II Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura
Concurso Caravaca
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10/2/2005

26. El pájaro multicolor
25. Una vida
27. Intimmissimmi
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Aquel estanque reflejaba árboles de altos troncos y cortas ramas repletas de multiformes hojas. Aquellos, cuyos troncos no se distanciaban unos de otros, solo procuraban que pasaran los rayos del sol, de tal forma que impidiendo la visión del astro rey, dejaban que entre su frondosidad, se vislumbrara la deslumbrante blancura que irradiaba.
En el ribereño suelo, alfombrado de hierbas bajas y húmedas, cubierto de pequeños y secos troncos, se detectaban huellas de animalillos que acudían a saciar su sed. Aquellas aguas nacían en un manantial situado en una cercana ladera, tras dos recodos de toscas piedras, y a cuyos pies, de una cuevecilla semejante a la boca de una oveja, manaba la fría agua sobre un cuenco de piedra. De aquella pequeña y cristalina presa, a través de hendiduras labradas por los años, las huidizas aguas formaban un serpenteante riachuelo que, llegado al bosquecillo, adquiría su mayor anchura; se estancaba y allí acudían los animalillos habitantes del bosque.
En aquel fresco lugar un anciano, sentado sobre un hueco tronco, me contó el cuento de un pajarillo que un día, hacia muchísimos años, vio caer del cielo a través de aquellos árboles. Era un pajarillo multicolor desconocido por su singularidad. Sus ojos tenían los del arco iris y observó que tenía una pequeña herida en una de sus alas. Quizás las ramas de aquellos árboles cubiertas de espinos habían sido las culpables. El anciano, asombrado por el extraño y bello pájaro, curó su herida, pasó la mano por el buche procurándole ternura y en aquel momento, una bella doncella, apareció ante sus ojos. Cubría su desnudez con sus cabellos que caían por delante de sus hombros hasta llegar a la cintura. Cabellos rubios que giraban sobre si mismos y que danzaban ensortijados sobre su blanca piel. La vistió el anciano con parte de sus ropas, y sabedor de la amargura que sufría una noble familia por haber perdido a su hija años atrás, y reconociéndola por años y belleza a la buscada primogénita, tras confirmar la exactitud de su creencia, la llevó ante sus padres.
El motivo del encantamiento no fue relevante. Oído por mi el cuento, que podía ser cierto o producto de una soñada leyenda, a partir de aquel momento, puse mi empeño en buscar un pájaro de color multicolor, semejante al que me había contado el anciano y del que me quedé totalmente embriagado.
Todas las mañanas, al amanecer, me fijaba en el cielo azul y si me anunciaba un bello día, me trasladaba al bosque. Caminando por sus rocieros senderos, acariciaba mi rostro con el agradable airecillo matinero. Levantaba mis ojos hacia los trinos que llegaban a mis oídos y buscaba el pájaro multicolor. El que transcurrieran días y semanas sin resultado alguno, solo hacía que aumentara mi deseo. Tal era la avidez que el anciano dejó en mí, que todos los días al acostarme, pedía lleno de afán, que fuera en el siguiente día, el momento del mágico hallazgo. La segura belleza del pájaro multicolor, albergue de una frágil doncella, turbaba mis pensamientos llenando mis juveniles años de un deseo hasta hace poco extraño para mí.
Ocupé mi tiempo hablando con otros ancianos que pudieran contarme algún hecho semejante. Aunque nadie afirmó conocimiento alguno, todos, al ver en mí aquel empeño, sí me dijeron, que por aquellos caminos, avanzando con noble fin, con toda seguridad encontraría lo que buscaba. Pues solo halla quien en si confía y no se rinde ante la adversidad. Me decían que a veces, sin encontrar lo que anhelamos, descubrimos sueños de la misma entidad. Así pues, todos los días, al llegar a casa y preguntarme mi madre por mi deseo que amorosamente conocía y a él me alentaba, solo recibía de ella el ánimo para que continuara.
Una mañana, ilusionado ante dos ardillas que se alimentaban de algún fruto que no alcanzaba a conocer, posadas sobre las ramas de un árbol, mis ojos se dirigieron raudos hacia un pequeño grupo de jilgueros que revoleteaban sobre las entrelazadas ramas. De entre aquellos frágiles pajarillos, uno, de dimensiones un poco mayores, y cubierto de un plumaje multicolor, procuró en mí una emoción tal, que me resistí a gritar de alegría no fuera a ser que por ello escapara a mi presencia. A menos de tres saltos estaban y en el centro de aquellos graciosos volátiles cuya alas y picos unos con otros jugueteaban, mi añorado multicolor confirmó mi seguridad, que ante mi, se mostraba la causa de mis desvelos.
Se completó aquel momento de ensueño, cuando a escasos metros, aquella bandada de pajarillos se posó en un arbusto de pequeñas hojas verdes, cubierto de flores frescas con pétalos de oro. Al notar mi presencia por dar un paso hacia ellos, los jilgueros levantaron el vuelo. El multicolor levantó su pico y me miró. Movió las alas, trató de elevarse, pero incapaz de hacerlo, consiguió volar un poco cayendo en el musgo sobre unas piedras bañadas por el estanque. Tan fácil me resultó cogerlo, que al notarlo entre mis manos me convertí en el mas feliz del bosque. Entre mis manos lo tenía. A través de las yemas de mis dedos, noté una ligera frialdad de su cuerpecillo. Y decidí volver a casa para con los conocimientos de mi madre aliviarle y alimentarle.
Corría por el sendero, bajaba una lomilla y saltaba sobre unas piedras para vencer al riachuelo. Un barranquillo suave, cubierto de húmedas hierbas me faltaba, y a pocos metros la salida del bosque, la casa de mis padres.
