían enamorarse, ese sentimiento solo les traería complicaciones, el amor es posesivo y él era un gato sin dueño y ella no quería cambiar tanto su vida, solo taparle algunas grietas.
Nunca olvidarían esos años , muchos y muy importantes, jamás habrían renunciado a vivirlos. Habían sido años muy felices, ahora era el momento del llanto, del dolor, de la ansiedad y durante algún tiempo una felicitación cada año por Navidad.