43. Amarte hasta la muerte

Aquí me encuentro, en lo que yo llamo el vértice de mi vida, el vértice de aquello que debió haber sido y que no es…
Desde éste punto se ve todo mejor, o quizás, yo lo veo todo mejor, la verdad es que no lo sé. Sólo sé que desde que te fuiste no vivo, que desde que te fuiste paso mi vida en vilo, y que ya estoy harta, estoy harta de caminar con rumbo desconocido, viendo siempre las mismas caras que te dan el pésame sin saber bien lo que te pasa, que te dan consejos que se pierden en el viento y te ofrecen su hombro ciego sin compartir realmente tu pena.
Ayer te ví, estabas en la parada del autobús, como todos los días, con tu clásica chaqueta tejana y tus vaqueros ceñidos, ¡qué guapo estabas! En la mano llevabas la carpeta forrada con las fotos que recortas de las revistas de música, esas pequeñas fotos de Maria Carey, de Ana Torroja y otras cantantes famosas, todas mujeres lógicamente, y el macuto de tela a cuadros colgando… Te acompañaba Carlos, ése inseparable amigo tuyo que yo no soporto, aunque desde que no estás se ha convertido en mi ángel de la guarda, me pregunta constantemente como estoy, si necesito algo o simplemente se sienta a mi lado en el patio, nos miramos y con una sonrisa se pone a leer sus apuntes sin moverse. Me acerqué y ví tus ojos color miel, y tu pelo pincho que untas de gomina cada mañana. Subimos al autobús del instituto y estuvimos hablando de cosas sin importancia: el tiempo, la ropa, la pesada de Inés que no me deja ni a sol y a sombra porque le gusta Carlos… Al bajar tropecé y me sujeté a tus hombros y tú no te enfadaste, simplemente te giraste y preguntaste:
– ¿estás bien?
– Sí gracias, lo siento mucho -respondí a la vez que se hacía un nudo en mi garganta.
– No te preocupes, apóyate siempre que lo necesites, y si quieres, mañana te doy la mano para bajar –añadiste con una sonrisa pícara.
De repente abrí los ojos de nuevo y volví a ver la oscuridad envolviéndome. Ya no me quedan lágrimas, ya no me quedan lamentos, lo único que tengo es Charly, esa vieja rata de laboratorio que salvamos de aquel experimento ¿lo recuerdas?…

Que pequeño se ve todo desde aquí, aunque supongo, que tú aún lo verás más pequeño todo, pues tu altura es muy superior a la mía…

Lo he pensado mucho y creo que es mi único camino, así terminará mi sufrir. ¿Quién se va a dar cuenta de mi ausencia? ¿Mis padres? No… Están demasiado ocupados con sus cosas, sus trabajos, sus planes, no les importan para nada los problemas que pueda tener su hija adolescente. ¿Mi hermano? Ja, ja, ja, ja, creo que no sabe ni que existo. Creo que el único que me echaría en falta sería Charly…

¡Mira! Ya me has hecho llorar de nuevo, ¿es que no te vas a cansar de amagarme la vida? ¿O ya no te acuerdas de lo que me hiciste en segundo curso? Yo iba con Merche, aquella niña gordita que vivía en mi calle. Tú subías con tus amigotes y vuestros roñosos monopatines, al cruzarnos os reísteis de nosotras y cuando ya os teníamos a la espalda empezasteis a tirarnos huevos y bombas fétidas. ¡Claro, al día siguiente me pediste perdón!… Aunque la tonta soy yo, siempre te perdonaba tus tonterías, siempre volvías a engañarme otra vez…

¿Por qué te has ido? ¡Maldita sea! ¿Qué he de hacer yo ahora sin ti?

Mira, aún guardo la carta que me mandaste en sexto curso, está algo vieja y rota, pero me hizo tanta ilusión que no puedo deshacerme de ella…

Querida Joana:

Ya sabes quién soy, quería decirte lo bonita que estás cada mañana al llegar al colegio. Me gusta contemplar desde mi asiento como mueves tu pelo, a veces, con el sol, se entreven algunos cabellos castaños brillar y me encanta ver como sonríes cuando alguno de nuestros compañeros hace payasadas y es castigado por la señorita Angelina. Hace muchos años que nos conocemos, y aunque he sido algo revoltoso y a veces, incluso he sido desagradable contigo, me gustaría pedirte algo, algo importante para mí… ¿Quieres ser mi novia?

Espero que me digas algo cuando salgamos al patio, te espero detrás del muro de la fuente.

