57. Semental

Sergio Valdés vive solo en el altillo de su oficina desde que, hace catorce años, su mujer le echó de casa. Es un espacio bajo de techo, sin ventanas y con demasiados estorbos. Ahí duerme, desayuna, ve la tele y esporádicamente cabalga sobre alguna pindonga necesitada.
¿La camisa rosa con el pantalón verde?, se cuestiona Valdés. Pero es la única que tiene planchada, y los pantalones blancos están sucios. No es por un ligue por quien se arregla esta noche, sino por su hija; no quiere que Rania vuelva a decirle mira cómo vas, papá. Aunque estaba simpática cuando ha llamado invitándolo a cenar: Ya nos toca, ha dicho, y queremos pedirte un favor. Apurando la copa de ginebra analiza si en esos catorce años su hija le ha pedido otro favor que el de callarse: Por favor, papá, compórtate y cállate un ratito.
Valdés baja la empinada escalera y sale a la calle. ¡Mierda!, las llaves del coche. Le da pereza volver al altillo y resuelve acudir caminando a la cena. Le intriga ese plural: “queremos pedirte un favor”. Demasiado saben ellas que no tiene un duro. Sin embargo, piensa mientras camina, pidan lo que pidan ha de responderles afirmativamente, sin titubeos. A seis meses de cumplir los cincuenta ya entiende que para evitar disgustos es fundamental mostrar buena predisposición; no vaya a fastidiarla ahora que por fin hay paz. Rania tiene veintiocho años, y hasta hace dos, en que formó pareja con Sabela y manifestó abiertamente su preferencia sexual, las relaciones con su padre habían sido de constante pelotera.
Hacía tiempo que se lo olía, pero él no tiene prejuicios en cosas del sexo; es agente artístico, y en su profesión se ve de todo. Y se sonríe al recordar que los pechos de Sabela le ponen cachondo. Como si no estuviera él harto de ver mujeres desnudas. Pero esa chica tiene un cuerpo sólido y vibrante que, como no se abrocha las camisas, a Valdés le excita y le hace perder el control. Su hija le riñe si se da cuenta. Me das asco, papá, se te cae la baba mirándole las tetas a mi novia.

El beso que Rania le da es más afectuoso que de costumbre, y Sabela parece sonreírle con mayor naturalidad cuando le agradece la botella de ginebra. Tampoco hoy lleva sujetador. Lleva vaqueros y una camisa negra desabrochada hasta el ombligo que, al sentarse en el sofá, deja ver el lateral de un pecho redondo, pequeño y respingón. A Valdés le cuesta retirar su mirada de la abertura cuando Rania le pregunta, por segunda vez, que cómo le va el negocio.
—Bien… Bueno, tirandillo, van saliendo cosas. Pero no creas, desde que se retiró tu abuelo…
Las chicas se han esmerado con la merluza. Él las felicita y se afana con los profiteroles, pues desea tomarse la ginebra del café, a ver si con el cambio de tercio dejan de lado la inseminación in vitro, la adopción de niños y los derechos de las parejas homosexuales.
—El café lo tomamos en la mesita, ¿vale? —dice Rania levantándose—. Pero tú tranquila, siéntate con Sergio que me toca a mí.
Sabela vuelve a sentarse en el sofá, ahora con las piernas a lo buda, y cuando se inclina hacia Valdés para hablarle cerca, su camisa se abre como un telón de guiñol.
Tiene los labios sensuales esa muchacha, y una voz suavemente agreste cuando habla bajito. Pero la mirada de Valdés oscila compulsivamente entre la boca y los pechos de Sabela sin interpretar la tesis sobre el instinto maternal. Está claro que esta tía busca guerra. Ay, si no fueras la pareja de mi hija. Y es que a Valdés no le encaja que habiendo tíos como él puedan haber lesbianas.
—Queremos hacerte una propuesta, papá —Anuncia su hija cuando vuelve con el café y unas pastitas.
Pero Sabela captura la mano de Rania y con una sonrisa inquisitiva finaliza su reivindicación.
