III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


16 marzo - 2006

116- CASI EN BLANCO. Por ENDER

Sucedió así, como tenía que suceder. Así sucedió, cuando tenía que suceder, y me acuerdo todavía porque no intento olvidar, y si lo intento no se me olvida. Descubrir el significado analógico, sospechar todo el universo desde mi lente y el futuro, lento, me persigue. La cogí de la mano, fuerte. El comienzo radical nos dejó helados junto a la parada. “Hace rato que llueve menos”. Fue ahí, en el infortunio cuando sospeché el significado analógico y descubrí todo el universo desde su lente. Ja, ja, ja. Artrópodo vector. Ja, ja, ja. Incluso en los peores momentos te salva el hado de vainilla y chocolate, cursi deseo, al relamerse el labio jugoso y en la larga conversación victoriamos la batalla.. Fue la gracia sencilla, el oculto arrinconamiento en el lugar más visible, la pura fatalidad. Distinguimos nuestras formas entre la plebe, divagamos en silencio y el resto del tiempo se envolvió de una aureola brillante, cadenciosos los pasos, la suave muestra de tu autoestima en el tumulto. De verdad que no lo intenté, todo sucedió así, como tenía que suceder, amparado por mi inefable seguridad. Tú más entre las más, mases, masas, sin florituras. Es la ausencia de toda realidad, el suave abanico de su regazo abierto para mí. No intenté ocultarle mi ausencia (abstinencia), tras la puerta franqueada por el deseo no hay posibilidad de mentira. Cabalgaba raudo tras la salida en tromba, atropellado, en tropel, desbocado por el tenaz vaivén de su brida amorosa. Acaparó mi sentido, dilató mi sién, siempre ceñido al estrecho pasadizo que me llevaba a ella. Días más tarde el torbellino se hizo mudo, surcaba los mares diáfanos de su sonrisa, sus comisuras, dientes, dientes (deformación profesional). Decidí invitarla a un concierto, subyugarla bajo mi música armónica, tras los conceptos cautivadores de mi mundo, siempre mi mundo circundando su universo, travieso, cabriolas, despistándome, a mí, a su eterno habitante, solitario andante de sus sinos, embaucándome hoy, tal vez mañana; en los días de gozo me presta la fuerza de la máquina, el eje de los días aciagos, oscuridad, y mi mundo profundo que me envuelve. ¡Envuélvela!. Así la degluto en la maravilla. Acaparé su sentido (distinto), dilaté su sién. Comenzó el lento fluir comunicante (vasos), transferencia biunívoca, en el juego de los conjuntos, menudo conjunto musical. En el trasluz de las palabras se encuentra la analogía (su significado), la trilogía (ella, mi mundo y yo) faraónica, el culmen. Traer a la memoria el estudio de lo desconocido, descifrar (eclípticamente) el gesto, movimiento, esa escuela deformada por el paso de los años, pulida por el continuo hipótesis-teoría-descarte (no cartesiano). Ya no me cuesta trabajo, se ha vuelto inherente a mí, forma parte de mi vestido, mi cara. Es como si el mundo (el suyo) tuviera mi cara, la persigue tras el profesor, el estanquero, quizá Paul Newman (pero poco).

