Anatomía de un guateque (por Arare)

¡Un poco de formalida por favor,  si os viera mamá, qué vergüenza, qué vergüenza!
Una semana antes:

El grupo reunido donde siempre, normalmente un trozo de calle donde los vecinos ya se han acostumbrado a vernos… verdaderos okupas de la acera…

– ¿no creeis que ya “toca” guateque?
– Si, por supuesto, hace demasiado tiempo desde el último…

Ella mira a lo lejos, como si no fuera con ella…

Al instante, todos y todas le clavan la mirada y ella no tiene más remedio que dejar de hacerse la sueca.
O sea, lo que estáis queriendo decir es que vuelva a pedirles a mis padres que nos dejen la casa otro domingo por la tarde… ¿y por qué – por una vez- no vamos a casa de otro, eh?
– Simplemente porque “tu” casa es la más adecuada y porque “tus” padres son los más “abiertos”.
– Ya. El viejo truco. Pero lo que no sabéis es lo molesto que resulta para mi, que “siempre” se haga en mi casa. No puedo hacer “nada”, necesitaría como mínimo, la misma libertad que vosotros, ¿no creéis?
– Mira, tú has nacido para redentora, así que redímenos una vez más y pide permiso para este domingo.
No tiene más remedio que acceder… al fin y al cabo si se hiciera en otra casa a lo mejor ni siquiera la dejarían ir… (¡qué ganas de cumplir la mayoría de edad, diosmiodemivida!)

Domingo por la tarde (16 h, aprox)

Suena el teléfono (fijo, of course)

– eh, oye, que ya vamos para allá para montar el tocadiscos y eso
– ¿tan pronto? Eh, que mis padres solamente están en el postre, no os paséis!
– Si,si, que hay que ir a buscar el hielo…en media hora estamos aquí.
– glups… vale, vale, hasta ahora mismo

“Ellos” llegan sobre las 16,30, cargados con un par de cajas de coca cola y otra de fanta (normalmente la fanta sobra, así que con una caja hay bastante). Llegan en tropel, riendo, sudando, volcando todo lo que encuentran a su paso, en una palabra: ejerciendo de semi adultos con cuerpos de semi adolescentes y mentes acostumbradas a controlar… característica típica de una época…

– ¡Niña, estás guapísima! – dice alguno, algún otro no lo dice con palabras pero por las miradas detecto que voy a bailar muchos “lentos” con él aquella tarde y algo dentro de mí empieza a arder.

Los “ayudo” a despojarse de las primaverales cazadoras azul marino con dos rayitas, una roja y una blanca, con gomas en la cintura y en los puños, que voy colocando encima de la cama de mis padres, que, con un ojo en le televisor y otro en el pequeño grupo que entra y sale llevando cosas a la terraza, ejercen de “padres liberales que dejan que su hija celebre una fiesta en casa, ya ves tú lo buenos que somos, para que luego te andes quejando, quejica, que eres una quejica”

A las 17,30, una hora después, empiezan a llegar “ellas”. Alguna llega andando, a alguna otra la lleva su padre y aprovecha para entrar a saludar a los míos y “a ver el ambiente” que por el momento es absolutamente inocente. Ellos- los padres- no saben que entre las cazadoras azul marino venían, cuidadosa y amorosamente envueltas, algunas botellas de ginebra para mezclar con las inocentonas coca colas… y una de vodka (a mi me apetece más el “destornillador” que el “cubata”)…

Por fin, con puntualidad casi británica, sobre las seis de la tarde, hora en que los padres deciden marcharse a dar una vuelta, pero dejan a la abuela dando cabezadas y haciendo calceta ante el televisor, empieza la esperada fiesta.

Los corazones laten desacompasadamente, en deliciosas taquicardias producidas por la duda ante el “¿me besará hoy?” de ellas y el “¿me dejará bailar pegado a ella?” de ellos y las primeras notas de las canciones llamadas “rápidas” empiezan a sonar.

