V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

2 abril - 2008

91- Un binomio perfecto. Por Perséfone

La mano derecha de la paciente se abrió y una piedra cayó al suelo. Era una piedra vulgar, informe, gris. Al mismo tiempo, en la fría sala de quirófanos, la máquina conectada al cuerpo joven de aquella mujer emitía su letal pitido. Los doctores, sorprendidos ante el inesperado y trágico desenlace, comenzaron de inmediato las maniobras de reanimación e intentaban por todos los medios recuperar a la chica.

“Se va, se va…”, fueron las últimas palabras que escuchó Beatriz mientras su cuerpo botaba desnudo sobre una gélida camilla y su espíritu iniciaba un viaje no se sabe muy bien adonde.

En el jardín del hospital Daniel jugaba. Era el primer día del otoño y el calor se negaba a abandonar la ciudad. En una fuente cercana, el chaval mojó sus manos y con ellas se refrescó la frente y la nuca, después acercó sus labios sedientos al potente chorro de agua y bebió un poco. El recorrido del líquido elemento cambió de dirección al chocar con su boca y decenas de gotas le salpicaron la ropa y los zapatos. “Menos mal que mamá no está aquí”, pensó el niño. Al mismo tiempo miró hacia el enorme edificio intentando adivinar dónde se encontraría ella y si la podría ver pronto.

 

Una enfermera cubrió el cuerpo de la chica con una sábana blanca, después miró hacia el suelo, se inclinó y cogió aquella piedra que incomprensiblemente había llegado hasta allí. Los doctores, ya fuera del quirófano, intentaban encontrar una explicación lógica para lo ocurrido, era una mujer de treinta años, sana, había pasado positivamente todos los controles, se trataba de una simple rinoplastia, ¿qué podía haber sucedido?

—¿Hay algún familiar en la sala de espera? —preguntó el jefe del equipo médico a una auxiliar.

—No. Sólo la acompañaba su hijo y… tiene diez años.

—¿Sólo el niño? Pero… tendrá más familia ¿no?

La muchacha se encogió de hombros a la vez que se dirigía hacia Administración para informar del óbito y ordenar que iniciaran los trámites pertinentes.

 

Daniel daba patadas a una lata vacía de refresco. Unos niños pequeños se deslizaban sonrientes por un tobogán algo sucio, pero él ya era mayor para esos juegos. Su madre le había dicho que dos horas después de su ingreso en el hospital podría verla. “Vendrá tu abuelo y entrarás con él, mientras tanto puedes estar aquí, tú sabes cuidarte”.

 

Sólo hacía una hora que Beatriz había penetrado en aquel edificio, por lo que todavía debía esperar. Su madre le había regalado el reloj que lucía orgulloso en la muñeca para que pudiera controlar el instante de volver a verla. Nunca se habían separado, como ella misma decía eran un equipo, un binomio perfecto. Pero no siempre había sido así.

 

Diez años antes, cuando Beatriz recibió en los brazos a aquella criatura con abundante pelo negro y mofletes excesivamente rosados en la cama del hospital sintió un escalofrío. Los acontecimientos se habían sucedido sin control. Juventud, diversión, una noche loca… Que unos elementos tan simples pudieran dar lugar a un desenlace tan complejo como la creación de un nuevo ser, era una pieza que Beatriz no lograba encajar en su particular rompecabezas. Con veinte años recién cumplidos tuvo que abandonar el centro hospitalario acompañada por una criatura impertinente, llorona, un auténtico quiste al que no sabía dónde ubicar. “Ya has podido comprobar que un hijo es lo que más se quiere en el mundo”, le había dicho su madre mientras contemplaba cómo el pequeño buscaba el pezón con la misma insistencia con que un náufrago intenta aferrarse a su tabla, y con ella a la vida. Beatriz, sin embargo, aún no había comprobado nada.

 

El bebé fue creciendo y su madre lo aceptó con una especie de amor-odio difícil de explicar porque en ocasiones le era imposible separar un sentimiento del otro. No obstante el paso del tiempo contribuyó a que la relación de ambos acabara extrañamente unida a través de un invisible e inquebrantable cordón umbilical. Al mismo tiempo que Beatriz perdía la independencia, la libertad, los anhelos, los sueños que llenaban de vacío su vida, Daniel se ocupaba de colmar esos huecos con preguntas inocentes, sonrisas pícaras, miradas limpias y frases del tipo “te quiero mucho mamá”. Nunca se interesó por su padre, jamás tuvo la necesidad de saber de él, cuando los amigos le preguntaban en el cole siempre contestaba lo mismo: “no tengo”, del mismo modo que no tenía perro ni gato.

