79. Murcia, 2 de mayo

¡No vayas a esa entrega de premios, Carmen! ¡No vayas! Te lo ruego.

Como era habitual, Raúl Valle se disponía a consultar las ediciones digitales de los diarios como preámbulo de su actividad diaria. Sin embargo, no era un día más, ese 2 de Mayo no era un día en el que esa consulta pudiera realizarse con el distanciamiento que suele adoptar aquél que sólo pretende ser un mero espectador de lo acaecido. La admonición hecha días antes por él retumbaba en su cabeza como oleadas de sangre sincronizadas con los latidos de su corazón como respuesta al temor que deseaba no llegara jamás a sustanciarse. Sin embargo, cuando el monitor mostró la primera página del diario “La Verdad” de Murcia, no pudo sino constatar que aquello que tanto temía había sucedido: “Los asistentes a la entrega de premios de un certamen literario celebrada en el hotel NH Amistad fallecen a causa de una intoxicación alimentaria”, rezaba un apartado que hacía alusión al evento. Raúl no tuvo fuerzas para activar el enlace que comentaba de manera más exhaustiva el titular que acababa de leer. Bastaba con que sus temores se hubieran confirmado como para abundar en detalles de lo acontecido. El dolor sentido en carne propia es el antídoto más eficaz frente al morbo. Estaba abatido, desgarrado por el drama y la impotencia de sentirse una nueva Casandra. “Se lo había advertido. Se lo había advertido y ahora está muerta”, repetía, al mismo tiempo que, cerrando los ojos, dirigía su cabeza hacia el techo en un intento de vaciar su mente, en un intento de no pensar. Sin embargo, no pudo evitar rememorar lo sucedido con anterioridad a aquel trágico suceso.

Raúl había conocido a Carmen en un chat apenas días antes de la entrega de premios. La primera conversación mantenida había versado sobre las variopintas razones que pueden impulsar a la gente a participar en estos medios y en hacer un análisis somero de los distintos “biotipos” que los pueblan. Respecto a esto último, recordaba que Carmen había respondido con una carcajada a su convencimiento de que, en los chats, el porcentaje de psicopatología presente es muy superior al que se puede encontrar en una muestra equivalente extraída de manera aleatoria de la población general; quizá a causa la desinhibición inducida por el anonimato, había apuntillado. Carmen se había reído al haberle parecido el comentario, además de ingenioso, exagerado; mientras que Raúl, acompañándola en la risa, había utilizado ésta como elemento reductor de la crueldad y de la contundencia de su análisis; más su convencimiento no estaba muy lejano de lo que había expresado.

