II Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura
Concurso Caravaca
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Bases del concurso, premios y jurado


21/2/2005

55. Así esta bien, gracias.
54. Historia de un pequeño malvado
56. Amor perfecto
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Tuvo en su boca todos los nombres y yo la certeza de recibir el adecuado si hubiese sido capaz de preguntar. Mi valor, de nuevo, quedó en un vago y distraído buenas noches para los presentes, una petición conocida de té alimonado y pasos presurosos hacia mi mesa favorita, la que permite ver desde el espejo el mimo con que repasa cada taza con el paño siempre blanco.

No hubiera sido complicado conversar. Como pretexto los mil lugares conocidos que desdeño porque no llevan a sitio alguno: el tiempo, la tarde, otro sobre de azúcar, la lluvia, celebro que hoy no vistas de negro… El mejor de todos ellos hubiera sido Pizarnik. ¿Te gustó el libro? Sus palabras son negras como tu ropa: sólo por fuera. Quizá hubiera reído, quizá no lo haya terminado, quizá media sonrisa al margen del euro veinte, tal vez me diga su nombre. Agradezco a las monedas que me permitan rozar, aunque sea levemente, un momento, la punta de tus dedos tibios. Tú tienes mi primer libro de Alejandra, yo ni siquiera tu nombre. Tú sabes que llego antes de la media noche y marcho el último, yo sé nada de tu antes, de tus cómo. ¿Qué piensas cuando me ves leer más de tres horas solitarias cada fin de semana? ¿Qué temes cuando descubres mis miradas huidizas de reojo? ¿Hay algo que quieras decirme? Yo tengo en la cabeza el resto de nuestra vida pendiente de ser inventada, pero no puedo escribirla solo.

– Aún no he terminado el libro que me prestaste.
– No pasa nada, sin prisas. Tú sólo disfrútalo.

No es cierto, no era un préstamo, quiso ser un regalo. ¿Te gusta leer? Creo que es tu libro, le dije. Pero ninguna camarera acepta regalos de desconocidos. Sólo asegurando Te lo presto, ya me lo devolverás conseguí detener el gesto de rechazo y la desconfianza de sus ojos. ¿Sabes la razón de regalarte el libro? Que ese día te amé tres segundos por decir no pongas más hielo en su copa. Pero ¿cómo te explico esto sin saber como te llamas, sin que pienses que estoy tan loco o tan solo que no merezco la pena? Y ahí tendrías razón; ni merezco la pena ni la deseo. Otra cosa eres tú. A ti sí te deseo. Otra cosa es tu sonrisa escasa: sólo es cuestión de riego.

– ¿Me pones un Barceló con cola, por favor?
– Enseguida. Ahora te lo llevamos a la mesa.
– No, gracias; espero.
– Cuatro ochenta.
– Así está bien.
– Gracias.
– A ti.

No, gracias; espero. Dos actividades totalmente inútiles: negar y esperar. Es inútil negar nada, es inútil esperar sin saber qué. Pero eso hago, más de tres horas cada viernes y sábado desde hace tres semanas, leyendo a Carver o Cortázar. Negar ninguna opción porque no actúo, esperar nada porque nada hago.
Cuatro ochenta. El precio que imponen tu jefe mercader y mis temores por las escuetas palabras. Sé que tengo interés en ti cuando no puedo hilvanar frase alguna. Sería tan breve este camino sin interés: dos intentonas, alguna ocurrencia más o menos acertada, lograr hacerte reír un par de veces, preguntar si quieres que te espere cuando acabes (sin meter a Alejandra en esto, claro). Sí… no… breve, rápido, certero.
Así está bien. No preciso más. Ahora tengo las opciones, los caminos, todas tus palabras pendientes de escucha. Tu pasado, para mí remoto y desconocido, aún no me provoca dicha o llanto. Así está bien.
Gracias. No saber nada de ti me permite amarte tal cual eres. Sólo por unos segundos, mientras pones el segundo hielo y dejas el tercero, que no deseo, junto a la multitud del resto. Gracias.
A ti te debo esta historia de amor breve y vacío que ha durado tres segundos. Pero no es la más inútil; entre los dos engendramos un poema:

 

Hoy te he amado tres segundos
por decir
no pongas más hielo
en su copa.
Ya sé dónde esconder
mis palabras, mis miradas.
Unas en la caja registradora.
Las otras las guardé bajo tu ropa.

Fuiste amable:
cinco euros no es demasiado
por media sonrisa.

Si tuviera valor
buscaría palabras
y el momento de decirlas.

Si tuviera valor
mantendría tu mirada
y mi sonrisa sería más abierta.

Si tuviera valor diría algo más
que ponme otro y gracias.

 

54. Historia de un pequeño malvado
56. Amor perfecto