Tu admirador secreto.

Aún recuerdo la explosión que hubo dentro de mi en el momento en que leí “¿quieres ser mi novia?” La mirada se me lleno de lágrimas de alegría, miré de reojo y ahí estabas tú, observándome. Me puse colorada como un tomate y sonreíste con esa risa pícara que tanto me gustaba. Hemos estado cuatro años saliendo juntos, han sido muchos los momentos que guardo en el recuerdo, muchas situaciones divertidas y también, por supuesto, muchas peleas… Como aquella en la que yo pensé que me habías puesto los cuernos con Lavinia, esa rubia que trabajaba en la panadería de al lado del instituto. Los celos hicieron mella en mí, aunque sabes que no solía estar celosa, pero esa… ¡Esa! Tenía una fama de lagarta que no pude aguantarme, además ¡tú siempre estabas metido en esa panadería! ¿Por qué? ¿Para provocarme?

Llevo varios días sin comer, sin dormir, sin hablar… Mi madre dice que se me pasará, pero yo sé que no. Te echo de menos Javi…

Desde ésta cornisa te hablo para que me oigas bien, alto y claro. Para que escuches de nuevo mi voz y no la olvides. Pronto estaré junto a ti y podremos volver a vivir momentos interminables… Ya sabes… Era mi dieciséis cumpleaños e hicimos una fiesta ¿te acuerdas ahora? Lo estábamos pasando bien pero David lo estropeó cuando discutió con Paula, todo el mundo se sintió mal por la escenita y empezó a marcharse, al final nos quedamos solos, bailábamos la canción de Sergio Dalma “Bailar pegados”. Poco a poco nos fuimos poniendo más acaramelados, más sensuales, las caricias ya no eran sin intención de despertar en el otro un interés sexual, sino, todo lo contrario, nos fuimos dejando llevar por la pasión del momento y bajamos la intensidad de la luz. Encendí la lamparilla de la mesa de centro y pusimos música muy suave. Al poco tiempo estábamos sin camiseta, yo acariciaba tu espalda, tú, desabrochabas mi pequeño sujetador. Entonces escuchamos el motor del coche de mi padre… Ja, ja, ja, ¡que susto nos dimos! Los dos corríamos buscando nuestra ropa, tuvimos el tiempo justo de vestirnos y mis padres entraron…

– ¿Qué hacéis con tan poca luz chicos? –dijo mi padre algo mosqueado.

– Nada señor, estábamos hablando de películas de miedo y así teníamos el ambiente propicio para ello. –contestaste rápidamente haciendo destacar tu faceta ingeniosa.

– Ya… Bueno, pues se han terminado las películas de miedo y también la fiesta, recoged esto que está hecho una pena. –añadió mi padre poniendo fin a ese bello momento.

– ¡¡Paola!! Bájate de ahí

– ¡Carlos! ¡Vete de aquí! ¡Déjame sola por favor!

– No, no puedo hacer eso… Bájate y hablamos.

– Me voy Carlos, me voy con Javi. La angustia no me deja vivir, no soporto la idea de pensar que ya nunca más podré escuchar su risa, o que ya no habrá nadie que acaricie mi pelo…

– Deja que te ayude, los dos podemos superarlo… Pero hemos de hacerlo juntos. ¿Crees que yo no me siento mal? ¿Qué no lo echo de menos? Te recuerdo que era mi mejor amigo.

– Fue mi único amor Carlos… El único, ¿qué hago ahora?

– Por favor, no lo hagas… Baja, puedes caerte.

– Adiós Carlos, lo siento mucho…

Siento el viento acariciar agitadamente mi rostro. La presión de la caída me está golpeando fuertemente las mejillas, pero estoy a un paso de volver junto a ti…

– ¡¡Joana!! ¡¡Dios mío!!

Pobre Carlos, no hubiese querido que presenciase éste momento. Mi cuerpo caerá como un plomo a sus pies y él no podrá evitar mi muerte. No podrá evitar que nos unamos de nuevo y vivamos nuestra gran historia de amor. Ahora ya sin fin…

¿Será el cielo el paraíso soñado por todos? ¿Me estás esperando?

Siento mi corazón como se acelera por segundos, el suelo cada vez más próximo se insinúa como un pavo real se insinúa a su hembra luciendo las plumas.

Adiós a ésta vida injusta que se llevó un día mi corazón y mi alma, que me dejó desnuda y desprotegida ante un mundo que me acorrala, y araña cada latido del corazón haciendo con ellos la banda sonora de mi muerte en vida.