22- DESCENDIENTE DEL ÁRABE. Por Amante de la Luz

Yo amo los vuelos del Altísimo
como tú mismo los amaste entonces,
pues me ha venido a visitar en sueños
el Inefable, el Justo de todos los justos,
el Misericordioso que es puro amor.

Místico sincero y honorable, Muhidin Ibn-al-Arabí,
hallaste tu fama gracias al Creador Âl-lah,
que te llamó en canal a su ascensión
eligiéndote especialmente suyo, mi sufí,
para que de “Él” hablases en el mundo
dando pruebas inequívocas de su existencia.
¡Oh Dios, eterno e inmutable, poderoso,
que en tu unidad convocas los mundos
que creaste: tu obra magnificente y maravillosa!
(“Tú Âl-lah eres el Todo, y estás en todas partes.
Estando por encima de tu creación
la impregnas con tu espíritu portentoso”).
Dios, lo eres todo, para nosotros, pues nos hablas,
querido y perfecto “Padre redentor del orbe”
en el amor sublime que eres, y profesamos.

Mi religión es tu principal emanación: “¡el amor!”.
Que por éste fue creada la totalidad de la existencia.
Que en el principio vio “Él” su soledad
para comenzar a crear lo total desde la nada,
observando que era buena la formación del Cosmos.
Porque es el amor incondicional y sin dobleces,
la fundamental manifestación de nuestro Hacedor,
que nos convoca y nos aproxima a su vital esencia
pudiéndonos llamar por ello, “Hijos del Fecundo”.

Por esto se expandió tu lealtad y fama, poeta,
querido y amado hermano en Adán.
Âl-lah te hizo nacer en “la” Murcia
de la proverbial y fértil al-Ándalus
de padre noble y de esbelta madre bereber,
¡oh, al-Hâtimî at-tâ´î, creyente sobresaliente!

Damasco te abrió en frenesí los ojos del alma,
aunque por primera vez parpadeasen en Sevilla
a la temprana edad de apenas quince años.
¡Oh, Muhammad, hijo de los prados terrenales y celestes,
celestiales por tu pureza, terrestres por tu cuerpo!
Por tu amor a la verdad, gustas de la justicia,
y es justo que el hombre goce en este paraíso

de dulzura, ensoñación y presencia tan viva,
del enamoramiento perenne a las doncellas,
puesto que un tesoro anida en el corazón del “sirviente”
a la dama que es bella y de rostro radiante
(ya que su centro insufla destellos de gloria al nuestro),
y sepamos que éste no tiene edad sino agasajos,
que no envejece, que es siempre joven como el mundo,
que de continuo se renueva con cada primavera.

Tú, que en la condescendencia y sin violencia
respetas las otras creencias hasta el punto
de no querer imponer “la Verdad” por la fuerza,
sino en el entendimiento y la comprensión…
la doctrina de, “¡Nuestro Gran y Amoroso Realizador!”.

Pues que cuando yo también fenezca,
quisiera irme a los fértiles y cerúleos prados
a jugar al amor, el más grande de los divinos sentimientos.
¡Y allí, platicar contigo, en versículos perfectos!

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