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Relatos

Seudónimo: Demián el Memorioso

Titulo: Atardeceres en el metro
 

 

Son curiosas las mañanas en el metro. Por un euro con quince céntimos se dispone de un paseo por todo Madrid. El ticket incluye entrada, espectáculos alternativos,  y todo ello bajo la antigua fórmula de sesión continua, lo que garantiza que se podrá disfrutar del show en la medida que la voluntad y el tiempo libre concedan.

Sentado en el vagón se observa una multitud de razas aunque todos estén cortados por un prejuicioso valor común: hay sudamericanos pobres, centroamericanos pobres, norafricanos pobres y sobre todo, pobres hombres que viven su purgatorio particular hasta que puedan conseguir el cielo más codiciado en las minas del mundo subterráneo: el automóvil. No hay casi ningún “metro andante” que lo sea por vocación y los individuos que pertenecen a esa especie tampoco deben mostrar su opinión en público ya que corren el riesgo de ser tomados por tarados, mentirosos o ambas cosas a la vez.

Cada rostro sufre esa ansiedad común en forma de empujones no deseados, olores no cultivados o en el caso de las féminas (no necesariamente privilegiadas físicamente) furtivos tocamientos o miradas que no son imaginadas ni en la peor de sus pesadillas, pero que forman parte de su paisaje diario.

La fortuna me sonríe y tras una dura carrera, precedida de una posición estratégica, consigo un asiento.

En la estación de El Carmen tiene lugar la primera representación. Una banda de música clásica entra rápidamente por la puerta delantera y se coloca en formación: el tambor se queda atrás, a su lado el contrabajo, y delante en perfecta disposición se colocan los violines, violonchelos, clarinetes, un oboe, la trompeta, piano, dos guitarras clásicas y un pequeño coro.

Hace su entrada el director y comienza la melodía. El sonido apenas se escucha, es la línea cinco de metro que es conocida en Madrid como la que fomenta el lenguaje de los sordomudos, pero se reconocen a lo lejos los acordes de un famoso concurso televisivo (dicen unos), de un anuncios de teléfonos móviles, dicen otros, y los más atrevidos osan asegurar que la pieza les recuerda un programa, que todo el mundo graba pero que nadie ve, y que no es otro que el concierto de primero de año retransmitido por la dos de televisión española.

No hay tiempo para el deleite; la pieza dura una estación y en “Ventas”los músicos abandonan el vagón para ir al siguiente. Ese día con un poco de suerte quizá coman algo que no necesariamente tiene por qué estar caliente.

Al que pasa la boina le pregunto el motivo de que semejantes artistas estén en esa situación que estimo precaria sin preguntarme antes el con quién o con qué la debo comparar.

-         “un cambio en la demanda” me explica el hombre con tono de resignación. “hubo un expediente de regulación de empleo y a raíz de un estudio de productividad se vio que un ordenador con un software adecuado podía reproducir sonidos parecidos a un coste diez veces menor; además” prosigue el boinero con la banda ya en el otro vagón “ la gente no quería la sintonía sino un breve resumen que se hiciera compatible con su apretada jornada laboral. Los músicos no éramos capaces ni moral ni técnicamente de tocar a modo de popurrí obras que sin un fragmento de la misma, aparentemente inservible, pierden todo sentido y objetivo de la obra concebida en su origen”.

Me despido de este simpático hombre no sin darle antes un euro que, pensando el número entre los que se va a repartir me parece casi un insulto.

La orquesta al completo se desplaza hacia el vagón delantero mientras que yo me muevo en sentido contrario entrando bajo el toque del silbato en un nuevo paisaje por descubrir. El proceso es algo tortuoso ya que en la hora punta es donde las teorías de Heráclito sobre la imposibilidad de avanzar de un punto a otro, dada la sucesión infinita de puntos que los separa, cobran más fuerza.

En este segundo vagón observo un nuevo espectáculo.

