Hace siglos la percusión nos despierta
intercalando el sueño partido en dos:
el uno envuelto en vértigo, ilimitado
de memorias y brillos
y un ápice de reflexiva contemplación;
el otro cargado, de nebulosa y eternidad
donde los versos vuelan y los recuerdos
se ocultan tras la niebla.
Y en este presente despertar
el esplendor yace en mi ventana de bus.
Sobre los ojos de las montañas observo
miles de fúlgidas miradas.
Grabaré todo el paisaje
para desfilar en él en la bruma.
El bus marcha a mil por segundo
(intentando rebasar el tiempo)
y las calles atrás
(al igual que los días de mi vida)
son ya, pretérito sin retorno.
Kilómetros de tiempo nos separan.
Estoy entre dos sueños
que llegados a su fin me llevarán
a otro mucho más profundo, donde
no sé en cuántos se partirá.
En la niebla tus besos
solo saben al púrpura, de tu aire musical.
Y duermes
con el cabello al viento, en la ventana
intocable
al inestable soplo.
A veces me extravío
y no acierto la esfera que ocupo
solo hasta recordar claramente
el olor de tu perfume
o que tu piel se suavice en su cuerpo
sin memoria y sin tiempo.
Un despertar levanta
los músculos y los segundos.
El otro
levanta el vuelo y el olvido
donde huyen
los rojos acentos de tus labios
en este escenario de tiempo ingrávido.
Solo al mirar
las veloces imágenes que pasan por mi ventana
percibo la culpa de haber
robado tramas de mi futuro.
De párpado a párpado somos
con bruma o con brillo
los eternos viajeros en el tiempo.