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VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

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51- La ceremonia. Por Gerardo N. Gandara

        Con el fin de evitar lo sucedido cuando recibí el Premio de la Confederación de Cámaras de Comercio, al principio un poco en broma y al final ya muy en serio, había invertido muchas horas en explicarle a mi familia cuales eran mis deseos para esta ocasión. Pero todo fue en vano. Me podría haber ahorrado el esfuerzo dado que, llegado el día, ninguno de ellos demostraba haber tenido en consideración mis opiniones. Cierto es que después de aquella experiencia y por primera vez en años, no sería yo quien iba a hacerse cargo de organizarlo todo.

       Buen ejemplo de ello era el lugar escogido para la ceremonia. Conociendo los gustos de mi madre y su adicción a ostentar su estatus social, y sólo por si finalmente ella intervenía en la toma de decisiones, yo había insistido mucho en que se llevase a cabo en un sitio nada fastuoso, recogido y pequeño, donde se pudiese palpar físicamente la intimidad que debería de abrazarnos. Al final nos encontrábamos en una sala seis veces más grande de la que había imaginado, tan Art Decó, que parecía proyectada por André Groult. Suelos de tarima centenaria de roble americano meticulosamente encerados, cubiertos por cinco alfombras situadas de forma estratégica para que tanto estas como la tarima lucieran espléndidas a los ojos del visitante. Con una marcada inclinación hacia un estilo descansado, sus sillas, anchas y acogedoras, estaban hechas en madera de amboina, procedente de las islas Molucas. Los cuatro sillones inmensos, tapizados en piel de zapa concienzudamente tratada para restarle su aspereza, estaban dispuestos formando dos de los cuatro ángulos de un rectángulo imaginario. Además del revestimiento textil de terciopelo burdeos, tres tapices, seis oleos de considerables dimensiones y un formidable espejo, que incitaba a mirarse en él, decoraban las paredes del salón. Rozando los límites de la perfección, dos biombos, exquisitamente lacados en  los talleres de Jean Dunand, conseguían dividir el espacio de tal forma que nadie se viese obligado a compartir un minuto con quien no deseara.

         No sólo hubiese preferido mucha menos gente de la que al final estaba allí, sino que, en algunos casos concretos, no podía concebir que exhibieran la desfachatez necesaria para haberse presentado. Estaban Hugo y Luis, con sus nuevas novias. Ellos, ufanos, presumiendo de los millones obtenidos con la venta de nuestra empresa a los suecos y con ello la ruptura de nuestra sociedad. Ellas, jóvenes, hermosas y luciendo unos vestidos tan ceñidos que les dificultaban disimular la calculadora que tenían entre las piernas.

         Me suponía un esfuerzo inmenso entender como aún me sorprendía el cinismo de Andrés, pero lo hacía. Habían transcurrido diez años desde la última vez que nos habíamos visto cara a cara, poco antes de entrar en la sala del Juzgado de lo Penal número 12 de Barcelona. Él como imputado, yo como testigo de cargo. Andrés era el prototipo de adulador inepto con exagerada autoestima, combinación que constituye una bomba programada para estallar. Sin que nadie que mantuviera trato con él pudiera explicárselo, ascendió en la empresa para la que trabajaba hasta un cargo directivo de considerable relevancia. Yo le conocí entonces, cuando se convirtió en mi jefe, en el primer empleo que conseguí al llegar a la ciudad. En cuanto vislumbré sus maniobras y me percaté de sus intenciones, me concentré en proteger mi posición y documentarme adecuadamente para el momento en que desde el Consejo de Administración vinieran degollando. Superada su desconfianza inicial, logré convencerle de mi absoluta incompetencia. Así fue como se relajó y trenzó la soga que se acabaría echando al cuello.­­­­­­­­­

—…reducción de pena por buena conducta… —supuse que le comentaba, como susurrando, Andrés a Hugo, mientras sus ojos delataban la lascivia que le provocaban las piernas de la novia de Luis. Me  hubiese gustado que fuese capaz de notar mi sonrisa despectiva.

        Ellos se conocían desde hacía mucho tiempo. Los había presentado yo, cuando aún trabajaba con Andrés, años antes del juicio y de que la idea de Hugo, la capacidad organizativa de Luis y mis conocimientos de los mercados internacionales nos convirtieran en empresarios de éxito. Lo que me costaba armonizar era que se hablaran, aunque supongo que la forma en que había acabado mi relación con cada uno de ellos les hacía tener algo en común.