Casi comprendo la reacción de mi primo ante la desaparición inesperada de ella. En un palmo de tiempo descubres mil portadas diferentes, mil carteles que te anuncian películas desconocidas, mientras sigues calle abajo. Multitud de gente. Atmósfera de egoísmo.
El domingo nublado frustró más de una ocasión “in ciernes”, y mi primo, desencantado del ir y venir (no sé si de la acción o de sí mismo), sacó lección importante. Duele algo dentro del corazón y te aprietas el costado como sacando brillo a la cartera medio vacía. Quizás media hora de retraso sea menos que una eternidad, pero que me lo diga un ángel y me lo creo. Y allí la tienes, con una sonrisa a medio forzar y una ansiedad que no le cabe en el puño. ¿Qué son bebidas y humo en los pulmones con una conversación que da risa y un salir de ti que ni te va ni te viene?. Volver es como ir, pero sin ambición, con una redundancia y un sopor común en los bolsillos del abrigo. Tampoco hay que desinflarse por una idiotez, aunque el globo reventase hace ya tiempo en el cuarto de baño entre espuma de afeitar y miradas furtivas al espejo.
Yo medio él y él medio yo, solos en un rincón, con una careta antigas y una batalla campal con silenciador. Es hora de comer el postre y estudiar el libro. El portentoso malestar de una conversación unívoca se hace amargo y el rescoldo de pasadas compañías aún calienta el débil sentimiento. Soy yo entre multitud de gente y la atmósfera de egoísmo, con el humo en los pulmones y mi primo que me recuerda su desdicha con más afán que credibilidad, sin apuros. Paso a paso me sigo analizando con ojo clínico, sabiendo con antelación el remedio a un mal de siglos que se hereda con el color del pelo o el primer lamento en el parto. ¡Qué pena! ¿Cuánta soledad cabrá en mí?. Soy inabarcable y me doy cuenta a cada segundo. Estoy inundado de desengaños, mentiras, soledades como soles. Quizás me espere a la vuelta de la esquina.
Con el clásico silencio de saber que no dice nada, pero todo el sentimiento como un libro abierto en cada palabra, escribe mi primo lo que será un regalo para el día de las sorpresas, una carta medio en lágrimas y medio en risa, intentando olvidar el desencanto o intentando hacerlo olvidar a la chica que desapareció entre mil portadas diferentes, tras mil tardes con eternidades de media hora de espera, con humo de tus pulmones en los suyos, con besos de tu boca en su boca, esa chica que es una entre cien mil. Relee en voz alta lo escrito y, creyéndose de verdad lo que dice, piensa que la ve en el descanso de la escalera, pero sólo queda el papel en la mano y palabras así:
“¡Querida!
¿Supones algo más de lo que es?. Vana vanagloria de una ofuscación ininterrumpida. Tal vez se pare a cada paso que da, y tú, mientras, sabes coger lo mejor del momento acreditándome una calidad de sosiego que ni me suena, ¡te lo juro!. Voy cuando se me ilumina la poca lucidez que me dejas y me río tras una cortina intrauterina que ni te imaginas. Casi en un zig-zag de la vista y un saludo respetuoso al amigo que me llama desde atrás me pierdo en tu rostro innatural y siento saber qué pasa. ¡Casi nada!. Por eso, cuando te veo, me acuerdo de aquello que alguien un día me dijo, o quizás yo lo imaginé, que morir no condiciona la vida, sino que le da sentido como culmen de la actual degradación. Tú no eres ni sentido ni culmen, pero si te fijas en la palabra degradación a lo mejor encontrarás parte de eso que tienes en la mano escondida en la espalda. ¿Morir? ¡Nunca! y menos ahora con esa vaciedad hueca e insonora de un lastre incongruente.
Supongo la pregunta irremediable del por qué este delirio literario, anacrónico, insociable, abstracto y, yo diría que, hasta un poco real al fin. En realidad, lo mejor se reduce a un conjunto inexpresivo y, tal vez, indecoroso de principios melodramáticos conectados con un ápice de sensualismo acrático de hace mil años. No me sorprende, en absoluto, esa lejana ironía que se confunde con una ignorancia plena y un “no sé qué” de mí y todo lo que soy y pretendo. Algo menos de irracionalidades subyugantes que apasionan a más de uno, y algo más de lo mero y vago que se puede estipular e, incluso, dirimir en insulsa conversación, te está diciendo algo más de lo que te imaginas y algo menos de lo que, en verdad, podría decirte. Todo surge, bulle y zozobra, aunque al escribirlo me suena esa relación periódica, cerrada e incuestionable, ¿a ti no?, teniendo un momento inelástico que espera tras una esquina y quizá está conchabado con el reloj del pobre que mira y se deleita en mirar no sé qué.
Sé de tu lacónica expresión y tu estricto despliegue comunicativo y por eso me imagino tu extrañeza ante esta muestra de ampuloso dominio, sin afán de gloria y, más bien, con la idea de perturbar el mensaje que te ofusca a cada línea más densa y rebuscada.
Acaso me olvide del pasado que no es, ni más ni menos, que un par de recuerdos que alguien te dejó en el bolsillo, y si lo hago…”
Y para, y respira, con el monótono sonido del teléfono que le llama la atención. Parece que habla con un auricular animado. Más el gesto que la palabra y la carta se queda pobre. Letras que pasaron a la historia, sentimientos que se desvanecieron en esa llamada personal. Mi primo y su miedo al ridículo van a romper su declaración de insurrección, su angustia ante los hechos, aunque la procesión seguirá por dentro con el remordimiento más a flor de piel. Yo medio él y él casi yo seguimos agazapados en el rincón con la pesadez del segundo que se hace un siglo sin su compañía.
Otro domingo y otra salida, dejándote un poco de risa en cada lugar, con tu andar mezquino y el desaliento en los ojos. Ahora toda la tarde es una eternidad de espera a nadie, con humo, con bebida, solo. Por fin, el milagro del ángel que te cuenta su historia se hace cierto y encuentras el fondo de la carta, el más allá de la llamada personal: ella. Dos palabras de perdón con un trasfondo insincero, una mirada que es todo pupila y una sonrisa que es todo soledad bastan para comprender. Volver ya no es como ir, ahora adquiere entidad y valor en sí. Acabas de sacar el sopor del bolsillo y lo has dejado en el cubo de la basura. Es hora de comer el postre y estudiar el libro.

Desde el oscuro semestre de transición nos vimos abocados a una desenfrenada lucha por la subsistencia. No la material del cuerpo, sino la endeble y dubitativa existencia del espíritu. Especulé incansable con una seguridad que no tenía y ella me apoyaba a su manera en el lento discurrir de los días, eternamente anonadado conmigo mismo, asombrado de mi propio temor. No faltaron las claves del pasado, envueltas en ese halo de maravilla, fuertes, chincheteadas en el vientre del recuerdo, regurgitadas como quimos insolubles, inabsorbibles y parcheando una relación que sucumbía a mis espaldas sin estruendo. Ella concedía dilación, amor, masticando su escasa emoción, insípida, y al extraer la última gota de acidez amargaba su vida en requiebros. Construimos un semestre infernal, recalentado en su regazo. Aún el miedo no atenaza mis manos y en la soledad mi primo y yo seguimos sabiendo quiénes somos. Aquel amigo que apuntaba la obra perenne como muestra inequívoca de tu valía personal tenía algo de razón. Puedes subyugar a alguien con tu encanto irrepetible, tu pura sensación, pero se acerca el semestre tenebroso en el que las riendas de tu autocontrol se desbocan por momentos. Ah… intentar ahora racionalizar la decadencia (su secuencia) no viene al caso ni para poner remedio. Yo me pongo en evidencia al ver mi reflejo en la ventana cerrada, es como se el mundo se redujese a poco más de un metro cuadrado y en la cuadratura de mi mente sigue el valioso secreto de mi saber. Ella me va a destronar, ese puesto honorífico se debate entre los múltiples complots y conspiradores que lo asedian. Y sigue asediándome, comiendo el terreno que nos separaba en la gloria. Descubrir la miseria supondrá un duro golpe y la herida tal vez no se pueda restañar.