III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


16 marzo - 2006

115- Sin tí no soy nada. Por Gerifandio Rocamírez

Una rubia “Playboy” con una camiseta tan ajustada que parece que lleva las tetas envasadas al vacío levanta un cartel con el número 15. Va a comenzar el último asalto de la pelea por el campeonato mundial de boxeo, versión WWW, del peso super-welter.
Johnny Caetano está tan destrozado por el castigo recibido que ni se ha inmutado ante la exuberante presencia de la chica. El Coliseum brama animando a los púgiles y los jalea sin cesar; en torno al cuadrilátero se condensa una bruma, mezcla de sudores y de humos de diversas procedencias.
La mayor preocupación en el rincón de Johnny es la herida que tiene en su ceja izquierda de la que mana sangre en abundancia. Sombrita y Franky llevan trabajando en ella denodadamente desde que concluyó el penúltimo asalto, pero con escasos resultados. Saben que si no lo consiguen el árbitro parará la pelea y el vencedor será Toro D’Hispanya.
D’Hispanya y Johnny son dos viejos conocidos y cada uno representa dos estilos antagónicos de la concepción del boxeo. El primero basa su pugilismo en una perfecta esgrima de puños. Posee una depurada técnica de brazos y cintura, así como un formidable juego de piernas. No es un gran pegador pero esquiva la mayoría de los golpes que le lanzan, obteniendo así la mayoría de sus victorias por puntos. Sólo ha ganado por K.O. dos de sus 54 combates, y ha perdido tres por descalificación. Tiene fama en el mundillo pugilístico de ser un boxeador sucio y marrullero, a la vez que chulesco y provocador. Malas artes que no se reprime de utilizar siempre que considera necesario. Esta velada cuando los dos estaban trabados en el decimocuarto asalto, ha aprovechado para dar un tremendo cabezazo a su rival en la ceja izquierda.
Sin embargo Johnny es lo que en el mundo del boxeo se conoce como un rocoso fajador. De estatura más bien baja, su cuello es tan imperceptible que parece que la cabeza y el tronco se hubieran puesto de acuerdo para prescindir de él. El color del balance entre lo que da y recibe es el mismo que el de la sangre que todavía su entrenador y su ayudante no han sido capaces de detener. Johnny posee un arma letal, su gancho de derecha. Si es capaz de conectarlo en el mentón de su contrincante es casi seguro que vencerá por K.O. Toda su estrategia es tan simple como su mentalidad, se reduce a esperar el momento oportuno durante la pelea, a costa de recibir innumerables golpes, para poder sacar su poderoso gancho.
– Sombrita, haz lo que sea pero corta la hemorragia. Todavía puedo ganar.
– Johnny estás muy mal, creo que voy a tirar la toalla.
– Ni se te ocurra, quiero partirle la cara a ese hijo de puta.
– La pelea la lleva ganada por puntos, llevas demasiado castigo.
Un sentimiento de rabia inunda el cuerpo de Johnny. No puede quitarse de la cabeza que él hubiera sido el campeón si a Toro no le hubiera salvado la campana en el anterior combate que disputó con él, cuando el árbitro ya le había contado hasta nueve. Era el último asalto, el mismo que ahora quedaba por disputar. Toro acabó ganando la pelea por puntos.
– Saca el “Korta”- le espetó balbuceante Johnny a Sombrita.
– Ya sabes que es peligroso, no me obligues a hacerlo.
– Pónmelo y rápido, queda poco para comenzar el asalto.
El “Korta” era un potente cauterizador que había llegado a manos de Sombrita procedente de su cuñado, que era granjero. Lo utilizaban en la granja para cortar las hemorragias de las cerdas después de dar a luz. Pero su uso en los humanos estaba prohibido, pues aunque cortaba el flujo rápidamente, dejaba unas cicatrices de por vida aparte de poder dañar el hueso si la herida era muy profunda; como era el caso en la ceja de Johnny.
– De acuerdo ya está solucionado por el momento – dijo Sombrita – Pero ten en cuenta que el simple roce del guante de Toro en tu ceja hará que la lona sea lo más parecido al Mar Rojo.
– Lo sé, lo sé.
– Tienes que utilizar tu arma, Johnny. Tu única posibilidad es conectar tu gancho de derecha nada más comenzar el asalto, antes de que pueda llegarte a la cara – sentenció Sombrita.

‘Segundos fuera’. RIIING.
Frente a frente reanudan la pelea. Johnny tiene los ojos tan hinchados que los rayos de luz de los focos del cuadrilátero a duras penas pueden atravesar las estrechas rendijas que dibujan sus párpados.
Toro, sabiendo donde está el punto débil de su rival, empieza a lanzar ‘directos’, ‘crochets’, ‘uno-dos’ y ‘uppercouts’ a su rostro. Johnny lo va encajando todo. La ceja siempre detrás del guante protector.
Tan ofuscado está Toro en el lanzamiento de golpes que casi por inercia suelta su derecha; la escasa convicción con que lo hace propicia que Johnny no tenga ninguna dificultad en esquivarla agachándose, a la vez que propina un directo al hígado que arruga a Toro. En breves instantes Johnny carga su brazo derecho y, como si fuera un martillo pilón que golpea de abajo a arriba, conecta un tremendo gancho de derecha que llega neto al mentón de D’Hispanya. El protector bucal sale disparado de su boca y, colgado de un viscoso hilillo sanguinolento, va a parar al peinado de la rubia cartelera.
– ¡Uy, que assssco! – exclama, a la vez que se lo despega con la yema de sus dedos para arrojarlo al suelo.
Esta vez la cuenta llega hasta diez, y hasta cien podría haber contado el árbitro sin que D’Hispanya hubiera movido un solo músculo.
Con lo brazos levantados el vencedor celebra su victoria y saluda a sus admiradores. Por fin el ansiado cinturón de campeón es suyo.
Johnny, Sombrita y Franky luciendo sus batas de brillantes colores atraviesan el túnel de periodistas, hampones, gentes glamourosas y fotógrafos; cuyos flashes impiden que el campeón pueda atisbar la presencia de ella. ¿Dónde estará ahora? Por fin llegan a los camerinos. Un penetrante olor a linimento y otras pócimas asalta el olfato del trío exultante de alegría. Vendas, guantes, cubos y bolsas de hielo están esparcidos por doquier. La puerta se cierra a cal y canto. El fornido vigilante de la puerta sólo permite el acceso a los familiares y amistades más íntimas. Un rictus de preocupación hace aparición en el desfigurado rostro de Johnny a medida que ninguna de las personas que entran es la que él con tanta ansiedad espera. ¿Aparecerá al fin?
Súbitamente una enorme masa de carne abre la puerta. Con pasos paticortos se dirige al campeón exclamando:
– ¿Es que no la vas a dar un beso a tu madre so animal? Menos mal que sabes repartir mamporros, si no con lo zoquete que eres no sé que hubiera hecho de ti en la vida.
Johnny arrodillado, con los ojos llorando lágrimas rojas, besa las callosas manos de su madre mientras gimotea:
– Mamá, lo he hecho por ti, sólo por ti, quería demostrarte que soy el mejor.
– Con lo grandullón que eres y llorando ¡Qué paciencia hay que tener! No te da vergüenza.
El silencio en el pequeño habitáculo es total. Entre los rostros sorprendidos se puede adivinar el de Sombrita que a duras penas puede contener la risa.
– Mamá por favor díme que me quieres, que soy el mejor. Abrázame. Por favor, dímelo mamaíta…