        Para compensar tanta presencia no deseada, en el extremo opuesto del salón  junto a la salamandra francesa de hierro forjado, donde crepitaba un fuego como de atrezo, se hallaban Pepe, Esteban e Isabel. A pesar de los veintidós grados conseguidos con la climatización del local, ellos intentaban combatir un frío al que no estaban acostumbrados y que se les colaba debajo de las uñas. Pepe vivía desde hacía treinta y cinco años en Panamá. Esteban e Isabel se habían instalado en Jamaica medio siglo atrás. Hablaban los tres y a Pepe se le notaba a lo lejos la incomodidad que le producía el traje negro de alpaca, la corbata y el botón del cuello de la camisa abrochado. Si por un lado, no dejaba de cambiar el pie de apoyo, exhibiendo un movimiento pendular constante, por otro, colaba su dedo índice entre su cuello y el de la camisa para estirarlo con tanta decisión como exiguo disimulo. Cada pocos minutos Esteban le abrazaba, como intentado anclarle en una posición fija al suelo de roble encerado.

        A espaldas de ellos y observándoles con desconcierto, se podía ver al Profesor. Había llegado desde el hemisferio sur, trayendo consigo el olor que yo dejara atrás hacía más de treinta años. Nos unía una amistad inquebrantable, forjada en nuestra adolescencia y pulimentada de forma epistolar a lo largo de un cuarto de siglo. En veinticinco años no nos habíamos visto más de cinco veces. Toda una vida enhebrando intenciones de reunirnos sin que consiguiéramos dar las puntadas que nos unieran. Yo aún no me había perdonado mi ausencia el día de su boda con la Doctora Costa.

        Si el local era seis veces más grande que el que yo hubiese deseado, a nadie parecía importarle que hubiera cinco veces más gente que en mis pronósticos más pesimistas, esos que había hecho contando con que nadie me hiciera caso, como al final sucedió. A pesar de la falta de música, de que aquel lugar no podía ser más opuesto al que yo había imaginado, del número total de personas presentes y de que, en cualquier caso, yo hubiese dispuesto la iluminación de forma diferente dado que me resultaba opaca en exceso, he de admitir que el ambiente general era de sosiego. Por eso me resultaban tan fuera de lugar la sucesión de discusiones con sordina que percibía entre los míos.

        Muy cerca de la puerta de entrada estaban Claudia, mi esposa, y Rosalía, mi hija mayor. Aún sin lograr oír lo que se decían, intenté descubrirlo en sus gestos. Todos habíamos padecido, en algún momento, la impulsividad de Rosalía. Su carácter irreflexivo y su apego exacerbado a lo que ella considerara justo era lo que la hacía tan adorable como difícil de llevar. Con ellas, al otro lado de la puerta de entrada, como dándole forma a un comité de bienvenida,  hablaban, entre medias sonrisas y gestos  de contrariedad, Diego, mi hijo, e Inés, la hija de Claudia. A su lado y afanándose por intervenir en la conversación, Pablo, que había llegado a los dos años de casarme con Claudia, cuando ninguno de nosotros lo esperaba.

        A solo cinco minutos de la hora fijada para comenzar, aún faltaban mis padres, aunque quién les conociera, sabía que estarían allí en el momento indicado, haciendo gala de una puntualidad exquisita. La Sra. Dorothy MacLean no llegaría tarde ni a su propia cita con el patíbulo. Si de algo se enorgullecía era de su rígida educación de las tierras altas escocesas, en la que la puntualidad constituía el menor signo de respeto al prójimo. Estaba convencido de que haría cuanto fuese necesario para superar todos los escollos que la enfermedad de mi padre le pusiera en su camino y llegarían para hacer una entrada, tan triunfal como discreta, segundos antes del momento señalado. Quien me apenaba era el Sr. Loureiro, mi padre. Su demencia senil no solo no le dejaría entender el porqué de las prisas y la necesidad obsesiva de ser puntual, sino que tampoco le dejaría discernir qué hacía allí, entre tantos desconocidos.

