Ansias.Por Betty Badaui

Era tiempo de grullas
y el macho la cortejaba
pero ella por ser hembra
en madre y vanidades
se extendía.
Era tiempo de amores
de danzas prenupciales
con crestas enrojecidas
y por pasión inflamadas.

Era tiempo de hormonas
y una niña en la pista
– sola y ausente-
Danzaba.

 

BETTY BADAUI
Blog de la autora

Neurotransmisores. Por María

Casi siempre había sospechado yo que había algo raro en mi estructura personal, pero fue una noche, volviendo de una juerga, cuando me di cuenta de que soy un cajero automático. Lo supe con tal certidumbre que, sin molestarme siquiera en llegar a casa, me quedé instalado en la esquina de la plaza Baja con mi calle, con idea de facilitar que mi madre me encontrara cuando saliera a buscarme. Ahí me instalé y ahí seguiría, como sería lo lógico, si no me hubieran traído a este lugar con el pretexto de que es imposible que yo sea un cajero automático. Va ya para seis meses, me dicen, y aquí sigo. Cuando me instalé en mi esquina fue la gran novedad del barrio: una máquina que nunca descansa ni cierra sus puertas dispensadoras de billetes. Me sentí único. Mis clientes, mientras hacían cola frente a mí, comentaban lo bien que se podía leer en mi pantalla fosforescente y la claridad de mis instrucciones para usarme; se admiraban de mi porte impasible y de mi eficiencia para disponer siempre de billetes recién dibujados en papel crujiente. Yo era feliz. Pero me duró poco, ya les digo. Un día Lola, la peluquera, en vez de dinero me pidió un secador nuevo y yo se lo di, uno precioso de color amarillo; y Martín el de la ferretería quiso flores libres y yo le hice en lila la flor de la alfalfa… Por ahí empezó, creo, la fusión de algo frío en mi interior. Y me trasladaron aquí.

Casi todos los días tengo consulta con mi doctora. Pienso que es mejor hablar algo con esa mujer que seguir manteniendo mi silencio de cajero, así que procuro complacerla. Mi doctora es menuda y pálida y tiene ojos de tormenta. Cuando entro en su despacho me dice que me siente en la silla del otro lado de su mesa y me pregunta cómo estoy: siempre contesto que muy bien y sonrío, a sabiendas de que eso la tranquiliza. Me pregunta si olvidé al fin mi ser de cajero y le digo que sí, que sé que no lo soy. Luego seguimos una rutina de preguntas y respuestas un rato y me despide hasta mañana.
Paso los días en el pasillo, fumando. Si me piden que ande, lo recorro entero entre ventana y ventana de ambos extremos, o me llego hasta la puerta de salida de la sala, para nada, para comprobar que sigue cerrada. Pero en cuanto veo que el personal anda atareado y descuida los controles, me instalo a trabajar pegado a la pared, en la zona de mitad del pasillo, para ser accesible a todos. No es lo mismo que antes, créanme, porque no tengo clientes y me los tengo que imaginar. Y además, como sé que a esta gente le molesta mi condición, he dejado de imprimir y dar dinero para regalar frases tontas que escribo en trocitos de papel. Cuando alguien se para frente a mi pantalla, le doy una:
«Tu pelo huele a ausencia,
recorres el pasillo
y acabas en el miedo…» Por ejemplo.
O bien:
«El verde de esa bata
Araña sin piedad
tus párpados pesados…» Tonterías, ya saben.
A veces obtengo por eso una sonrisa, a veces alguien se queda un rato a mi lado. Me dicen que es mucho más bonito ser poeta que cajero automático. Les digo siempre que sí. Pero en algún lugar del más recóndito de mis chips algo debe estar fallando que me hace sentir unas molestias difusas. Esta mañana me sobrecogió la liquidez salada de una lágrima que cayó resbalando pantalla abajo cuando Pili me dio las pastillas, que invariablemente me meten por la ranura destinada a las tarjetas. Imprimí para ella, para Pili:
«No hay píldoras de tristeza
Con más potencia
que el fondo negro de tu mirada».

Yo, que fui diseñado para ser inconmovible, noto ahora una cierta comezón en la luz verde de mi pantalla, mis destellos titubean ante una sonrisa y chirrío por todos mis engranajes cuando me toca una mano. Seguro que están fallando algunos circuitos. Ahora que me conocen, háganme el favor de pedir que algún técnico se pase a ajustarme estas piezas que andan medio sueltas por ahí dentro y que ponen en peligro mi integridad de cajero. Gracias.

 Asociación Canal Literatura

María
Blog de la autora

De revelaciones. Por Marisol Oviaño

Me apetecía enclaustrarme y he estado todo el fin de semana perreando en casa.
Conspirando en la red, jugando al tetris con el móvil, durmiendo la siesta frente al televisor, escribiendo por la noche en la terraza. Sólo me he movido de aquí al atardecer, para bajar a darme un chapuzón.

Como normalmente mis findes empiezan el sábado por la tarde y éste ha empezado el viernes, también me ha dado tiempo a planchar un par de lavadoras, limpiar mi baño, dar un repaso a la cocina, hacer un quintal de ensaladilla rusa y coser el reborde del toldo, que se estaba cayendo.

Hace años, todas estas tareas me encabronaban sobremanera. Cada vez que tenía que tender la ropa me ponía de un humor de perros, barría con una cólera que levantaba polvareda y planchaba maldiciendo por lo bajinis. Pero desde el día que tuve la revelación de las tareas domésticas, casi hasta disfruto de ello.

En aquella época yo estaba acostumbrándome al nuevo rol de padre/madre/únicososténdelafamilia, habíamos tenido que prescindir de todos los de lujos –como la asistenta- y yo trabajaba en casa.