-A mí, sin embargo –recordaba que había continuado Carmen-, me provoca una gran curiosidad, y hasta cierta desazón, aquella gente que está en el chat sin estar; que jamás participa; aquella gente que pareciera que, como si de un abrigo se tratara, colgaran su seudónimo en una percha y se limitaran a recogerlo cuando se van. Como me resultan inquietantes aquellos cuya participación se limita exclusivamente a expresar alguna idea en sus mensajes de salida, los “quits” de nuestra jerga.
-Así es –había añadido Raúl, intentando complementar lo leído-. Mucha gente dice más en su mensaje de salida que todo lo que expresa durante su participación en las charlas, y así, por ser en algunos casos el único medio de conocimiento que de ellos disponemos, esos “quits” parecieran ser la única prueba que atestigua su existencia, la única impronta que de ellos tenemos; facilitándonos, además, una especie de retrato-robot de su autor, pues, a menudo, esos mensajes de salida se convierten en todo un compendio revelador de un estado de ánimo o de una forma de ser. Muchos de ellos son enigmáticos, quizá como es o como quiere ser tenido el autor; otros despiertan curiosidad al resultar ininteligibles; otros, zozobra por revelar un estado de ánimo tormentoso; también los hay que revelan, además de la identificación con una cita, el alarde de poseer cierta pátina cultural; algunos resultan, sencillamente, adorablemente simpáticos; y, por último, la mayoría, no dejan de ser meras necedades. Sin embargo, a mí, más que los presentes, suelen preocuparme los ausentes –concluyó Raúl a sabiendas de que este último comentario, pretendidamente enigmático, iba a provocar la curiosidad de Carmen, como así sucedió-.
-¿Qué quieres decir? ¿Explícame eso?
-Los ausentes. Aquella gente que con una permanencia diaria en el chat considerable y participando de manera muy activa en las charlas, un buen día, súbitamente, desaparecen y no dejan rastro.
-Pero, ¿qué ves de extraño? Unos, simplemente, se cansarán, eligiendo otras actividades con las que ocupar su tiempo de ocio; en otros, quizá, sus circunstancias personales cambien y les impidan participar tanto como antes lo hacían. No sé, pero no veo nada especialmente extraño en todo eso –repuso Carmen, trivializando aquello que parecía preocupar a Raúl-
-Es posible –había continuado éste, mostrando su escepticismo ante la supuesta banalidad de las razones-, pero ten en cuenta que, de manera más o menos consistente, en este medio en el que ahora estamos se traban amistades; amistades que en muchos casos continúan cultivándose en ámbitos distintos a éste; amistades que, y de ahí mi extrañeza, cuando esas repentinas desapariciones se producen, en muchos casos ni siquiera son advertidas de que eso va a suceder. Y por otra parte, está la curiosidad: Si has permanecido durante mucho tiempo en un lugar, sea éste o sea otro, y has participado activamente en él, aunque un día decidas reducir drásticamente tu presencia, ello no tiene que implicar necesariamente el no volver jamás, que nunca te asalte la curiosidad de saber qué es de éste o de aquél con quienes tanta relación tuviste en el pasado.
-Pues ya me dirás qué explicación le encuentras tú a eso… –requirió Carmen, de tal manera que podía adivinarse en ella un gesto de picardía revelador de que, a su juicio, Raúl estaba dándole al asunto más trascendencia de la que realmente tenía. Sin embargo, su rostro mudó a un rictus de preocupación cuando aquél continuó.
-Carmen, he de contarte algo, y pese a que todavía no me conozcas lo suficiente como para otorgar el crédito necesario a lo que voy a decirte, te ruego no lo tomes a la ligera ni me tengas por un estúpido que sólo pretende decir algo impactante a fin de fijar tu atención. No se trata de eso, no, créeme, sino de advertirte –el semblante, ahora sombrío de Raúl, pareció adquirir corporeidad ante su interlocutora-.
-Empiezas a preocuparme, Raúl. Espero no se trate de una broma –rogó Carmen con desasosiego-
-Lee con atención, porque, o muy equivocado estoy, o el asunto está muy lejos de ser una broma, Carmen. Muy lejos.
-Por favor, Raúl, dime ya lo que tengas que decirme y no te enredes en preámbulos. Me estoy asustando, de verdad.
