V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

10 abril - 2008

143- La Antártida Empieza Aquí. John Cale

Se despertó en un lecho “glacial” palpando a tientas su búsqueda, pero sólo pudo oírlas caer. (más…)



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10 abril - 2008

142-A una mujer. Por Noviembre

Una mujer se levanta de una butaca de piel. Al momento, recoge sus pertenencias: la imagen venerada de una santa, los alegres zapatos de salón, el camisón de seda, el reloj, entre otras prendas valiosas y una colección de objetos preciosos que significan mucho para ella. (más…)



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10 abril - 2008

141-Perturbación. Por Duveral

Alberto conducía bajo el calor de un abrasador sol de medio día; la furgoneta sufría el pésimo asfalto de la carretera. (más…)



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10 abril - 2008

140- El día Libre. Por Erithea

Miró al cielo con profunda gratitud. Primer día libre que le concedieron en el psiquiátrico, después de dos años de terapias intensivas, y de resultados satisfactorios en las modificaciones de conducta impuestas por los especialistas.
Durante el largo trayecto que distaba de su casa se bebió la mitad de una botella de whisky, que reposaba inquieta en la guantera del vehículo. A diferencia de otras veces, no maldijo el triste paisaje que la noche se reserva para esos barrios marginados de las grandes ciudades, barrios carcomidos por sus propios inquilinos; por sus burdeles portátiles y sus farolas castradas desde el primer día que las parieron, para que no pudiesen delatar lo que nadie deseaba ver. En esta ocasión no maldijo, porque hoy el paisaje no existía para él, ni los burdeles ni las farolas. En su cerebro solo habitaba la representación mental de una escena, que pocos minutos más tarde acontecería en su casa. Dependía del whisky como factor fundamental en su intento por alcanzar un estado de ánimo óptimo, y que sus células enmascaradas estuviesen entrenadas para un eventual combate dialéctico. ¿Estaría su hijo despierto? Se preguntó entre palpitaciones disfrazadas por un recuerdo tormentoso y agrio. Por culpa de la hora, le dedicaría la noche a su amada y toda la mañana del domingo al pequeño.
 Subió las escaleras asfixiado, aguantando la respiración por una quemazón hiriente que le taladraba el estómago. Después de comprobar con satisfacción que sus antiguas llaves abrían la puerta sin ninguna dificultad, suspiró hondo para soltar todo el aire contenido. Sentía miedo, quizá la primera vez que el encuentro con su compañera le producía un hormigueo por dentro de difícil explicación; miedo que desapareció al encontrarla en el dormitorio, tendida en la cama, aterida y ensimismada entre este mundo y el otro, con sus profundos ojos negros congestionados de tanto llorar.
–¿No me das un beso de recibimiento? –le dijo en tono burlón.
Un grito de terror escapó de su garganta al contemplar tan inesperada visita, y como pinchada por el mismísimo diablo, se levantó rápidamente, secándose las lágrimas con sus propias manos. 
–¿Qué haces aquí?  ¿Cómo te atreves? –la expresión del miedo rasgaba su rostro– ¡El juez dictó una orden de alejamiento! –reprimiendo cuanto puede su palpable hostilidad y con un imperceptible temblor hurgando en sus adentros, buscaba el documento en uno de los cajones de la mesita de noche, sin encontrar nada.
–Me han dado libre el fin de semana para que lo pase en familia, contigo, que eres mi amor, así que no me lo hagas más complicado, solo quiero estar junto a ti.
–Vete o llamo a la policía ahora mismo. No puedes entrar en esta casa cada vez que te plazca.
            –Será difícil que llames porque si te fijas bien, el cable ha desaparecido. No tendrás que pagar más facturas de teléfono, pero deja ya esa mirada acusadora y prepara algo de comer que estoy hambriento.