 

Daniel adoraba a su madre y Beatriz se dejaba querer, escuchaban la misma música, leían los mismos libros, veían los mismos programas de televisión, se enfadaban por las mismas cosas y se reían por todo. Cada uno de ellos fue cediendo parte de su espacio para aproximarse más al otro. El pequeño creció y se hizo mayor antes de lo que correspondía y Beatriz volvió a ser niña, una niña alegre y divertida, a veces caprichosa, pero siempre fiel, hasta el final. De esta manera ambos mantenían una relación mágica, superior a la de cualquier madre e hijo. En ocasiones Beatriz se sentía una nueva virgen del siglo XXI, concebida por obra y gracia de algún Espíritu Santo, como si aquella loca noche de verano jamás hubiese existido, una elegida acorde con su tiempo, sin necesidad de tener al lado un padre putativo para mostrar al mundo una farsa, ella sola, ella y su hijo, no necesitaba nada más.

 

El jefe del equipo médico entró a su despacho con lágrimas en los ojos, en diez años de carrera era la primera vez que veía morir a un paciente en la mesa de operaciones y en este caso además se trataba de una mujer joven, con toda una vida pendiente de ser disfrutada, sólo una mujer que, como tantas otras, lo único que deseaba era mejorar su aspecto para sentirse más feliz, resultaba paradójico. Miró por la ventana. Algunos árboles del jardín habían comenzado a deshacerse de sus hojas con furia, animados por un intenso viento que acababa de hacer acto de presencia. Unos niños jugaban con un balón. Otro, sentado en un banco, los veía divertirse y sonreía, de vez en cuando se miraba el reloj.

 

Beatriz era hermosa, morena, con el cabello largo y rizado y unos bonitos ojos verdes, para Daniel la madre más bella del mundo, por eso no lograba entender esa operación de nariz que ella trataba de explicarle aquella noche antes de ir a la cama.

—¿Es que no puedes respirar bien? —preguntó el niño.

—No es eso, digamos que me gustaría que mi nariz fuera de otra forma —aclaró ella.

—Pues a mí me gusta así.

—Ya. Mira, son cosas de mujeres, somos un poco raras.

—Pero… no te pasara nada ¿Verdad?

—Nada en absoluto.

—¿Estás segura?

—Te juro por Dios que no me pasará nada —dijo ella poniéndose muy seria a la vez que se sacaba del bolsillo una piedra, era una piedra vulgar, informe, gris.

—¿Qué es eso? —preguntó Daniel.

—¿No lo recuerdas? Es mi piedra de la suerte.

—Pues no me gusta, es fea.

Beatriz sonrió.

—Tú me la diste cuando tenías cuatro años, ¿no lo recuerdas? Fue el día que tenía que examinarme para el carné de conducir. Te dije: “mamá va a un examen, deséame suerte”, y tú cogiste esta piedra del suelo y me la diste diciéndome que era la piedra de la suerte, desde entonces la llevo conmigo. Con ella no me pasará nada.

 

Daniel abrazó a su madre con más fuerza que nunca y la besó repetidas veces. Beatriz le acarició el cabello, después lo acompañó a su cuarto y le dijo: “duérmete pronto, mañana tendrás que acompañarme al hospital”.

A petición del pequeño se tumbó a su lado y entre risas y bromas, con la complicidad de la noche, ambos se durmieron juntos, sin ni siquiera sospechar que lo harían por última vez.

90- El mar. Por Ajuarico
92- El regreso del cuervo. Por Noah


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Participantes

libélula:

Me ha gustado el relato y demuestra que los amuletos de la suerte no existen, y que las operaciones pueden ser peligrosas.Te deseo suerte sin amuletos.


Marilin:

Yo creo que demuestra mucho más, porque el relato dice más con lo que calla que con lo que cuenta, nos recuerda que si de algo no somos dueños es precisamente de lo más importante, de nuestra vida. Me ha parecido una narración estupenda, con mucho gancho.


bobdylan:

El relato viene a demostrar que la estupidez humana suele tener consecuencias irreparables, a menudo incluso trágicas. Primero la irresponsabilidad de una noche loca, en la que parece actuar una especie de ‘Espíritu santo’ y que a una joven de 20 años y sin el apoyo del otro progenitor le rompe completamente su anterior proyecto de vida. Y después, cómo no, la estupidez de no aceptar una parte de nuestro cuerpo por simple capricho.

Te deseo suerte en el certamen.


Gabriel:

¡Qué cuento triste! Pero no gratuito. Me ha gustado el desarrollo, como el chico espera a la madre, sin imaginar lo que el destino le depara; y el desenlace con la evocación de la noche anterior es acertadísima. En cuánto a los significados, si se quiere se pueden extraer los que se mencionan en los otros comentarios y algunos más. Pero me parece que el autor/a, no nos quiere aleccionar en ningún sentido, sólo -y nada más ni nada menos- que contarnos una buena historia… y lo logra holgadamente.
Eso sí, no apto para leerse un día de bajón.
Felicitaciones.


bobdylan:

Felicidades por tu selección como finalista


Norma Jean:

Enhorabuena por estar entre las finalistas. Acabo de leer tu relato y me ha gustado la forma en la que lo has estructurado. Te deseo suerte en la final.


