Llegamos a Alcázar de San Juan para hacer un curso de narrativa y nos encontramos (Alumnos, organizadores y profesores) en el antiguo convento de Santa Clara, paseando por el patio central del claustro y habitando las que fueron antiguas celdas de las ocupantes de otros tiempos. Aunque con su televisor y un acomodo moderno y práctico,aire acondicionado incluido, estas celdas de techos altos y grandes ventanales transmiten sensaciones medievales transportándote a la memoria de lo leído o escuchado en boca de quienes nos contaron historias de aquellos tiempos. Uno no puede substraerse al chirriar de algunas puertas y, pasada la medianoche, al retumbar de pasos por los largos pasillos.
El curso nos deparó bonitas historias en las prácticas que realizamos y hay que decir que había talento narrativo entre los participantes. Pero sin darnos cuenta se fraguaba, a fuego lento, entre todos una pequeña confabulación entre pasillo y pasillo, entre pausa y pausa. Era ese sentir otros pasos bajo los nuestros, otros silencios y miradas entre nuestras miradas, un pasado rondándonos la piel y en el centro del patio, ese pozo misterioso origen de muchas leyendas.
La última noche cuando la despedidas se intuían y la añoranza temprana se hizo presente en medio de esos días de estudio y repaso, nuestras miradas confluyeron en ese anillo multicolor, diferente cada día a tono con la vestimenta de tal modo, que se hizo el reflejo de nuestra estancia, representante misterioso de lo que habíamos vivido en aquellas horas, mezclando y compartiendo proyectos e ilusiones, bocetos, relatos, vida, amores y desamores.
La dueña de tan espectacular amuleto los repartió entre todos haciéndonos participes de la historia: “Portar y regalar este anillo es ayudar a la familia que los crea y vende en el mercadillo a cumplir su sueño”. Ni media palabra más. Cada cual partió con su anillo y su deseo de volvernos a encontrar muy pronto entre la magia del convento.
La magia del Convento de Santa Clara.(por haddass)
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