Viendo la reacción despectiva e indiferente de ella, se marchó a la cocina, en donde se preparó un bocadillo con lo que había en el frigorífico. Dejándose acompañar por la botella de whisky, se dispuso a ver la televisión como si se tratara de un día cualquiera de años atrás. Después de un largo rato, María salió de la habitación en busca de un poco de agua, porque necesitaba el somnífero que cada noche le permitía dormir varias horas, no muchas, solo las necesarias para evadirse de un sufrimiento vitalicio.
 –Ahora que estás más tranquila supongo que me contarás por qué lloras, aunque siempre has sido de lágrimas fáciles –le dijo sin dejar de mirar la televisión.
–No tengo ganas de escuchar estupideces –se esforzaba por esconder su mirada– Cuando te vayas, procura que la puerta quede bien cerrada.
–¿Cuándo me vaya? No me pienso ir hasta mañana, después de ver a mi hijo.
–¿Para qué te sirve el psiquiátrico? –Su perplejidad aumentó por segundos– Quiere ver a su hijo, Dios mío, ¿no te han bastado dos años para aceptar que tu hijo permanece en el hospital?
–¡Eso no es verdad! ¡No vuelvas a blasfemar sobre mi hijo! En estos momentos duerme en su cama…
–¡Estás cada vez peor! Entra en su habitación y lo compruebas tú mismo –Hace intento de sujetarla por un brazo– ¡Déjame en paz! –le dijo con voz compungida y marchando de nuevo hacia el dormitorio.
–¡Es mi hijo, y quiero que mañana lo levantes a primera hora para que pueda estar con su padre! No voy a tolerar que le alejes de mi compañía.
–¿Ahora es tu hijo? –Le gritó María con desespero y regresando a la sala– ¡Tu amado hijo! No tienes vergüenza, eres un asesino, estuviste a punto de ahogarle en un palmo de agua, porque la criatura tenía que aguantar la respiración más que nadie, ¡Era el campeón! Mientras, tú, pasándolo en grande, haciendo apuestas con tus perversos amigos sobre el tiempo que aguantaría tu hijo, sin importarte las lesiones que le estabas provocando en el cerebro… ¡Eres un sádico, un enfermo mental! ¡Estás loco! ¡No tienes a nadie, solo al whisky! Ya me da igual lo que hagas o lo que digas, porque me voy…
 –Manuel se interpuso entre ella y la puerta, mostrándole una amplia e irónica sonrisa –¡Tú no sales de esta casa hasta que yo lo diga!– Le gritó propinándole un guantazo –Soy el único que toma decisiones aquí.
Dolorida por la brutal agresión y con la resignación acostumbrada, María se limpió la sangre que manaba débilmente de la comisura de sus labios y con apresurada mansedumbre marchó a la habitación. Mañana se iría de aquella casa para siempre. Quedaba claro que no iba a respetar la orden de alejamiento, y su presencia los días libres solo le podrían acarrear más desgracias. Manuel regresó al butacón, con la botella de whisky en su poder y el mando de la tele como juguete favorito.
–Todas son unas putas… ¡Todas! –Gritó trabando las palabras con una notable ronquera— ¿Qué sería tú sin mí? ¡Una desgraciada! De burdel en burdel ganando una miseria para mal vivir, porque solo sirves para eso, ¡Puta!
Con visibles muestras de cansancio se dejó caer en el butacón, soltando un eructo con todas sus fuerzas. Pasaban las tres de la madrugada cuando decidió acostarse. Como en antaño, lo haría en la cama de matrimonio, junto a su mujer. Con más dificultades de las previstas consiguió levantarse y con evidente torpeza se dirigió hacia el dormitorio, cuya puerta se hallaba encajada para evitar posibles desperfectos, y pensando que con una orden judicial a sus espaldas, todo se quedaría en bravuconerías y muestras de autoridad para alimentar su ego personal.