Viaantistio:

Apuesto por tu hermoso relato.
Tiene suficiente calidad como para ganar el concurso.
No todos los días se pueden leer historias tan bien contadas.

Muchas felicidades.

Viantistio.


Perséfone:

Gracias a todos por vuestras amables palabras. Desde aquí quiero felicitar a los restantes finalistas y desearles mucha suerte el próximo 7 de junio.


Delgadina:

Enhorabuena Perséfone!

Tu relato era uno de los pocos que no había leido antes de producirse el fallo y tengo que reconocer que me ha sobrecogido, no puedo dejar de pensar en ese niño esperando en el patio a una madre que jamás volverá.

Suerte en Murcia


Gabriel:

Me alegra que este relato haya sido seleccionado finalista, pues es uno de los que más -sino el que más- me ha gustado; aclaro, desde ya -jaja-, que no conozco al autor/a, a quien felicito y le deseo mucha suerte en la recta final, ya que considero que sería un justo ganador.
Saludos.


Perséfone:

Sigo dando las gracias, en este caso a Delgadina y cómo no a Gabriel, que ya me dejó un comentario el mes pasado que me hizo vibrar. Gracias de corazón.


libélula:

Muchas Felicidades, Perséfone. Que siga la suerte.


Perséfone:

Gracias a ti libélula. Quizás la suerte me la transmitiste tú al dejar el primer comentario. Te lo agradezco de verdad.


Fátima:

En un puño muy cerrado me ha quedado el corazón…me ha gustado mucho su transfondo.
Impecable escritura . Te deseo mucha suerte.
Un abrazo


Perséfone:

Gracias, Fátima. Me alegra mucho que te guste el trasfondo porque de eso se trataba, de ir más allá de lo simplemente escrito.


MCLIBRADA:

Perséfone, soy una seguidora de tus relatos y este es especialmente bonito, triste, muy triste, pero realmente bueno. Aunque estas cosas jamás le tendrián que ocurrir a un niño.
Mis mejores deseos para que te lleves el premio.
Besos.


Perséfone:

MCLIBRADA, Gracias por tu comentario y por ser seguidora de mis relatos. Es triste pero no debemos olvidar que convivimos con la tragedia, no hay nada más cierto que la muerte y no es necesario recurrir a elementos sensibles para demostrarlo, no hace falta un niño inválido, una madre con cáncer, unos abuelos atropellados por un coche. Una decisión tan simple como la de la protagonista (puede considerarse incluso una frivolidad), es capaz de desatar la tragedia, sencillamente porque vivimos en un mundo dominado por el azar.


Justo Infante:

Perséfone, tu relato fue el último que leí de los finalistas y el sabor que me dejó aún perdura. Hace semanas de eso y esta tarde he querido dejar los comentarios a todos los finalistas, en este caso también he dejado el tuyo para el último lugar, pero esta vez a propósito: genial, duro y trágico… pero genial. Mi enhorabuena y suerte para el próximo sábado; espero darte un abrazo como vencedora.
Nos vemos.


Perséfone:

Muchas gracias, Justo Infante, por tus buenos deseos. Te lo agradezco de corazón. Y enhorabuena también por tu divertídisimo relato y esa entrevista en primera plana.


Norma Jean:

Fue un placer compartir la velada del sábado. Como dije, siento haber decepcionado al género masculino y espero que nadie se desplazara hasta allí haciéndose vanas ilusiones. Ha sido todo un honor poder estar a la altura del resto de los finalistas y espero que volvamos a coincidir. Muchísima suerte para todo lo que te propongas.


Snorre:

Acabo de leer tu relato y, aunque no he tenido tiempo de ver los de los otros finalistas, creo que el tuyo está muy bien escrito y te merecías el premio. Admiro y envidio ese tesón tuyo de dedicarte a la literatura entre el poco tiempo libre que te dejan tus estudios y tus oposiciones.
Suerte en todo, y un fuerte abrazo.


Incongruente:

Esto sí es un relato, introducción, núcleo, desenlace y sus correspondientes informantes, como marcan las buenas normas del mejor escribir, pero, además lo has aderezado con algo muy importante, sentimientos; sentimientos envueltos en papel celofán transparente, dejándolos ver al lector. Binomio madre hijo, madre independencia e hijo no deseado, pero la inocencia, el amor, la dependencia son unas fuerzas de difícil contención. No importa el por qué de la muerte, solo importa el por qué de la promesa incumplida: «Te prometo que nada malo me pasará» palabras que ese niño nunca podrá olvidar.
Y la vida pasa y es tan efímera y son tan débiles los cordones que nos unen a ella.
Enhorabuena, tarde pero lo he disfrutado, gracias por escribir así


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