Once personas equipadas de blanco y otras 11 equipadas con los colores azul y grana se disponen unos enfrente de los otros. Antes de que el trayecto comience han montado dos porterías en ambos extremos del vagón y entre estación y estación han recreado varios goles, expulsiones, penaltis injustos, altercados en las gradas, paradas soberbias y hasta alguna que otra ocasión fallada de forma clamorosa por los delanteros que se llevan las manos a la cabeza como síntoma de desesperación.

Todos sus rostros me son familiares. Hasta no hacía amucho tiempo los había visto en televisión ganando copas de Europa, campeonatos nacionales , formando parte de las principales selecciones mundiales de fútbol y protagonizando lo que muchos denominaban el nuevo opio del pueblo.

No los echaba en falta pero al verles ahí caigo en la cuenta de que hace mucho tiempo que no aparecían en los medios de comunicación.

Cuando finaliza el partido escenificado en el trayecto me acerco a un brasileño con cara sonriente y le pregunto por qué juega ahí, sin motivo ni motivación aparente que pueda comprender alguien como yo.

Amablemente me comenta que la gente prefiere generar y controlar sus propias ansiedades personales antes que delegarlas en un conjunto de extraños a sus ojos. IBM ha creado un juego electrónico el cual recrea fielmente un partido de fútbol de su equipo preferido ejerciendo el control sobre cada uno de los jugadores.

Los usuarios explican en una encuesta de satisfacción del cliente que no había lugar a lamentaciones. Confesaban que el depositar la esperanza y frustraciones en terceros resultaba emocionalmente muy costoso tras un día plagado de sinsabores, desencantos y penurias. Para los usuarios el simulador de fútbol era la única parcela donde podían saborear el éxito sabiendo que el mérito era solo suyo. Existían diversas modalidades. Se podía variar el tiempo de juego, la gente optaba por el modo más reducido,  el color de la equipación y el campeonato en el que participar.

En el tiempo que dura una temporada estándar en la realidad el usuario puede disputar mas de cien temporadas por lo que la posibilidad de éxito o fracaso es mayor.

En la actualidad todos los jugadores de fútbol nos hemos convertido en meros anuncios ambulantes y de eso vivimos. Para jugar únicamente nos quedan los vagones del metro ya que tanto terreno desperdiciado en un campo de fútbol no es permisible en una sociedad dominada por el sector inmobiliario. Donde antes cabían cien mil ahora el número es diez veces superior y en vez de pagar 100 euros por una localidad pagan 120.000 por un espacio no mucho mayor que el anterior.

El brasileño se despide con una sonrisa y a toda prisa se dirige al siguiente vagón para recrear esta vez la final de copa de hace dos temporadas que por cierto fue la última de lo que hasta entonces se conocía como temporada de fútbol.

El vagón se queda en una calma que suena a vacío. En una espera que bien podría ser ansiedad y al fin y al cabo en un mero trayecto de un punto a otro que nos dejará en un sitio, del cual volveremos al anterior y del anterior al mismo deshaciendo del camino hecho unas horas antes y así hasta que una salvación demasiado tardía , que algunos llaman jubilación y otros retiro o mejor dicho retirada, nos rescate ya siendo demasiado tarde.

Un vagabundo se me acerca con cara de curiosidad y me pregunta.

- ¿Por qué todos los días varías la historia si con repetir siempre la misma vas a sacar idéntico dinero?

Sin pensar en exceso contesto:

- Cuando opté por marcharme de aquel puesto de trabajo decidí hacer lo que quería y después comprobar cuánto me iba a sacar por ello.

El vagabundo se queda pensativo y únicamente responde.

-         vagar y divagar sólo se diferencian por el habla pero los dos son caminos que no conducen a nada y se realizan sólo por placer. Yo decidí optar por ello ya que viajar implicaba vender alguna parte de mí mismo.

Observo cómo se aleja. Sólo resta recoger mi premio antes de seguir el recorrido en el siguiente vagón.

 

 

© Demián el Memorioso

 

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