V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

21 marzo - 2008

54- Cuento del lavabo. Por Guillermo Presti

Este es el relato de lo sucedido a un honrado ciudadano español
hastiado de su esposa y los convencionalismos sociales.
Pudo viajar por el mundo en la más absoluta libertad….

La reunión le resultaba agobiante. Nunca fueron de su agrado. Las toleraba para conformar a su mujer ávida de encuentros sociales.
Tolerar a su mujer le resultaba intolerable.
La gente acudía a esas reuniones para exhibirse, como si estuvieran en un barrio rojo de Amsterdam, mostrando sus encantos. En la naturaleza nada se pierde todo se vende
Él hacía lo mismo después de todo, solo que daba más importancia al valor que al precio. Todos concurrían a la reunión bajo alguna excusa. Que estaría el gerente de una exitosa empresa, el funcionario de un ministerio, un afamado escritor, la descocada actriz de moda, etc. Los invitados se clasificaban según su puntuación en la escala del poder.
También estaban los clasificados en la escala social al acecho de candidaturas para eventuales divorcios o matrimonios. Un mercadillo de ejemplares en oferta y demanda.
La cuestión fundamental es que a él le resultaban agobiantes estas reuniones. Lo demás no era importante.
Estaba allí respirando el olor agrio de los cuerpos sudados, perfumados, sudados y  encima vueltos a perfumar. Gustaba de hacer investigaciones olfativas. Era su distracción favorita. Disponía de un olfato muy sensible. Sabía que un secretario de embajada olía tan fuerte como un obrero portuario.
 
Iniciaba alguna conversación con un grupo de invitados y aspiraba sus olores procurando descifrar las características de cada uno. Los personajes eran estereotipados, iguales a los de todas las reuniones. La psicóloga-divorciada lo miraba fijamente cuando se le acercó para olisquearla. Pensaba que todas las psicólogas son divorciadas pero no todas las divorciadas son psicólogas. Las mujeres en busca de pareja olían a soledad genital. Ella creyó que ese señor tan elegante la invitaría a bailar y la reclamaría de amores. Pero las intenciones de él se limitaban a investigar el vaho que se desprendía de su escote y emitía ese aroma tan particular de las divorciadas.
Bajo su condición de dueño de casa se permitía conversar con todos los invitados para aspirar sus olores e identificarlos uno por uno.
En tanto que caminaba de un lado al otro del salón haciendo un mapa aromático, sintió un profundo deseo de orinar. Al principio fue una leve molestia fácil de controlar. Seguía sonriendo y olfateando a todo el mundo.
El impulso se fue haciendo cada vez más intenso. Parecía vergonzoso sentir una necesidad tan vulgar en presencia de invitados tan importantes. La gente elegante no hace cosas como mear.
Era el dueño de casa y tenía derecho a sentir cualquier deseo por más ordinario que fuera.
Tuvo una fantasía de ponerse a orinar delante de todos. En la alfombra. En la jarra del clericot. En las copas de champagne. En el escote de la psicóloga-divorciada…….Había tantos sitios atrayentes……!
Sus deseos se hicieron más intensos. Un torrente impetuoso que arrastra todo a su paso. Un potro que galopa sin cesar. Sintió como si todo su cuerpo fuera un hueco lleno de orina de los pies a la cabeza.
– Estamos llenando el embalse…- decía el ingeniero
 
.- Ayer inauguramos la piscina… – comentó la psicóloga.
– Fuimos a visitar las cataratas… – observó el funcionario.
Ya no aguantaba ni un segundo más. Lo más razonable era pedir disculpas e ir derechito al lavabo que no estaba muy lejos. Eso era lo correcto.
A su mujer no le haría gracia que se meara sobre la alfombra que aún estaban pagando.
— Con permiso — murmuró débilmente, mientras trataba de caminar en línea recta para no quedar en evidencia.
Se aferró a la puerta del baño como un náufrago a una tabla. Por suerte no había nadie.
No alcanzaría llegar hasta el inodoro, demasiado lejos. Frenéticamente buscaba en su bragueta la herramienta que necesitaba. Se acercó al lavamanos, cuya altura coincidía justo y comenzó a orinar de inmediato.
Sintió un inmenso placer. Una sensación de alivio. Un voluptuoso orgasmo.
Después de todo orinar es más importante que el sexo. Se puede prescindir de uno pero no del otro. Continuó orinando un buen rato con gran satisfacción. Miró la placidez de su rostro en el espejo. Un hombre feliz.
Al cabo de tres minutos seguía orinando. La orina fluía de su cuerpo como una catarata que se desborda sobre el lavatorio.
¡….Qué cómico…! ¡…Si lo viera su mujer orinando de esa manera……ella que era tan reprimida en sus funciones…..!
A los diez minutos aún continuaba orinando. Contempló ese chorro amarillento de orina que salía de su cuerpo en su inexorable éxodo hacia el desagüe. Comenzó a preocuparse. Esto parecía no terminar así nomás. Alguien podría entrar y verlo chorreando orina como si estuviera pinchado. No recordaba haber cerrado la puerta
 