Los primeros auxilios de mi madre resultaron eficaces pues trinó creo que de alegría. Pasaron unos días en los que cuidándole, de él se encariñó. Cuando yo no lo mimaba, se posaba en el hombro de su curandera y hasta me parecía que los dos de mi hablaban. Mi madre le contó al pájaro multicolor la historia del anciano que tanto para mí significaba. Le hizo saber de mi enamoramiento, cosa que me sonrojó. En las noches compartía suelto mi habitación y en la duermevela deseando que entrara en mis sueños, me dormía placidamente feliz por tenerlo cerca de mí.
Pasaron varias semanas y una noche, cumpliéndose mi deseo, soñé el momento de ver a la doncella junto a mi, mientras acariciando sus cabellos juntábamos los labios. Y lo que siempre suele ocurrir en estos casos, el frescor de la mañana que entraba por la ventana abierta me despertó. Alcé mis ojos buscando al pajarillo sin encontrarlo. El airecillo que entraba del bosque en mi habitación alarmó mis sentidos pensado en su huida. Contemplé el amanecer, observé el bosque y el vuelo de otras aves sin encontrar lo que era el albergue de mi amada. Angustiado decidí salir en su búsqueda, mas, frío como el aire de la mañana me quedé, cuando encima de mi camisa azul unos cabellos rubios y ensortijados se mezclaban con unas plumas multicolores formando la dulzura de un corazón.
Corriendo acudí al bosque. Fui a nuestro lugar de encuentro y en el mismo arbusto, encima de las escarchadas flores de pétalos de oro, el pajarillo multicolor, incapaz de levantar el vuelo al verme, dejó que me acercara. Lo cogí con toda mi ternura. Con él en mis manos inicié el sendero de regreso, bajé la lomilla, crucé el riachuelo y por el barranquillo la felicidad me albergaba.
La hierba deslizante me hizo caer, resbalé, y con mi cuerpo protegí al pajarillo. Apoyándome con las rodillas y los codos sobre el suelo, lo contemplé entre mis manos. La desesperación rompió mi corazón. Al caer y con la inconsciente presión de mi mano asfixié aquella ilusión de mis días. ¡No podía ser¡ Pero ya no vivía. Lo besé sin conseguir reanimarlo. Lo tumbé en la hierba. ¡Sus patitas hacia arriba me señalaban culpable¡
¡Dios que desespero¡ Me fijé en él y en sus ojos cerrados. Suavemente abrí sus párpados. Entonces, tuve ganas de morir. Aquellos ojos tenían el color del arco iris.
Mi atolondramiento en el barranquillo, causante de la tragedia, fue el origen de mi desazón. Los rubios cabellos de mí amada en la alcoba, la fuente de mi desespero y, el corazón de plumas multicolores, el fondo de mi tormento.
Tan profundamente enamorado estaba de aquel sueño, que al brotar en mi vida el pajarillo que lo arropaba, mis días cambiaron y en sus quehaceres, el deseo de tener a mi amada, se convirtió en única dedicación desde el amanecer hasta la hora de entregarme al comienzo de mis sueños.
Mi madre, tan guardiana y procuradora de mis afanes, como vigilante de la salud del pajarillo, y conchabada con él, sabedora de la importancia que para mí tenía aquel embrujo, procuraba que su vida, la de aquel sueño, se cruzara en la mía cuanto más pronto mejor y con la menor herida. Observaba como mi madre, con su mejor voluntad, deseaba ser comprendida por la avecilla y hasta le hablaba de mi noble sentimiento, enumerándole sin cesar todas mis virtudes que no eran más que producto de su pasión de madre.
Los alegres días se convirtieron en melancólicos. Era tal el deseo que me inundó, que perdí, en los ratos del comer, la voluntad de mi alimento. Y los juegos por el campo, los encuentros con mis amigos, así como mi compromiso con los libros, fueron suplantados por un pensamiento cautivado por la belleza imaginada y escondida dentro de aquel plumaje multicolor.
Por las noches, mi alcoba, se convertía en refugio del pajarillo y observándole, mi imaginación luchaba para vencer el hechizo. Estaba convencido que él sabia de mi enamoramiento, pues nunca dudé de la eficacia de mi madre. Todo lo que por mi había procurado, lo consiguió con éxito y estas vez no iba a ser menos. La joven apareció en mis sueños en más de una ocasión y de toda su belleza, mi madre tuvo conocimiento.
Por eso, cuando le conté a mi madre el desgraciado final del pajarillo del que me hacía yo mismo culpable; una vez que mi anhelo se había hecho realidad –como lo probaba la existencia de los cabellos y que el plumífero corazón regalado, era la firma de que correspondía a mi amor- mi madre, estalló entonces en un lloro de tristeza hacía mi. Me pidió que la comprendiera una vez mas, como siempre había hecho.
Con semblante de madre llena de cariño hacía mí, me confesó que fue ella, quien en su deseo de un final feliz a un enamoramiento imposible, acudió una noche a mi habitación en la que placidamente dormía. Dirigió al pajarillo hacía su libertad, dejando la ventana entreabierta. Colocó encima de mi camisa azul unos ensortijados cabellos rubios. Y al lado de estos, un corazón de plumas multicolores.
De ésta forma creía mi madre, que aquel final feliz por ella pensado, me produciría menos daños que lo imposible. Aquellas pertenencias serían el bello recuerdo de un amor que se fue por los vientos.
Pero el profundo amor que todo lo puede hizo que saliera detrás de mi amada y quiso el destino, o que se yo, la ocasión de un segundo encuentro, en donde los amargos jirones de la vida hicieran su acto de su presencia.

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