36- ¿Has podido olvidarme? Por Aliver

Podría haber decidido pasar mi vida sólo, siempre sólo, escribiendo y gozando en silencio la inspiración de mis ideas, pero no: yo tenía la loca esperanza, la necia ilusión de llegar a ser un escritor conocido. Lamentablemente mis esfuerzos siempre habían sido en vano y los editores no se interesaban para nada en la infinidad de cuentos que había escrito en los últimos años, porque no contaba con antecedentes y tampoco disponía del dinero necesario como para financiar alguna pequeña publicación.

Sentía en mi espíritu una necesidad imperiosa de escribir, pero necesitaba hallar destinatarios para mis obras, que no lograban colarse a través de las rendijas y cerraduras de los postigos de aquel entorno editorial que me rodeaba y por tal motivo, decidí intervenir en diversos concursos literarios.  Sin embargo, por más que había participado nunca pude ganar ningún premio, ni tampoco fui seleccionado o mencionado en ninguno de ellos.

En el camino de esos concursos encontraba siempre colocado a ras del suelo un obstáculo insalvable que me hacía tropezar. Ya cansado de participar inútilmente me decidí con cierto prurito a consultar a un amigo de mi juventud, que era un escritor bastante experimentado en estos temas y había editado varios libros con cierto éxito.

Después de charlar alegremente recordando anécdotas de nuestra adolescencia, le dejé varios de mis trabajos y él se comprometió a leerlos detenidamente para darme su opinión crítica. Dos días más tarde, mi amigo me llamó y reunidos en un bar me dijo con sinceridad que los cuentos no eran malos, si bien debería cuidar la redacción, pero me recomendó que para participar en esos concursos debería  emplear cierta estrategia.

Me explicó que era conveniente analizar el entorno de cada certamen, ver cuales eran los trabajos premiados en anteriores ediciones, quienes formaban parte del Jurado y sus preferencias literarias, así como cualquier otro antecedente que  pudiera ayudar a que la obra sea considerada.

Al día siguiente estaba en el departamento frente al parque donde vivía desde mi juventud, recapitulado sobre todo esto, cuando al leer en Internet las bases de un nuevo concurso de relatos de amor, repentinamente pensé en la galleguita. Era el apodo que le habíamos puesto los muchachos del barrio, a una simpática chica con la cual había tenido un fogoso romance de adolescente,  cuyo recuerdo era todavía parte de una melodía que fluía  en torno de mí.

En la realidad, fue una relación muy fugaz porque en cuestión de días había partido para radicarse con su familia a España y nunca más supe de ella. Había sido justamente mi amigo el que me había revelado que la galleguita ahora sólo existía en nuestra memoria, porque era nada menos que una renombrada escritora española.

Yo había leído algunos de sus libros, pero ni se me había ocurrido pensar que era la misma galleguita, que ahora en ese concurso de cuentos cortos organizado por un Ayuntamiento gallego formaba parte de los miembros del Jurado. Pensé en escribirle una carta pero consideré que eso sería algo improcedente y  la comprometería, porque alguien podría alegar que estaba fuera de las reglas del concurso y entonces, se me ocurrió una estrategia que para mí sería infalible.

Mi amigo escritor me había explicado que los miembros del Jurado en ese tipo de concurso, al ser muchísimos los participantes y con poco tiempo material para el análisis preliminar, deberían  seleccionar los cuentos que más les llamaran la atención. Luego cotejarían los trabajos elegidos con los de sus colegas para estudiarlos profundamente y en base a ello, preseleccionarían los mejores para determinar el que fuera premiado en una compulsa final.

Fue así que me dediqué con fervor a escribir un relato de amor para ese evento, con el objetivo de lograr que la galleguita quedara impactada. Pensaba que si lograra que le prestara atención y el cuento era bueno, lo seleccionaría y tendría mucho más oportunidades al participar en el análisis competitivo final.

Se me había ocurrido una idea genial. Mi relato rememoraría  la noche de aquel cálido domingo de primavera, cuando fuimos a pasear por el parque que está frente a mi departamento, bajo un decorado de árboles con aroma a eucaliptos, donde nos sentíamos en la tenue oscuridad como flotando en el deseo, mientras nos inspiraban las mudas representaciones de erotismo de las parejas que surgían solitarias ante nuestros ojos, alejadas de los focos de alumbrado. Esa noche en un banco olvidado en las penumbras, habíamos tenido una relación pasional que yo jamás en mi vida la podría olvidar y pensaba que ella tampoco, porque para los dos: había sido la primera vez.