        En lo que a mí respecta, y considerando que todo era muchísimo más formal y protocolario de lo que yo había deseado, no desentonaba ni con el boato del lugar, ni con la compostura de los presentes. Tengo dudas si era un efecto de la iluminación mortecina del local, pero hacía ya mucho tiempo que al mirarme a la cara no me veía tan joven. Aunque estaba más pálido de lo que hubiese preferido, no notaba las manchas que, ayudadas por mi pertinaz apego al tabaco, comenzaron a aparecer, como salpicadas sin orden por mi cutis, a partir de los cuarenta. Tampoco se apreciaban las ojeras que se habían instalado para no marcharse, aprovechando el abandono paulatino de las horas diarias de sueño. Tal como me gustaba, me veía bien peinado sin que se notase el fijador y perfectamente afeitado. Me observaba y disfrutaba de mi media sonrisa, que provoca la aparición de dos hoyuelos, mi mejor arma de seducción. Sería inadecuado culpar a la luz tenue de que no pudiera verme cara de buena persona, porque nunca la he tenido. Lo que en mi infancia fue una cara de niño travieso, al crecer se transformó en aspecto de hijo de puta. Para que todo estuviese perfecto, me hubiese gustado tener la oportunidad de captar mi propia mirada, pero aún sin ese detalle puedo garantizar que la maquilladora del tanatorio había hecho un trabajo excelente.

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31 Comentarios a “51- La ceremonia. Por Gerardo N. Gandara”

  1. Charlotte Corday dice:

    Un relato que se desarrolla de una manera exquisita y con una escritura muy notable. Lo he disfrutado mucho. Tal vez induces demasiado pronto a saber que es su propio funeral, lo que le resta algo de emoción. También encuentro que algunas de las historias laterales podrían dar para mucho más juego, pero claro… ¡qué fácil es opinar a toro pasado!
    Luego está el problema del espacio, que a todos nos atosiga. En cualquier caso intuyo que hay mucho escritor detrás de este texto.

    Un saludo con mis mejores deseos para el certamen.

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  2. H. K. dice:

    Éste pobre infeliz es incapaz de descansar, incluso en momentos tan, por decirlo de algún modo, extremos.
    Muy bien escrito.

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  3. L.P. dice:

    Te llevas al lector en el escenario del relato, me gusta esa atmósfera y como hace reales a cada uno de los personajes.

    Me ha enganchado hasta el final. Coincido con los anteriores comentarios, muy bien escrito.

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  4. Rafael dice:

    Un buen relato redactado con una técnica pulidísima.
    Yo lo hubiera aligerado algo de detalles concretos, sobre todo en el exhaustivo segundo párrafo. Cuestión de gustos, nada más.
    Felicidades y suerte.

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  5. Barba Negra dice:

    Enhorabuena.
    Un abrazo

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  6. Ex-LuchoX dice:

    Todo el relato es excelente, pero hay dos partes que me parecieron maravillosas; «Ellas, jóvenes, hermosas y luciendo unos vestidos tan ceñidos que les dificultaban disimular la calculadora que tenían entre las piernas», y la otra es «Lo que en mi infancia fue una cara de niño travieso, al crecer se transformó en aspecto de hijo de puta».

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  7. JB Fletcher dice:

    Es de lo mejor que he leído. Enhorabuena y suerte

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  8. zaraceno dice:

    No sólo es el uso tan fino del lenguaje, ni el ingenio aplicado al final del relato. Es que usted amigo, ha sabido arapar al lector desde los primeras líneas y eso es algo que se agradece. Su relato debe de estar peleando el primer lugar, sin duda. En mi país se considera que aquel autor que logra tocar al lector y ser capaz de transferirle ciertas sensaciones como usted lo hace, se le de llamar escritor en toda la extensiòn de la palabra.
    Sin más por el momento quedo a sus apreciables órdenes para lo que usted tenga a bien considerar.

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  9. Májica dice:

    Describes muy bien tanto personas como lugares.
    Sobre el contenido, me llama la atención que pese a sus esfuerzos, todo se lleve a cabo «de la otra manera». Eso es «cumplir a rajatabla» la última voluntad.
    Abrazos

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  10. Raquel dice:

    Un relato escrito con exquisitez, que te engancha y que sólo tiene un defecto, que querrías leer más. Mis felicitaciones, escritor.

