Ella sirvió la cena como cada día. Él, en silencio probó el manjar y le sonrió. Finalizada la cena y sin mediar palabra se levantó, cogió un libro y sentado en su lugar preferido se sumergió en la lectura.
Tras un par de horas de lectura se le cerraron los ojos y quedó dormido. Se despertó a orillas de un río, sus aguas cristalinas jugaban con los reflejos del sol y dejaban que las hojas de los árboles bailaran al compás de sus oleajes. Miró a la derecha y después a su izquierda, no vio a nadie y en cambio se sentía acompañado.
Levantándose poco a poco, observó su alrededor y se impregnó de la plenitud de la naturaleza que lo arropaba. Se acercó tímidamente al agua y bebió de ella, era la más fresca que jamás había probado, aquella agua lo vigorizó y se sintió feliz, un hombre nuevo.
Acarició la suavidad de la hierba, era pura y de un verde brillante, se dejó calentar por el fuego intenso de la mirada del sol y le susurró la dulce voz de la brisa. Caminó desnudo disfrutando de aquel instante y paseó largos trechos sin descansar, era tan bonito lo que tenía delante de él, que no lo podía creer.
Empezó a sentir cansancio y se acurrucó a la vera de un pequeño cúmulo
de hojas que utilizó de almohada, cerró sus ojos y luego escuchó:
– Debe ser muy bonito tu sueño, cariño, tu
sonrisa te delata….
Entonces el hombre abrió sus bonitos ojos y con voz dulce y cariñosa,
respondió:
– Si cielo, soñaba contigo.
Magda Guarido.