—… y somos muy felices, Sergio, pero nos falta un hijo.
A Valdés le huele a preámbulo. Ahora van pedirme que las ayude a adoptar un niño. Huy, huy, huy… con lo que me irrita a mí el papeleo. A pesar de todo va a decirles que sí, pidan lo que pidan, ya buscará después cómo escapar del embrollo.
—Bueno, papá, queremos hacerte una propuesta algo estrafalaria.
—No es nada estrafalario, cariño —dice cabalmente Sabela—. Mira, Sergio, queremos pedirte que te acuestes conmigo…, o sea que me folles y que me hagas un niño. ¿Qué dices?
—Que sí. Claro que sí —responde Valdés sin titubeos—. Será un placer ayudaros.
Y para que el rostro no anuncie toda su euforia lasciva, baja la mirada a su copa y contrae los músculos abdominales a fin de enrojecer su cara. Con el esfuerzo, sus ojos se humedecen también. Las paredes de la copa reflejan la pechuga blanquecina con dos pastelitos guindados. Y oye a Rania decir mira que es mono, hasta se ha sofocado. Y las dos se ríen. Y la futura mamá le mima con las manos las mejillas coloradas y le da un besito en los labios.
¿Ha sido o no ha sido una respuesta espontánea? Sí, ha sido espontánea, Valdés, pero lo honrado habría sido decir no, lo siento, soy estéril. Y ahora es tarde. Hablar de vasectomías al cabo de un minuto descubriría tu primera intención. A lo hecho pecho. Y con un trago de ginebra acuerda consigo mismo que rehusar un bombón de veinticuatro años que se lo pide con esos labios sería una gilipollez. Y una vez recuperado el tono facial, asegura pomposamente que hacerlo con la única intención de procrear será un hermoso acto de filantropía. Y aún añade:
—Y nada mejor que la vía natural para tener un hijo, ¿no?
—Y con los mismos genes que mi novia —proclama Sabela levantando el vasito. Y se abrazan las dos luego de brindar los tres. Porque lo único que importa es el amor. Y es tan fácil ayudar a los demás…
La idea se les ocurrió cuando hubieron descartado todos los machos conocidos: unos porque podrían estar enfermos, otros no les parecían nada discretos, y los demás eran unos impresentables.
—Y de pronto se nos ocurrió lo de los genes —se rieron las dos—, y dijimos, Sergio es guapo, es fuerte —y volvieron a reírse palpándole los bíceps al semental—, y sabrá mantener el secreto sin reclamar derechos de paternidad y eso.
—Lo juro —afirma Valdés besándose los dedos cruzados—. Y ofrezco aún otras ventajas…
—Así —lo interrumpe la hija tras apurar otro chupito de orujo— nuestro hijo llevará tus genes.
—Sí —afirma Sabela con los ojos cerrando—, será tope, tendrá genes de las dos, ¡te imaginas!
—Eso iba a decir —farfulla Valdés apurando la enésima copa de Ginebra—, porque además, supongo que los genes de un hombre que lleva tantos años acumulando experiencias siempre serán más… como más enriquecidos, ¿no? —Y asienten las dos y vuelven a brindar los tres.
—Podríamos hacerlo aquí mismo —propone Sabela en tono formal cuando, al rato, han reposado la euforia—, o en tu casa, si lo prefieres. Pero nada de prolegómenos, eh, ya me entiendes. Tendré que asegurarme del día que vaya a estar más fecunda, claro. Dentro de catorce o quinde días, calculo. Bueno, yo te llamo y eso, ¿vale?

Valdés se acuesta cansado, la cabeza empieza a darle vueltas. Se reconoce mujeriego, bebedor e informal, incluso embustero y embaucador, y varios calificativos más que su hija enumera cuando se enfada, pero comprometerse a engendrar el hijo de su única hija sabiéndose estéril le parece demasiado infame. Deberá pensar una salida que no ponga al descubierto sus perversas intenciones. Pero ¿acaso presume él de buenas intenciones? Si nunca tuvo escrúpulos para amañar las cuentas de los artistas, ni los tuvo para endiñársela a la hija del malabarista, ¿por qué iba a tenerlos hora? Pues porque Sabela es tu nuera, Valdés. Ella lo es todo para Rania. No se trata de una de las amigas de sus catorce años. Ni de su prima, la sobrinita con la que te pilló tu mujer en el garaje, y que fue la causa definitiva del divorcio. No, ahora se trata de su compañera, con la que al fin es feliz.