La mañana de la revelación de las tareas domésticas había puesto la lavadora nada más levantarme, y mi intención era tenderla cuando los niños se fueran al colegio. Pero me senté a trabajar en una corrección muy difícil, y me olvidé por completo de la ropa. Estaba en racha y me estaba cundiendo mucho, de buena gana habría seguido trabajando dos o tres horas más: necesitábamos con urgencia aquel dinero.

Pero mis hijos no tardarían en llegar de clase muertos de hambre. El departamento de producción tenía que parar para encargarse de la intendencia y, de mala leche por la interrupción, me levanté de la silla y fui a la cocina. Cuando descubrí la colada por tender, me sentí como si el universo conspirara contra mí y me encabroné de tal modo, que acabé dándole una patada a la lavadora.

Cogí el barreño blasfemando, saqué la ropa maldiciendo y salí a la terraza cagándome en mi estampa. Sacudí la primera prenda con rabia cancerígena y, de repente, sucedió. Me quedé con ella en la mano preguntándome qué coño me estaba pasando. Tendría que tender muchas lavadoras, y si seguía encabronándome con cada una, acabaría amargándome y convertiría nuestra vida en un lugar irrespirable.

Brillaba el sol, los pájaros cantaban, corría una agradable brisa primaveral. ¿De qué me estaba quejando?

Las cosas no habían salido como yo había calculado, cierto, y mi situación económica se había complicado. Pero la vida es una carrera de obstáculos que hay que superar. Y, mal que bien, los íbamos superando. Y a pesar de ellos, yo quería seguir siendo libre. Quería seguir escribiendo. Quería seguir comiendo con mis hijos a diario. Quería seguir siendo mi propio jefe. Y, aunque hasta entonces no me hubiera dado cuenta, quería salir a la terraza a tender la ropa.
Porque tender la ropa formaba parte del privilegio de ser libre.


Marisol Oviaño
Proscritosblog
Fotografía: Popeye

Esclavos. Por Luis Oroz

Podemos despertar,
subir los párpados,
descorrer las palabras,
asomarnos al frío,
admirar lo recóndito,
bajar a pie la cumbre del orgullo,
reclamar la ternura de su nieve
y esperar a que el día nos convierta en esclavos
de la palabra siempre.
O quedarnos dormidos,
como esta voz políglota que regresa del sueño
para nunca decir lo que tú esperas.


Luis Oroz
Blog del autor

La extra de los funcionarios. Por Nidosiano

Funcionario, a ti te van a retrasar la extra de Navidad.
Yo nunca la he tenido.
A ti te van a quitar moscosos.
Yo ni siquiera puedo enfermar: si no trabajo, no gano. Y gane o no gane, tengo que pagar una pasta todos los meses a la SS.

Pero a ti y a mí nos suben el IVA, la luz, el gas, el agua…
Porque tú y yo tenemos que pagar la deuda que la Casta ha generado a este país.

A la Casta le vendría de perlas que yo me alegrara de tu desgracia.
La Casta quiere que tú y yo nos enfrentemos en estériles debates sobre el empleo público y el empleo privado, así no exigiremos responsabilidades a los verdaderos culpables. El PSOE dejó el país en la ruina, cierto. Pero el PP colaboró lo suyo: mirad el dinero que deben sus cajas. Todos los que se sentaban en sus Consejos estaban en la pomada de esquilmar a los españoles.

Que tú, funcionario, no tengas paga extra de Navidad, va a hacer que el panadero venda menos roscones de Reyes. Y si vende menos roscones, no me encargará que le fabrique a medida una bonita estantería expositora en la que el pan se venda solo.

Alegrarse de que os quiten una paga extra es de gilipollas.
Hay que adelgazar el Estado y probablemente, aunque no os guste oírlo, sobren funcionarios. Pero somos muchos los que habríamos agradecido que, en lugar de ahorrar en vuestras pagas extras –que repercutirá en la economía real-, ahorraran en lo que ellos, sus privilegios y sus enchufados nos cuestan. Eso para empezar. Después duplicidades, empresas públicas y demás mamandurrias.

El mayor problema de este país no es el paro, ni la crisis económica. Es la corrupción.
Y vosotros, funcionarios -entre ellos jueces y fiscales -, sois testigos de ella.
No os organicéis para cortar la calle y joder a los curritos que están trabajando.
Organizaos para denunciar cada corruptela, convertíos en garantes del Estado. Que los políticos tengan miedo de vuestra honradez y vuestra vocación de servicio al pueblo.

Porque si sólo abrís la boca cuando os quitan cosas que muchos mortales nunca hemos conocido: paga extra, moscosos, canosos… os quedaréis solos.
Y eso, precisamente, es lo que la Casta quiere.

Nidosiano
proscritosblog.com

Camino de tus labios. Por Marcelo Galliano

 

Como el mar en la arena, de puntillas caminan
tus labios en mi boca con ansias de besar,
pero en mi boca misma su paso no terminan
por eso con premura comienzan a bajar…

Y entonces en mi cuello percibo el cosquilleo
que al instante en mi pecho voy a reconocer,
y casi ansiosamente presiento aunque no veo
que pronto allí en mi vientre los notaré caer.

Y después -¡qué decirlo!- la preciosa fortuna…
esa que no pensaba ni la promiscua luna
que mira la liturgia detrás del ventanal.

Y allí abajo mi entraña su elixir desperdiga,
y me llega el momento de la dulce fatiga
luego de haberme roto como un frágil cristal.

Asociación Canal Literatura
Marcelo Galliano
Argentina