Anduve
hacía tiempo que no encontraba caricias
ni piel
anduve y anduve
un año o dos o tres, o mucho tiempo
en esa oscuridad
que te va llenando, sin que puedas evitarlo,
de penumbra
de mediocre existencia
de vacías miradas
que te encaminan hacia un futuro, de polución y asfalto
seamos amantes, me dijo
miles, millones de personas
decenas, cientos
todas ellas, todos ellos, hacia esa dirección
un abismo insensible y breve
¿y luego?
luego…, quién lo diría
disparos en la noche
jadeos
llantos
«¡que no escape!», escuché
“va por allí, se esconde allá, seguidle, seguidle”
luego huí y huí
hasta que me arrinconaron en un callejón
sin salida
derrotado
perdido
agotado
me arrinconaron
todos y cada uno de los dioses de barro
de nuestra civilización
de nuestro primer mundo, tantas veces último
pero fue allí, justo allí, en esa desesperación
en donde encontré a Ella
«yo tampoco tengo a nadie más», me dijo
«¿qué va a pasar ahora?», me dijo
“¿qué va a ser de nosotros…?”
la cogí de la mano
saltamos sobre un contenedor de plástico
y subimos por unas escaleras de incendio
hasta encaramarnos a los tejados
hacía frío, olía a suciedad
llovía intensamente
disparos jadeos llantos
«¿a dónde creéis que vais?»
escuchábamos, ya a lo lejos, muy lejos
bajamos de nuevo, se entrelazaban laberintos de caminos
¿cuál sería el acertado?, tuvimos que escoger
hasta llegar a un descampado, un extraño espacio verde
en las afueras de la ciudad
y bajo el sol de una luna oronda, lucero de la noche
le pregunté exhausto , «¿cómo te llamas?»
y me contestó, «pero ¿no me reconoces…?
soy tu Vida
y estaré junto a ti, hasta que la muerte nos separe».
Aquella noche dormimos
al abrigaño de un olmo viejo.