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  11. Lucile Angellier dice:

    Un buen relato, enhorabuena. Por poner un pero, quizás demasiadas descripciones en tan poco espacio, mientras lo leía pensaba que podría ser un buen inicio para una novela, hay personajes muy interesantes. Suerte.

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  12. Elysa dice:

    Un relato con una escritura elegante. Me gustan las descripciones y toda la atmosfera que rodea la situación. Me ha enganchado, lástima que se termina, hay personajes para sacarle jugo.
    Saludos

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  13. Lola Dawn dice:

    No esperaba ese final, me ha encantado. Mucha suerte en el certamen. Un saludo.

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  14. The waiter dice:

    Relato en primera persona en la que el protagonista nos informa de la organización de un evento, haciendo referencia a otro que organizó él y debió de ser catastrófico, y que para curarse en salud dictó como quería que fuera este. Se hace un repaso a la figura de la madre. Sentido del humor en la descripción, amplia y detallada del escenario, con ese «estilo descansado». También presentación de los asistentes, e indirectamente a la vida del protagonista. La descripción de Andrés, su primer jefe, voraz ejecutivo, nos presenta, también indirectamente como era el protagonista. Pistas sobre los deseos sexuales de sus amigos. Utilización de un lenguaje muy exquisito en la descripción de los muebles y el resto de personajes. A lo largo del relato se van dando pistas sobre «el lugar»: Iluminación opaca, recubrimientos terciopelo burdeos, la temperatura controlada que hacen que el lector ubique perfectamente, de modo que la sorpresa final no lo es tanto. Destaca en tan breve texto al buena descripción de los personajes, de sus amigos y familiares, que les definen, así como también hacen la descripción psicológica del protagonista. Y por último, como se autodescribe. Creo que el relato es un buen ejemplo de descripción de personajes y un escenario. Felicidades al autor

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  15. MOREDA dice:

    ALGUNOS DE LOS COMENTARISTAS DE TU TRABAJO SE LAMENTAN DEL POCO ESPACIO QUE CONCEDE EL CERTÁMEN, OTROS TE DICEN QUE PODÍAS HABERTE ALARGADO MÁS EN CUANTO ALGUNOS PERSONAJES O HISTORIAS, PARECE QUE TE ESTÁN INVITANDO A ESCRIBIR UNA NOVELA SOBRE ESTE SUCESO. YO LEÍ EL MISMO CUENTO DE UN AMIGO QUE LO ESCRIBIÓ EN MEDIA CUARTILLA, EL TEMA NO DABA PARA MÁS, EN FIN, ESTA ES MI OPINIÓN Y QUEDA REDUCIDA ANTE EL MONTÓN DE BUENOS COMENTARIOS. SUERTE

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  16. Infinito dice:

    Buenísimo. Estupendo. Sólo un pero: no adivino, si la hay, la relación entre la muerte del narrador y el resto de personajes que se representan en la escena. Para ser perfecto el relato diría que falta eso; es decir, que no basta la sorpresa final de que el narrador está muerto. Vale, es él el que está en el ataúd pero ¿por qué? ¿Tiene que ver Andrés algo con esa muerte? Quizá se me haya pasado algún detalle y esté metiendo la pata. Quizá hubiera bastado con una sospecha, una duda, inducirnos a ver quién de los presentes puede ser el responsable. Entonces el relato sería glorioso, pues escondería algo más que la anécdota de tratarse de la voz de un muerte. De todas formas, sobresaliente.

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  17. AVAL dice:

    Como dice Rafael: Un buen relato redactado con una “técnica” pulidísima.
    Sobre el tema… mmmmm. Me recuerda los muchos cuentos o historias de revistas que he leído a través de los años, contados en primera persona, donde el que lo relata ya está difunto. Ahora me viene a la memoria un libro que leí hace mucho tiempo de Torcuato Luca de Tena, que su titulo era algo así… (No estoy seguro) “Carta desde el más allá” Este relato “La ceremonia” ¿se escribió después de la lectura de esa novela? Admito que puedo estar equivocado y con seguridad ha de ser una mera coincidencia.
    Te felicito. Tienes una técnica impresionante. Sólo por eso, el texto merece la pena.
    Suerte

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  18. prevello dice:

    Soberbio. Cautivador desde el primer párrafo. Fluye con la facilidad tan difícil de alcanzar.
    Coincido en que varios personajes darían para mucho más (cualquiera se erige en superior del escritor…). Por ello nos quedamos con ganas.
    Seguro que llega.

