I
Un poco a la luna quiero…
Si ha de cantar un poeta
sus versos de oro y plata,
allá donde la luna pulsa
le escuchan las luces juntas,
y le hacen cabriolas y postas
con sus dedos jardineros,
para que escuchen los salmos
los caminantes que agitan:
cielos de oro en las plumas
y alas con vientos de lunas.
IV
Vengo a vivir postrero
para alargarme los días:
en un extremo he nacido;
en otro, no cuento ni las vendimias.
Mas llevo la cuenta alegre
de todas mis alegrías:
lluvias astrales y risas,
¡son mieles cuando son mías!
V
Aquí me veréis sentado:
sol, musgo o grano… ¡No importa!
Para el color de mis dedos
me basto como geranio:
un tallo para vivirme
y crecerme el pecho a diario;
una corola roja peinándola
cuan hermosa la miro a ella y le canto;
y una hoja verde de claro
para sentarme, admirarla,
y en ella irme enramando.
VI
¡Salud!… al canto del nido.
¡Salud!… al verso de espuma.
Y el trino arme al poeta
de sables y de vihuelas.
¡Salud!… por vuestras canteras.
Y del andar de venturas
sean las aves las que jalen las carretas.
¡Salud, aves poetas!
VII
A que naciera mi canto lancé:
una piedra de luna,
una piedra de mí,
una piedra cualquiera.
Por los caminos reconocí
el paso y lo que aventé:
una piedra cualquiera,
y el guijarro tan duro
que mi madre fue a parir.
VIII
¿A dónde vamos, mis sueños,
que un hito se mueve en mí?
¿A qué plumaje apuntas?
¿De qué manera me hablas?
¿A quién conversas de forma tal
que entre lunas me despiertas?
Yo soy el principio
del sueño que viví.
Salvador Pliego
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