III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


2 marzo - 2006

22- La piedra de la magia. Por La maga sin piedra

El tren nos dejó en la estación de Meknes en marzo del año 1980 empezaba a anochecer, andamos hacia la Medina, cruzamos un puente interminable, llegamos de noche a La Medina, entramos en ella. Que diferente era todo, varios guías se ofrecieron a acompañarnos les dijimos que no era necesario. Abdul insistió, le dijimos que no necesitábamos guía, nos dijo que él podía encontrarnos un sitio donde dormir, aceptamos la oferta. Nos despertó el almuecín, que desde el alminar de la mezquita convocaba a los fieles musulmanes para que acudieran a las oraciones, serían las 5 de la mañana, seguimos durmiendo hasta que nos despertaron las voces de unos niños. La ventana de la habitación daba a un patio, donde los niños sentados en el suelo y con unas tablas de madera aprendían el Corán.

Al salir del cuarto, apoyado en una barandilla estaba Abdul esperándonos, nos acompañó durante todo el tiempo. Toda la Medina sabía que Abdul era nuestro guía, los niños no pedían dinero, nadie intentó robarnos el pasaporte ni el dinero. Éramos bien recibidos en todos los lugares. Pasamos los días en el Zoco, bebíamos té de menta con los comerciantes.

Abdul quería presentarnos a su familia y nos invitó a comer en su casa. Una casa humilde llena de color por todas las estancias. Allí estaba su familia, su padre como era pobre sólo tenía dos mujeres, estaban las hermanas, las sobrinas, el padre llevaba varios meses de viaje visitando a sus familiares, tenía que llegar hasta donde empieza el desierto y luego volver.

Ignorábamos las costumbres, yo comí con Abdul y mi compañero de viaje. Ellas comieron separadas. Nos sirvieron un pollo cocido, que colocaron en medio de la mesa, para que, con los dedos lo comiéramos, me costaba esfuerzo hacerlo, tuve la insolencia de pedir un vaso de agua, me lo trajeron, el vaso estaba sucio con sangre del pollo que habían sacrificado para ofrecernos lo mejor que tenían. Comí y bebí, me sentó mal, vomité y me entró un fuerte dolor de cabeza. Las mujeres de la casa me cuidaron, decían que las mujeres no tenían que fumar, que por eso había enfermado. Me tumbaron en un diván y me ofrecieron una infusión compuesta por varias hierbas, decían que tenía mal sabor pero que lo bebiera. Así lo hice, al poco tiempo estaba recuperada. Ellas no hablaban francés, solo árabe, yo apenas chapurreaba el francés, pero el lenguaje universal de los gestos y de las expresiones me fue útil durante todo el tiempo que estuve en Meknés.

Por la tarde, sacaron todos los vestidos que tenían, los cinturones, los adornos, y me vistieron con todos ellos, eran los que utilizaban para estar en la casa, cuando salían para hacer la compra, encima de esos trajes llenos de color y riqueza, se ponían una prendas lisas que cubrían su cuerpo, sus trajes. Me decoraron las manos con henna, me pintaron los ojos con kool, mi compañero de viaje hacia fotos, fotos en color, allí no sabían que las fotos salían con colores. Sus fotografías en blanco y negro estaban coloreadas con pinturas. A nuestro regreso les mandamos las fotos, había una enternecedora con las dos madres, las dos esposas. Las recibieron y permanecen colgadas en la habitación que era utilizada para todo. Esa sala donde tenían como objeto de decoración en sus vitrinas una cafetera Magefesa. No valoraban las teteras, las bandejas de plata, los cojines y las alfombras llenas de colorido. También en nuestras casas tenemos esas teteras y esas bandejas en las vitrinas como objeto de decoración y usamos para hacer el café, la clásica cafetera. Desde entonces yo guardo esas cafeteras ya viejas por el uso en una vitrina, como objeto de decoración.

La hospitalidad nos impedía salir de esa casa, tampoco queríamos irnos. Llegó la velada, yo de nuevo con los hombres, las mujeres se retiraron. Llegó Mustafá, pletórico, contento como un niño, había conseguido comprar una piedra de la magia. Yo pretendía, con toda mi ignorancia, hacerle entender que la magia era trucos para engañar a la gente. Tenía que demostrárselo, el empirismo me invadía. Así es que recurrí a un truco fácil, con un trozo de papel de liar me lo puse en un dedo, yo escondía mi mano con el trozo de papel y la sacaba rápidamente cambiando el dedo del papel por otro sin papel, la secuencia, el ridículo lo hice varias veces, mi dedo aparecía primero con papel y en un segundo aparecía sin papel. Mustafá tenía que comprender que no se trataba de magia, que era un truco.

Cuál fue mi sorpresa, cuando Mustafá, empezó a dar saltos de alegría, estaba de nuevo muy contento, parecía que había entendido el truco. Pero que va, estaba tan contento porque le habían vendido una piedra de la magia que funcionaba, no todas funcionaban, pero la de él si. Se sentía el hombre más feliz de la tierra, no le habían engañado. Decía que gracias a su piedra, yo había hecho magia. Sin comentarios. Le pedí por favor, que el día siguiente me acompañara a comprarme una piedra de la magia.

Así lo hicimos, el día siguiente se celebraba el año 1.358 de la Hégira, estaban en el Siglo XIV. Los beréberes de las montañas bajaban a celebrarlo, había una gran multitud, todo estaba lleno de color, de aromas, de música, fiesta, alegría, vida. Estaba lleno de comerciantes, encantadores se serpientes, yo no daba crédito a lo que estaba viviendo. Mustafá nos dirigía hacía el vendedor de piedras de la magia. En un momento que no puedo concretar y sin darme cuenta de nada, estaba rodeada de beréberes, éstos me empujaban como si fuera una muñeca de trapo, me pellizcaban, pensaba que era un juego, o más bien no pensaba nada, me dejaba llevar. Hasta que unos brazos me sacaron del círculo, me quitaron el jersey negro con una franja roja (mi jersey de progre) y lo guardaron en una bolsa. Salimos de la muchedumbre y entonces me explicaron que el color negro significa mal augurio para los beréberes, y que cuando celebraban la Hégira, cualquier animal que nace negro lo sacrifican.

No pude comprar la piedra de la magia. Sin duda, la mía nunca hubiese funcionado.

Llegó el día de la partida, nos costaba abandonar La Medina, teníamos que coger el tren en la parte moderna de la ciudad. Llegamos tarde y lo perdimos. Abdul no se separó de nosotros, dormimos en la ciudad y al día siguiente nos acompañó a la estación, le preguntamos que cuánto teníamos que pagarle por su trabajo. Nos contestó que él a los amigos nunca les cobra. Le hicimos un regalo personal, que nos agradeció y que todavía conserva.