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  19. CARIARI dice:

    UNA EXCELENTE REDACCIÓN SOBRE UN TEMA QUE AL FINAL IMPACTA.
    ME ENCANTA CUANDO DICES QUE LA CARA SE HABÍA TRANSFORMADO EN UNA DE HIJO DE PUTA. ¿CÓMO SE CONSIGUE ESO?

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  20. Papá Noel dice:

    La verdad es que me produjo sobresalto la inclusión, en el último párrafo, de dos verbos en tiempo presente, cuando todo el relato se hace en pasado. En general me gustó y está bien scrito, según mi criterio

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  21. Pillo dice:

    ¡Hostias! Buenísimo. Me ha gustado como has ido poco a poco perfilando los detalles del funeral del personaje. Genial. ¡Enhorabuena!

    Una cosa: yo en el epitafio del tío pondría aquello de Groucho Marx: perdone que no me levante, señora.

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  22. Gretel dice:

    No hay mucho más que añadir: es un buen relato. Está muy bien manejado el ritmo de la narración, pues la descripción parece que abre un largo planteamiento que nunca da paso al desarrollo. Y, de golpe, el final. No es fácil resolver una trama así sin que no haya trampas ni más datos de los necesarios. En cuanto al motivo de la muerte, imagino que está esbozado en lo del tabaco, la manchas en la cara, etc.

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  23. Ambrose Bierce dice:

    Un relato excelentemente escrito. Envidio tu capacidad para hacer minuciosas descripciones de lugares y personajes. Literatura con mayúsculas. En cuanto al argumento, está claro cual es el final, pero se queda uno con las ganas de saber lo que ocurrió antes del principio.

    Mucha suerte para el certámen.

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  24. Charlotte Corday dice:

    Vuelvo, Gerardo, a tu relato, lo disfruto de nuevo, y aprovecho para decirte que he dado respuesta al buen comentario que dejaste en mi relato. Claro, esto me da pié para insistir en lo de la verosimilitud que reclamabas: ¿acaso hay algo más inverosimil que darle voz a un muerto? Probablemente sí, y por eso afirmo: ¡viva la inverosimilitud y el absurdo! ¡viva la literatura que nos permite crear realidades alternativas!

    Un saludo.

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  25. Bágoas dice:

    Excelente relato

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  26. Rasta dice:

    Muy bueno, me encantó. Se me hizo breve, fluye y está muy bien escrito.

    Enhorabuena.

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  27. Mariuca dice:

    El protagonista de éste relato podría y merecería conducir un relato más denso. O será que quisiera seguir leyendo. En cualquier caso, supongo que es buena señal.

    Suerte.

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  28. NOSKI dice:

    Dentro de lo que he leído me ha parecido interesante. Quizá algunas frases excesivamente largas, por ejemplo en el primer párrafo. Tal vez hubiera sido mejor profundizar en algunos personajes y recortar descripciones de algunos lugares, a mi juicio excesivas (pero esto probablemente a muchos les parecerá al revés). El final, previsible casi desde el principio, puede haberle restado interés (me ha recordado un cuento o microrelato de Onetti «Los besos»). Suerte

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  29. LUPE dice:

    El tema en sí diría que no es original, en cuanto a que abunda en diferentes textos, la visión de uno en su propio entierro.
    Pero lo digo cuando he terminado de leerlo, y sería injusto no decir que no me esperaba que fuera eso, y que me ha impactado en el último renglón con una gran sorpresa.

    Suerte

    Lupe

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  30. Scorpio dice:

    Envidiable la fluidez con la que nos conduces a un desenlace fatal y lleno de vida. Un abrazo y mis mejores deseos para el certamen.

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  31. lupe dice:

    Bueno, estoy haciendo mi votación particular, ni lo hice con estrellitas ni sé si lo haré ahora entre los cinco finalistas del público.

    Solo que me voy a permitir después de haber tomado unas notillas sobre cada relato, decirte que para mí es uno de los equis (pocos), que más me han gustado.

    En el caso de tu relato, cuando terminé de leerlo, pensé que cómo no me había dado cuenta de la situación cuando además me sonaba a un tema que había leído en algún sitio ya, pero no, no me di cuenta y me sorprendió agradándome.

    Suerte.

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