por dentro. Quién sabe hasta cuando seguiría esta meada interminable. Esto le pasaba por burlarse de sus invitados. Era un castigo por algo irreverente que habría hecho, como olfatear el escote de la psicóloga. Ahora entraría el ingeniero dando un portazo como era su costumbre y, al verlo orinar de esa manera, llamaría a los demás para que vengan a reírse de él.
Sus negocios con el ingeniero se verían afectados por culpa de la maldita orina. Los amigos dejarían de venir a su casa por miedo a la meada permanente. Su mujer tendría otra de sus crisis, cuya resolución, le llevaría varios meses de terapia.
Debía detener este flujo de orina. Contrajo los músculos como cuando era niño y se hacía encima, pero fue inútil. Se tomó el miembro con las manos tratando de taponarlo igual que a una cañería. Danzaba y saltaba de un lado al otro tomándose el miembro con las manos como un baile de ofrenda al dios de la orina.
Todo fue inútil. Solo conseguía inflar el miembro hasta el punto de un inminente estallido. La orina estaba en todas partes. Nacía y fluía con la fuerza de un torrente en el deshielo.
Comenzó a desesperarse. La situación era grave. Se oía el murmullo de los invitados..
No se atrevió a pedir auxilio. Seguramente vendría una ambulancia y se lo llevarían y mojaría todo a su paso delante de los invitados. Todo meado. Todo mojado.
Se miró al espejo en busca de socorro. Quería saber si la persona que meaba a diestra y siniestra era él mismo.
Horrorizado vio como su rostro se deformaba resquebrajándose. La piel, casi sin humedad, perdía su tersura agrietándose como en un desierto sin lluvia. Sintió la fría angustia del vacío. Se estaba secando por completo.
La cabeza, cuello, brazos, piernas se iban secando formando grietas en su piel.
Espantado entendió lo que estaba sucediendo.
 
Se estaba convirtiendo en polvo. En arena del desierto. Quiso gritar desesperado para pedir auxilio pero su voz quedó ahogada en el polvo seco de su boca.
De rodillas en un rincón del lavabo, vencido por su angustia, a la espera del destino inexorable. El desierto que lo absorbía lentamente.
Por fin dejó de orinar. Ahora era un montoncito de polvo en el rincón del baño.
Allí donde jamás nadie lo vería estaba él. En las grietas de los mosaicos, al pié del lavabo…..Un montoncito de polvo en un rincón del baño.
Al principio continuó muy asustado. Tuvo miedo que lo vieran convertido en polvo y lo pisotearan.
Luego pensó serenamente. Aprendió que ya nada le afectaba como antes. Estaba vivo y podía pensar. Lentamente fue perdiendo sus temores.
No puede uno dejar de ser humano de la noche a la mañana. Era más fácil convertirse en polvo que perder el miedo a convertirse en polvo. Aficionado como siempre a sus pequeñas investigaciones descubrió que el miedo no formaba parte del polvo. Se sintió muy tranquilo y en paz. Allí se estaba bien.
Entraron varios invitados al baño. Hicieron sus cosas y retornaron a la fiesta. Nadie notó nada extraño. Uno de ellos – quizás para no verse involucrado — limpió los restos de orina que estaban en suelo y pasó muy cerca de él. Se fue maldiciendo a los que mean fuera del inodoro.
Nadie reparó en su existencia. Estaba tranquilo.
Descubrió que no sentía frío ni hambre ni sexo ni edad. Ya no dependía de una vejiga ni de un estómago. Su pensamiento le pareció muy rico e inconmensurable. Todavía no entendía muy bien si continuaba siendo humano u otra cosa desconocida. Nada impedía que siguiera siendo humano. Era un hombre sin cuerpo, puro pensamiento. Pero tenía cuerpo de polvo donde alojaba a su mente. Como un strip-tease, uno se quita la ropa que es un atavío, luego queda el cuerpo que es otro
 
