III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


1 marzo - 2006

21- Una cabina y tres palabras. Por José Mula

La fiesta de fin de curso promete ser un acontecimiento único en la vida de Fernando. A sus diecinueve años nunca ha salido a cenar a un restaurante ni menos aún pisado una discoteca, además, sabe que Gema también irá;. por eso, todo le ocasiona una ansiedad desconocida que crece irremediablemente según se acerca el gran día. Lleva meses pensando en esa noche mágica y ha estado estudiando duramente, para obtener unas notas aceptables con las que contentar a su madre, para que ésta lo deje salir. A él no le preocupa que esa discoteca se ubique en un «barrio peligrosísimo» como opina ella, quien se opuso desde el principio a que su hijo visitara aquel antro rodeado de solares mal iluminados y de casuchas mugrientas, destartaladas, cuyos habitantes constituyen la cara menos amable de la ciudad. Las broncas ente ambos a propósito de la dichosa fiesta se suceden con más frecuencia según va finalizando el curso. Para ella, viuda y pobre, Fernando significa su razón de existir además de su desamparado hijo único, y por nada del mundo lo va a dejar que deambule por primera vez de madrugada por aquel extrarradio, donde la delincuencia es cotidiana. Sufre a menudo imaginando los riesgos a los que tendrá que enfrentarse su vástago en la vida, martirizándose con pensamientos tremendistas y lúgubres. Para él, no existe peligro alguno ya que estará con sus amigos, y por otro lado, por fin ha llegado la hora de visitar otros lugares de ocio que no sean los manidos recreativos, la hora de escuchar música a todo volumen y el momento de dirigirse a Gema. No puede dejar escapar esas oportunidades, anheladas durante tanto tiempo.
El día de la fiesta ha llegado. Tras discutir agriamente con su madre, Fernando, repeinado y apuesto, sale esa tarde disparado de su casa dando un portazo y desoyendo los gritos de desesperación de su protectora que, angustiada, le ruega en vano. Durante la noche, él disfruta como nunca lo ha hecho antes: come y bebe en abundancia, baila con la misma ilusión que torpeza y consigue una prometedora cita con Gema. Son las cinco de la madrugada cuando regresa a su casa, sólo, atravesando aquellos oscuros terrenos de nadie, zigzagueando y cantando alegremente diversos temas discotequeros. De repente, se acuerda de que no sabe nada de su madre desde la tarde anterior y se siente culpable, como atormentado, por haberla dejado sola y preocupada. Para más inri se ha extraviado, y es entonces cuando siente unas náuseas y un desasosiego inusitados. Tras dejar el último solar le parece vislumbrar, en la plenitud de la noche sin luna, una tenue luz al final de una calle silenciosa. Se trata de la precaria iluminación de una cabina telefónica antigua, de las primeras que se instalaron en la ciudad. Debido a su temor creciente y a sus constantes mareos, logra llegar a duras penas hasta aquella estructura cúbica y metálica. Entra en ella pero no tiene monedas, si bien, ha oído alguna vez que en esos teléfonos públicos de antes, se puede marcar el número de una persona elegida y dirigirse a ella durante sólo dos segundos, después se corta la comunicación sin más. Con mucha dificultad descuelga el auricular y marca un número. Tras varias señales, una voz acongojada le contesta. Fernando, pringado de vómitos y henchido de libertad y de cariño, grita con rapidez tres palabras:
!Mamá, estoy vivo!