A veces construyes un poema que sirve para cerrar la puerta.
Pero fuerte,
muy fuerte.
Quizás luego (si es a un amor o a una amiga) la vuelvas a abrir pero seguro que en el umbral (y en ti) hay otra persona…
Nunca me gustó el vino rosado. Lo mío no son las medias tintas.
Contigo aprendí
que el agua
para el té
no tiene
que hervir y
que invadir
el cerebro ajeno
–el espacio,
el amario y
el baño–
es objeto
de dolor.
También,
que una hora
frente a una
botella de vino y
de tu voz,
construyen
un minuto eterno
de amor.
A tu lado cultivé
que dar
es mejor
que recibir
(aunque nunca
lo entiendas),
que las personas
siempre piensan
de ti igual
que tú de
ellas y
que la poesía
es nuestra
penitencia más
dulce.
Contigo,
me abrí
como una verdad.
Aunque luego,
de tanta sinceridad,
me cerré.
Eso sí,
aprendiendo a
entender y
mancillada
de
dolor
-y sabiendo
que la botella
de vino
se agotó-.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora