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VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

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172- ¡¡No somos máquinas!! Por Er Killo de Kadifornia

Sentado en el salón, delante del portátil con una hoja de word en blanco, música de Cetu Javu, un café con leche fría y el último cigarro de un paquete de Marlboro. Expuesto así podría parecer algo normal y corriente para cualquier ser humano que esté en el siglo XXI, pero para mí no es así. Yo soy un tío arcaico que sigue empeñado en no querer evolucionar con la tecnología. Me parece tan fría, tan impersonal, códigos binarios 1001100111101 para decir a tus seres queridos cuanto les quieres o cuanto te acuerdas de ellos en esos momentos de bajeza personal, aunque he de reconocer que en el tiempo que vivimos no tenemos otra opción, o si…

Son las siete menos cuarto y el despertador me arranca de la cama cuando todavía no ha salido el sol, me visto casi por instinto y me trago un café con total indiferencia. Cojo el tren y veo a todo el mundo con su mp3 o leyendo el periódico que te regala en la puerta una persona que no demuestra mayor energía al dármelo que yo al recibirlo. Sentado en un asiento cualquiera intento evadirme de la realidad, de ese cometido diario que es la condena a trabajos forzados. Es la única justificación para tanto silencio y tantas caras largas. Llego a mi destino después de casi treinta minutos de conversación con mi subconsciente y todavía tengo las legañas pegadas en mis pensamientos. Me dejo llevar por la multitud que corre por el andén de la estación para hacer su transbordo. No puede ser, si solo son las siete y media de la mañana. Vale todo, empujones, carreras y desafíos para ver quien pasa primero el billete por el torniquete con el único afán de coger un asiento libre en el metro.

En ningún momento he cruzado una sola palabra con otro ser humano. Cada uno va envuelto en su mundo, no hay lugar para una sonrisa, para un saludo, para demostrar que debajo de tanto egocentrismo existe un ser capaz de comunicarse. Otros quince minutos, se vuelven a abrir las puertas del vagón y de nuevo comienza la competición. Sigo sin hablar con nadie. Quizá alguna conversación por móvil o el sonido de un mensaje 11001011110101110. Cuando salgo de debajo de la tierra y respiro el aire contaminado de la gran ciudad me doy cuenta de que ya ha salido el sol, pero mis ganas por que se ponga de nuevo y termine el día han crecido de un modo casi condenable. Son las ocho menos diez y no aguanto más. Necesito un poco de tranquilidad, de paz, volver a mí casa y abrazar a mi familia. Solo con pensar en las horas que tengo por delante, me quedo sin respiración, mis pulsaciones se disparan y mi mente pierde el control. Ansiedad, mucha ansiedad.

Al final llego a la puerta de mi trabajo, recorro la milla verde que me separa del despacho de mi oficina y ficho 110100001101. Yo también soy un código, una ristra de números simples y sin nombre. ¿Dónde perdí mi personalidad? ¿En qué momento de mi vida me convertí en una máquina? ¿Cuándo deje de disfrutar de la vida? Ocho y cinco y no puedo continuar. Únicamente un café de”máquina” es capaz de reactivar mi riego sanguíneo y darle los golpes necesarios a mi corazón para arrancar con mi cometido. Me siento delante de otra máquina durante dos horas y media y vuelvo a lavar las legañas de mi frustración con otro café no mucho más reconfortante. Informes, llamadas de teléfono de personas con las que hablas a diario desde hace tanto tiempo que ya ni te acuerdas y con las que no has tenido la suficiente autonomía mental como para tomar una dosis de cafeína, aunque sea de esa máquina expendedora de Soma.

Aparco mi trabajo para comer y con él también mi alma. Me dejo caer en el rincón de un fast-food y recargo mis condensadores con cualquier alimento precocinado. No tengo tiempo ni ganas para pararme a conversar cinco minutos con el camarero, de todos modos el también está en estos momentos dentro de su egoísmo cerebral. Cumplo con mis necesidades gastronómicas y vuelvo a cruzar el corredor de la muerte para fichar de nuevo. Otros informes, más llamadas y cuando siento que todo mi cuerpo entra en shock, que no puedo dar más, que me quedé sin batería. En ese mismo momento, como la campana que indicaba la hora del recreo en el colegio, dan las siete y reseteo mi sistema operativo.

Ya sin pilas para seguir y con las farolas encendidas, comienza de nuevo la cruzada por un lugar de privilegio en el metro, por llegar antes a casa, al oasis que echo de menos desde que salí a primera hora de la mañana. Mantengo la misma conversación que a la ida, nulidad, sequía de fonemas recorren todos los vagones. Los mismos mensajes, voy de camino 1001101110, estoy rendido 00011100 y alguna llamada de teléfono que por momentos parece casi constructiva. Me bajo del tren, son la ocho y veinte de la tarde y ya puedo ver la luz encendida del salón de mi casa. Allí están mis seres queridos, mi cargador. Abro la puerta de casa y entro, un saludo rápido, una ducha no menos rápida para quitarme de encima tanto pensamiento miserable y me siento en la mesa para cenar. Esta vez comparto unas pocas palabras mientras veo la televisión 1100110110110, me pasas el pan, estoy molido, etc. Y a eso de las once de la noche, después de llevarme hora y media viendo en la televisión programas sin sentido y sin contenido decido irme a la cama. ¡¡HASTA MAÑANA!! Y me acuesto sin pena ni gloria. Son las siete menos cuarto y el despertador me arranca de nuevo de la cama cuando todavía no ha salido el sol.  Al final, me doy cuenta de que las únicas palabras que he conseguido expresar con un mínimo de sentimiento han sido esas. HASTA MAÑANA, o mejor dicho 11011 1000100.

Yo ya no soy una máquina, ahora me levanto y me miro al espejo, me dedico una gran sonrisa, intento hablar con cualquier persona durante mi excursión diaria hasta el trabajo. Le dedico unas palabras al de los periódicos, al camarero, canto cuando llego a la oficina, me rio, bailo, y ya no me importa que me llamen loco o si tengo que ir de pie en el tren. A la televisión la miro con el mismo desprecio que ella a mí y le dedico más tiempo a mi familia, a mis amigos, a mi vida. Haz la prueba, inténtalo, no seas una máquina, se una persona, un ser humano, sin ninguna duda saldrás ganando, no seas un autómata del siglo XXI, no merece la pena.

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7 Comentarios a “172- ¡¡No somos máquinas!! Por Er Killo de Kadifornia”

  1. Rafael dice:

    Diario de campaña de un candidato al Prozac.
    Un estupendo relato. Lo más vulnerable es el epílogo; todo lo anterior, una pura apisonadora.
    Felicidades y suerte.

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  2. MOREDA dice:

    MUY BUENO TU RELATO, AFORTUNADAMENTE HABEMOS QUIENES DISFRUTAMOS DE HACER NUESTRO TRABAJO A PESAR DE LOS APRETUJONES EN EL METRO O DEL TRÁFICO EN LAS CALLES. EL FINAL NO ME GUSTÓ, LO NOTO ALECCIONADOR Y PARA MÍ, SALE SOBRANDO. SUERTE

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  3. Er Killo dice:

    Gracias Rafael y Moreda por vuestra crítica sincera. Es la única manera de intentar mejorar.

    Un saludo y de nuevo muchas gracias,

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  4. LUPE dice:

    El relato de la vida de una persona imbuída en el trabajo y en la incomunicación se rompe cuando dice, que al llegar a casa allí está su familia, su cargador, luego tiene un buen estímulo en su vida y todo ello está bien expresado.

    Y el último párrafo para mí sobra entero.

    Suerte

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  5. Barba Negra dice:

    Un relato que nos lleva de la mano hasta el final. Un final un poco extraño.
    Suerte

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  6. Ambrose Bierce dice:

    Tu mismo lo dices: «Ansiedad, mucha ansiedad». No podría imaginar una descripción mejor del discurrir diario de la existencia de muchas personas. Menos mal que al final ocurre la catarsis y el personaje renace como el Ave Fénix de sus cenizas binarias (001101001010).

    Dos frases para destacar: «Llego a mi destino después de casi treinta minutos de conversación con mi subconsciente y todavía tengo las legañas pegadas en mis pensamientos» y «A la televisión la miro con el mismo desprecio que ella a mí»

    Muy buen relato. Te deseo mucha suerte para el certamen y espero que mi ayuda te sirva de algo.

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  7. Eunice dice:

    Me gustó tu forma de narrar esa parte anodina que tiene la monotonía. Me resultó atrapante cómo describes el retrato de alguien que llegó a desconectarse de su propia vida. Lo que me resultó extraño es el final, inconexo, repentino el cambio, no se hace elaboración narrativa para entender por qué sucede.

    Suerte!!

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