III Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen


14 marzo - 2006

86- In Memoriam. Por Juli Elilin

Los hoteles eran demasiado caros. Por el lujo de alojarse en el centro, uno paga un dineral por una habitación con cucarachas y cortinas mugrientas. Sheraton mostraba clase con sus grandes maceteros llenos de petunias, y el botones sonriente. Su humor sereno duraba justo cien pasos. De allí en adelante el espíritu de Oriente chocaba directamente contra sí mismo al ver algunos sucios e insolentes gitanos y su madre, que llegaban hasta la agresividad en su deseo a detenerte y pedirte limosna. Pasé una calle oscura y llena de socavones pensando en que Sofía se convertía con cada día en una ciudad más oprimida y triste. De repente vi un rinconcito muy acogedor. En la oscuridad velitas bajas centelleaban familiarmente y mesitas coquetas con sillas elegantes, la calle misma arrastraba a la vida en la caliente noche de verano con la tranquilidad y la imperturbabilidad del hombre hindú. Personas jóvenes y despreocupadas se ocultaban sin gran ruido en la oscuridad, borrachas del juego de los claroscuros y de la sensación de estar fuera del tiempo. Este local era como espejismo después de los vestíbulos incómodos e inhóspitos que visité. Luego vi la inscripción: Club “Chervilo”*. ¡Ah!, claro. Me acordé que había leído algo en las revistas chismosas con las cuales “azucaraba” mi vida. Tuve el deseo de sentarme en aquellas sillas y sentirme como una estrella de Hollywood, de rendirme con placer de no hacer nada, de beber el café obligatorio que hasta no quería, pero sólo para tener el sentido engañoso de serenidad que normalmente rodeaba estos lugares. Era algo parecido a fingir un orgasmo. Lo haces porque no quieres ser diferente de los demás y porque cuentas con que te vayas a sentir bien… Y después lamentas no haber comprado tomates frescos en su lugar, y te preguntas cómo mejorar el sabor de boca… Me puse a reflexionar, ¡El tomar café! Lo habíamos convertido en todo un rito, en huida del trabajo que no nos satisface, de la monotonía que nos rodeaba, de la casa que no teníamos. Al principio vivíamos en casa de alquiler y ésta era nuestra única y verdadera vivienda, pero después tuvimos que mudarnos a la casa de sus padres, y ya no teníamos casa. Nos habíamos conocido en un club de baile, el mismo invierno que había empezado mis estudios superiores. Cristian cursaba también su carrera y propuso servirme de caballero en la fiesta de los estudiantes. Me sentí como si estuviera en el festival cinematográfico de Cannes – esplendor, vestidos bonitos, vanidad… Después claveles, champaña, nieve detrás de las ventanas y el confort de la habitación desordenada por la mañana… Hacíamos el amor como dos ahogados, cada uno se enganchaba al otro con la esperanza de que fuera su salvación. Muy pronto nos dimos cuenta de que dos empresas deficitarias no equivalen a una empresa rentable. Lo que nos hacía amigos, era la soledad horrible que nos llegaba hasta los tuétanos. Parecíamos unos perdidos y el mundo alrededor era ajeno y hostil. Hasta en casa se ponían enfrente de nosotros las pretensiones múltiples y exigencias de adecuación y adaptación de lado de nuestras madres. Había dejado a la mía con la esperanza secreta de casarme, había huido de ella para constatar que la madre de mi marido no era diferente y que él quería lo mismo que yo. Así convertimos a las cafeterías en islas de tranquilidad. Hablábamos durante horas pero jamás de nosotros y de los problemas en casa, teníamos un acuerdo tácito de no aguar estos momentos con temas semejantes. Otra vez estábamos silenciosos, nos sumergíamos en la belleza de los techos viejos, de las puestas del sol sobre la ciudad, tomábamos un trago lentamente de las tazas y gozábamos del momento. Llegamos hasta el punto que empezamos a vivir únicamente por esto, lo convertimos en narcótico, nos apasionamos por la tranquilidad y la Belleza. Sentía que teníamos que parar y no seguir de esta manera – huyendo y consumiendo. Pero no podíamos, la abstinencia era horrible. Intenté fijar mi atención en la casa, hacer de nuevo lo que había logrado antes de empezar a cursar mi carrera. No invitaba a nadie, no esperaba a nadie, tomaba un bocado y ponía los platos en la pila de cocina donde los olvidaba sucios, casi no arreglaba mi cama. A menudo leía cubierta con la manta, sin sábanas, y me dormía con la ropa puesta. Me desperté después de un sueño inmovilizada por la