-Antes de ello, permíteme que te pida me interrumpas lo menos posible a fin de hilar convenientemente lo que voy a decirte. Es una historia que tiene relación con lo que hablamos hace tan sólo un momento: Los mensajes de salida de los usuarios del chat y de aquellos que de repente desaparecen del mismo sin dejar rastro –Carmen se removió en su asiento ante la introducción de Raúl, pero no quiso volver a conminarlo a que fuera más directo pues ello supondría diferir todavía más su exposición-. Hace unos meses, movido por la curiosidad que despertó en mí su nombre, entré en un canal con el fin de saber si su denominación correspondía a la temática de las charlas que allí se desarrollaban, cosa que, como sabes, no es precisamente lo habitual. En el citado canal había únicamente dos usuarios: Una chica relativamente conocida por mí y un individuo del que tan sólo conocía su seudónimo (Abu_Simbel), ya que, aunque era asiduo asistente al canal en el que yo solía estar, pertenecía a la estirpe de los silentes a la que antes aludimos; pero éste, además de silente, era de los que se despiden con un “quit” enigmático (“Milagro en la Casa de Regla”). A buen seguro, ninguno de los dos contaba con que un intruso entrara allí súbitamente, de tal manera que, en virtud del azar, mi irrupción se produjo de manera casi simultánea al momento en que el citado Abu_Simbel enviaba al canal una frase que acababa de escribir, una larga frase preñada de gravísimas amenazas hacia la chica y hacia todos los usuarios de este canal en el que estamos. No pasaron muchos días hasta que la chica desapareció sin que nadie haya vuelto a saber de ella.
-No querrás decir que fue asesinada, ¿no? En el chat, Raúl, la gente, recreando la vida, pues vida es al fin y al cabo, además de amistades, se crea enemistades, discute, se insulta, se amenaza, y no por ello hay que atribuirle a este medio una mortalidad similar a la de la malaria -argumentó Carmen con evidente sorna-
-Tras ese suceso –prosiguió Raúl como si no hubiera leído-, me puse a indagar la razón de la ausencia de otros usuarios que habían desaparecido sin dejar rastro, usuarios de quienes conocía algún dato para su localización, y créeme: No todos, evidentemente, pero sí algunos de ellos están muertos. ¡Muertos, Carmen! ¡Muertos! De manera casi inmediata, imaginé que muchas de las respuestas tendrían que estar en el peculiar “quit” de ese Abu_Simbel, pues estos psicópatas presentan a menudo rasgos de exhibicionismo que les inducen a dejar pistas que nos conduzcan hacia ellos. ¿Sigues ahí?
-Sí, sí, te leo.
-Pero, ¿qué era la Casa de Regla? Durante un tiempo observé sus movimientos. Para dificultar su localización, además de cambiar habitualmente de seudónimo, unas veces entraba al chat desde ciber-cafés, mientras que en otras lo hacía desde un domicilio particular. Todos esos ciber-cafés pertenecían a la provincia de León (esos locales utilizan habitualmente los “quits” como publicidad, en la que figura su dirección); mientras que la frase citada de su “quit” real aparecía únicamente en las ocasiones en las que estaba en su domicilio. No tardé en deducir, sintetizo, que la Casa de Regla no es otra que la Catedral de León, situada en la plaza de ese nombre; mientras el milagro al que alude, pretendiendo equipararlo al denominado “milagro del sol” de Abu_Simbel (su seudónimo más habitual), consiste en las escenas del retablo que sucesivamente son iluminadas por el sol cuando sus rayos pasan, en su desplazamiento, a través de distintos vidrios de su afamado rosetón. En ese recorrido se ilumina, en primer lugar, una escena en la que unos apóstoles escriben los Evangelios, para, minutos más tarde, ser iluminada la figura de Santa Bárbara portando la palma del martirio (palma que, por el contrario, en la iconografía clásica, pagana, representa la recompensa, el premio) y, posteriormente, otra con Jesús resucitando a los muertos. Escritura-martirio-premio-muertos. ¿No lo ves claro? Este psicópata tiene previsto atentar contra los asistentes a la entrega de premios del certamen; y como he leído que tienes previsto acudir a ella, te advierto ya que nadie me cree: ¡No vayas a esa entrega de premios, Carmen! ¡No vayas! Te lo ruego.

-Hola, so bobo, ¿qué tal? Nosotros, ya ves, no sólo estamos vivitos y coleando sino que, además, ¡he ganado el primer premio! –Era Carmen, quien, a través del teléfono, acompañaba sus palabras con una estentórea carcajada-
Sin poder articular palabra, rescatado del marasmo en el que se encontraba inmerso por la inesperada llamada de Carmen, Raúl se abalanzó sobre el monitor y, ahora sí, activó el enlace del titular que tanto dolor le había causado (“Los asistentes a la entrega de premios de un certamen literario celebrada en el hotel NH Amistad fallecen a causa de una intoxicación alimentaria”), leyendo con estupor en la ventana emergente: Este es el argumento con el que Carmen Cuixart, novel escritora ilicitana, se hizo acreedora del primer premio del II Certamen de Narrativa Breve convocado por…
-¡Raúl! ¡Raúl! ¿Estás ahí? ¿Te encuentras bien? –Se oía preguntar a Carmen en la lejanía-