atavío, se quita el miedo que es otro atavío hasta que queda el polvo y el pensamiento. Ya no es necesario lo superfluo.
Su nueva vida era apasionante. El tiempo no interesaba ahora. Él podía determinar el tiempo de los que aún estaban sujetos al tiempo. Recordó los momentos de angustia que había sufrido antes de llegar a esta nueva situación de placidez. Dolores de parto. No se nace sin violencia. Él había logrado nacer al polvo gracias a su enorme capacidad de sufrimiento.
Concluyó la fiesta, se fueron todos, nadie preguntaba por él y estaba feliz por eso.
Su mujer entró varias veces al baño en los días sucesivos pero ni reparó en el montón de polvo del rincón.
Él sí reparó en ella. Sintió deseos de ayudarla porque sufría de estreñimiento. La observaba al orinar con la esperanza que ella también se convirtiera en polvo y pudieran continuar su infeliz relación en el rincón. Se mezclarían los polvos haciendo realidad la unión del matrimonio. Tenía deseos de llamarla pero no sabía de que manera podría hablar.
Luego ya no deseaba nada en particular. Tenía de todo y le faltaba de todo. Ahora que era polvo no tenían sentido muchas consideraciones sobre el estado humano de los humanos.
Escuchó las voces de su familia que lo buscaba. Deseaba avisarles que él estaba bien.
Ellos no lo aceptarían jamás de vuelta como polvo…No habría donde guardarlo, ni donde dormir. Tendrían que comer todos juntos en el baño. No era posible la vieja vida de antaño. Sería una gran molestia regresar como polvo. Mejor dejar todo como está. No necesitaba de nadie ni nadie necesitaba de él.
Se asustó mucho cuando vino la encargada de la limpieza con sus utensilios. Ahora sería barrido sin compasión. Su vida terminaba. Esta vez la muerte definitiva.
 
No pudo gritarle ni avisarle y el implacable estropajo pasó repetidas veces sobre él. Cuando se recuperó del susto su afición por las investigaciones lo llevó a otro grato
descubrimiento. Ahora ocupaba una mayor superficie. Estaba desparramado por todo el baño. Cada grano de polvo era él mismo. ¡ Cuan hermoso es ser polvo…! Nunca se deja de ser uno mismo. Antes, cuando era humano, recordaba como se arrojaban los despojos de unos y otros a los lobos hambrientos que exigen carne humana. Ninguna personalidad sobrevivía. Él sí.
Vivió feliz varios años, al menos así le parecieron. Vio envejecer a su mujer y a sus hijos. Sintió pena por ellos.
Por el cuarto de baño desfilaban muchas personas aquejadas de distintos problemas, si bien todas venían a lo mismo.
Su mujer se volvió a casar. El nuevo marido parecía bastante tonto. No podía ser de otra manera. Pensó en  advertir a su mujer que se había casado con un tonto, que además era bastante ordinario como se veía por su conducta en el baño. Era demasiado tarde.
Cuando sintió el zumbido de la aspiradora de polvo la recibió alborozado. Ahora podría viajar y recorrer el mundo. Conocería otras gentes, otros lugares,…. otros baños. Ya no le importaba desintegrarse. Mientras exista un solo grano de polvo existiría él.
Y con él su felicidad.

53- Noche de Reyes. Por Campanilla
55-Un sueño… una esperanza. Por Fulmine


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Participantes

bobdylan:

Me gusta bastante más la primera parte que la segunda, quizá porque es una situación cómica llevada al límite.

Hubiera sido curioso que la historia continuara en la forma que indica el protagonista, es decir, siendo sorprendido de aquella guisa y teniendo que llamar a los servicios médicos de urgancias sin poder cortarle el flujo y tal.

Pero bueno, al menos me ha arrancado una sonrisa.

Te deseo suerte en el certamen.


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