IV Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

3 abril - 2007

91- Tarde de desamor. Por Agente007
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– ¿Me quieres?

Y la pregunta queda flotando en el aire, ascendiendo lentamente, enredada entre las volutas de humo que pueblan el local semivacío en la media tarde.

Ella le observa en silencio, sin apartar sus ojos de los de él, que espera la respuesta con la boca ligeramente entreabierta y los labios manchados de café. No pretende molestarle, pero sabe que su mirada azul y su forma de mirar puede producir una cierta inquietud. Se lo han dicho más veces, muchas veces, así que baja la cabeza y comienza a hacer círculos lánguidos con un dedo sobre el borde del vaso.

Los segundos van pasando. Uno, dos, tres… Es consciente de que juegan en su contra. Él desea una respuesta inmediata y mecánica, en consonancia con la urgencia de la pregunta. Bastaría una sonrisa, piensa. Una contestación irónica. Cuatro, cinco, seis… Tal vez una respuesta descuidada, inocua, del tipo ‘claro que sí, tonto’. O quizás contraatacar con otra pregunta, entablar una pequeña batalla dialéctica, para tomar algo de oxígeno, para poder pensar con claridad. ‘¿Por qué me preguntas eso?’.

Siete, ocho, nueve…

Ya da igual.

Ha pasado el tiempo suficiente como para que la respuesta, sea la que sea, cuando salga de sus labios, vaya lastrada de falta de sinceridad. Levanta de nuevo sus ojos y ve como los de él siguen fijos en su cara, queriendo penetrarla, tratando de adivinar qué es lo que se esconde tras sus pupilas. Están acuosos. Diez, once, doce…

Esboza un intento de sonrisa. Respira hondo. Se concentra en las notas de la canción que se descuelgan por la penumbra del bar.

‘… all my troubles seems to be so far away…’

Gira la cabeza y ve pasar a la gente a través de la amplia cristalera. La estrecha acera es incapaz de contener a todos los transeúntes y los choques fortuitos entre los viandantes son constantes. Contrasta esa escena con la serenidad que le produce ver, de telón de fondo, un cielo tornasolado, fundiéndose en el horizonte con el mar que se arrodilla mansamente a los pies de los bañistas rezagados.

Alarga su mano y toma la de él, posada en la mesa, con un ligero temblor de impaciencia. Está húmeda y tibia. Desliza sus dedos delicadamente por encima de los montículos venosos. Vuelve a mirarle y trata de decir algo, pero las palabras descarrilan entre sus dientes.

Trece, catorce, quince…

Él acerca su cara y sujeta con delicadeza su barbilla. La alza ligeramente y deja que sus labios se encuentren. Ella no cierra los ojos. Siente que su boca está más fría y distante que nunca. Eso no va a poder disimularlo.

La tarde está muriendo.

Y ella también, ahogándose en su propia amargura.

90- Las tres islas de Cork. Por Si te dicen que caí