La rutina es una forma bastarda, espejeante y procaz de la inmortalidad, o quizá sólo de lo eterno. Nos afanamos en tomar costumbres, ritos, ceremonias bastas desde que nos levantamos. Es la manera de vernos y sentirnos seguros frente al mundo, porque así nos reconocemos. Yo quizá nunca fui ni tan poco humilde, ingenuo ni tampoco tan inseguro. Digamos que lo mío ha obedecido a un sencillo orden, a un prurito perezoso o premeditado, pues ya de muy joven pude comprender que el horror, el dolor, la tristeza no son más que sentimientos derivados de una falta de sensatez prestada a los acontecimientos inevitables, sumado todo ello a nuestra inane o leve condición carnal. Por eso tampoco contraje matrimonio, y obvio las razones que me impidieron colmar tan banal costumbre social. Tampoco tengo o dispongo o ¿gozo? de amistades. Sencillamente han huido de mí como alma que lleva el diablo. Ese es el castigo, el precio que se ha cobrado la vida conmigo por comportarme de forma tan insufriblemente cíclica y sistemática. Haré catálogo de un día cualquiera (pueden ustedes tomarlo como uno más de todos los días de mi vida, e idénticos, así, desde tal sumatorio podrán sintetizar mi vida en su resumida mirada):
En mi hogar, dotado de una simetría nada esotérica, todos los relojes son de péndulo, y bajo su sincronizado ritmo despierto siempre a la misma hora, para a continuación asearme y desayunar. Compro el periódico, y en el trayecto, rematadamente exacto en espacio y tiempo, deduzco que al igual que con el célebre filósofo Inmanuel Kant, habrá gente que ponga sus relojes en hora o simplemente me confunda con una manecilla dictando las ocho y media. Por evitar imponderables casuísticos nunca me desplazo al trabajo en automóvil, por lo que una nítida y competente línea de metro me deja puntualmente frente a las oficinas. La entrada y salida del trabajo casi la resumiré por tediosa, pues un trabajo de linotipista deja pocas opciones a la novedad. Por lo demás saludos, “buenas tardes” y silencios mesurados, rigurosos pero sobre todo asépticos. Dirán, ¿eso es todo? Bueno, eso no es todo, claro, porque con los años y para mi desgracia descubrí un irremisible fenómeno que empapaba de problemas mi felicidad, mi nutrida y gozosa rutina. Fue la muerte, la muerte de mis padres hace ya más de quince años. Porque no deja de ser un contratiempo dolorosísimo que alguien que nunca te ha faltado y que ha participado amorosamente en tus deleites rutinarios repentinamente te falte.
Pero encontré la fórmula, mis labios no podían renunciar a los besos de mis progenitores, a su compañía no tan puntual como yo hubiese deseado, pero compañía al cabo. No fue complicado resolver el enigma: de hecho, al escribir esta inusual y singular confesión, contemplo el mohín de desagrado de mi señora madre observándome y el riguroso gesto de desaprobación de mi padre, ¡tan familiar y caluroso! Y es que…de algo debió haberme servido ser embalsamador en una funeraria antes de linotipista…antes de acometer mi nueva vida, antes de recobrar la luz y descubrir el verdadero camino, gracias a ello, me acompañan, me acompañan muchas tardes y muchas mañanas, y sé que la puntualidad ya no es un problema para ellos…
BUEN RELATO, pero a mi juicio la rutina merece que se le saque mucha más punta. Suerte.
Bonito cuento, y muy literario, quizás un tanto deslucido por el final, un poco forzado.
Puede ser que me esté volviendo un poco maniático, pero cada vez prefiero más los cuentos sin «trampa» o vuelco final.
En cualquier caso, te deseo mucha suerte.
si, ese giro de 180º final quizá no encaja bien en una historia que hasta ese momento tenía argumentos suficientes como para haber escrito un relato menos ‘espectacular’ pero no por ello menos interesante o bello.
Te deseo suerte en el concurso.
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