postura incómoda y la ropa sobre mí. Me dirigí a la cocina para servir té y cuando pasaba, cayó uno de los platos sobre la pila de la cocina, dejándome ver en otro recipiente comida olvidada desde hace mucho tiempo. Miraba el musgo fino sobre el asador cubierto con mucho moho y a pesar de las fibras largas y bonitas que había formado, sentí que iba a vomitar. Eché rápido la comida en la basura y dejé el plato junto a todo lo demás que tenía que ser lavado. Ese día aplacé todas mis quehaceres y miré en torno a mí. Era un gran momento para levantarme. Para empezar cambié el empapelado y las cortinas, después renové toda mi ropa interior y más tarde revisé “mi concepción del mundo”.
Los cambios me dieron la posibilidad para poner orden en mi vida y lograr al menos los objetivos que tenía en aquella etapa. Y fue entonces cuando decidí recurrir a ese método probado ya. Limpiar, crear comodidad y después empezar a trabajar. Pero no lo lograba, la madre de mi marido no era una persona que iba a dejar su casa en otras manos. Decidí mostrar fuerza, no prestar atención a su desacuerdo y hacer lo que había decidido esperando que esto iba a ser la rama a la que me iba a agarrar. Comencé histéricamente a cambiar el sitio de los muebles, los arreglaba una y otra vez, lavé y planché todo lo que estaba a mi alcance, transplanté todos los ficus y palmeras… Ella se resignó pero no lo aprobó. Me observaba sospechosamente frunciendo el ceño y los labios apretados escépticamente y esperaba a la menor ocasión para decir: “¡Te lo había dicho yo!” Me di cuenta de que esta vez no funcionaría el método. Era como jugar con muñecas, yo arreglaba y preparaba su casita y me ilusionaba con que ella pudiera ser mía. Casa de muñecas, me acordé de Ibsen. Dejé todo y me anclé en la biblioteca, mi suegra se tranquilizó. En poco tiempo comprendí que Cris había elegido a la taberna como puerto. Empezó el verdadero infierno. Vivíamos un mal sueño y esperábamos a que alguien nos despertara. Desde hace mucho tiempo habíamos dejado de hacer el amor, cansados de la gimnasia en la cama – lo único que salía como resultado de nuestros esfuerzos. Llegué a la predisposición de salir con cualquiera que acariciara mi pelo. Seguramente él también. Hablábamos de esto, sabíamos que había llegado el momento de separarnos. De esto no hablábamos. Y un día me fui de repente sin dar explicaciones. Me acordaba que estaba en una aduana extranjera en un coche extranjero y sollozaba de amargura. Lloraba mucho e inconsolablemente por él, por mí, por el instante que no habíamos podido detener… Me sentía como un traidor. Como un soldado que había dejado a su compañero sobre el campo de batalla. Si era sola seguramente me había quedado con él en el infierno. Pero teníamos un niño. Y él solo me había pedido llevarle fuera.
Después de cierto tiempo volví. Encontré una habitación alquilada, el niño empezó a ir a un jardín de infancia y comencé a trabajar. La vida continuó… Por supuesto, nos vimos enseguida con Cris. Él empezó a visitarnos regularmente. Se sentía bien con nosotros. Hablábamos de nuevo, pero ya éramos libres del peso y la violencia de las relaciones sexuales. El tiempo nos alcanzó para darnos cuenta de lo que éramos el uno por el otro. Y cuando lo comprendimos, él se fue. Sin advertir, sin despedirse y sin esperanza alguna de volver…
Conseguí pedir al médico jefe dejarme entrar en los Cuidados Intensivos, pero cuando me puse delante de él, me enmudecí. Todos estas agujas y sueros que sobresalían de todas partes y trataban de parar su vida que se acababa, me pararon y me impedían pensar. Había visto tantas películas en las que los familiares con palabras conmovedoras, lograban volver a la vida, el alma que estaba en sus últimas y vencer a la Muerte con amor… Miré a mi alrededor. Sabía que ella estaba aquí pero no parecía ni a esqueleto mostrando sus dientes, ni a Jessica Lang. Mejor dicho parecía una presencia que esperaba .Me esperaba a mí. Porque él lo había decidido. Lo percibí enseguida cuando entré. Yo era la que lo “detenía”. No sabía qué hacer. ¿Regatear con Ella? ¿Proponerle algunos de mis años para devolverlo? ¿Después de haber partido ya? ¿ Después de estar tan cansado?… Al otro día miraba a su cara tranquila que decía que él estaba lejos de todo lo que causaba dolor y en mi cabeza rondaba un solo pensamiento: “La muerte nos devuelve aquella dignidad que la vida nos quita”.

Chervilo* – en español significa barra de labios