Con inusitada pereza se desabrochó los botones de una descolorida camisa que visiblemente le quedaba estrecha. Al girar su pesado cuerpo, y debido a la tenue luz que traspasaba las diminutas ranuras de la persiana, pudo apreciar en el extremo opuesto de la cama, la esbelta figura de su compañera, sin apenas ropa y luchando por conciliar un sueño que desde hacia tiempo se le negaba. Acostada con el rostro vuelto hacía él, pensó que era más hermosa de lo que recordaba. Sus largos cabellos estaban extendidos sobre la almohada, y el aroma de un cálido perfume envolvía a un atractivo cuerpo, en donde los diminutos e introvertidos ojos de Manuel, cargados de lujuria, quedaron varados por una eternidad, desbordándose su excitación al observar unos muslos blancos y apretados, en postura insinuante y provocativa.
Después de quitarse los pantalones y con extremada delicadeza, apartó la sábana para deslizarse suavemente hacia ella. Con el deseo desbocado en sus pupilas, le transmitía que había llegado el momento de vengar toda burla y desprecio soportado. Buscó uno de sus pechos y en pocos segundos, su gruesa y áspera mano izquierda se posó con aplomo en las entrepiernas de María, al mismo tiempo que, unos incontrolados labios mordisqueaban sus henchidos pechos. No le hizo falta abrir los ojos para comprobar los perversos fines de Manuel. Al sentir la brutalidad del primer contacto saltó despavorida de la cama, para refugiarse ingenuamente en el pequeño armario del baño.  ¡Vete y déjame en paz! Le gritó indignada y casi sin aliento. A pesar de los avisos de sus amigas, Manuel nunca mostró signos de perversión sexual.
–¿Marcharme yo de mi casa? Vamos nena, no digas tonterías, que estás muy guapa, quítate esa ropita… –las palabras adquirieron un tono siniestro– Me apetece poseerte esta noche y ahora mismo; todo lo demás me trae sin cuidado.
De una tremenda patada destrozó el pomo de la puerta del baño y, mirándola de arriba abajo, se dirigió lentamente hacia ella, con llamativos movimientos obscenos y sin darle opción a rehuirle.
–¡No! ¡Por favor, hoy no! ¡La próxima vez haré lo que tú quieras, pero hoy no, por favor! –le suplicó con voz entrecortada.
Excitado como nunca María le había visto, embrutecido y aparentando no escuchar nada, prosiguió sin escrúpulos en busca de su presa. Sin demasiado esfuerzo la levantó en peso, para dejarla caer de nuevo en la cama y recostar su cuerpo sobre el de ella. Una de sus manos se paseaba impúdicamente desde la pelvis al pecho, a la vez que cuello y pezones quedaron impregnados de una pegajosa y macilenta saliva. Para nada sirvieron las lamentaciones en un último intento por disuadirle; tuvo que claudicar, sin condiciones, ante las embestidas descarnadas de un descontrolado y enrevesado salvaje; ni tan siquiera se le escuchó quejarse, pues en el momento de la penetración, el jadeo de éste era insoportablemente grotesco y rudimentario.
Una vez satisfechas sus apetencias sexuales y en completo estado de extenuación, se apartó con zozobra hacia el otro lado de la cama. ¡Cualquier puta de la calle me daría más placer que tú, hija de perra! Le dijo poco antes de escucharse los primeros ronquidos.
María estaba acostumbrada a toda clase de humillaciones, pero nunca se había sentido tan desgraciada como en esta noche, violada por su compañero. Ni tan siquiera se cubrió. Permaneció inmóvil, desgarrada por la salvajada, y con infinitas lágrimas deslizándose por sus dolientes mejillas.
Al día siguiente volvería la paz a su vida, paz truncada en lo más hondo de su ser por la enfermedad de su hijo; y truncada hoy también por la libertad provisional que le habían concedido a un violador por sus grandes progresos para una futura reinserción social. 



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10 abril - 2008

139- Es lo mejor para todos. Por Bastet

¡Qué! ¿Qué os parece el sitio al que os hemos traído para comer?, ¿Bonito, no? (más…)



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