VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

6- Cuántas noches en vela. Por Triana

    Recordaba aquel día con nitidez, como si hubiera ocurrido ayer. Agotada por el esfuerzo, el semblante del ginecólogo la  estremeció. Se incorporó con dificultad en la camilla y, apoyándose sobre los codos, con una mirada suplicante, le instó a hablar.

–         Es una niña. Necesita ir a la incubadora, sabes que ha nacido antes de lo previsto, su peso es muy bajo, y…- Mientras acariciaba un brazo a la madre, dio órdenes para que se llevaran a la recién nacida de inmediato.

–         ¿Y?, ¿y qué más? ¿Qué le pasa a África? Sé que algo me ocultas, me lo dicen tus ojos.

–         Tranquila, Carmen, tranquila, ahora hablamos. Te trasladan a la habitación y estoy contigo enseguida.

    Ahora, dieciocho años después, tumbada sobre la cama de su dormitorio junto a África, la más pequeña de sus hijos, recordaba las palabras que en boca del pediatra y el ginecólogo cayeron sobre ella como una jauría de lobos; “síndrome de Down, además tiene complicaciones en el sistema locomotor. No creemos que pueda llegar a andar…”

      Acarició la cabeza de su hija con ternura, la observó durante largo rato, y sonrió. Les había ganado, había triunfado sobre aquellos que dijeron  no merecía la pena tanto esfuerzo, que no iba a lograr nada de ella.

–     Mamá, que te toca, ¡tardas mucho! Venga, pon atención – exclamó África incorporándose y moviendo sus brazos arriba y abajo, como si fueran las aspas de un molino.

     A África le encantaba aquel juego; Carmen decía una palabra y ella, con la última sílaba, construía otra. Y así sucesivamente. Carmen sonrió, le revolvió el pelo y la abrazó. “Venga, pon atención”; ¡Lo había repetido ella misma tantas veces  durante todos aquellos años!;  ahora era lo que siempre decía su hija invariablemente cuando ella se distraía. Unas lágrimas se escabulleron  por sus mejillas, rodaron lentas hasta mezclarse con el rostro de la niña.

–     Oye, mamá, que no pasa nada, que si quieres jugamos a otra cosa – dijo África abrazándose más fuerte a su madre.

–     No, mi amor, dame cinco minutos y volvemos a empezar. Pero hazme un favor; mientras yo me concentro, baja a la pastelería y compra un kilo de pasteles, anda.

–     ¿Un kilo de pasteles? ¿Un kilo de pasteles? – África esbozó una gran sonrisa mientras daba pequeños saltos.

–     Sí, África, venga, espabila.

    Carmen vio como se alejaba, con esa sonrisa que pocas veces desaparecía de su rostro, conservando esa inocencia que ya habría perdido tiempo atrás.

    Cuántas noches en vela, cuántos médicos la examinaron, cuántas palmaditas en la espalda…

    Y sin cejar en su empeño, Carmen, día tras día, luchaba por conseguir un poquito más. Aunque fuese casi imperceptible. Todos los días un pequeño avance.

    Mañana, tarde y noche luchando contra viento y marea.

    Viento y marea que consiguieron llevarse a su marido por delante, tan pronto…

    Viento y marea que les dejó con una mísera pensión.

    Viento y marea que no lograron minar la voluntad de Carmen.

    La fuerza de África, su capacidad para beberlo todo, de no dejar ni una gota, provocaron en Carmen un estallido de energía y constancia. No podía venirse abajo.

    Adoraba a esa niña, que nunca dejaría de serlo, sin malicia, dispuesta siempre a cualquier cosa con una sonrisa que se le escapaba de la cara, impregnando cualquier rincón, contagiando bondad.

    Sus otros hijos ya habían volado; las dos disfrutaban de ellos los fines de semana que podían. Pero ahora…

    Carmen se tapó la cara con las manos y dejó escapar toda la tristeza acumulada, que brotó con la fuerza de un tsunami. Arrodillada en el suelo, las lágrimas bañaron su rostro. Se levantó con esfuerzo y salió a la terraza. Miró hacia la calle, vio a África con la bandeja de pasteles sobre los brazos, caminando despacio, sin apartar la mirada de aquel tesoro.

    No era justo. Ni mucho menos.

    Suspiró, fue hacia el teléfono, llamó a sus dos hijos mayores y les convocó para esa misma noche. Después, repasó las instrucciones que les había dejado escritas .La más importante era que bajo ningún concepto África viviera alejada de ellos.

  Las palabras del oncólogo resonaban aún en su oído: “sin paños calientes, Carmen; a los sumo, te queda un mes…”

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