Estuve estudiando detenidamente como podría hacer para que entre tantos cuentos presentados, ella fijara su mirada en el mío.  Entonces, después de pensarlo bien le puse de título: ¿Has podido olvidarme? y para rematarlo, de seudónimo utilicé directamente mi nombre de pila.

Luego de terminarlo, con mucha satisfacción remití el cuento y la plica por mail de acuerdo a las bases del concurso y estaba confiado del resultado, porque intuía que cuando la galleguita leyera ese relato de amor recordaría  todo aquello y estaba seguro que lo seleccionaría. Por otra parte, estaba convencido que el cuento no era del todo malo y además, como no quería fracasar en la redacción, previamente lo había hecho revisar por un servicio de corrección de textos literarios.

La incertidumbre de la espera del fallo me carcomía el alma y la duda me hacía preguntar que pensaría ella, que significado tendría aquel recuerdo de nuestra juventud, que emociones pasarían por su espíritu cuando transitara silenciosamente la lectura de aquel cuento.  ¿Me vería a mí, como yo la veía a ella en el recuerdo?

Tenía la impresión de ser perseguido por una infinidad de sensaciones invisibles que incansablemente me rondaban, acechaban y perturbaban. Para agravar mi angustia me enteré por Internet que el fallo del certamen se había postergado treinta días debido a la enorme cantidad de cuentos recibidos.

Al mes siguiente tenía más ansiedad que nunca de enterarme del  resultado y por fin, en el portal de las noticias literarias logré conocer el acta del concurso, donde estupefacto pude verificar fehacientemente que mi cuento no figuraba  ni entre los premiados, ni entre la tanda de los diez mejores seleccionados.

Quedé muy decepcionado y no podía encontrar respuestas por más que las buscara, no podía comprender como pude engañarme hasta el extremo de albergar tantas ilusiones. Perseguía en mi memoria la luz del discernimiento y la hacía subir a la superficie, pero luego se apagaba justo en el momento que se iba a convertir en comprensión.

En ese estado de abatimiento y depresión fui a ver nuevamente a mi amigo escritor y con la esperanza que él encontrara esa respuesta que anhelaba, le mostré el cuento explicándole en detalle todo lo ocurrido.

Mi amigo lo leyó con detenimiento y me ratificó que realmente el relato era muy bueno, pero luego de conocer las bases del certamen me dijo sonriendo que mi estrategia había sido perfecta, aunque me señaló un pequeño detalle que yo no había tenido en cuenta y que seguramente era la causa del fracaso. Entre los miembros del Jurado estaba designado el marido de la galleguita, que también era un famoso escritor español.

6 comentarios

  1. Tu cuento es entretenido pero le falta a mi juicio algo que lo haga impactante, que nos produzca escalofríos. Y quizá olvida el detalle de que los miembros del jurado nunca se leen TODOS los relatos presentados a concurso, sino una selección de ellos, previamente establecida por los denominados equipos de lectura.
    En cualquier caso ya te digo que el final podría haber sido más brillante.
    Saludos.

  2. El cuento se lee como si estuvieras escuchando la anécdota de un amigo, pero me parece poco literario, de todas formas me hubiera encantando leer esa carta de amor para la «galletita».

    Suerte en el certamen.

  3. No te molestes, pero «solo» (adjetivo) = «solitario» va sin tilde y «sólo» (adverbio)= «solamente» lleva la tilde diacrítica. Son pequeñeces que hay que cuidar. Por lo demás, bien contada la anécdota del chasco.

  4. Tu cuento demuestra que detrás de una gran mujer, siempre hay un hombre macho y dominante.

  5. HÓSKAR WILD

    Vaya con el marido de ‘la galletita’. Quería todo el licor que guardaba ella para él solito, aunque las primeras migas del primer mordisco cayeron en otra boca…. Suerte

  6. El relato me ha parecido muy lineal, pero me ha enganchado desde el principio para saber qué ocurría con este escritor de cuentos sin suerte. Ha estado muy bien el final. Te voto.

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