El Defensor del Ciudadano De A Pie Aunque Tenga Coche ha presentado una denuncia a nivel nacional, intuyéndose ya su inevitable tramitación a través de organismos internacionales hasta llegar a abarcar el mundo entero.
De momento, se busca dentro de España a una banda de empedernidos y reincidentes ladrones compuesta por varios millones de miembros. Entre ellos hay sobre todo vecinos, jubilados, amas de casa, comerciales, compañeros de viaje o trabajo, desconocidos, conocidos, familiares y hasta amigos si bien estos últimos son una minoría.
Suelen atacar a cualquier hora del día y pueden llegar a interferir con la vida del afectado incluso a las 4 de la mañana. Actúan en los sitios más diversos, prefiriendo claramente la media distancia, o sea, no actúan ni a flor de piel compartiendo cama con la víctima ni a través de llamadas de larga distancia, aunque también se hayan dado casos de robo en la intimidad o con continentes y océanos por medio.
Si alguno de ellos nos coge por banda en una fiesta aburrida, en ese trecho desértico entre misa y comilona de cualquier celebración, en la sala de espera del dentista o haciendo cola delante de una taquilla, su delito –en otras circunstancias deleznable– se convierte en ‘pecata minuta’ y puede resultarnos hasta ameno comparándolo con el hastío que suelen producir los tiempos ‘muertos’ de este tipo.
¡No nos equivoquemos! Esos ladrones no se alimentan de carroña, es decir, el tiempo muerto por otros motivos que no sea su propia intervención, apenas les sabe a nada. El aderezo de su disfrute, la guinda sobre su pastel es el nerviosismo ‘in crescendo’ del agredido; las miradas, furtivas primero y descaradas después, que este dirige al reloj del móvil, de pulsera, de pared o de la estación de trenes; las medias frases de despedida que la víctima masculla, corta y acaba por comerse, y que el agresor ahoga hábilmente en una nueva cascada verbal; el manoseo de un bolígrafo, de las llaves o del teclado del portátil, cada vez más errático e iracundo; finalmente ese sudor frío que brota en la frente de quien esté aprisionado entre barandilla y pared, ascensor y portal, alargando inútilmente el cuello para encontrar el camino de liberarse del ladrón de tiempo que está desvencijando su día, llevándose sus pausas, descansos, ratos libres y momentos de paz y tranquilidad.
Y no, no hay cura ni remedio ni prevención que no esté recogido en el Código Penal. ¿Cómo apartar de un empujón a Doña Rosa que te está mostrando las fotografías –todas– de sus siete nietos? ¿Qué justificación puede haber para apuntar con una maceta al cogote del amable vecino de abajo cuya charla matutina te coge en albornoz y en la terraza y te obliga a adoptar posturas de contorsionista?
¡Confórmense pues y sufran lo menos posible! No levanten la voz ni –mucho menos– la mano… Simplemente aprendan a vivir con las sanguijuelas cronológicas, con esa tribu de vampiros horarios, y no malgasten ni un nanosegundo del valioso tiempo que dejan a nuestra libre disposición cuando se marchan corriendo porque tienen algo urgente que hacer.
Dorotea Fulde Benke
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