Valdés se agita en la cama, intenta disolver tantos miramientos con la efervescencia del deseo y de la ginebra, pero se queda dormido. A media noche se despierta excitado y con ardor de estómago. Soñaba con pechos que flotaban como peces en jaulas de cristal. Se levanta, toma bicarbonato y mea. Se acuesta, se masturba y duerme hasta el mediodía.
Representaciones Artísticas Valdés, su negocio, se sostiene penosamente con sólo tres malabaristas, un grupo de payasos, dos cuadros flamencos de tercera y una stripteuse polaca. Una agencia que decae desde que su principal cliente, el Mago Carrión, se retiró de los escenarios. El maravilloso prestidigitador, además de venerado por todos los empresarios del espectáculo, era el padre de la mujer de Valdés, y su nieta Rania sigue siendo su primera admiradora, ahora que solo actúa en los cumpleaños de sus nietos.
Sergio Valdés baja del estudio a la oficina. Es demasiado tarde para abrir la puerta de la calle, y además siguen abrumándole esas inútiles patrañas según las cuales debería desistir de follarse a Sabela. Confiesa tu esterilidad, le dice la razón, sé honesto, que tu hija no acabe despreciándote para siempre. Pero las razones escrupulosas no hacen más que estimular la libido de Valdés.
Desde su escritorio llama al medico que lo vasectomizó. Éste le confirma que su esterilidad es irreversible, pero también que el secreto médico es inquebrantable. Luego ¿por qué preocuparse? Quieren un niño ¿no?, pues él hará lo que pueda; la culpa no será suya si la chica no queda embarazada. ¿Que hay que probarlo varias veces?, pues se prueba. Nunca se sabe el día exacto en esas cosas. Además, lo propio sería hacerlo tres o cuatro veces en cada periodo. Si, total, para ella no tiene ninguna importancia. Ya lo dijo, será como depilarme las piernas. Y con su arte y un poco de tacto, a lo mejor logra reconciliarla con el sexo opuesto y hacer de Sabela su partenaire.
Al segundo día vuelve a fastidiarle la idea de la honestidad. Aún podrías fingir que aceptaste pensando que tu vasectomía era reversible y que, al desengañarte el médico, lo primero que haces es decírselo a ellas. No te imaginas de lo que Rania puede ser capaz si lo descubre después de agenciarte a su novia. Pero ¿cómo va a descubrirlo?, ¿analizando mi esperma?, bah. Y si lo descubre ¿qué? Yo juro y rejuro que no lo sabía, y que demuestren lo contrario.
A los diez días Valdés ya no tiene más dudas: no sólo es un derecho sino un deber consigo mismo aprovechar esa oportunidad. A los once días ordena su estudio y lava los pantalones blancos. A los doce va a cortarse el pelo, se da una sesión de rayos UVA y lleva las camisas y los pantalones a la planchadora. A los trece días, pendiente del teléfono, sale a comprase unos calzoncillos ajustados, de un juvenil verde menta. A los catorce se ducha entero y saca lustre a los zapatos. Y por fin, a los quince días de la cena, suena el teléfono.
—¿Sergio? —es la voz agreste y suave de Sabela—. Mira, que estuvimos pensando eso de los genes que dijiste, ¿vale?, y creemos que tienes razón, que seguramente adquieren la experiencia del macho. Total, que nos parecen como más genuinos los genes de tu suegro, el Mago Carrión. O sea… que lo haremos con él, ¿vale? Ahora nos vamos unos días a la finca del mago, a ver. Y de verdad, Sergio, muchas gracias de todas manera, eh. Chao.