Como siguiendo a un inexistente gurú, nos ponemos en fila, las chicas delante de los chicos, en una coreografía ya estudiada, intentando que nos “toque” delante la persona adecuada… y no consiguiéndolo siempre, por supuesto. Algún pequeño cambio de ubicación, alguna mirada furtiva, algún intento de aproximación, pero la mente concentrada en seguir el ritmo de la música, ahora todos hacia la derecha, ahora todos hacia la izquierda, melenas al viento, todas (la moda imperante en aquél momento es “melena más o menos larga” tanto en ellos como en ellas… patillas de bandolero de Sierra Morena para ellos)… falditas cortas ellas, pantalones acampanados ellos. “Mini jerséis” que apenas rozan el ombligo, sin llegar a enseñarlo, ellas. Camisas con pinzas metidas por dentro del pantalón, ellos. Zapatitos con plataforma ellas (incomodísimas, por cierto, pero qué se le va a hacer) zapatos con cordones ellos (lo de las zapatillas deportivas llegaría mucho más tarde)…

Siempre, siempre, un “él” es “Al Capone” (el que pone los discos)… el feo, el de la cara llena de granos, el que nunca encontró a su chica, por lo menos el que nunca la encontró en el colegio o en la panda de salir los fines de semana, el acomplejado, el buenazo, el que siempre aconseja, la versión masculina de la madre Teresa de Calcuta.

Y también, siempre, siempre, una “ella” es la que se queda sentada cuando “tocan” los lentos, porque falta un chico y está claro que Al Capone no puede bailar, porque alguien tiene que seguir poniendo discos, hay que tener en cuenta que cada canción sólo dura tres minutos. No puede distraerse y “sólo” tenemos un plato… y esto no es una discoteca, oigan.

“Ella” no lleva minifalda, lleva gafas, tiene la cara llena de granos, es la única que lleva el pelo “a lo garçon”, con lo mona que estaría con el pelo largo, pero ya, de perdidos, al río… ella “no puede” llevar melena y “no puede” llevar minifalda. Sus braguitas son de algodón como las de mi abuela, no puede permitirse el lujazo de llevar esas braguitas de bikini que nos compramos las demás con lo que sisamos a nuestras madres… ella es la confesora de todos los chicos, que con ella sólo van a eso: a confesarse.

Con lo fácil que resultaría que “él” y “ella” se enrollaran, aunque sólo fuera una tarde… pero nunca ocurre. Esto no es una película, es la vida misma.

En las tandas de los lentos, para disimular, todos bailan con todas aunque se mueran de ganas de bailar con el mismo chico o con la misma chica toda la tarde. Quedaría fatal ante los demás y no puede ser. Por eso, las miradas por encima del hombro (normalmente del hombro de quien te toca en ese momento como pareja) surcan el aire y lo llenan de sensualidad, exceptuando, claro está, las de los que cierran los ojos como en las pelis (porque eso mola mucho)

Punto de vista de un “él”:

Bueno… Tu relato es magnífico, como de costumbre. Pero si me permites (y si no también) he detectado algo que debe ser una licencia literaria pero que, para los no avezados en guateques, conviene aclarar. Vaya por delante que mis guateques se remontan a finales de los 70, con lo que el repertorio del de los granos discurría entre Bee Gees, Boney M, Matía Bazar, Umberto Tozzi, Leiff Garrett, David Soul, Ivan, Deep Purple (ehhhhhhh, quitaloooooooooo, gritan las chicas)

Ahi va mi observación de campo:
Todos bailan con todas. Pero no todas bailan con todos. Esa paradoja matemática tiene explicación. Ellos, aunque quieran bailar todos con la misma, acaban bailando con la que toca. Ellas, que quieren bailar todas con el mismo,
o lo hacen o no bailan «agarrao».

Pero hay una excepción. Una chica a la que nadie saca a bailar (no es la de las bragas de algodón, ésa corresponde al pinchadiscos granudo) te acaba lanzando una mirada de auxilio, que aparta enseguida, como si se hubiera quemado. Se nota que ha bebido demasiado. Cuando pasas por su lado te agarra y tira de ti para que te sientes, pasa una mano por tus hombros y empieza a decir, entre risas, que le caes muy bien, mientras notas que el vello se te eriza en la nuca.

Nunca te había dirigido la palabra hasta entonces, y éso que se sienta en el pupitre de al lado….la miras a los ojos un momento, sin explicarte que hace ésa flor apoyada en la pared sin que el «guaperas-con-el-que-todas-quieren-bailar» repare en ella y te la arrebate para llevársela a la pista.

