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243- Fantasma celeste y nocturno. Por Pablo Malaver

¿Qué importan las fronteras de noches venideras
si hace tiempo reposé en el seno oscuro del amor terreno?
El silencio de los vientos milenarios
o las luces celestes que se apagan sin cautela
son apenas tentativas del olvido
frente a oscuridades substanciales que hice mías

Una ráfaga de sombras atraviesa el tiempo
y encuentro una cortina de penumbra
que oculta las vigilias de mi alma
-de mi alma, encadenada a recuerdos de pasión terrena-.

Abajo, en horizontes siderales
sombras lunares cubren universos olvidados,
una procesión de espectros busca alquímicas galaxias
y ocultos, en subsuelos nocturnales,
fantasmas mortales confabulan su existencia.
Hacia un cielo nocturno y un noctámbulo silencio
se despliegan plegarias humanas sedientas de consuelo

¿Qué importan las fronteras de noches venideras
si todo lo que amé yace ahora sepultado
en el lecho taciturno del dolor humano?
El cadáver de las voces que me hablaron
repliega mi memoria hasta la cúspide del sueño
y las manos que me buscan,
surgidas de un país de niebla,
acarician la sombra transparente de mi alma.

Hacia el centro de la noche gravitan los difuntos cósmicos
y la memoria fatigosa de todo el universo.
La alta lámpara celeste, siempre encendida y silenciosa,
proyecta mi sombra hacia el abismo
y me recuerda
que yo mismo soy una evocación permanente
y que añoro desde primarias oscuridades
las sensaciones dispersas que fraguan mi existir.

A veces duermo en la noche universal y eterna,
y sueño lúcidas rutinas
en el pórtico de planetas de órbitas azules,
Otros espectros aparecen en ingrávidas montoneras
y en su desvelo secreto creen existir perpetuamente.
Son sólo una muchedumbre de humo celeste,
rumores y sombra del ensueño en mi vigilia interrumpida.
Condenado soy a ser el insomnio de una noche eterna
que esparce hálitos de deseo entre paisajes cósmicos,
en espacios perdidos que no existirán sin la penumbra.

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