El aire se hace de cristal justo en ése momento en que un beso empieza a trepar por tu pecho… Miras sus labios, y ella mira los tuyos, a punto de rozarlos….hasta que el maldito negro desenroscador de bombillas de Boney M se arranca por «Rasputín.»

El cristal cae hecho añicos sobre tu cabeza mientras ella se incorpora de un salto y se lanza a bailar dando grititos de emoción….

¿Qué puedo decir ya, después de este comentario de amigo que, unos cinco años más tarde, vivió también la época de los guateques?

Puedo decir que sobre las ocho de la tarde regresan los padres y se encuentran a la abuela dormida mientras emiten “Los Picapiedra” o quizá “Reina por un día” o puede que “Los chiripitifláuticos” – porque el tiempo es absolutamente flexible y se confunden unos programas con otros- y entran en el momento justo en el que el negro desenroscador de bombillas de Boney M se arrancaba por “Rasputín” y todos, ellos y ellas, acababan de esconder de nuevo las botellas de ginebra y la de vodka, se atusaban el pelo y se bajaban el minijersey para que volviera a rozar apenas el ombligo… alguna se abrochaba precipitadamente, el de más allá se pasaba un pañuelo (de tela) por la cara para quitarse el carmín.. todo ello en fracciones de segundo. Ya sabemos que el tiempo es absolutamente flexible, ya lo hemos dicho…

Puedo decir que la última hora estaba –siempre- destinada a los cantautores… con los padres por allí, sin ninguna intención de desaparecer de nuevo a ver la tele, sino autoinvitándose a la fiesta por real decreto familiar ¿qué se supone que había que hacer? Pues lo que molaba entonces era escuchar a Serrat, a Llach, Joan Báez, Pete Seger… lo que molaba era cantar “L’estaca” todos juntos, el “No nos moverán” , eso sí, siempre puño en alto.

Miradas lánguidas de unos hacia otras. Caricias esbozadas y manos unidas por debajo de las guitarras, que salían también, como por arte de magia, de debajo de las cazadoras, improvisados sombreros de prestidigitador… algún que otro beso furtivo mientras todos los demás cerraban los ojos por un momento entonando cánticos de libertad…

Y por fin, sobre las 9 de la noche, las ocho en Canarias, empezaban a llegar los padres de las niñas y los chicos, atendiendo a la cariñosa pero imperiosa voz de la madre de una, empiezan a recoger sillas, cubos de hielo, envases de cocacolas y fantas, discos esparcidos, fundas de discos “éste es mío, no me lo pierdas” “éste va aquí, ten cuidado, límpialo antes de guardarlo” “jo, qué exagerado eres con tus discos” “no me jorobes, que para comprarlos dejo de ir en autobús al instituto”….

Y gran cantidad de ilusiones guardadas en el pecho hasta la próxima ocasión que se presente para otro guateque, y gran cantidad de vida amontonada para utilizarla cuando nos dejen”…

Y después de tantos años, esa nostalgia que nos regala un nudo en la garganta pero que nos hace ponernos las gafas – porque sin ellas ya no vemos el teclado- y mirar hacia adelante con gran cantidad de ilusiones que ya no guardamos en el pecho, sino que vamos renovando a medida que vamos utilizando la vida.
Junio-2004

Montse /Arare

Marcar el enlace permanente.

4 comentarios

  1. Que tiempos Arare y que tocadiscos.. y los vinilos, esos malditos plasticos que se rallaban con nada. Cuando estabas con el «beso de cristal en el pecho» y de repente
    habia un rallajo.. «con sorbito de champ…con un sorbito de chamap…con un sorbito de chamap..» Halaaaaaaaa, todo el mundo a recomponerse(alguno aprovechaba para hacer un sutil cambio de pareja) y bronca para

  2. No soy critica literaria, por lo que no puedo hacer ningun tipo de comentario profesional. Pero en mi forma coloquial he de decir que me ha encantado tu relato, ha sido muy ameno, me ha enganchado a leerlo hasta el final, y curiosamente me a producido cierta nostalgia siendo de un tiempo que yo no he vivido ya que soy del 82.
    Me ha gustado mucho, enserio.

  3. Pertenezco a una

No se admiten más comentarios